El destape vaticano: Centenario de la caza de brujas antimodernista
A Jon Sobrino, con gratitud, solidaridad y cariño:
Tenía 26 años Roncalli, joven profesor de historia en el seminario de Bérgamo, cuando se desencadenó la caza de brujas desde la Curia romana, en 1907. Medio siglo más tarde se convertiría en Juan XXIII quien aquellos días parecía sospechoso. A Jon Sobrino le animará encontrarse en tan buena compañía a la hora de recopilar la lista de víctimas del terrorismo inquisitorial.
La Notificatio vaticana contra Sobrino ha sido calificada de “inoportuna”, “inexacta”, “exagerada”, o incluso “suave”, según interpretaciones. Pero quizás el mejor calificativo sea el de obscena, porque ha significado el “destape vaticano”, tras las esperanzas que hizo abrigar en algunos ambientes la encíclica Deus caritas est.
El 3 de julio de 1907 se publicó el decreto Lamentabili, que enumeraba 65 errores sin atribución a personas. Uno de los supuestos errores era “que el catolicismo moderno pudiera reconciliarse con la auténtica ciencia”. Había sentado mal en Roma la famosa frase de Loisy: “Jesús anunció el Reinado de Dios, pero lo que vino fue la Iglesia”.
En su n. 32, el documento del entonces Santo Oficio (hoy Congregación para la doctrina de la fe: mismo cancerbero, con collar diferente) anatematizaba a quienes considerasen irreconciliables los textos evangélicos “con lo que los nuestros teólogos enseñan sobre la conciencia y ciencia infalible de Jesucristo”. (“Nuestros”, subrayado por mí, se refiere a la teología romana escolástica, que hoy sigue siendo referencia para algunas instancias eclesásticas que fomentan la marcha atrás del Concilio Vaticano II con documentos como el recién publicado Sacramentum caritatis).
En septiembre del mismo año 1907 apareció la encíclica Pascendi, retrógrada y negativa, firmada por el Papa Pío X. En noviembre se anunció que quienes se opusieran a la encíclica serían reos de excomunión. Se organizaron ”consejos de vigilancia” en cada diócesis. El cardenal Merry del Val movilizó una “red de informadores” sobre seminarios o escritos “sospechosos”. Un jesuita fustigador de errores, el P. Guido Matiussi, recorría los seminarios exhortando como vacuna preventiva contra la modernidad, mientras los espías vaticanos averiguaban en las librerías qué sacerdotes habían comprado un libro considerado heterodoxo (Entonces eran algunos jesuitas quienes hacían para la Curia romana el papel que hoy hacen otros movimientos, institutos o “entidades”).
Pero Roncalli no tenía miedo. El 4 de diciembre del mismo año, al celebrarse en el Seminario de Bérgamo el tercer centenario del Cardenal Baronio, habló Roncalli con audacia sobre la crítica histórica y el encuentro de la fe con la ciencia. Comparó el siglo XVI con el comienzo del XX para reconocer que la reforma de los estudios católicos era asignatura pendiente. Contra quienes tenían miedo a la hermenéutica científica alemana, señaló el peligro opuesto de quienes eran anticientíficos.
Unos años más tarde le riñeron desde la Curia romana y Roncalli, al salir deprimido de la plaza de San Pedro, se encerró a llorar en una iglesia. Pero Roncalli contaba a su favor con el apoyo de un obispo local tan abierto a la preocupación social, a la modernidad y a la iglesia de los pobres como Radini Tedeschi. No siempre ocurre así hoy. Solidarios con Jon Sobrino, entonamos lo del Cid: “Dios qué buen vasallo, si hubiese buen señor”...
He recordado estos episodios para consolarme por la Notificación contra Jon Sobrino (¡Cómo hay que agradecerle que no haya caído en el servilismo de firmarla!). He releído este anecdotario en un libro que les recomiendo encarecidamente: Juan XXIII, Papa del Concilio, por Peter Hebblethwaite (PPC, Madrid, 2000), sobre todo el capítulo cuarto: En el remolino del modernismo. Releí al mismo tiempo el famoso pasaje sobre “El gran Inquisidor” de Dostoyevski: Si Jesús apareciera hoy en Roma lo crucificarían algunos cardenales.
Pero, para no abandonar el optimismo, recordaré también un episodio del P. Arrupe. Le dijo Pablo VI: “Padre Arrupe, quiero que los jesuitas estén en la frontera y en primera línea, pero cuidado con los abusos y peligros” (Enumeró a continuación del “pero” una lista de peligros y abusos). Al salir de la audiencia, le preguntan al P. Arrupe: “¿Qué le ha dicho el Papa?”. Respondió: “Que llevemos cuidado con los peligros, pero que no dejemos de estar en primera línea”.
Seguro de que Jon Sobrino comparte el buen humor y optimismo evangélico de Roncalli, Ellacuría, Arrupe y, sobre todo, de tantos millones de creyentes pobres y esperanzados, le envío desde estas páginas el más fuerte abrazo en el Señor Jesús.
