Bautizados, confirmados y enviados, en sinodalidad Un obispo de la sinodalidad: Sebastiá Taltavull
Reflexiones ante un pastor de evangelio y vida: Sebastiá Taltavull, desde su carta pastoral : "Bautizados, confirmados y enviados". Un modo de ser y de hacer Iglesia desde el concilio y en respuesta al mundo de hoy. Al hilo de Evangelii gaudium, Laudato si, Aepiscopalis communio.
(Desde una carta pastoral de sinodalidad y comunión)
El punto de partida:
Molinos al viento del espíritu, en pie y dinámicos pero llenos de realismo en la realidad eclesial, social y cultural de Mallorca. Nada más pastoral que saber analizar el momento y adentrarnos en él, no con nuestro espíritu, sino con el de Jesús resucitado que viene a dar vida donde hay muerte y ánimo donde hay desencanto.
Recuperando la clave catecumenal y misional de la Iglesia:
Con el sentir del apóstol Pablo que tuvo que generar cristianos en puertos y caminos muy diversos, en Corinto y otros, nuestro obispo se basa en claves fundamentales para saber quiénes somos y qué somos en medio del mundo que nos rodea. La imagen del cuerpo y de los miembros elegida como introito nos descubre una dimensión estructural de su pensamiento y sentir eclesial.
Una sola misión, una sola comunidad para realizarla en la diversidad enriquecedora del Espíritu, que es maestro de comunión para la misión. Con conciencia clara de que la misión se fundamenta en el Padre, por el Hijo con la fuerza del Espíritu, que nos envía a todos como una sola comunidad para que con verdadero espíritu hagamos una iglesia de todos, un verdadero pueblo de Dios. Esto hemos de hacerlo en un cambio de época y con los signos de los tiempos que nos acompañan. El bautismo y la confirmación son sello firme de pertenencia al Pueblo y la misión, es lo que más nos une y lo que más vale. Todo lo demás ha de estar en referencia a esta visión bautismal de la iglesia y de todos sus miembros, es en la originalidad y autenticidad de este bautismo donde está el ser y el hacer de la Iglesia. Su claridad es meridiana en esta perspectiva eclesial.
Con el evangelio de la gratuidad en el corazón
La Palabra y el pan no son elementos complementarios en el quehacer de una iglesia diocesana, sino la dimensión eucarística de la misma. Si Eucaristía no hay Iglesia, y esto es algo más que “la misa” entendida como rito. Nos invita el obispo a ir a lo esencial del evangelio: escuchar la Palabra de Dios en nuestro corazón y vivir en la gratuidad total a la que nos invita en la confianza en la providencia del Padre. Vivir en la generosidad de lo recibido buscando aportar a lo común y construir la comunidad del amor y de la compasión. Palabra y vida, articulación que viene exigida por la encarnación, muerte y resurrección de Cristo. No hay nada que no esté llamado a ser bendecido, transformado y querido.
Enredados por la comunión y la vinculación en el Espíritu
La llamada viene rodada desde los principios anteriores, aquí nadie se salva solo, ni posee la verdad, ni es el maestro, ni el padre…aquí estamos llamados a la comunión con el que es la verdad, tiene el magisterio y nos da la vida. De una forma sencilla, nuestro obispo se entiende como un servidor que tiene como misión más que adoctrinar, dirigir, juzgar, inspeccionar…hacer comunidad de todos y con todos. En esta barca no sobra ni una astilla, sólo hay que buscarle su sitio apropiado, su encaje para que una y anime. No es desde el juicio y la exclusión sino desde el amor compartido en familia y comunidad. Trabajo arduo en un cultura líquida con tinte de individualismo, que ha colado hasta en el interior de nuestras comunidades y clero.
El sábado para el hombre, venidos para servir
El principio claro de unas estructuras que sean encuentro y no fronteras, incluyan y no excluyan, salven y no condenen, ha de ser el que rija todo ser y hacer de la iglesia, desde los servicios ministeriales más universales como el papado, hasta el servicio concreto y esencial de una catequesis en una parroquia. Nos dice el pastor que en esa clave ha de entenderse el obispo, el sacerdote, el diácono, los religiosos y toda responsabilidad ministerial y laical dentro de la iglesia.
Con Cristo, su palabra y su mesa
La centralidad de Cristo, al que recibimos como palabra de Vida y pan comulgado, es irrenunciable para la espiritualidad cristiana, para la construcción de la comunidad, para el servicio del mundo. Para eso tenemos que rescatar la originalidad de su persona para más amarle y seguirle, hemos de desnudarnos ante su palabra y dejarla abundar en nuestro corazón con profundidad y también hemos de abrirnos radicalmente al pan partido que hoy como nunca nos llama a un humanismo nuevo, universal, compasivo y comprometido con los más vulnerables de la historia, del mundo. Nos invita Taltavull a refundarnos como iglesia del Domingo, del resucitado y su espíritu en nuestros corazones y en la comunidad. Volver al gozo del evangelio hecho pan compartido y celebrado.
Por los caminos de una conversión verdadera tanto personal como pastoral
Lo advierte con claridad, el cambio de estructuras no se dará sin un cambio de corazones tanto en lo personal como en el servicio pastoral en las comunidades cristianas. Los planes sin espíritu no cumplen promesas, hacer y proponer con el espíritu convertido de la necesidad, desde la debilidad y los límites, pero todos confiando en el Padre y apostando por lo común y la bueno será el camino de lo cristiano y lo humano. Nuestra mayor aportación será nuestro corazón convertido y esperanzado.
