Miércoles de Ceniza Adegalzar el ego para fortalecer el yo. Camino cuaresmal.
Claves muy sencillas generadas por niños que se abren a la fe y que entienden que el nosotros es el lugar propio de la personalidad de los que queremos seguir a Jesús. No se tratar de romper la vida sino de entregarla y compartirla para que sea auténtica y se llene de amor y verdaderas riquezas. Ya estamos en cuaresma, todo esta abierto y es posible, vamos a abrirnos al espíritu del evangelio.
| José Moreno Losada.
Adelgazar el “ego” para cuidar el “yo” (Cuaresma 2024)
El psiquiatra Castilla del Pino decía, hace años, que el hombre actual debía adelgazar su yo, ese sentido de la originalidad y singularidad de lo humano, para sentirse así más cosa del mundo. Al comenzar la cuaresma cristiana y su sentido de la vida, al meditar sobre ella entiendo que el evangelio nos propone, frente al psiquiatra, adelgazar el ego para fortalecer el yo.
Donde está tu tesoro
Volver al corazón del niño y dejarse convencer por un amor sin límites para gozar de la vida es un verdadero reto cuaresmal. En estos días recojo tres anécdotas infantiles cercana vividas con motivo de la celebración de las comuniones en nuestra comunidad.
Pilar cuando estábamos en el grupo hablando de sus huchas solidarias para compartir con los más pobres, nos decía la cantidad que llevaba y se quejaba de que sus mayores no le habían permitido echar en su hucha billetes, pues le decían que tenían que ahorrar para ir a Disney cuando fuera la celebración. Lo decía contrariada.
María, que ha ido preparando todos los adornos, pasito a pasito, con sus padres, de un modo manual y personalizado, gozando con la celebración e intentando que no fuera comercializada, echó la mitad de todos sus ahorros y ahora como regalo especial de su fiesta sólo ha pedido una cosa, que le hicieran un vestido especial a su muñeca “Lucía”, la que le acompaña siempre. No quiere ella que falte a su fiesta y pueda celebrarla como ella.
Ángel, que es un arcángel luchador contra el mal, tiene interiorizado que comulgar es compartir, y que tenemos que hacerlo con los que más lo necesitan porque nosotros tenemos de todo. En su deseo celebrativo ha optado por el regalo de la contradicción, quería una caja fuerte y pedía que, en esa caja, los invitados echaran sus regalos monetarios – no quería otros- que él llevaría a la parroquia para llegaran a los necesitados en los proyectos de Cáritas. Así lo hizo, pero quedando claro que la caja fuerte era para él. El dinero le daba igual.
Qué mezcla más curiosa de ayuno, oración y limosna. Si nos hiciéramos como niños o ayudáramos a que aprendieran a entregar el ego para construir su verdadero yo.
Cuaresma en Cristo
La oración, el ayuno y la limosna no pueden entenderse fuera del ser y el hacer de nuestro Dios, del Padre. Ha sido Él quien se nos ha manifestado en Jesús de Nazaret, abriéndonos las puertas hacia la palabra de Vida que hace eco en su silencio, hacia el ayuno que prepara para la plenitud y el gozo, hacia la pobreza que enriquece en la generosidad sin límites, en la riqueza de lo divino hecho humano y de lo humano divinizado.
Cristo es la palabra del silencio de Dios, el pan de su ayuno y la riqueza de su pobreza que nos enriquece.
En el fundamento de estas claves cristológicas –oración, ayuno y limosna- que se nos ofrecen en la comunidad cristiana está para nosotros la revelación del Dios de Jesucristo. Dios, el todopoderoso, no se nos ha mostrado desde el ciclo de la naturaleza, como hacedor de un mundo y dueño de la humanidad separado de la vida y la historia, sino que se ha revelado en su modo hacer y ser en relación con la humanidad y con el mundo. Ahí se nos ha manifestado como Padre y, sólo desde ahí, como creador. Esta paternidad de Dios viene dada para nosotros, según Cristo, en una actitud teológica transversal en la que muestra su vinculación y religación con la realidad en la donación y en la gratuidad:
Dios ha creado por amor y para el amor, por desbordamiento de su corazón y su ternura. Su palabra es fecunda y entregada, es palabra dada a favor de otros como promesa y felicidad (Gn 1). Y una vez dicha su palabra y creada se pone a la escucha de la humanidad y sus necesidades, en medio de la naturaleza, como un servidor en silencio, dándonos todo el protagonismo. Por eso busca a Adán y Eva en el jardín cuando los ve perdidos (Gn 3), por eso escucha el grito y el dolor del pueblo en Egipto (Ex 3), por eso habla con sus profetas y los envía al pueblo, por eso siempre está atento a la oración del hombre, especialmente del pobre y el herido en el camino de la historia. Y por eso se silencia en la humanidad de Cristo (Flp 2, 5-11) para compartir todo con la humanidad, menos el pecado, y recibir todo lo que le duele, le cansa, le agobia, le destruye. Lo toma todo como propio en su hijo: “Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré” (Mt 11,28). Por eso Jesús nos ha enseñado a orar como él: “Padre nuestro…” (Lc 11,1-6), a construir nuestra dimensión orante en silencio contemplativo.
Dios no ha conducido la historia por la vía del poder y la gloria a la luz de los hombres. Ha silenciado ese poder, se ha puesto en pie junto al pueblo en el desierto para ir con ellos a conquistar su libertad, ha entrado en todas sus necesidades y dolencias, en sus fracasos y pérdidas. Ha ayunado de su gloria para que la humanidad encontrara la verdad y la vida, ha ayunado de su poder para atraernos con lazos de ternura y cariño (Ez 16). Y, por último, “ha ayunado de su categoría de Dios, se ha despojado de su rango, para hacerse uno de tantos en Jesucristo, llegando incluso a la muerte y una muerte de cruz” (Flp 2,6-11). Ha ayunado de sí mismo para hacerse comida de nuestra mesa y llevarnos de la muerte a la vida. Su ayuno nos ha dado el pan de la vida eterna. Por eso nos invita al ayuno de su Hijo: “el que quiera ser el primero que sea el último, el que quiera ser el jefe que sea el servidor de todos” (Mc 9,30-37). Ayuno del éxito y el ruido mundano para llenarnos de su gracia y su luz.
Frente a los dioses de la naturaleza y de los sabios, el Dios de Jesús no pide, ni exige, no quita, ni se apropia de nosotros mostrando su poder y su riqueza. Escandalosamente es el “Dios que se da” y que se muestra como “Don”. Su riqueza no está en apropiarse y acumular, sino en darse y deshacerse para que los demás se enriquezcan y se divinicen con su amor y su gracia: “Vosotros seréis mi pueblo, y yo seré vuestro Dios (Lv 26,12-13) … no os he elegido por ser un gran pueblo, erais el más pequeño de los pueblos, os elegí por puro amor” (Dt 7,8). Su riqueza somos nosotros, y su voluntad es hacernos hijos queridos suyos para que todo lo suyo sea nuestro y podamos gozar de su divinidad. Y en el colmo del asombro y la donación, se olvida de sí mismo, se silencia en su poder –“no abría la boca, como dice el profeta (Is 53,7)- para que nos llegue la vida. Nos paga nuestros pecados y nuestras idolatrías –prostituciones- enamorándonos de nuevo, seduciéndonos con su perdón sin límites (Ez 16). En Cristo la limosna ha sido definitiva y eterna: “siendo rico, se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza”. Ayuno del asegurarnos, poseer y acumular.
José Moreno Losada