Año Nuevo, Primavera y Pascuas
A la luz del Año Nuevo oriental redescubrimos raíces pre-cristianas de la Pascua y del mensaje de vida de Jesús. Hubo quien se quejó por la pérdida de símbolos visibles navideños y hasta quien protestó por el árbol de Noel en el Vaticano. Pero la historia recuerda orígenes ancestrales de solemnidades religiosas en festivales autóctonos.
La Navidad “bautizó” las fiestas del solsticio de invierno y la Pascua las de primavera: Paso de tinieblas a luz y de muerte a vida.
En mis primeros años en Japón me admiraba, en Navidad y Año Nuevo, su capacidad cultural para conjugar importación y tradición. En la parroquia jesuita del centro de Tokyo, reparten pases de entrada a la feligresía, para asegurar sitio en las misas de Nochebuena, cuando viene a la iglesia una multitud de personas no cristianas. La liturgia candelaria reúne a orar por la paz sin distinción de creencias. Pero, a la mañana siguiente, se barren de las calles adornos de ángeles y estrellas, sustituyéndolos por pino y bambú de Año Nuevo. Los grandes almacenes cambian el disco de villancicos por el gagaku sintoísta o los acordes de shamisen y koto.
En cambio, la Semana Santa -apertura del curso escolar y festival de flores- pasa inadvertida. Comentaba estos contrastes en mis primeras cartas, hasta que el Año Nuevo me redescubrió la Pascua.
En japonés, el uno de enero es Shin-shun: “Nueva Primavera”.
Ya en diciembre, la caída de las últimas hojas del cerezo se solapa con la aparición de los primeros botones, que en abril deslumbrarán de blancura. Empieza el tránsito, pascua o paso de invierno a primavera.
Oriente nos recuerda que Pascua es Primavera, Pascua florida de vida nueva. Las enciclopedias citan raíces judías de la Pascua cristiana y antecesores pre-religiosos de la Pesaj judía. Tránsito, éxodo y liberación se transportaron al Crucificado que Vive. Se mencionan tres Pascuas: de Ramos, Resurrección y Pentecostés. (Evitemos la aberración nacional-católica de considerar al seis de enero “pascua militar”).
Pero en España o Italia se habla en plural de “las Pascuas” abarcando Navidad y Epifanía. En Murcia decimos “hasta san Antón, Pascuas son”, y a seguir con tortas y cordiales.
Me llegan dos felicitaciones opuestas: una exageradamente purista; otra, interculturalista a ultranza. Reza la primera: “No digo felices pascuas, porque Pascua es en Semana Santa; ni mando un Christmas laicista, sino un navidal de belenes”. La segunda dice: “Felices fiestas, descansadas vacaciones y buena entrada de año”. La primera se pasa, por escrupulosa; y la segunda, por aséptica, no llega.
Prefiero apostando por la carta de Juan, felicitar con su resumen evangélico: “La noticia es que hay Vida desde siempre en la Fuente de la Vida; la vida se manifestó en Jesús y os anunciamos su Buena Noticia, para que compartáis con nosotros la alegría” ( 1Jn 1-4) Esa Fuente de Vida no la ha visto nadie, pero Jesús nos mostró su rostro y la interpretó (Jn 1, 18); os lo contamos para que os fiéis de Él y os dejéis dar vida (Jn 20, 31).
En las clases de bioética seguimos repitiendo la conjugación del bios de la biología con el ethos de la ética. En las homilías, nos recuerdan que la palabra griega para vida, en Juan, no es bios sino zoe: vida eterna, auténtica y verdadera.
Tiene mucho sentido decir en español “felices Pascuas” y llamar Pascuas a esta temporada, comienzo primaveral que culminará en abril en una explosion de vida. De las Pascuas a la Pascua, el tema es la Epifanía de la Vida.
Esta fue la solemnidad Cristiana más antigua, ya en el siglo II, era el Bautismo de Jesús en el Jordán, manifestación de la Vida, a la que siguió el recuerdo de los peregrinos de Oriente: tres Reyes Magos, que ni eran tres, ni eran reyes, ni eran magos, sino caminantes capaces de andar a oscuras siguiendo una estrella.
La celebración de Navidad el 24 de dicembre vino después, en la Roma del siglo III y en la Capadocia del siglo IV. Cuando en el siglo VI se multiplican las fiestas marianas, se fija la Natividad de María el 8 de septiembre, copiándola de la del Bautista el 24 de Junio, y la de la Inmaculada se pone nueve meses antes, el ocho de diciembre. Más tardía fue la determinación de colocar la Anunciación el 25 de marzo. La piedad medieval arraigaría en el imaginario popular los evangelios de la infancia mediante los belenes...
Mientras este recorrido por la evolución histórica, nos ayuda a relativizar sanamente las tradiciones, el contacto con otras culturas y religiones nos descubre la convergencia de fiesta, rito y fe en el renacer primaveral de Año Nuevo –o su equivalencia en el verano fructífero y fecundo del hemisferio sur- y, en cualquier caso, a la vez que revisamos la Navidad, recuperamos la vivencia de las Pascuas como Epifanía de la Vida.
