Pedir perdón
Estas palabras del profeta Ezequiel me llevan a pensar en la petición, e incluso exigencia, que tiene lugar en nuestro tiempo de que la Iglesia, y también otras instituciones pidan perdón de los errores del pasado.
Es fácil pedir perdón. Es fácil decir, pronunciar unas palabras de petición de perdón, pero las palabras, dice el proverbio, se las lleva el viento. Y puede suceder, y de hecho sucede, que una institución pida perdón por unos actos del pasado que llevaron a cabo antecesores nuestros, y que hoy volvamos a caer en el mismo pecado.
Yo creo que, como dice el profeta, cada uno es responsable de su pecado ante Dios y ante la historia. Yo no tengo que pedir perdón por lo que hicieron mal mis antepasados, pero sí tengo que aprender de su conducta y no tropezar en la misma piedra de escándalo. Y si tropiezo entonces debo pedir perdón de mi pecado. En este caso, el camino no es tan fácil.
Pedir perdón, un perdón que vaya más allá de las palabras vacías no es fácil. Nos cuesta. Porque pedir perdón supone también un cambio profundo en nuestro gesto, en nuestra vida. Y no es fácil cambiar en nuestra vida cuando creemos que lo nuestro es lo perfecto. Pero nosotros, los creyentes, si somos sinceros hemos de reconocernos que no hay una perfección en nuestra vida, que ante Dios todos somos pecadores. Deberíamos ser más conscientes de aquellas palabras trascendentales que decimos en la oración del Padrenuestro, que es la plegaria más significativa, más importante de la vida cristiana, y que recitamos con frecuencia:PERDONANOS NUESTROS PECADOS, COMO TAMBIÉN NOSOTROS PERDONAMOS A LOS QUE NOS OFENDEN…
Al decir esta plegaria estoy aceptando que el perdón de Dios venga a mí si yo doy el perdón a la persona que me ha ofendido. Que yo me reconcilio solo con Dios y conmigo mismo si me reconcilio previamente con mi hermano, con mi prójimo.
Alguien ha escrito que el camino del perdón es un proceso, “una peregrinación del corazón”. Por ello es importante en nuestra vida tener sumo cuidado de que no se endurezca nuestro corazón.
Solamente el perdón puede llevar una paz profunda, auténtica, a nuestro corazón, y al corazón de la convivencia de nuestra sociedad. Y es esta paz lo que desea con más fuerza todo corazón humano.
Escribe Ramón Llull en su bello comentario “El libro del Amigo y del Amado”:
Un día el Amigo y el Amado disputaron, pero el amor de cada uno de ellos volvió a restablecer la paz; después discutieron para saber quién de los dos había puesto más amor en la reconciliación (nº 114)
Es necesario, y hoy más que nunca tener dispuesta esa “peregrinación del corazón”, ya que vivimos en una sociedad confusa, fragmentada, violenta; es necesario estar constantemente rehaciendo el camino de la paz, pues de ésta tiene necesidad todo corazón humano. Después podemos discutir quién ha sido más generosos o quién ha sido más eficaz, quien tiene más mérito… ¡Qué más da, cuando el corazón ha alcanzado paz!
Pero hay muchos que parece que han aprendido cuidadosa, pero muy defectuosamente, aquellas fuertes palabras de Jesús: No penséis que he venido a traer paz a la tierra. No he venido a traer paz, sino violencia…(Mt 10,34). Pues estas palabras sacadas de su contexto no están de acuerdo con toda la enseñanza de la vida de Jesucristo, que acaba en la cruz con aquellas palabras: ¡Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen!
San Pablo recogerá fielmente el gesto y la enseñanza de Jesucristo y nos dirá: Cristo ha traído un mensaje de reconciliación, no tomando en cuenta nuestras transgresiones, sino poniendo en nosotros un mensaje de reconciliación… (2Cor 5,16s)
Por ello yo creo que pedir perdón es ponerse en un camino de paz, es hacer un servicio serio a la reconciliación, es, en definitiva, la manifestación más bella de amor. Así lo contempla un creyente mirando la cruz de Cristo, donde está la expresión suprema de amor, manifestado precisamente a través del amor a quienes le crucifican.