¿Ha resucitado el Señor?
Las puertas de la vida están abiertas, para que, renovados por el Espíritu, vivamos en la esperanza de la resurrección futura…
Es decir que la muerte ha sido vencida, Cristo ha resucitado, y ha derramado su Espíritu, para que bajo su acción se vaya transformando nuestro corazón, y vivamos ya un anticipo de la resurrección futura, con la transformación de nuestro cuerpo y el contemplar cara a cara al Señor. Pues, difícilmente puede haber una resurrección del cuerpo, dice un Padre de la Iglesia, sino hay una transformación del corazón.
María Magdalena va al sepulcro y lo encuentra vacío y vuelve corriendo a los discípulos para decirles: Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde lo han puesto.
Nosotros que vivimos nuestra fe en Jesús Resucitado también nos podemos plantear esta pregunta: ¿Dónde hemos puesto al Resucitado?
Nosotros no tenemos sepulcros vacíos, no tenemos pruebas para demostrar la Resurrección del Señor; pero si todo el sentido de nuestra vida es la fe que nos viene del Resucitado, sí que nos tenemos de preguntar por este Cristo que decimos ha vencido a la muerte. ¿Dónde está? ¿dónde lo hemos puesto? ¿dónde lo encontramos?...
Le decía a un amigo en la mañana de Pascua: ¿Ya has visitado el sepulcro? Y me contestó con una pizca de humor: ¡Sí!, está lleno.
Es posible que esté lleno todavía el sepulcro para muchos cristianos, precisamente porque no han vivido la transformación del corazón, como decía antes, y sin este cambio profundo interior, el camino de la resurrección no aparece claro.
En la breve Historia de la Salvación que escuchamos en la Vigilia Pascual, a lo largo del conjunto de lecturas que se proclaman en la liturgia de la Palabra, se percibe que desde el comienzo de la obra de Dios en el tiempo, todo apunta al corazón del hombre. A que Dios ha entablado con el hombre una relación de amor, mediante la cual Dios quiere trabajar día a día nuestra vida, incidiendo en nuestro corazón.
Cambiar nuestro corazón, como un principio del cambio de nuestro cuerpo. Como el auténtico camino para llegar a la transformación o resurrección de nuestro cuerpo.
Luego, este Cristo Resucitado está dentro de nosotros, obrando por medio de su Espíritu de vida. Si no lo encontramos dentro de nosotros no lo encontraremos en ninguna parte.
María está desconcertada, confusa, triste… y no saldrá de esta situación hasta que se sienta llamada por su nombre: ¡María! María se llenará de luz y de alegría.
Y si acaso no supieres
dónde me hallarás a Mí,
no andes de aquí para allí,
sino, si hallarme quisieres,
a Mi buscarme has en ti.
Será necesario volver hacia el espacio interior en un encuentro personal con el Resucitado, como nos sugieren estos versos de santa Teresa.
Esa experiencia de María Magdalena se repetirá en los días sucesivos con los discípulos de Jesús. Necesitaran un encuentro personal con Jesús; y a partir de aquí es cuando nace la verdadera alegría; una alegría que se busca comunicar, una alegría expansiva.
Los discípulos llegan a ver a Cristo Resucitado, recordando la historia de Jesús, las experiencias vividas con él, reflexionando sobre sus gestos y palabras. Y descubren en la persona de Jesús: el amor de Dios, la compasión infinita de Dios que envuelve con su bondad. Y compartiendo, comunicándose estas experiencias que les llena de alegría y de paz, que tienen necesidad de comunicar y compartir.
Era verdad, ha resucitado el Señor, aleluya. Es el grito nuevo, es la canción nueva. Pero ¿te brota del corazón?
Escribe Benedicto XVI en su encíclica Deus caritas est: Hemos creído en el amor de Dios: así puede expresar el cristiano la opción fundamental de su vida. No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona que da un nuevo horizonte a la vida, una orientación decisiva (nº 1).
Esta experiencia será la que vivirán los discípulos de Jesús con motivo de la Resurrección. Así empezaran a entender que Cristo había resucitado de entre los muertos, Y un nuevo horizonte aparece en su camino, una orientación nueva y decisiva en su vida: empiezan a resucitar con Cristo, y a partir de aquí buscan los bienes de arriba, viven su vida escondida en Dios con Cristo.
Y salimos a la plaza a ser testigos del amor, a anunciar el amor. Ya no decimos hemos creído en el amor, sino hemos visto el amor, lo hemos contemplado, lo han palpado nuestra manos, lo ha hecho experiencia nuestro corazón.