Tomad y comed...yo estaré con vosotros Corpus Christi: presencia, justicia y caridad
Celebrar el Día de Caridad significa partir y compartir el pan en comunidad, responder a la propuesta de vida que Dios nos hace para aprender a vivir como hermanos, con el corazón y el alma en atenta mirada hacia los demás, para dar la vida y hacer propia la misión de Jesús: amar al mundo y mostrarle lo que Dios le ama.
VÍNCULO DEL PAN PARTIDO EN LA COMUNIDAD
“Lo reconocieron al partir el pan” (Lc 24,33)
Misterio y gracia: tu cuerpo y mi vida
El creador, el padre amoroso, en la fuerza de la pasión por la humanidad, se hizo creatura, y la revolución se estableció en todo el universo, por un absoluto que se hacía señal en un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre. Un sencillo hombre de la historia de cada día, que anduvo por las calles, las plazas, los caminos, a pie descalzo para sentir en su propia vida lo que era la vida de lo humano. Ahí se abrió al misterio del pan de cada día y ahí aprendió a partirlo y a compartirlo. Su propia vida fue entendida como el pan que se parte y se reparte entre los hermanos, lo hizo en todo su vivir diario y lo celebró en la mesa de la entrega definitiva cuando selló una alianza eterna de amor con su cuerpo y con su sangre: “Tomad y comed todos de él”.
No podía morir esta entrega, este amor comprometido, este deseo de justicia y de misericordia sin límites. Lo crucificaron, pero al hacerlo no lo enterraban, sino que lo sembraron para siempre. El amor es más fuerte que la muerte y se impone a ella. El pan partido se empodera del hambre de la humanidad en su deseo de fraternidad y esperanza, para alimentarla como pan de vida eterna. Y ahora todos podemos comer su cuerpo y beber su sangre, todos podemos ser habitados por el Resucitado que, como Dios destrozado, se nos da a trozos para que podamos vivir por El, con El y en El. Ya nada nos podrá separar de Él y todo nos vinculará como hermanos con nosotros y con toda la creación. La eucaristía es la pascua de la creación.
La comunidad cristiana que celebre la Eucaristía ha de tener una fe viva con dimensión social y caritativa. Los Santos Padres nos decían que, si no hay justicia, la Eucaristía se vacía de sentido, no podemos ni recibir ni adorar a Cristo en la Eucaristía, ni acercarnos a él, sin pedir el «pan nuestro de cada día», el de la dignidad de todos los seres humanos y de saber pedirlo con nuestras vidas diarias.
La verdadera adoración a Cristo en el misterio de la Eucaristía nos lleva a reconocerlo en el rostro de todos nuestros hermanos, especialmente en los más necesitados y crucificados de la historia. No podemos olvidar los creyentes que, en ese Pan bajado del cielo, precisamente ahí, está presente el Crucificado que ha Resucitado. Necesitamos altar, sagrario y vida, sin separarlos. Por tanto, no impidamos a Cristo estar realmente presente allí donde Él quiere estar para llevar su Evangelio de dignidad, verdad y justicia. La presencia real de Cristo en la Eucaristía nos está pidiendo entrar en el verdadero camino del amén cristiano, aquél que se verifica en la entrega radical a favor de los hermanos con el deseo que tengan vida abundante. Hoy, como nunca, el reto está en que la presencia real de Cristo llegue como sanación, consuelo, verdad y libertad a todos los que sufren en el alma o en el cuerpo.
José Moreno Losada