La película para el año de la Vida Consagrada
En el siglo XIX, una adolescente sordo-ciega acude a una institución educativa de las Hijas de la Sabiduría. Allí encargan a la hermana Marguerite la tutela la de joven Marie. La película refleja su proceso de transformación desde el aislamiento asocial a la comunicación y el encuentro. Una historia sobre la educación desde la relación maestra-discípula, donde el crecimiento se hace mutuo y donde el que da recibe.
Jean-Pierre Améris ya nos había acostumbrado a historias que filman el alma, sea en “La vida" (2001) donde se nos cuenta la relación entre una joven madre voluntaria y un enfermo terminal de cáncer, en “Tímidos anónimos” (2011) sobre una historia de amor casi imposible o a la adaptación de la obra homónima de Víctor Hugo “El hombre que ríe” (2012). En este caso y como es habitual realiza una estupenda dirección de las dos actrices, Isabelle Carré que ya había trabajado con Améris y la actriz sorda Ariana Rivoire que nos ofrece un recital expresivo impresionante. El cineasta francés lejos del registro melodramático sabe encauzar la narración, el sentido y la emoción hacia un final verdaderamente significativo. Así mismo, la banda sonora de la violonchelista francesa Sonia Wieder-Atherton resulta un contrapunto esencial en la historia que nos ayuda a acompañar los silencios propios de lenguaje de signos. Nuevamente el chelo viene en ayuda de la voz humana.
Es significativo que se trate de una historia verdadera. Marie Heurtin nació el año 1885 en una familia pobre y con varios hijos con discapacidades graves. Marie había crecido sin pautas educativas cuando a los 10 años ingresó la institución de Larnay, cerca de Poitiers, para niñas sordas. Allí fue acompañada durante 10 años por la hermana Sainte-Marguerite, que le enseñó pacientemente el lenguaje de signos y posteriormente el alfabeto Braille así como el acceso a las nociones abstractas. En lo que sería una importante experiencia pedagógica para adquirir la noción de signo, desde el tacto como canal prioritario. Esto permitió a Marie convertirse a su vez en educadora de jóvenes sordo-ciegas hasta su muerte a los 36 años, once años después de su formadora.
La película en primera instancia es un elogio a los educadores por el compromiso personal hacia el otro que implica constancia, creatividad y capacidad de empatía. Se trata del reto de llegar a la persona aislada en sus sentidos pero profundamente viva e inteligente en su interior. Romper el muro del miedo y la desconfianza que provoca la discapacidad y encauzar las posibilidades de relación personal. Un canto al ser humano que en las mayores limitaciones eclosiona en generosidad y bondad. Así la reciprocidad de educador y educando trasparenta toda la profundidad del encuentro.
Muy interesante propuesta para el año de la Vida Consagrada. Donde se nos muestra una comunidad educativa donde la persona es complementada por la común-unión donde unos ejercen la sensatez, otros el apoyo y otros la entrega generosa. En la película se insiste en la presencia de las religiosas en los márgenes de la sociedad, en los límites de lo humano para allí cuidar y curar a las personas heridas. También se presenta el celibato como una maternidad hacia los no amables como disponibilidad hacia los desahuciados. Y la experiencia del ciento por uno, cuando la reciprocidad consiste no solo en dar sino en aprender a recibir.
En la tradición del cine europeo la cuestión espiritual queda implícita pero de forma significativa. Solamente se cita una vez a Dios para recordar que está en todas las cosas. Pero el final proyecta una mirada trascendente hacia más allá, donde el amor es más fuerte que la muerte, donde la Vida se trasmite y se transforma personalmente. Todo un soplo espiritual vigoroso y renovador.