Crispación
Yo soy escéptico en cuanto a tener por este camino unos resultados fiables que nos permitan evitar esas cosas horribles. Porque aquí está en juego la madurez y la libertad de la persona humana, y por este camino podemos tener unas estadísticas, cierto, pero para mí lo importante es, frente a unas estadísticas frías que me dicen verdades de la vida de la humanidad o tendencias de la persona humana, qué respuesta puede dar la persona desde su libertad, o qué respuesta deberíamos ofrecer frente a tales horizontes negativos.
La madurez y libertad de la persona no se improvisa requiere un esfuerzo serio, prolongado, profundo, de educación. Y no veo que haya un interés auténtico, serio por esa educación de la persona. No lo veo cuando se recortan los recursos a la educación, cuando se suprimen los estudios de corte más humanista, se tiende a suprimir la música, se plantean inmersiones que suenan a cálculos políticos…
Así que vamos por el camino de acentuar el hombre que no piensa, que no reflexiona…. En una palabra el hombre masa del que habla Ortega y Gasset cuando escribe entre otras cosas:
Lo característico del momento es que el alma vulgar, sabiéndose vulgar, tiene el denuedo de afirmar el derecho a la vulgaridad y lo impone dondequiera. Como se dice en Norteamérica: ser diferente es indecente. La masa arrolla todo lo diferente, egregio individual, calificado y selecto. Quien no sea como todo el mundo, quien no piense como todo el mundo, corre el riesgo de ser eliminado. Y claro está que ese “todo el mundo” no es “todo el mundo”. “Todo el mundo era, normalmente, la unidad compleja de masa y minorías discrepantes. Ahora todo el mundo es sólo la masa.
Una masa, llevada y traída, sin una determinada y clara orientación, pero con una cierta percepción de que está siendo manipulada por una minoría que en su vulgaridad busca su interés particular. Todo este panorama va suscitando todo un clima de crispación. Un clima de irritación y exasperación creciente ante el cinismo o la desvergüenza de ciertos poderosos. Un clima de crispación que provoca también el ritmo mismo de la sociedad, un ritmo deshumanizador; por lo tanto un ritmo que despersonaliza, que nos hace perder la conciencia de quién somos, de lo más genuino y valioso de nuestra persona. En una palabra: un ritmo vulgar, impuesto por personas vulgares que nos lleva a la vulgaridad. A una sociedad enferma. Una sociedad crispada.
Ya en la antigüedad escribía Terencio: “esta enfermedad tiene un virus venenoso”
La respuesta para que no nos suceden aquellas cosas horribles que nos alertan los sociólogos e investigadores nos pueden venir por diferentes canales. Uno de ellos a través de otra voz de la antigüedad clásica, Séneca, con su invitación a la serenidad:
-Hay que aprender a vivir a lo largo de toda la vida y, lo que tal vez sorprenda más, hay que aprender a morir a lo largo de toda la vida. Muchos hombres excelsos, tras haber renunciado a sus riquezas, a sus obligaciones, a sus placeres, solo hicieron una cosa hasta el final de su vida: aprender a vivir.
-Entrégate tu tiempo a ti mismo, si no quieres vivir una mínima parte de tu vida.
-No recibimos una vida breve, sino que la hacemos breve, la despilfarramos.
-La serenidad significa ese estado plácido del alma al que le es ajena cualquier exaltación.
-Que cada uno busque el modo de ser más útil a los demás.
-No hay nada en el mundo como la amistad
-Sólo conserva la serenidad quien se entrega a su activo cuidado, sin desfallecer nunca
El camino de la serenidad es la respuesta más pertinente dentro de una sociedad violenta, el camino para desactivar o neutralizar el virus de la enfermedad; es el camino de la paz.
El hombre de paz tiene posteridad, nos recuerda el salmista. La paz es precisamente el saludo de Cristo Resucitado. Solo esta paz desvanece la crispación, a la vez que dilata el corazón.