Octavario de oración por la unidad de los cristianos ¿Crees esto? Con Jesús en Betania
Ayer celebramos una oración solemne en el templo jubilar de la Inmaculada Concepción en Villanueva de la Serena, en el convento de las concepcionistas. Fue realmente un momento de adoración, silencio, canto, contemplación junto a las hermanas. La vigillia muy preparada por el sacerdote Nicomedes Silos Montero y participada por personas sencillas de la feligresía, con jóvenes que lo auxiliaron en la liturgia. Para mí fue una verdaera Betania de descanso, sosiego, fraternidad, mirada profunda y oración. Me llamó la atención la reflexión preparada para contemplar la escena de Martay María, y el sentir de esas "Betanias" que todos necesitamos y que nos conducen a la unidad. Os hago partícipes con alegría para que tambén vosotros podáis sentir la emoción y la profundidad que yo tuve junto a ellos en Villanueva. Gracias.
| Nicomedes Silos Montero (Villanueva de la Serena)
Sentirte en tu casa
Betania era una aldea; pero no una aldea más en la vida de Jesús. Era ese lugar en el que Él se sentía como en su casa: lugar de acogida por unos amigos, lugar de descanso, para sentarse a una mesa y compartir tantos y tantos momentos y conversaciones; lugar de recuerdos de quienes ya no están; espacio de bromas y de correcciones. Todos necesitamos estos lugares en nuestras vidas, rodeados de quienes queremos y con quienes nos encontramos y celebramos la vida porque te sientes amado. Aquí compartimos con los demás nuestras inquietudes, miedos, proyectos, sueños, alegrías, tristezas; y construimos historias, nuestra historia y la de quienes nos acompañan.
La familia del corazón
La familia, los amigos, son tu gente, tu raíz, a la que vas y vuelves porque sencillamente siempre están ahí. Y en este espacio tiene mucho valor la gran familia de la fe. No la has buscado ni la has elegido; es un regalo del bautismo por el que Dios nos encontró dándonos la primera acogida. Él, que es amor fiel, abre sus brazos para que reposes y crezcas en ellos: es el que mece nuestros sueños y nuestros miedos; es quien nos abraza en la inseguridad. Es el Dios de Jesucristo al que todos los que se acercan los hace sentirse en su propia casa. Bendice nuestras vidas, nuestros anhelos, acuna nuestros miedos; y fortalece la vida en medio de las lágrimas.
Betania es un lugar de encuentro; todos necesitamos estos lugares de encuentro, de celebración, de vida, de fe.
La necesidad del cuidado y el encuentro
Porque, ¿quién no necesita un amigo, un confidente, un acompañante, una familia? Son quienes más se preocupan por ti, están atentos a ti, preocupados por tus situaciones complejas y alegres en tus éxitos y retos conseguidos. Aquí se escriben diferentes relatos, se tejen historias nuevas, se trazan mapas diversos, pero acaban siendo lugares de plena confianza, de mutua aceptación y permanente ayuda. Están sostenidos por una amistad sin fisuras, una preocupación constante y por un respeto sagrado. Es decir, que nos necesitamos para ser quienes somos y como somos. Betania es lugar de seguridad, bienestar, refugio, amistad, confidencia.
Jesús amigo en la intimidad
Y en medio de esta historia, como un protagonista más, estaba Jesús en aquella aldea; acogido por aquella familia de hermanos: Marta, María y Lázaro. Sentado con ellos, con vecinos, con sus discípulos; abriendo a todos ellos la sabiduría del Reino de Dios, novedad en aquellos corazones inquietos como el vino nuevo en Caná de Galilea que hay que degustar y brindar. Una enseñanza que dejaba a María absorta sin preocupaciones ante sus invitados porque había escogido la mejor parte; que descubría la inquietud y la inseguridad de Marta que no paraba, que deseaba complacer en todo.
