La partícula de Dios

OH tú, Dios Vecino, si en la larga noche
te llamo más de una vez con recios golpes,
es porque apenas te siento respirar,
y porque sé que estás tú solo en la sala.
Y si algo necesitas nadie está ahí
para acercarte el vaso que a tientas buscas.
Yo escucho. Hazme una pequeña señal.
Muy cerca estoy de ti. (R.M. Rilke)


“La montaña”, el gran acelerador LHC de Ginebra, ha dado a luz, finalmente, aquello tan esperado “la partícula de Higgs”, pero esta vez no se trata de la famosa frase satírica de Horacio, un “ridículo ratón”, sino de una partícula importantísima, cuya existencia se anuncia en la teoría del físico Higgs en 1964. Ella es la base de la subsistencia de todas las cosas: dicho en lenguaje simple significa que sin la “partícula de Higgs no existiría la materia, y por tanto tampoco el universo donde vivimos…”

Es siempre motivo de alegría, de satisfacción, los nuevos avances de la ciencia. Dios ha dado al hombre una inteligencia, unos dones que el hombre puede y debe emplear para adentrarse y progresar en el conocimiento de la vida, de todo lo que afecta a la vida humana. Y hacer porque todo ello redunde en humanizar las relaciones humanas.

Pero conviene llamar a las cosas por su nombre más apropiado. “La `partícula de Higgs” honra el trabajo y la investigación de este científico, y de todos aquellos que dedican mucho entusiasmo, dedicación y trabajo a estas tareas tan importantes para la vida de la humanidad. Pero “la partícula de Dios”, quizás no honra el trabajo y el conocimiento, en estos temas, de los medios de comunicación, al cambiar el nombre, “partícula de Dios”, buscando una repercusión más fuerte en el ánimo de los lectores.

Porque ese Dios que, incluso a tientas, busca el hombre, que llama “con recios golpes” o con el deseo más sencillo pero profundo, nos pide como un suplemento de inteligencia, un suplemento de belleza, o de corazón… para percibirlo. Para percibir a Él, un Dios que está en la sala, esperando el vaso de agua que sacie su sed de humanidad. Y este Dios está muy cerca del hombre, de la mujer, este Dios está inmerso en la belleza y bondad de la creación, está inmerso en la intimidad más íntima del ser humano. Haciendo grande la inteligencia del ser humano, para que pueda adentrarse en el misterio de la vida humana. Este Dios está muy cerca de ti, esperando tu respuesta, una respuesta que siempre viene a ser la continuación de una escucha. Quizás necesitamos cuidar un poco más nuestra capacidad de belleza, de contemplación, de receptividad, de escucha.

Un Dios fuera y dentro de ti, un Dios que te abraza con inmenso amor. Un Dios con sed de humanidad, que quiere establecer y vivir contigo una relación de amor.

Y no establecemos una relación de amor con una partícula. La persona humana ha sido creada con una estructura para establecer y vivir una relación con otra persona. Pero puede suceder, y sucede, que rebajemos a Dios al nivel de una partícula. Y así sucede cuando lo dejamos quieto allá arriba en el cielo. Cuando buscamos cuotas de poder en la vida de la Iglesia, y no nos apasionamos por el servicio. Cuando lo sentimos como un eficaz quitamanchas, pero sin sentirlo como una profunda y permanente conmoción del corazón. Una partícula, un trozo de Dios, pero no como un viento impetuoso que nos envuelve en un dinamismo de amor.

Cuando almacenamos o hacemos colección de partículas de Dios, lo neutralizamos. Tal es la grandeza, y también la miseria, humana: podemos neutralizar a Dios, “guardarlo” como una “bella partícula”. Pero quizás, en el fondo, tenemos miedo a Dios, nos resistimos a dejarlo ”suelto”; en todo caso nos “entretenemos” contando nuestras partículas de Dios, o manipulándolas, contándolas como quien cuentas las monedas para comprarse un dulce. Pero Dios no es un dulce para comer, para saciar el apetito humano. Sobre todo en este tiempo confuso y difícil para la vida de tantos millones personas despojadas de su dignidad humana.

Dios, puede saber en la boca como la miel, pero en las entrañas se hace amargo, porque amargura tiene que sentir un Dios amor que no ha llegado a penetrar en el corazón de la humanidad y suscitar una experiencia de amor. Amargura tiene que sentir quien vive “amistad” con un Dios amor, viento, fuerza de vida para envolver a la humanidad en el dinamismo de unas relaciones personales apasionantes.
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