David López Royo Al final del año
Termina un año que sigue estando marcado por la covid y que hoy llamamos ómicron. Es la enésima variante que se ha desatado. Estamos perplejos porque pensábamos que con el inicio del otoño o de la primavera, según nos encontremos situados en el norte o en el sur de la línea divisoria del ecuador, la situación se hallaba controlada; pero, de nuevo, nos hemos vuelto a equivocar
Es un hecho que se repite todos los años. El ciclo del tiempo se va tornando, según pasan los años, en una realidad que no podemos eludir. Terminará diciembre y comenzará un nuevo año, y en nuestros corazones anidará la confianza de que la situación endémica que estamos viviendo, por fin, se pueda superar.
Termina un año que sigue estando marcado por la covid y que hoy llamamos ómicron. Es la enésima variante que se ha desatado. Estamos perplejos porque pensábamos que con el inicio del otoño o de la primavera, según nos encontremos situados en el norte o en el sur de la línea divisoria del ecuador, la situación se hallaba controlada; pero, de nuevo, nos hemos vuelto a equivocar.
Nos dejamos envolver por la brisa con la que se despide el verano o el invierno y nuestro estado emocional se dejó llevar por la seguridad de que por fin la pandemia la habíamos puesto en su lugar. Sin embargo, otra vez, nos percatamos que, la que nos ha puesto a raya ha sido la nueva mutación del virus.
Los informativos de los últimos días están copados en un 80% por esta nueva cepa, sobre la que no dejamos de escribir y de relatar situaciones diversas en los distintos países del planeta tierra.
El año termina controlado por la ómicron y yo, sin embargo, quiero terminarlo escribiendo un pequeño relato que nos conduzca a un año nuevo.
Me hallaba en una cumbre desde la que podía divisar el mundo entero. Es la cumbre de la vida. Sí, de ese relato que cada persona va construyendo y va ensamblando poco a poco hasta alcanzar la meta.
Desde la cumbre observaba; pero, también, me sentía atraído por lo que sucedía en la llanura. Así que un día bajé para intentar conocer qué ocurría en este lugar. Ese día nací y comencé mi andadura. Descubrí parajes hermosos que se iban transformando conforme los años iban pasando. Dibujaba los sueños que aparecían en mi mente y con ellos intentaba construir un espacio que pudiera ser un lugar en donde encontrara la felicidad.
Anduve varios años y en este movimiento fui aceptando la realidad, la llanura está llena de alegrías al mismo tiempo que de penas. En la llanura encontré a personas que se transformaron en verdaderos amigos y hallé a una familia que sería el soporte de los momentos alegres y tristes.
La llanura acariciada por la lluvia se trasformaba, apareciendo, en un principio, pequeños manantiales que luego se convertían en anchos y caudalosos ríos, y éstos, a su vez, en fuente de vida. Son los ríos por los que tuve, unas veces que atravesar quedando empapado por el agua y otras, las que más, navegando para llegar a alcanzar las metas fijadas en los sueños. Fueron estos ríos de la vida los que me enseñaron que la orografía era cincelada por las corrientes torrenciales que de vez en cuando sucedían, lo cual implicaba un cambio de relieve en la llanura de la vida.
En ese cambio descubrí que personas queridas iban tomando otros ríos, eran los afluentes a los que eran arrastrados y esos, aunque pareciera que nunca llegarían a confluir en el mismo río en la que yo me encontraba, un día todos llegaríamos al mismo punto. Entendí que todos esos ríos regaban la topografía de mi llanura, que ya no era mía en exclusiva, sino que la compartía con quienes poco a poco iba encontrando en mi andadura.
La llanura estaba ahí; era yo el que cambiaba de lugar y en ese cambio puede descubrir a personas maravillosas que han ido marcando los senderos de mi vida. En cada punto nuevo, la llanura de la vida te hace sentir nuevas sensaciones y con éstas trabajas y te apasionas, y poco a poco vas construyendo un sendero plagado de confianza. Esas personas siempre quedan en la llanura y nunca desaparecen del todo, porque con ellas has construido pequeños espacios llenos de esperanza.
La llanura de la vida te enseña que tus errores y equivocaciones, si han sido motivados por querer hacer el bien, nunca serán pasos mal andados, al contrario, se trasformarán con el tiempo en huellas serenas y certeras para quienes se decidan hacer proyectos nuevos.
Un día decidí dejar la llanura y escalar, de nuevo, la montaña que me llevaría a la cumbre desde la cual divisar todo aquello que había vivido. El retorno no fue fácil, al contrario, estuvo plagado de vientos huracanados; pero éstos no doblegaron mi espíritu emprendedor y luchador. Me topé con lluvias torrenciales; pero mi piel mojada de sufrimiento resistió y el agua no logró penetrar en mi débil cuerpo esculpido por los años pasados en la llanura de la vida. Me azotó el calor que me quería abrasar; pero una suave brisa y una fina lluvia calmó la piel de un emprendedor dispuesto a no dejarse vencer por el camino escarpado y empinado.
Por fin, estaba casi alcanzando la cumbre, cuando sin querer colisioné con una enorme roca que me impedía situarme, de nuevo, en el punto desde el cual divisar la llanura de la vida. Lo cual me obligó a contemplar algo diferente. De pronto, hice algo a lo nunca dediqué tiempo, miré a lo alto y me percaté de una bóveda azul sobre la que estaba dibujado un lugar especial; era el lugar de encuentro al que la escalada de la vida me conducía de nuevo. Era el punto en donde los diversos lugares de la llanura confluían. Se trataba de una nueva llanura en donde los amigos, la familia y los sueños confluyen para construir la armonía que da la vida. Entonces me pregunté ¿por qué existe tanto odio, tanto rencor, tanta revancha, tanta lucha, tanta envidia, tanta persecución? Hallé la respuesta contemplando al arco del cielo, no merece la pena vivir dejándote llevar por todo aquello que te aleja de la armonía y de la paz.
Deseo que el año nuevo, el que comenzará cuando lleguemos al final del que estamos viviendo, sea un espacio en donde contemplemos la llanura de la vida sin olvidar contemplar, de vez en cuando, a la cúpula que nos protege y nos cuida.