Murió doña Fabiola Lalinde Doña Fabiola Lalinde, la operación cirirí y la luz para comprender lo que nos pasa
Al recibir hoy la noticia de la muerte de doña Fabiola Lalinde, una mujer de fe, símbolo de la búsqueda de los desaparecidos, de resistencia y de la dignidad de las víctimas, les propongo de nuevo este artículo que ya había compartido hace un buen tiempo.
| Jairo Alberto Franco Uribe
Sé bien que sirirí se escribe con s, pero doña Fabiola Lalinde, la protagonista de la historia que inspira mi reflexión, prefirió hacerlo con c y tendría sus razones. Así que también yo voy a usar la c y a poner cirirí en vez de sirirí. Es que Fabiola, y con ella todos los que han vivido a tope, tienen derecho a cambiar las palabras y dar a luz a un nuevo lenguaje para poder decirnos la originalidad de lo que han vivido.
Fabiola, es una mujer colombiana, paisa, que perdió a su hijo Luis Fernando Lalinde Lalinde. Como buena madre, no descansó hasta encontrar, muchos años después, los restos mortales y la verdad de la muerte de su hijo. Luis Fernando desapareció en octubre de 1984, violentos lo torturaron, lo ejecutaron sin juicio y escondieron su cadáver en las montañas. Cuando Fabiola y su familia empezaron a buscarlo y a ir tras sus rastros, los victimarios, en este caso vestidos de legalidad, negaban que hubieran tenido al muchacho en su poder, y aunque coincidían los rasgos que describían los buscadores con los que daban los campesinos testigos de la detención y la tortura, ellos insistían, tratando de torcer la investigación, que la persona que había sido detenida era un “alias Jacinto”, para nada Luis Fernando, y que no sabían su paradero y destino final.
Fabiola no se amilanó. Semanas después, estando en la prisión, a donde la metieron arbitrariamente para impedir los hallazgos y los nudos de verdad que iba desatando, encontró en sus recuerdos el nombre para la búsqueda de su hijo: “operación cirirí”. Fue que, tras las rejas, se acordó que, siendo todavía niña, su papá la llamaba “cirirí”: - “mi padre se burlaba de mí y decía que yo era como un cirirí, muy insistente y persistente. El cirirí, es un ave pequeña que persigue a los gavilanes que se llevan los pollitos y pichones, con gran insistencia, y persistencia hasta cuando les toca soltarlos”-.La mujer se propuso pues ser un “cirirí”, sin usar violencia, sin desconfiar de su pequeñez frente a los poderes casi de acero que tenía que enfrentar, perseverando hasta recuperar a su hijo, su dignidad y su verdad, y se dijo a sí misma y a los que la apoyaban: - “se va a llamar operación cirirí, y lo voy a buscar toda la vida, aunque no lo encuentre”-.
La búsqueda se reactivó contra toda esperanza cuando, sin que los jueces encontraran motivos para retenerla, la soltaron de la cárcel y ella salió convertida en un “cirirí” detrás del “gavilán” que le había arrebatado a su hijo. Nada fácil, la amenazaban, la trataban de loca y la hacían esperar en todas las oficinas y recorrer innumerables dependencias. Ella sin desanimarse, porque el amor no se cansa, repetía: “Yo sigo con mi fe y le hago operación cirirí hasta a mi Dios”. En mayo de 1992, dio con el lugar donde los victimarios habían dejado el cuerpo y en noviembre de 1996 el ejército le entregó el cráneo y 69 huesos que quedaban de su hijo. Estos restos eran ya consuelo, pero todavía tendrían que pasar algunos años para esclarecer la verdad y recibir parcial justicia; cosa de nunca acabar porque su lucha la llevó a inspirar y dar fuerza y estrategia a muchas otras mujeres de Colombia que buscan los suyos, unos 120,000 desaparecidos: - “encontré a Luis Fernando, -dice- pero no he dejado de buscar y preguntar”-.
Fielmente, todos esos años, Fabiola fue construyendo un diario de su búsqueda, lo fue llenando de pensamientos, oraciones, fotos, entrevistas, artículos de prensa, cartas y muchos más documentos. Ese archivo, declarado por la UNESCO patrimonio para la memoria del mundo, fue donado por ella a la Universidad Nacional de Colombia, y cuando se los entregaba a los estudiantes les aconsejaba: - “jovencitos, duden, opinen, hagan hablar al archivo, no dejen que guarde silencio”-.