La conversación en la verdad
En aquella casa de Lázaro escucharían a Jesús hablar de amistad y de entrega; de fidelidad y de escucha; de siembra y crecimiento; de pérdida y de encuentro; de compasión, misericordia y fiesta; de perdón y de reconciliación; de pastoreo y de pesca abundante; de llamada y de seguimiento, …. Escucharían hablar de un Reino de Dios que es como el gran campo sembrado abundantemente por su palabra, por su gracia, por su amor.
Pero también de una cosecha desigual según la tierra germina y produce fruto. En la vida hay de todo: pesca abundante o cansancio tras un trabajo sin recompensa; tierra árida, pedregosa, entre zarzas o fértil; seguimiento o vuelta atrás con mirada pesarosa; gratuidad o búsqueda de primeros puestos; tender puentes o crecer en los conflictos; mirar mis razones y no adentrarse en otras razones; … hay ritmos diferentes; procesos complejos, errores no admitidos y otros más que perdonados; episodios diferentes en la vida donde nos sentimos muy fuertes o muy débiles.
¿Dónde poner nuestra mirada?
En la Comunidad de fe que ha de ser una comunidad fraterna, abierta, acogedora y comprometida con este Reino de Dios que, en Jesús y en los dones y carismas del Espíritu, brota en tantas y tantas “Betánias” de nuestro mundo y de nuestra historia. La fe es nuestra casa, es nuestro refugio y es nuestro lugar de encuentro con Dios y con los hermanos. Este es el horizonte de la Comunidad Cristiana porque es Jesús quien nos une; y en las páginas del Evangelio, de las historias vividas y compartidas tenemos que ir intuyendo los signos de esta unión: entre discípulos y amigos que escuchan y siguen la voz del único Pastor que abre la puerta del único redil de aquellos que se convierten en hermanos. Unión de quienes le quieren y Jesús es piedra angular de unidad; y compartiendo su camino nos descubrimos en su presencia como peregrinos y compañeros de una misma esperanza.
Betania plural y unida
Nos llama hoy a una nueva Betania, lugar para vivir la calidez de las relaciones humanas; la acogida del otro que, a pesar de diferencias, también quiere y ama a Jesús; el lugar de la aceptación, de la celebración y del envío a los demás hermanos para servirles de verdad.
Nos reconocemos tantas veces diferentes en sensibilidades y capacidades, en historias y en carismas, en formas, miradas y ministerios; todo esto puede ser una riqueza si estamos unidos en lo más importante y en el más importante: la presencia de Dios en nosotros; a pesar de nuestras debilidades, porque su Espíritu nos alienta y nos quiere sanar, nos impulsa y nos llena de posibilidades y de encuentros; nos despierta y nos serena; nos tranquiliza y nos urge a llevar por el mundo su buena noticia que habla de verdad, de amor, de entrega, de propuesta y de proyecto de vida.
Tenemos que orar porque Dios quiere hacer de nuestras “Betanias”, a veces rotas por la muerte del amigo, la tragedia de la separación, la oscuridad de la falta de entendimiento, la fosa de buenas intenciones de amistad y de fraternidad ... que las convirtamos en una comunidad de encuentro donde todos tengamos cabida, casa, hogar, aceptación, escucha, ayuda y unidad fraterna.
Y así, otra vez de nuevo, como María y Marta, nos pongamos en marcha; en este camino de ida y vuelta; de subida y bajada, pero al estilo de Jesús. Subamos a la montaña de la transfiguración y bajemos a la debilidad de lo cotidiano; para no quedarse anclado en miradas y recuerdos que no consiguen ni sanar heridas ni abrir encierros; sino convertir estos sencillos encuentros en oasis para escucharnos, dejarnos querer y hacer que la tierra de este mundo y de nuestra fe cristiana sane heridas pasadas y pueda, con signos de unidad y de fraternidad, bendecir nuestro mundo y nuestra historia. Lo más importante es que brotará de nuevo la vida; y ésta, resucitada, en Aquel que nos llama a salir fuera de errores y oscuridades.