"El miedo aturde las calles desde algunos medios y partidos políticos" 'Fuego en el mar': la tragedia migratoria, entre el documental y la ficción
"De este verano me queda el agua (del Mediterráneo junto al Open Arms) y el fuego (Canarias y Amazonía)"
"¡Quién dirá que el agua lleva/ un fuego fatuo de gritos!", que decía García Lorca en la Baladilla de los tres ríos
"Al menos 1.151 inmigrantes murieron en el Mediterráneo central desde que Italia cerrara hace un año sus puertos a las ONG que rescataban personas"
"Al menos 1.151 inmigrantes murieron en el Mediterráneo central desde que Italia cerrara hace un año sus puertos a las ONG que rescataban personas"
| José Luis Pinilla Martín sj
Un joven refugiado salvado del mar mientras se somete al proceso de identificación, de repente, “me mira” de forma sostenida a través de la cámara que le está rodando. Un grupo de nigerianos “me relata” sus horribles sufrimientos y lo convierten en una oración. Otro refugiado ”me enseña” sus heridas en el rostro mientras llora lágrimas ensangrentadas. Y yo no alcanzo a enjugárselas. Como tampoco pude sostener la mirada del primero. Aunque sí pude musitar una oración con los segundos, pero a miles kilómetros de distancia, viendo de nuevo este verano la película “Fuego en el mar”. “¡Quién dirá que el agua lleva/ un fuego fatuo de gritos!”, que decía García Lorca en la Baladilla de los tres ríos.
Quería desde hace tiempo escribir sencillos artículos sobre los Cuatro Elementos de la naturaleza. Se ha hablado de ello en la Antigua Grecia, en leyendas y cuentos de la antigüedad (celtas, indios…) y aparecen en la literatura de cada país de una u otra forma, ya sea en poesía o en prosa: Tierra, Agua, Aire y ahora Fuego. De este verano, me quedan dos: el agua (del Mediterráneo junto al Open Arms) y el fuego (Canarias y Amazonía). Revisar este documental me ha facilitado escribir sobre ello. Más adelante lo haré sobre los otros dos.
En “Fuego en el mar”, Oso de oro del Festival de Berlín 2016, encuentro un admirable cruce entre lo documental, la ficción, la tragedia y la poesía que me acerca a lo cotidiano. Lo trágicamente habitual de las tragedias migratorias del Mediterráneo y la cotidiana indiferencia de un mundo que ha perdido (según la franciscana y papal advertencia permanente) la capacidad de llorar. El director italiano Gianfranco Rosi, originario de Asmara, la capital de Eritrea, ha tenido el valor y la dignidad de acercarse a esta cruda realidad que ha puesto en la picota a una Europa que ni ha sabido entenderlo (¡ni quiere hacerlo, acercándose vertiginosamente al suicidio!) ni ha sabido implementar las medidas y decisiones necesarias para resolver la mayor tragedia humanitaria tras la segunda guerra mundial. De ellas la imagen más clara y sintética es la tragedia humana y social vivida por el Open Arms y la respuesta tan falta de ética y de compromiso social y humano que por puros intereses políticos, estratégicos, electorialistas etc se ha dado en los estados europeos , especialmente Italia y España junto a los ribereños del Mediterráneo que hubieran podido actuar.
Años atrás, cuando se produjeron tragedias humanitarias parecidas por el horror de la segunda guerra mundial, los barcos pesqueros de la isla de Lampedusa –donde se enmarca la película– temían aquel fuego de mar generado por los navíos de guerra, que iluminaba la noche con sus disparos y proyectiles. En concreto, el título de la película (Fuego en el mar) hace referencia a una canción siciliana en tiempos de guerra, sobre el bombardeo de un buque de guerra italiano en 1943, Maddalena, en el puerto antes de la rendición de la isla a los aliados, y cómo las llamas iluminaron la noche en aquel día: “Che fuoco a mare che c’è stasera”.
Años atrás, cuando se produjeron tragedias humanitarias parecidas por el horror de la segunda guerra mundial, los barcos pesqueros de la isla de Lampedusa –donde se enmarca la película– temían aquel fuego de mar generado por los navíos de guerra
Estos tiempos actuales tan crueles, setenta años después, ofrecen de nuevo otros fuegos en el mar: al menos 1.151 inmigrantes murieron en el Mediterráneo central y cerca de 10.000 fueron devueltos forzosamente a Libia desde que Italia cerrara hace un año sus puertos a las ONG que rescataban personas en esta peligrosa ruta marítima. La respuesta de los gobiernos europeos a la crisis humanitaria en el mar Mediterráneo y en Libia ha sido una carrera hacia el abismo, mientras muchas voces (las eclesiales entre otras siguiendo el impulso del bendito papa Francisco) trataban de denunciar la política de “deshumanizar" y “criminalizar” a los migrantes por "fines políticos". De esto también ha habido también por desgracia algunas voces cristianas , algunas con el crucifijo como bandera y otras acusando al mismo papa Francisco de entrometerse en política. En 20 años, han intentado desembarcar en sus playas más de 400.000 inmigrantes. Más 15.000 murieron en el intento… Fuegos de la desesperación y de la huida, fuegos del llanto y la desesperación, fuegos, fuegos…¡Fuegos inacabables!
