Con obispos como estos, todas las familias corren serio peligro.
Lo cierto es que, lejos de un maravilloso mundo utópico aguas que corren, campos que florecen, paraísos que brotan, y niños que cantan felices jugando al corro de la patata; las familias se tienen que enfrentar a una realidad que es durísima y que nada tiene que ver ni con los riesgos que pueda suponer con quien se acueste el vecino del primero o el divorcio de la desconocida vecina del décimo. Las familias se enfrentan mensualmente a las hipotecas y a los alquileres de sus viviendas, al teléfono, el agua, la luz, la comida que hay que comprar para comer todos los días, el colegio o instituto de los niños, la búsqueda de empleo o la falta de trabajo, las acuciantes deudas si las hubiere, el fallecimiento de familiares, las suegras/os o cuñados/as impresentables, etc. Realmente, eso es el enfrentamiento contínuo de una familia, y esa es su triste realidad. A veces sobrevienen otras dificultades internas como pueden ser hijos rebeldes o con los cojones cuadrados, la enfermedad en uno de sus miembros, o una discusión acalorada que a veces sobreviene por la falta de tiempo ocasionada por tanto trabajo, etc.
El gobierno de España ha suprimido de un plumazo el subsidio ese de los 400 € y el famoso cheque bebé. La ley de dependencia por ejemplo, todavía sigue sin funcionar como debería. El reagrupamiento familiar de extranjeros, funcionando en muchos casos de puta pena. El fracaso escolar, por las nubes. Etc. Temas hay para preocuparse, y los obispos no se preocupan nada. En cambio los matrimonios gays, los transexuales, reproducción artificial, prostitutas y abortos son hoy por hoy su única preocupación y su única crítica como medios destructores o que ponen en peligro a las familias. Realmente, los obispos se están comportando negligentemente como una cortina de humo que impide ver los verdaderos problemas socioeconómicos que causan fractura o impiden que se constituyan las familias.
Es fácil hablar por parte de aquellos que no pagan una factura de la luz, una factura del gas, una factura de la telefónica, una factura del alquiler o una hipoteca. Les es muy fácil hablar a algunos de ellos que no se cocinan un huevo frito o no planchan, o no se hacen su propia colada o nunca les ha tocado ir a las colas del INEM o dejar currículos en varias empresas esperando a que te llamen. Desde que salen del seminario, muchos de los que hoy son obispos no han vivido la dureza del día a día en sus carnes. Tal vez si la viviesen, se darían cuenta que sus utópicas y literarias creaciones de la familia en el País de las Maravillas son gilipolleces, brindis al sol y que solo consiguen los bostezos de los meapilas que aplaudirían incluso si el obispo se le escapase una enorme grosería en misa.