Mirar a los ojos
Esta breve anécdota me lleva a recordar que estos días se preparaba alguna celebración recordando el final de la 1ª Guerra Mundial, y se relataba este interesante episodio: Había empezado la guerra hacía 4 meses, e iba a durar 4 años. Y llegado el día de Navidad los soldados alemanes y británicos se miraron a los ojos y descubrieron que eran incapaces de disparar en Navidad. En esa noche por entre la niebla que cubría las trincheras se oyó que unos soldados cantaban Noche de Paz. Un oficial alemán se acercó a las trincheras británicas y pidió permiso para enterrar a los numerosos muertos desparramados por las trincheras, que estaban por decenas. Aquella noche soldados de los diferentes regimientos cruzaron las trincheras e intercambiaron símbolos, cartas, bebidas, cigarrillos…Y por último acabó la tregua con un partido de futbol. Al día siguiente los comandantes no tenían forma de conseguir que los soldados tomaran de nuevo las armas; eran incapaces de disparar un tiro; durante unos días se dedicaron a tirar al aire, a las estrellas, a malgastar munición. No veían el enemigo.
Ahora, en memoria, se quiere construir un campo de futbol…Quizás sería más conveniente y más sabio una buena pedagogía para enseñarnos a “mirar a los ojos”. En esta sociedad celebramos finales de guerras, y a la vuelta de la esquina ya nos está esperando otra guerra y más violencia. El pasado debería servir para educarnos de manera que podamos mirar con más esperanza el futuro.
Quizás sea el ritmo de la vida que nos impide reflexionar, quizás sea nuestra ignorancia que nos impide llegar a conocer que el fondo humano es bueno. Dios todo lo hizo bueno nos dice el libro del Génesis al describirnos la creación, pero cuando se refiere al hombre, añade: Vio lo que había hecho y era muy bueno.
Necesitamos activar esta mirada de Dios en nuestra vida, como nos sugiere el salmista: No me prives de tu mirada, Señor, ven a mi lado, respóndeme, que estoy en peligro (Sal 68,18)
Necesitamos esta mirada de Dios que despierte la nuestra y tengamos la capacidad de mirar en profundidad, de saber mirar al otro, cuyo fondo también es bueno. Mirarnos a los ojos, con esa mirada profunda que nos desarme de toda violencia.
El Misterio de Navidad viene a enseñarnos que Dios ha vuelto a mirar al hombre, a la humanidad, y su mirada de amor ha sido tal que se ha “hundido” hasta lo más profundo del alma humana. Se ha hecho ”otro”, se ha hecho hombre. Después, durante su vida pasará entre nosotros con mirada profunda que llegará a conmover a muchas y diversas personas: a los discípulos invitándoles a seguirle; a los pecadores, ofreciendo su perdón, a los enfermos, ofreciendo curación… La mirada de Dios llega al corazón humano, allá donde se encuentra el sabor divino más genuino en la vida del hombre. Y cuando somos capaces de mirar a los ojos, con sencillez podemos encontrar en el corazón del otro una imagen de mi propio corazón. Pero nuestra mirada no puede ser un dardo envenenado, sino que debe ser portador del buen aroma que atrae al encuentro y a la fraternidad.. A la escucha
Dios es la luz en nuestras rutas (Salm 67) si nos ponemos bajo el luminoso paraguas de su luz. Y solamente de él nos puede venir esa mirada sencilla profunda que llega a poner luz acogedora en el camino de la vida, y paz como la mejor preparación del camino para poder encontrarnos con el otro. Necesitamos mirarnos a los ojos las personas, para despertar en nosotros la conciencia de la bondad humana, cuyas raíces ha plantado en el corazón humano la fuente de toda bondad, belleza y amor que es este Dios que se ha hecho nuestro amigo para el camino de la vida.