Fuegos de residuos humanos heridos de otras guerras. Emigrantes procedentes de diferentes países, que intentan cruzar el mar huyendo del hambre que desayuna miedo. Y este inunda los continentes. Y muchos, personal y colectivamente (¡criminales!), lo convierten en amenaza porque el miedo ( “No se trata de migrantes, se trata también de nuestros miedos”, dice el papa Francisco) aturde las calles desde algunos medios y partidos políticos. E incluso amenazan (o los estigmatizan) a los que “se atreven” como el Open Arms (y otros parecidos de ejemplar tarea) a salvar vidas humanas. Repito: “¡Quién dirá que el agua lleva/un fuego fatuo de gritos!”.
Pero no solo en el mar, sino en la tierra. Recuerdo que por los tiempos de la emisión de la película, la ONU había logrado conducir convoyes humanitarios en Alepo. Pero los ataques por parte de El Asad, más los bombardeos sin control alguno de la aviación rusa y siria –incluyendo el lanzamiento de barriles explosivos y bombas de fósforo sobre 250.000 civiles–, habían convertido aquella tierra en un Infierno dantesco. No una simple lluvia de fuego, sino un “diluvio de fuego”, que ilustra un ensañamiento medieval tan propio de la descripción que hace Dante del infierno.
Y, en el otro lado, otro tipo de fuegos. La película se editaba cuando un incendio forestal en la Amazonía del Perú (que alberga una décima parte de la selva amazónica) había destruido más de 20.000 hectáreas de selva tropical, amenazando al menos tres comunidades indígenas y dos áreas protegidas .
Incendio que tomó el relevo del que anteriormente arrasaba un territorio indígena en el borde de la Amazonia brasileña amenazando con aniquilar a miembros de los pueblos indígenas como los awás, que dependen de sus tierras. Ellos que las han protegido durante milenios y que cuidan su medioambiente mejor que nadie. Son los mejores conservacionistas y guardianes de la naturaleza.
Y Hoy se repite el fuego en tierra: miles de incendios han declarado en la selva amazónica que los datos por satélite muestran que este año casi se han cuadruplicado en comparación con el mismo periodo del año pasado. Además de Brasil, y la errática política de Bolsonaro, también se han visto afectadas partes de Perú, Bolivia, Paraguay, Argentina... Originando nuevos refugiados ambientales tan desprotegidos legal y jurídicamente porque los incendios forestales convertirán al ‘pulmón del planeta’ en un desierto estéril desplazando pueblos y tribus indígenas que son los que han protegido durante milenios y que cuidan su medioambiente mejor que nadie. Son los mejores conservacionistas y guardianes de la naturaleza. Pero esa herramienta no cuenta. No se trata solo de emigrantes. Se trata de no excluir a nadie. “…Y una mañana todo estaba ardiendo/ y una mañana las hogueras/ salían de la tierra devorando seres,/ y desde entonces fuego…” (Neruda).
La Iglesia Católica en camino hacia la Asamblea Especial del Sínodo de los Obispos para la región Panamazónica (6 - 27 Octubre 2019) no ha dudado en posicionarse al lado de los pueblos indígenas y de los que viven de los frutos del campo, de la floresta y de los ríos. Constatan como una necesidad irrenunciable la protección de las tierras y de las aguas que sustentan a sus comunidades y sus culturas. Y no ha dejado de pronunciarse al respecto buscando sobre todo la centralidad de la persona como objetivo principal y primero a la vez que del rescate imprescindible de nuestra tierra, la casa común, en una apertura – también impulsada por Francisco - de nuevos Caminos para la Iglesia y para una Ecología Integral.
“¡Pobrecitos!”, exclama una anciana en Lampedusa, escenario de la película inicial de este relato, mientras escucha las noticias de la radio en la cocina, y prepara la pasta. Suenan la cifras de ahogamientos a orillas del mar (que ella misma ve tras su ventana) tras el naufragio de una embarcación llena de gente hacinada. “Pobrecitos”, suspira la mujer, y sigue con sus faenas. Inmediatamente después de estas noticias, siguen las peticiones musicales del oyente y unos clásicos de la canción ligera siciliana envuelven la escena: la vida sigue.
Por duro que suene, la vida continúa, en las largas y duras caminatas por los desiertos de Arizona, México etc, y por el Mediterráneo, aunque la barrera política entre África y Europa sea una muralla de hormigón armado. La vida sigue.
Como los fuegos en la mar. Epílogo
Hay otro protagonista del documental, un adolescente que juega y sueña ajeno a lo que sucede, para acentuar el contraste, dentro de la vida cotidiana de los habitantes de la isla (imagen posible del autismo del Norte ante las tragedias). Y mientras tanto, desde el Centro de Recepción de Inmigrantes, se oye un canto que parece venir de muy lejos, de la misma cuna del dolor. Su letra va enarbolando los relatos de las vicisitudes atravesadas para llegar hasta allí.
Es uno de los momentos donde la piel (¡esta vez la mía!) tiembla. Me los imagino caminando por la ruta más mortífera en el mapa global de los flujos migratorios. Abrasados en el día por el fuego del sol y descansando en la noche alrededor del fuego acogedor (¡esta vez sí!).
En el mar y en la tierra el fuego es destrucción y a la vez testigo. Como verdad, que, aunque duela, escupe sus fogonazos a las conciencias dormidas.