Tenía 26 años Roncalli, joven profesor de historia en el seminario de Bérgamo, cuando se desencadenó la caza de brujas desde la Curia romana, en 1907. Medio siglo más tarde se convertiría en Juan XXIII quien aquellos días parecía sospechoso. A Jon Sobrino le animará encontrarse en tan buena compañía a la hora de recopilar la lista de víctimas del terrorismo inquisitorial.
La Notificatio vaticana contra Sobrino ha sido calificada de “inoportuna”, “inexacta”, “exagerada”, o incluso “suave”, según interpretaciones. Pero quizás el mejor calificativo sea el de obscena, porque ha significado el “destape vaticano”, tras las esperanzas que hizo abrigar en algunos ambientes la encíclica Deus caritas est.
El 3 de julio de 1907 se publicó el decreto Lamentabili, que enumeraba 65 errores sin atribución a personas. Uno de los supuestos errores era “que el catolicismo moderno pudiera reconciliarse con la auténtica ciencia”. Había sentado mal en Roma la famosa frase de Loisy: “Jesús anunció el Reinado de Dios, pero lo que vino fue la Iglesia”.
En su n. 32, el documento del entonces Santo Oficio (hoy Congregación para la doctrina de la fe: mismo cancerbero, con collar diferente) anatematizaba a quienes considerasen irreconciliables los textos evangélicos “con lo que los nuestros teólogos enseñan sobre la conciencia y ciencia infalible de Jesucristo”. (“Nuestros”, subrayado por mí, se refiere a la teología romana escolástica, que hoy sigue siendo referencia para algunas instancias eclesásticas que fomentan la marcha atrás del Concilio Vaticano II con documentos como el recién publicado Sacramentum caritatis).
En septiembre del mismo año 1907 apareció la encíclica Pascendi, retrógrada y negativa, firmada por el Papa Pío X. En noviembre se anunció que quienes se opusieran a la encíclica serían reos de excomunión. Se organizaron ”consejos de vigilancia” en cada diócesis. El cardenal Merry del Val movilizó una “red de informadores” sobre seminarios o escritos “sospechosos”. Un jesuita fustigador de errores, el P. Guido Matiussi, recorría los seminarios exhortando como vacuna preventiva contra la modernidad, mientras los espías vaticanos averiguaban en las librerías qué sacerdotes habían comprado un libro considerado heterodoxo (Entonces eran algunos jesuitas quienes hacían para la Curia romana el papel que hoy hacen otros movimientos, institutos o “entidades”).
Pero Roncalli no tenía miedo. El 4 de diciembre del mismo año, al celebrarse en el Seminario de Bérgamo el tercer centenario del Cardenal Baronio, habló Roncalli con audacia sobre la crítica histórica y el encuentro de la fe con la ciencia. Comparó el siglo XVI con el comienzo del XX para reconocer que la reforma de los estudios católicos era asignatura pendiente. Contra quienes tenían miedo a la hermenéutica científica alemana, señaló el peligro opuesto de quienes eran anticientíficos.
Unos años más tarde le riñeron desde la Curia romana y Roncalli, al salir deprimido de la plaza de San Pedro, se encerró a llorar en una iglesia. Pero Roncalli contaba a su favor con el apoyo de un obispo local tan abierto a la preocupación social, a la modernidad y a la iglesia de los pobres como Radini Tedeschi. No siempre ocurre así hoy. Solidarios con Jon Sobrino, entonamos lo del Cid: “Dios qué buen vasallo, si hubiese buen señor”...
He recordado estos episodios para consolarme por la Notificación contra Jon Sobrino (¡Cómo hay que agradecerle que no haya caído en el servilismo de firmarla!). He releído este anecdotario en un libro que les recomiendo encarecidamente: Juan XXIII, Papa del Concilio, por Peter Hebblethwaite (PPC, Madrid, 2000), sobre todo el capítulo cuarto: En el remolino del modernismo. Releí al mismo tiempo el famoso pasaje sobre “El gran Inquisidor” de Dostoyevski: Si Jesús apareciera hoy en Roma lo crucificarían algunos cardenales.
Pero, para no abandonar el optimismo, recordaré también un episodio del P. Arrupe. Le dijo Pablo VI: “Padre Arrupe, quiero que los jesuitas estén en la frontera y en primera línea, pero cuidado con los abusos y peligros” (Enumeró a continuación del “pero” una lista de peligros y abusos). Al salir de la audiencia, le preguntan al P. Arrupe: “¿Qué le ha dicho el Papa?”. Respondió: “Que llevemos cuidado con los peligros, pero que no dejemos de estar en primera línea”.
Seguro de que Jon Sobrino comparte el buen humor y optimismo evangélico de Roncalli, Ellacuría, Arrupe y, sobre todo, de tantos millones de creyentes pobres y esperanzados, le envío desde estas páginas el más fuerte abrazo en el Señor Jesús.