Óscar Romero 35 años después, memoria y futuro


El ejercicio de la memoria es ante todo la resistencia al olvido. En un tiempo en que la insensibilidad ante las víctimas es el mayor mal de nuestro mundo, el olvido sistemático y la amnesia remota quieren ser una salida en falso ante el miedo. La memoria de Óscar Romero puede ser fecunda para mirar el futuro.
1. Las comunidades de memoria
En 35 años tras su martirio el mundo ha cambiado mucho. Sin embargo, gentes de pueblos muy diversos han mantenido viva su figura, que se ha proyectado y engrandecido enraizada en El Salvador con una dimensión universal. Juan Pablo II es su visita a su sepultura, y después de tener que esperar un buen rato porque al papa no le abrían la catedral, dijo “Monseñor Romero es nuestro”. Esta certeza ha acompañado a muchas personas y se ha ido transmitiendo como si de una vieja tradición oral se tratara. En estos días de encuentros antes de la celebración del aniversario varias personas en Barcelona me han contado su testimonio. “Cuando era chico recuerdo que con mi madre me dio la mano”. “Mi hermana carmelita era una de las tres religiosas que le recogieron cuando le mataron”. “En sus visitas al Vaticano conocí el cambio de un hombre sereno y cordial a alguien carismático a la vez que piadoso”. “El encuentro con Romero cambió mi vida”. “Nací poco después de que mi madre embarazada se tirara al suelo para intentar protegerse de los disparos en su funeral”. Los salvadoreños dispersos por el mundo han mantenido la memoria de Óscar Romero como una campana que apunta a la esperanza después de una guerra civil. Y ahora, cuando ya el pueblo latinoamericano había canonizado al arzobispo del El Salvador, la Iglesia universal da el paso adelante para reconocerlo beato, la memoria es extiende, incluso en liturgia puede llegar a ser obligatoria. Así ha fructificado su forma de “sentir con la iglesia”
2. La santidad como fraternidad desde los pobres
Los pobres han hecho santo, con perdón del anticipo, a Óscar Romero. Su cercanía fue la palabra de Dios que le acompañó y le acercó más profundamente a Jesucristo. La bondad, sus encuentros y el coraje se forjaron en esta cercanía. El pueblo de Dios reconoció en él su representante y mediador. Óscar Romero aprendió a obedecer siendo la voz de los pobres más allá de sus propias fuerzas. Su autoridad, manipulada por todos a la derecha y a la izquierda, la puso al servicio de los últimos porque compartió y se conmovió profundamente por su dolor. Había entrañado el sufrimiento de los aplastados, vejados, torturados, desaparecidos y asesinados que al final de las homilías se convertían en el rosario de una verdad denunciadora y escondida. Este compartir desde el corazón de su pueblo hizo brotar en él la santidad.
3. Uno por todos
En el tiempo de los fabricantes de líderes, de las vanaglorias corruptas y de las idolatrías del éxito la figura de Óscar Romero emerge como pastor y servidor. El sello de su vida, y no una cuenta corriente en un “paraíso” fiscal, le autentifica. Frente a la mentira hecha comunicación de masas la verdad sigue siendo, como siempre, la bondad consumada. Mons. Romero sabía que lo iban a matar, se lo había avisado infiltrados en las Fuerzas Armadas, diplomáticos y también la Santa Sede que le pidió que pasara una temporada en Roma. Pero se negó a abandonar a su pueblo. Su última homilía pidiendo y exigiendo la sedición de los soldados sonó a epitafio. Ya hacía tiempo que se protegía y protegía a su entorno, prefería conducir solo para no ocasionar daños colaterales. Probablemente al final de la propia iglesia puedo ver entrar a su asesino, mientras proseguía con el ofertorio. El sello de su vida fue como el trigo triturado en medio de la guerra fría del enfrentamiento entre EEUU y URSS en aquel pequeño país. Al final, desgraciadamente, no fue uno por todos sino uno más entre muchos, antes y después. Pero este uno hoy representa a todos. Levantado como triunfo de la bondad sobre el mal, recordando que hay algo más, que hay un poder definitivo y trascendente en el amor.
4. Los milagros existen
Algunos andan por la Congregación de las Causas de los Santos buscando los milagros, comprobando si existen, cuando la gente sencilla sabe que los milagros simplemente se presentan. Los milagros son la acción sorprendente de Dios en el corazón del mundo desde las personas rompiendo toda previsión humana. El principal y único milagro nacido del Crucificado es la destrucción del mal por medio del amor, humanamente imposible, divinamente veraz. El milagro de Óscar Romero, el que testificó, es transformar el mal de la violencia y de la destrucción de hermano en disposición de entrega reconciliada. Cuando este milagro irrumpe la bondad se eleva como victoria con las víctimas, sobretodo, y los verdugos para recordar quién es el ser humano. Éste es el hombre. Por eso sugiero que en el paso a la canonización se profundice en el ser de los milagros y dónde verdaderamente existen. La memoria de Óscar Romero ya es un milagro que existe cuando el abismo de la desigualdad se extiende.
5. Peregrinos y compañeros
Cuando le mataron algunos eclesiásticos, incluso cercanos, decían: “Pasó lo que tenía que pasar”, “y qué se esperaba que ocurriera” “se lo ganó a pulso” y “se veía venir”. Ciertamente que nos surge la condena de esta actitud, aunque quizás mejor nos queda el aviso de que estas palabras no se pronuncien en nuestros labios ni en nuestro corazón para encubrir el mal. Como peregrino hubo un momento en que Óscar Romero, alter Christus, debió vivir la experiencia de soledad. Sin embargo, lo cierto es que nunca estaba tan acompañado. También hoy su vida y su figura son paradigma para mirar el futuro. En él se trasparentan la belleza del pastor con los pies descalzos y el Evangelio en la mano, la bienaventuranza de los pobres, la memoria obligatoria de los descartados, la sonrisa del Crucificado. Mons. Romero es compañero para el peregrinar futuro del pueblo de Dios. Memoria comunitaria obligatoria para la iglesia que acompaña el peregrinar de nuestra humanidad bastante rota y malograda donde el mal sigue gravemente amenazante.
Volver arriba