1 de enero: Jornada Mundial de la Paz LV Jornada Mundial de la Paz: ¿Qué paz para esta Navidad y para el año que comienza?
En esta LV Jornada Mundial de la Paz, que se celebra cada primer día del año, 1 de enero, en DiáLogos nos preguntamos sobre qué paz nos podemos desear para esta Navidad y el año que comienza
Más allá de todo formalismo o expresión vacía, el deseo de paz sigue constituyendo uno de los retos fundamentales y más urgentes para nuestro mundo y cada una de las sociedades que lo componen
| Rafael Ruiz Andrés y Francisco Javier Fernández Vallina
Querido Javier:
A pesar de los nuevos estragos de la pandemia, que han oscurecido parcialmente las ilusiones de tantos ante estas fechas de encuentro y de celebración que caracterizan el final del año y el inicio del año en ciernes, la Navidad está ya aquí, entre nosotros, y durante estos días ya estamos intercambiando nuevamente buenos deseos a allegados y familiares. El gran problema siempre es el mismo: que se conviertan en retahíla monótona, sin parar a pensar qué es lo que estamos diciendo.
En este sentido, el deseo de paz ha sido una de las palabras típicas de la Navidad y del inicio del año. Así lo canta el mundialmente célebre Noche de paz o, más recientemente, Happy Xmas (War Is Over), la canción protesta de John Lennon que logró convertirse en un “villancico del siglo XX”. Esta aspiración de paz logró, incluso, detener la Primera Guerra Mundial durante unas horas en 1914, pudiendo confraternizar los que al día siguiente debían volver a la trinchera para empuñar el arma. Pero la pregunta es necesaria, ¿qué paz podemos desear para esta Navidad y para el año que comienza?
En primer lugar -y porque, a veces, en nuestro contexto resulta tan lejana que se nos puede olvidar- hay una paz radical que aún no ha sido conquistada en nuestro mundo y por la que en 1968, en medio de la Guerra de Vietnam, el papa Pablo VI declaró el día 1 de enero como la Jornada Mundial de la Paz, “presagio” y “promesa”, “al principio del calendario que mide y describe el camino de la vida en el tiempo, de que sea la Paz con su justo y benéfico equilibrio la que domine el desarrollo de la historia futura” (Mensaje de Pablo IV para la celebración del día de la Paz, 1968).
Aunque lejos por fortuna quedan ya los conflictos bélicos de una memoria europea que haría bien en no olvidarlos, pues el olvido es el primer paso para la repetición de los errores que conducen a las armas, la guerra o la amenaza de la misma siguen asolando la faz de nuestro mundo. Camerún, Sahel, Oriente Próximo, Yemen, la República Centroafricana o el Sáhara Occidental son contextos reales, de nuestro mundo, en los que el deseo de la paz no es una mera metáfora, es un grito contra la violencia.
Cualquier deseo de paz, si no quiere convertirse en algo vacío, debería ser siempre un grito contra esta violencia palmaria que sigue asolando nuestro mundo, siguiendo, así, el ejemplo de Desmond Tutu, incansable “voz que gritó” en el desierto del apartheid y contra tantas otras violencias, y que nos abandonaba el pasado día 26 de diciembre. Quizá la situación provocada por la Covid-19 no esté ayudando mucho a este respecto. Obsesionados en la lógica preocupación de cada día, de lo que sucede en nuestros barrios, a nuestras familias, a nosotros mismos, nuestros horizontes se han achatado aún más y hemos perdido ese "dolernos con el dolor del ajeno", quizá el único modo de reconocer la dignidad compartida por el ser humano.
En segundo lugar, también existe un deseo de paz que se alza, en este caso, contra tantas violencias estructurales de nuestro sistema, igualmente letal y mortífero en demasiadas ocasiones. La violencia de la pobreza, que arroja a tantos al inclemente mar para buscar una vida mejor y a la que Francisco ponía en primera plana mediática en su último viaje a Lesbos, la violencia machista y patriarcal, que arrebata la vida de las mujeres, la violencia contra los niños, contra los más vulnerables de nuestra sociedad.
Hay, quizá, otras violencias del sistema que, aunque no maten con la fuerza del arma, oscurecen el alma: la violencia de quien se ve despojado de casa, de trabajo, de todo aquel a quien se le vende un alejado mundo de "luz y color", especialmente en Navidad, del que es expulsado por “no tener”, que en nuestra sociedad es casi equivalente a “no ser” y que condena a la mediocridad ante los exitosos ojos del sistema.
Sin el avance hacia un contexto más humano y fraternal y la asunción de nuestras responsabilidades en tamaña labor, el deseo de la paz se vuelve vacío, mera entelequia. Es una paz que se vuelve ingenua y que no es inocente. Por esta razón, resulta particularmente apropiada la convocatoria de esta LV Jornada Mundial de la Paz: “Diálogo entre generaciones, educación y trabajo: instrumentos para construir una paz duradera”, “tres caminos para construir una paz duradera”, como subraya el papa Francisco en su mensaje para este día.
Hay una tercera paz que, quizá, pase frecuentemente inadvertida, pero se encuentra -de uno u otro modo- detrás de todas estas situaciones que estamos recorriendo: la paz de corazón. En estos días, la mezcla entre el desconcierto por la variante ómicron de la Covid se sumaba al tiempo frenético de diciembre, donde la sucesión de eventos, de compras, de cierres de proyectos y de trabajo generan un particular estado de histeria colectiva. Esto no es algo excepcional, sino, más bien, la caricatura del constante estado de ansiedad, de prisas, de desconcierto con el que vivimos en nuestra realidad cotidiana, marcada imperiosamente por la notificación.
