Nos amó hasta el extremo Por la señal de la santa cruz: Viernes Santo
Una Iglesia que no sufre persecución viviendo en un mundo injusto, lleno de pobreza y desigualdad, ha de preguntarse si está sirviendo al Reino de Dios, a la causa y al nombre de Jesús.
¿A quién vamos a ver en el rostro del crucificado este año en el que estamos asolados por esta pandemia y en este confinamiento?
VIERNES SANTO: POR LA SEÑAL DE LA SANTA CRUZ
La cruz sencilla que Dios quiere nos dice san Pablo:
"El lenguaje de la cruz, en efecto, ... es poder de Dios ...Dios ha querido salvar a los creyentes por la locura del mensaje que predicamos. Porque mientras los judíos piden milagros y los griegos buscan sabiduría, nosotros predicamos a un Cristo crucificado, que es escándalo para los judíos y locura para los paganos. Mas para los que han sido llamados... se trata de un Cristo que es fuerza de Dios y sabiduría de Dios..."(1Cor 1,18.21-24)
Necesitamos recobrar continuamente este lenguaje, esta señal, lo cual es imposible sin los crucificados de nuestro mundo actual, recobramos la señal cuando los recobramos a ellos. Ahora los crucificados vienen señalados además por esta pandemia, sumándose a la larga historia y listas de sufrientes inocentes. La cruz, que viene con el Reino, no es la designación de los males en manos del Padre, sino la contradicción que engendra el anuncio del Reino a los más débiles, que desajusta toda estructura aseguradora e injusta. Las resistencias personales, culturales, económicas, ambientales, religiosas e incluso de los mismos pobres y familia, hasta la de los propios discípulos son las que elaboran el verdadero material de la cruz. Pero tal cruz no es sino un signo del camino real del Reino: "Dichosos vosotros cuando os insulten, os persigan o digan contra vosotros toda clase de calumnias por mi causa. Alegraos y regocijaos..."(Mt 5,11-12) Ponte a ser manso, transparente, justo, misericordioso, pacífico y sentirás el peso de la cruz de los que en este mundo solo quieren violencia, poder, engaño, indiferencia, gozo y placer. Una Iglesia que no sufre persecución viviendo en un mundo injusto, lleno de pobreza y desigualdad, ha de preguntarse si está sirviendo al Reino de Dios, a la causa y al nombre de Jesús. La Iglesia que anuncia a Jesucristo, y da testimonio de Él, ha de andar por caminos que le cargan la cruz; cruz que es signo de buena noticia de liberación para los crucificados de nuestro mundo, noticia de un Dios compasivo y misericordioso.
Frente a un sistema del placer absoluto y de una humanidad indolora, del bienestar individual y desvinculado, en estos momentos tan duros se nos está llamando a desarrollar la cultura de la entrega y del compromiso, que a veces es dolor a favor del hermano dolorido para calmarle y consolarle, como están haciendo miles de profesionales y ciudadanos, recuperándolos para la vida, siendo testigos vivos del Jesús- Buen samaritano. Este dolor entregado en el amor para dar vida es presencia del crucificado- glorificado que vive para siempre y que transforma dolor en gloria y sufrimiento en alegría
¿Dónde están los crucificados que dan la vida? No los busquéis en los palacios, ni en los templos del éxito y del poder, miradlos en lo sencillo y en lo pequeño de cada día: los sanitarios, los limpiadores, las cajeras, los vecinos, la hija que cuida a su madre con alzheimer desde hace años, los padres que tienen a su hijo con Síndrome de Dowm como el centro de su casa; el empresario que contrata a un disminuido físico, la esposa del alcohólico que apuesta por él y lo quiere de verdad, la asociación que le acoge con dignidad y le ayuda a resucitar, la que lava a su vecina sola y enferma, y le lleva de comer sin que se entere nadie, el animador que da la vida por los jóvenes para que encuentren el camino de la vida; el que se mata para que funcione el coro; el médico que conoce y ama a sus pacientes, el que dona los órganos de su hijo fallecido en accidente para que le de vida a otros, el niño que da lo que recibe en la comunión para un proyecto en África y rechaza un traje ostentoso haciéndolo con el de su primo, el que da un tanto por ciento significativo de su sueldo para cáritas y ya está dando para los efectos de este virus en los más pobres, el voluntario en el asilo, y cuantos más… la madre que da toda su vida por sus hijos, la que adopta un niño abandonado…¿A quién vamos a ver en el rostro del crucificado este año en el que estamos asolados por esta pandemia y en este confinamiento?
Una cruz, no elegida sino aceptada en la mayor simplicidad, sin ningún adorno ni distracción, cómo quería León Felipe que le hiciera su cruz para la mesilla de noche en medio de su enfermedad:
“Hazme una cruz sencilla, carpintero...
sin añadidos ni ornamentos...
que se vean desnudos los maderos,
desnudos y decididamente rectos:
los brazos en abrazo hacia la tierra,
el mástil disparándose a los cielos.
Que no haya un solo adorno que distraiga este gesto:
este equilibrio humano de los dos mandamientos...
sencilla, sencilla... hazme una cruz sencilla, carpintero.”