Descenso al abismo del fundamentalismo: Los caballos de Dios


La actualidad de “Los caballos de Dios” cobra especial énfasis cuando el yihadismo se extiende como una gran mancha de horror sobre las sociedades islámicas y como una severa amenaza sobre Occidente. Basada en la novela “Les Étoiles de Sidi Moumen” (2010) de Mahi Binebine nos ofrece una descripción del camino al precipicio de un grupo de jóvenes que desde una villa-miseria marroquí acaban convirtiéndose en hombres-bomba, caballos de Dios, que darán sus vidas sin futuro, segando otras muchas, para alcanzar el paraíso de la perdición.
Un film sobre los cinco atentados suicidas del 16 de mayo del 2013 en Casablanca que ocasionaron 41 muertos y un centenar de heridos. Una decena de jóvenes del barrio de chabolas de Sidi Moumen se inmolaron para salir del desastre y encontrase con un sucedáneo de Dios. ¿Cómo llegaron a detonar sus mochilas cargadas de explosivos?
El director marroquí Nabil Ayouch ya ha demostrado una fuerte preocupación social con películas como Ali Zaoua, príncipe de Casablanca (2000) sobre los niños de la calle o la más reciente Much Loved (2015) sobre la prostitución. Dar el paso de la adaptación de la novela de Binebine supone un fuerte y complejo compromiso al abordar una reflexión sobre los orígenes del fundamentalismo terrorista. Capacitado para mantener una cierta distancia, su origen de madre judía y padre musulmán parece sostener esta actitud, nos ofrece una obra bifronte, entre el documental y la ficción.
La vertiente documentalista se detiene en describir la forma de vida de un barrio-miseria, los planos sobre el mar de chabolas con tejados de uralita, la escenas de familia entre la locura y la pobreza, el bar como puerto de los sin rumbo, el taller de motos como la degradación del trabajo, la droga o el alcohol como experiencias de fuga, la suciedad polvorienta que lo impregna todo.
La ficción trata de describir el proceso del grupo de jóvenes suicidas. Como punto de partida, la ingenuidad de Yachine, que sueña con ser un portero de fútbol famoso, pero que sobrevive gracias a la protección de su hermano Hamid, que cuida de su familia vendiendo droga y endureciéndose en la violencia. Fracaso tras fracaso, sin trabajo, sin la posibilidad de amar, sin familia, solo colgados de la amistad de los sin futuro un rencor denso, una ira soterrada se va apoderando de las personas. Tras la estancia en la cárcel de Hamid entra una cierta luz, las vestiduras limpias o las túnicas, el grupo de los hermanos que se ayudan, la vida ordenada, los tiempos de oración. La religión se convierte en un factor de recuperación de la dignidad y la cohesión social. Los jóvenes de la miseria pasan a encontrar un refugio.
Pero se va desvelando lo que esta realidad esconde. Hay unas técnicas de captación y de formación que muestran una organización religiosa-militar. El imán se convierte en el formador al mando de la nueva vida. El grupo se configura cerrado con el seguimiento cercano de un instructor. Las órdenes vienen de arriba y la red actúa como una gran familia que provee las necesidades pero también exige fidelidades sin reservas. La imagen de Dios se deforma presentándose como un aglutinador tiránico, que da seguridad pero a la vez se impone destruyendo la conciencia personal, la sumisión ya no es piedad sino ceguera. Los que están fuera del círculo son declarados paganos o apóstatas, Dios se hace tan exclusivo que se trasforma en violento. El dualismo (salvados y condenados) se perfila como como fuerza de imposición. De los rezos se pasa a los explosivos.
Para los que nunca pasaron un tiempo en la naturaleza o pudieron bajar a la gran ciudad, el martirio se convierte en una salida que da cauce al pozo negro del odio donde se pudrieron los sueños. Queda un paraíso de mujeres bellas cuando nunca se pudo amar. Agarrados a un Dios vengador que hace justicia exigiendo morir matando.
“Los caballos de Dios” es un testimonio lúcido y urgente. En los barrios-miseria de Casablanca, Túnez o Argel pero también de París, Londres o de nuestra ciudad se lleva fraguando desde hace años un islamismo radical y violento. Hay una fábrica de odio que está explotando dramáticamente. El factor religioso fundamentalista supone una salida a los grupos sociales que se están pudriendo en los márgenes. Hay una organización religioso-militar que superará a la intervención policial. Tenemos un serio problema que no se resuelve con parches. Los caballos de Dios son víctimas pero son jinetes como alegorías del hambre, de la violencia y de la muerte. La intervención social, educativa, política y religiosa es impostergable. El tiempo es inminente. La conciencia crítica de Hamid que se descabalga del desastre es una posibilidad perentoria. Es hora de actuar, ¿a qué esperamos?
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