La Navidad “bautizó” las fiestas del solsticio de invierno y la Pascua las de primavera: Paso de tinieblas a luz y de muerte a vida.
En mis primeros años en Japón me admiraba, en Navidad y Año Nuevo, su capacidad cultural para conjugar importación y tradición. En la parroquia jesuita del centro de Tokyo, reparten pases de entrada a la feligresía, para asegurar sitio en las misas de Nochebuena, cuando viene a la iglesia una multitud de personas no cristianas. La liturgia candelaria reúne a orar por la paz sin distinción de creencias. Pero, a la mañana siguiente, se barren de las calles adornos de ángeles y estrellas, sustituyéndolos por pino y bambú de Año Nuevo. Los grandes almacenes cambian el disco de villancicos por el gagaku sintoísta o los acordes de shamisen y koto.
En cambio, la Semana Santa -apertura del curso escolar y festival de flores- pasa inadvertida. Comentaba estos contrastes en mis primeras cartas, hasta que el Año Nuevo me redescubrió la Pascua.
En japonés, el uno de enero es Shin-shun: “Nueva Primavera”.
Ya en diciembre, la caída de las últimas hojas del cerezo se solapa con la aparición de los primeros botones, que en abril deslumbrarán de blancura. Empieza el tránsito, pascua o paso de invierno a primavera.
Oriente nos recuerda que Pascua es Primavera, Pascua florida de vida nueva. Las enciclopedias citan raíces judías de la Pascua cristiana y antecesores pre-religiosos de la Pesaj judía. Tránsito, éxodo y liberación se transportaron al Crucificado que Vive. Se mencionan tres Pascuas: de Ramos, Resurrección y Pentecostés. (Evitemos la aberración nacional-católica de considerar al seis de enero “pascua militar”).
Pero en España o Italia se habla en plural de “las Pascuas” abarcando Navidad y Epifanía. En Murcia decimos “hasta san Antón, Pascuas son”, y a seguir con tortas y cordiales.
Me llegan dos felicitaciones opuestas: una exageradamente purista; otra, interculturalista a ultranza. Reza la primera: “No digo felices pascuas, porque Pascua es en Semana Santa; ni mando un Christmas laicista, sino un navidal de belenes”. La segunda dice: “Felices fiestas, descansadas vacaciones y buena entrada de año”. La primera se pasa, por escrupulosa; y la segunda, por aséptica, no llega.
Prefiero apostando por la carta de Juan, felicitar con su resumen evangélico: “La noticia es que hay Vida desde siempre en la Fuente de la Vida; la vida se manifestó en Jesús y os anunciamos su Buena Noticia, para que compartáis con nosotros la alegría” ( 1Jn 1-4) Esa Fuente de Vida no la ha visto nadie, pero Jesús nos mostró su rostro y la interpretó (Jn 1, 18); os lo contamos para que os fiéis de Él y os dejéis dar vida (Jn 20, 31).
En las clases de bioética seguimos repitiendo la conjugación del bios de la biología con el ethos de la ética. En las homilías, nos recuerdan que la palabra griega para vida, en Juan, no es bios sino zoe: vida eterna, auténtica y verdadera.
Tiene mucho sentido decir en español “felices Pascuas” y llamar Pascuas a esta temporada, comienzo primaveral que culminará en abril en una explosion de vida. De las Pascuas a la Pascua, el tema es la Epifanía de la Vida.
Esta fue la solemnidad Cristiana más antigua, ya en el siglo II, era el Bautismo de Jesús en el Jordán, manifestación de la Vida, a la que siguió el recuerdo de los peregrinos de Oriente: tres Reyes Magos, que ni eran tres, ni eran reyes, ni eran magos, sino caminantes capaces de andar a oscuras siguiendo una estrella.
La celebración de Navidad el 24 de dicembre vino después, en la Roma del siglo III y en la Capadocia del siglo IV. Cuando en el siglo VI se multiplican las fiestas marianas, se fija la Natividad de María el 8 de septiembre, copiándola de la del Bautista el 24 de Junio, y la de la Inmaculada se pone nueve meses antes, el ocho de diciembre. Más tardía fue la determinación de colocar la Anunciación el 25 de marzo. La piedad medieval arraigaría en el imaginario popular los evangelios de la infancia mediante los belenes...
Mientras este recorrido por la evolución histórica, nos ayuda a relativizar sanamente las tradiciones, el contacto con otras culturas y religiones nos descubre la convergencia de fiesta, rito y fe en el renacer primaveral de Año Nuevo –o su equivalencia en el verano fructífero y fecundo del hemisferio sur- y, en cualquier caso, a la vez que revisamos la Navidad, recuperamos la vivencia de las Pascuas como Epifanía de la Vida.