Y en esta operación cirirí veo luces para hacer teología de la historia en nuestro contexto colombiano, es decir, para leer lo que vivimos con ojos de fe. El archivo en el que Fabiola recogió todas sus experiencias nos recuerda, de manera dolorosa y confiada, el Apocalipsis, el libro de la revelación, escrito por Juan el vidente y que ayudó a los cristianos de la Iglesia naciente a ver con luz de Dios el sentido de los difíciles tiempos de persecución, violencia y muerte que atravesaban y en la que muchos se sentían tentados, como hoy lo podemos estar nosotros, a la desesperación, a la venganza y al sin sentido. Creo que todos esos documentos sean linterna para las oscuridades de esta guerra que no acaba y de esta fuerza de muerte que intenta aplastarnos; el Apocalipsis de Juan fue en su momento un libro revolucionario, que se resistía a llamar “normalidad” a lo que más bien era muerte, y así también el de Fabiola, en forma de archivo, que despierta la sensibilidad y nos anima a la esperanza. El archivo de la señora, escrito en las tinieblas y en la esperanza, inspira confianza y tesón, es un aliciente para la resistencia y la resiliencia, no le falta humor y nos asegura que los que son como el cirirí, sin recurrir a la violencia, a veces tenidos por incapaces, de buena testarudez, pueden vencer a los que se muestran como gavilán prepotente, desvirtuados en aparato de fuerza, armados hasta los dientes, violentos en su desesperación. Sí, como seguramente aconsejaba a los cristianos perseguidos el vidente Juan y como aconseja Fabiola a los estudiantes y a todos los que accedemos a su archivo, tenemos que hacer hablar estos textos, apocalipsis inspirados de ayer y de hoy, y no podemos dejar que guarden silencio.
El vidente que escribió el Apocalipsis se veía a sí mismo llorando y suplicando, y esto porque en esa situación tan complicada que vivía junto a su pequeña comunidad cristiana, minoría dispersa y aplastada por Roma, había confusión, mucha desazón y no se entendía por qué pasaba lo que pasaba; en medio de sus lágrimas y como respuesta a sus súplicas, Juan vio, como bajado del trono de Dios, un libro que tenía la explicación que tanto buscaba y que podía aclararle el sentido de tanto sufrimiento; pero, el problema no estaba todavía solucionado, el libro estaba sellado casi hasta lo imposible , y nadie lo podía abrir. Y así, hasta que, misteriosamente, apareció también en la escena un cordero, imagen de Cristo Jesús, que aunque tenía los signos de haber sido sacrificado, estaba de pie y había vencido la muerte y tenía ya la fuerza de un león y ese, se dijo, era el único que podía quitar los sellos que impedían leer y explicar el contenido, es decir, el único capaz de interpretar la historia trágica que se vivía y asegurar que todo, en contra de las apariencias, iba a terminar bien, que el mal no tendría la última palabra, que el bien vencería.
Intuyo en Fabiola, y en todos los que buscan a sus familiares y amigos, y quieren no sólo recuperar sus huesos, sino hacer memoria de la dignidad y verdad de los suyos, una nueva versión de la visión apocalíptica que nos muestra otra vez a Cristo Jesús, cordero sacrificado y en pie, esta vez en nuestras víctimas, y que nos indica que él sigue teniendo en sus manos el destino de nuestro mundo y las claves de nuestra historia: Las buscadoras y buscadores, al hallar los restos y sobre todo la memoria y la dignidad de los que han sido asesinados, encuentran a los que pueden quitar los sellos y abrir el libro para discernir lo que nos pasa, dar con la pascua en tanta muerte y abrir lugar a una nueva Colombia. Lo que Dios sabe de esta historia y su sentido nos lo puede revelar sólo de labios de las víctimas, y es por esto por lo que, si en la Iglesia queremos dar una palabra de Dios sobre la situación que vivimos, no hay otra alternativa sino la de escuchar profundamente a los que han sufrido y siguen sufriendo: ellos y ellas, como el cordero del Apocalipsis, no son sólo víctimas, no se han perdido, se pueden poner en pie y hablarnos de parte de Dios.
Alguno me dirá que esto es reduccionismo y que estoy absolutizando el relato de las víctimas, y, francamente, reconozco que es así: Dios, lo dice también Jesús, descubre sus secretos a los pequeños y los esconde de los que se ponen por encima, se revela haciéndose a nuestra medida, en las voces y en los sucesos de los empobrecidos, de los que se han quedado sin palabra, de los sin poder, de los ninguneados, de los limitados, de los asesinados, de los desaparecidos. Dios sabe decírnoslas todas en nuestras parcialidades, incluso en nuestras equivocaciones, no habla usando categorías del más allá, confía en las nuestras del más acá, se expresa en nuestros gagueos, arma su relato con nuestros olvidos y logra coherencia en nuestros testimonios apretados y difíciles. Entenderemos, abriremos el libro de la historia y quitaremos sus sellos, en la proporción en que oigamos a los que han sufrido, a los que han muerto, a los que ya están en pie: “¿qué sabe el que no ha sufrido?”, han preguntado siempre los místicos.
