Humanizar el morir
No hay enfermos in-cuidables, aunque haya enfermos in-curables». Así plantea el cuidado terminal un volumen recién publicado (Humanizar el proceso de morir. Ética de la asistencia en el morir, Orden Hospitalaria de San Juan de Dios. Comisión Interprovincial, ed. Fundación Juan Ciudad, Madrid, 2007). Aparece este libro en un momento delicado: hace falta aclarar malentendidos sobre dolor, sufrimiento y muerte, tanto en la sociedad como en el seno de las iglesias.
Hay que informar, acompañar y humanizar; cuidar la calidad del vivir, pero tambien del morir; evitar la obstinación terapéutica; implementar los cuidados paliativos; afrontar sin miedo dilemas éticos de situaciones irreversibles y tomar en serio el alivio apropiado del dolor y sufrimiento.
En vez de enfrentar a la sanidad y la ética, o a ambas contra los medios de comunicación, deberían colaborar los profesionales de estos tres campos para evitar confusiones en la opinión pública, contrarrestar la desinformación científica y deshacer malentendidos éticos.
Dos ejemplos recientes nos dan qué pensar: 1) El daño infringido a la sanidad pública por la politización de denuncias anónimas y la criminaliz ción injusta de profesionales que implementaban debidamente el alivio del dolor, incluida la sedación médicamente indicada, consentida y protocolizada (Me refiero al caso Lamela vs. Leganés. 2) La confusión suscitada por instancias religiosas que confundían el derecho a la justa renuncia a la exageración pseudoterapéutica con la supresión irresponsable de la vida (Me refiero al caso Conferencia episcopal vs. Hospital San Rafael).
Tales confusiones alientan la desconfianza entre pacientes y profesionales. O lo que es aún peor, fomentan una medicina a la defensiva. Ante el temor a la judicialización exagerada de los casos, se cae en dos extremos: pasarse de prolongar tecnológicamente situaciones irreversibles y no atreverse a paliar como es debido dolores y sufrimientos.
La citada obra propugna una bioética más humana y más cristiana.
(Publicado en La Verdad, de Murcia, 19, marzo, 2007)
Hay que informar, acompañar y humanizar; cuidar la calidad del vivir, pero tambien del morir; evitar la obstinación terapéutica; implementar los cuidados paliativos; afrontar sin miedo dilemas éticos de situaciones irreversibles y tomar en serio el alivio apropiado del dolor y sufrimiento.
En vez de enfrentar a la sanidad y la ética, o a ambas contra los medios de comunicación, deberían colaborar los profesionales de estos tres campos para evitar confusiones en la opinión pública, contrarrestar la desinformación científica y deshacer malentendidos éticos.
Dos ejemplos recientes nos dan qué pensar: 1) El daño infringido a la sanidad pública por la politización de denuncias anónimas y la criminaliz ción injusta de profesionales que implementaban debidamente el alivio del dolor, incluida la sedación médicamente indicada, consentida y protocolizada (Me refiero al caso Lamela vs. Leganés. 2) La confusión suscitada por instancias religiosas que confundían el derecho a la justa renuncia a la exageración pseudoterapéutica con la supresión irresponsable de la vida (Me refiero al caso Conferencia episcopal vs. Hospital San Rafael).
Tales confusiones alientan la desconfianza entre pacientes y profesionales. O lo que es aún peor, fomentan una medicina a la defensiva. Ante el temor a la judicialización exagerada de los casos, se cae en dos extremos: pasarse de prolongar tecnológicamente situaciones irreversibles y no atreverse a paliar como es debido dolores y sufrimientos.
La citada obra propugna una bioética más humana y más cristiana.
(Publicado en La Verdad, de Murcia, 19, marzo, 2007)