En familia, iglesia hogar, en salida y samaritana
Es cierto nos lo jugamos en cosas tan esenciales como que la iglesia ama cada familia y habite en ella, como que cada iglesia, cada comunidad, sea realmente un hogar familiar de encuentro y de vida, de consuelo y ánimo, de perdón y esperanza. Este y no otro ha de ser el ambiente eclesial y el pastor saber que ha de abundar el espíritu de la paternidad divina. Corazón de madre que ha de priorizar el camino para el encuentro y la capacidad de curar y sanar heridas.
Como levadura en la masa: laicado en el corazón del mundo.
No hay vuelta atrás el evangelio urge y el concilio nos lo reclama: un laicado que sirve en medio del mundo el evangelio de la compasión, que ordena las cosas de cada día según Dios. Nada nos es ajeno en todo hemos de encarnarnos, cargar y encargarnos del mundo con amor. Sin laicado adulto y militante no es posible ser levadura ni grano de mostaza en la tierra de lo humano.
Desde una Iglesia que sabe de purificación y reforma, de renovación y creatividad para nuevos campos y nuevas situaciones.
No hemos de tirar nada, pero no todo vale, hemos de purificar todo para que sea más auténtico y evangelizador, desde nuestra querida piedad popular hasta nuestros movimientos y asociaciones. No todo vale para el reino, toca discernir y optar. El discernimiento ha de llevarnos a considerar los asuntos nuevos que son urgentes y que requieres respuestas tan nuevas como las situaciones a las que responden. No podemos seguir echando vino viejo en odres nuevos. Consuela ver la inquietud del obispo por ser iglesia de este mundo concreto y real, capaz de hacerse para responder evangélicamente a lo nuevo.
Del clericalismo al ministerio del servicio.
Se invita el obispo a sí mismo a ser “minus” para servir al “magis”. Nos recuerda que se trata de la jofaina y la toalla, de dar la vida por las ovejas. La clave la ha dado el papa y la subraya nuestro hermano: delante, en medio, detrás del rebaño, y siempre al servicio de todos atentos y velando. Esta es la verdad del ministerio, la seducción de la entrega, por ahí ha de andar la llamada al sacerdocio, el deseo de vocaciones sacerdotales. Y en el mismo camino la riqueza de la vida religiosa que se hace pasto y buen pan para el pueblo en el deseo de vivir las bienaventuranzas a ras de tierra, en medio del pueblo para que tengan vida abundante. Todo un ejército para la compasión y la sanación de un mundo herido y sufriente. En la misma onda y clave todos los matrimonios cristianos sacramentos del amor más puro de Dios en la unión y en la entrega en la construcción de familias que sostienen y colaboran con la salvación del mundo. Me encanta la postura de hermano y de pastor ante los sacerdotes que están apartados de su ministerio por una secularización, a veces mal entendida, ese modo de hacer comunión me parece nuevo y necesario.
Por un humanismo justo y solidario
“La carne el quicio de la salvación”. No hay anuncio del evangelio ni de la resurrección de Jesucristo que no pase por justificar la historia e iluminarla en la esperanza de la fraternidad y de la salvación verdadera que tiene que ver con la liberación de lo humano, de lo digno y lo justo. La iglesia no será verdadera si no apuesta por la justicia y la verdad de lo humano. Los derechos y la justicia universal han de estar en la mesa de la palabra, del pan, de la comunidad, y esa apuesta ha de llegar a la calle, a la sociedad, a las estructuras económicas, sociales, políticas, culturales. La propia Iglesia en su interior ha de sanarse profundamente de lo inhumano y lo injusto para poder ser creíble. La opción comprometida por llevar el evangelio a los más pobres pasa por ponerse de su lado y darles la parte de la herencia que les pertenece, la buena noticia del evangelio para ellos.
Para ser santos como Dios nos hace
Todo ello en el marco de una comprensión de la felicidad vinculada con la santidad, la que se ejerce en lo ordinario y en lo sencillo, tan cercana como la puerta de al lado. Entender la santidad desde la perspectiva unitaria e integral del espíritu encarnado y del cuerpo almado, referido a cada persona, a la humanidad, a la naturaleza, y a nuestra relación con Dios, es el horizonte último que lo que somos y hacemos como personas creyentes vinculadas a Cristo resucitado y formando parte de su cuerpo. Sabemos que habrá un día en que todos seremos todo en Cristo Glorificado, y entonces solo entonces, estaremos contentos con la alegría de los santos, la alegría de Dios.
Agradecimiento personal
Realmente ha sido un gozo ver este proyecto, tan abierto como fundamentado, para ser guía de una comunidad diocesana que busca autenticidad y originalidad, para ser Iglesia fiel a Dios y a los hombres en este mundo de hoy, en ese lugar entrañable de Mallorca. Considero que estas líneas pastorales marcadas tan claramente y a las que me he acercado, dan cuenta sin más del deseo de bondad pastoral que habita en este hermano nuestro, en su apuesta por un trabajo de comunión realmente abierto al evangelio y a la misión que tenemos encomendada. Yo me congratulo con esta lectura, aprendo de ella, y agradezco a Dios el gozo de laicos profesionales cristianos que se han metido a fondo a ser y hacer iglesia, acompañados por este pastor. Laicos profesionales que se están renovando y creciendo en esperanza, amor y fe eclesial. El camino está abierto y el Espíritu está con nosotros, que este espíritu sinodal brille y se imponga en nuestras iglesias por la fuerza de corazones vivos y comprometidos.
Gracias, Sesbastiá Taltavull.
José Moreno Losada. Consiliario general del Movimiento de Profesionales Cristianos de Acción Católica.