La Iglesia, en un contexto como Colombia, tiene también que montar operación cirirí, volverse “insistente, persistente e incómoda”, hasta encontrar el cordero sacrificado y en pie, “los pollitos y los pichones”, las victimas dignificadas, y dejar que sus relatos, su memoria recuperada, la verdad de sus luchas, los ideales y sueños que nadie pudo matar, quiten los sellos absurdos que no nos dejan entender lo que vivimos y nos den las claves para entender desde la fe esta historia nuestra. Sin hacer lectio divina sobre los relatos de las víctimas, la Iglesia que tiene por misión la profecía, es decir dar razones de Dios, se vería expuesta a conformarse y verse engañada y engañadora, hablando, si mucho, de un ídolo, pero no del Dios vivo; señalaría un cielo inventado, pero no la gloria de Dios que es la vida de la gente. Donde no habla el cordero sacrificado y ya con fuerza de león, donde las víctimas no logran ponerse en pie, no hay palabra de Dios, lo que nos pasa queda a merced del mal y el sinsentido, se bloquea la construcción del reino.
Fabiola, con alas de cirirí, ese pájaro pequeño, indefenso, confiado, testarudo, y osado frente al gavilán que arrebata sus pichones, recuerda a la Iglesia de los tiempos en que Juan escribió su Apocalipsis: una pequeña comunidad, representada en una mujer con alas de águila, acosada por un imperio que más bien parecía dragón y que a pesar de todo no se rindió y salió airosa. Fabiola, como un cirirí, venció finalmente al gavilán y rescatando su verdad y su memoria, salvó a su hijo de la muerte, y esto porque como ella mismo dice - “uno se muere es cuando lo olvidan”-, y ella no dejó caer en el olvido a Luis Fernando, y no lo dejó en las montañas como NN y menos como “Alias Jacinto”, sin el nombre que le había dado su amor de madre. Nuestra Iglesia tiene en Fabiola inspiración para ejercer su maternidad; la Iglesia representada en el Apocalipsis como una mujer perseguida por el dragón y a la que le quieren arrebatar a su hijo, se vuelve a ver en Fabiola y en todas nuestras mujeres buscadoras. Estas dos figuras de la Iglesia, una en los tiempos de la violencia romana y otra en los de la violencia colombiana, pueden salvar a sus hijos y enfrentarse a lo imposible: La Iglesia, si madre de verdad, enfrentada al dragón y al gavilán por sus hijos, ha de decir siempre y al unísono con ellas - “no he perdido la sensibilidad, espero no perderla nunca y seguir con la operación cirirí hasta el último suspiro”-.
Impresiona sobre manera oír a Fabiola quien, ya al final de su relato, dice con paz y gratitud que - “este drama se convirtió en una experiencia dolorosamente bella”-, y es cuando dice eso, que su archivo de búsqueda y todo lo que cuenta, se vuelve buena noticia, un apocalipsis según Fabiola. Y esa es la esperanza, que un día la Iglesia colombiana, después de muchas luchas de madre y al volver sobre esta memoria que estamos tejiendo, pueda tener en sus labios, el evangelio según Colombia, y proclamar su pregón de resurrección y decirles a todos que Cristo Jesús, en Luis Fernando y en todos los que padecieron, murió, resucitó y está siempre llegando.
Con la Iglesia de todos los tiempos seguimos confiando y no nos cansamos de orar diciendo “ven señor Jesús” y con doña Fabiola Lalinde seguimos averiguando - “por qué, por qué, por qué”-. Fieles a esta oración y pregunta, nos sorprenderá un cielo nuevo y una nueva tierra: Luis Fernando Lalinde Lalinde nunca será “Alias Jacinto”, nada malo de lo que nos ha pasado nos dañará, se van a abrir las fosas y los sepulcros y los muertos saldrán todavía más vivos que los vivos, fundiremos los metales de muerte y soplaremos en ellos aliento de vida, habitaremos nuestros territorios y comeremos de lo sembrado, en las noches estaremos tan confiados como al medio día, volverán cantando los que se fueron llorando, la historia tiene sentido. ¡Maranatha!
¡Gracias, doña Fabiola!