Aunque las tres “paces” destacadas en este texto son igualmente urgentes, quizá esta última sea la clave para lograr una solución para todas ellas y se pueda alcanzar aquella paz a los hombres y mujeres de buena voluntad anunciada hace más de dos mil años en la pequeña ciudad de Belén.
Te deseo, deseamos que la paz soñada en estos días de Navidad alumbre el resto del año.
Rafael
Querido Rafael:
Me alegra mucho que en una efeméride merecedora siempre de un renovado recuerdo, tu acertada perspectiva sea la interrogación sobre “qué paz” es en nuestro tiempo la deseable que guíe precisamente el debido quehacer colectivo. Tus “tres paces” buscan la huida del tópico, que por reiterado y obvio disminuye la imprescindible acción, cuando tanto se precisa en esas “paces siempre pendientes”. Déjame en ese mismo sentido evocar unas modestas y breves glosas, que tal vez puedan completar tu propuesta desde una perspectiva diversa, aunque complementaria.
La paz y la guerra y la paz vienen constituyendo las dos palabras y conceptos fundamentales y antagónicos en los que difícilmente cabe descubrir discusión sobre la bondad de la primera y la maldad de la segunda, e incluso, tras el más sangriento de los siglos, la experiencia de la XX centuria cabría aventurar un consenso básico en la mayoría de las generaciones que no experimentaron aquel horror sobre su convencimiento de la necesidad de que “nunca más pueda repetirse”, aunque a veces algunas autoridades, incluso mundiales, parezcan resbalar por la difícil frontera de su contradicción en palabras, comportamientos y algunos hechos preocupantes.
Sin embargo, cuando nos acercamos a aquellas creencias y motivaciones que provocan la apreciación pacífica o la causa bélica, la cuestión se vuelve más confusa y maleable. La dignidad humana de cada ser y la justicia radical, es decir, la que de aquella se deriva como condiciones de la paz que sólo puede recibir tal nombre, reciben en nuestro tiempo una veneración humanística, académica y hasta apasionadamente romántica, que convive con miles de formas de esconder, tergiversar o manipular su significado. Cuando se conjugan con la idolatría del mercado o con la veneración del consumo como disfrute irrenunciable, la plasticidad que lo banaliza llena pareceres públicos, en medios y redes, poderes económicos globales e incluso, a veces de legítima democracia de origen, que se asoman peligrosamente en nuestro siglo a la propia imbecilidad.
En el campo opuesto, el vocablo que usas con precisión, como generador de maldad, la violencia, aparece, en no pocos lugares similares a los enunciados, tan legitimado por análogos protagonistas, con una carga mediática viral, que igualmente en nuestro tiempo osa vestirse de impúdica obscenidad. Disculpa, querido amigo, los duros adjetivos, pero deseaba llegar a la raíz de “qué paz” debemos elegir.
La segunda glosa es más positiva y tiene por fortuna una larga trayectoria espiritual, moral y cultural. En las Religiones abrahámicas se legitimó y ensalzó un uso de la palabra “paz” de honda raíz antropológica y humanista. Shalom, Salam, Paz, devinieron en saludos cotidianos tan sacralizados, todo el mundo lo sabe, que siguen hoy presidiendo el comienzo de cualquier encuentro, comunicación y conversación, sea la de las preciosas y diversas cotidianeidades o las preciosas plegarias litúrgica que culminan en las canciones más emotivas del pueblo.
Pero además, también lo saben y viven no pocos, el “Shalom Aleijem” o su hijo legítimo el “Salam Aleikum” (incluso también el heredero “Pax vobiscum”), ese diario saludo, a veces aparentemente un “hola” sin trascendencia, esconde el tesoro del plural, aunque se pronuncie desde una sola persona a la otra, que debe contestar de igual modo, es decir del genuino “vosotros/nosotros”, fuente luminosa de cualquier posible y deseable alteridad. Ya Abraham lo intuía con Melquisedec en la idealizada “ciudad de la paz”. En el Islam recibió por sí misma el honor de ser uno de los 99 nombres del propio Allah. Y en el Cristianismo se abrió paso muy pronto para tener un lugar de honor antes de la comunión colectiva. Ese ancestral saludo significa simbólicamente la condición para el “otro” forme y moldee nuestro “yo” de tal modo que el diálogo, la entrega y la gracia habiten en cada uno para ser “creadores de paz”. Bien sé de la sencillez de tales aserciones, pero si bien nos fijamos, fundamentan incluso una razón muy poderosa de ese inaccesible perdón que Jesús de Nazaret quiso exigirnos.
La tercera y final está ya implícita en la “paz del corazón” que con razón reclamas, buen amigo. Sólo una apostilla a tal respecto también desde la vieja conciencia semítica que nutre la cultura de las tres Religiones evocadas. Al parecer, y más allá de la propia realidad lingüística, constantemente enriquecida con sus necesarias precisiones esos pueblos antiguos hacían residir en el corazón una rara capacidad de unir intelecto, o sea razón, y sentimiento, o sea emoción. Tu “paz del corazón” sería el mejor lugar para convocar a ciencia, filosofía, política, ética, todas las artes en sus grandes creaciones (literarias, plásticas, musicales) y a las propias religiones a un proyecto de ambicioso humanismo de la dignidad que nazca del “crear la paz del corazón”.
Gracias, amigo Rafael y queridos lectores, por poder tener el honor de desearos un año 2020 impregnado de estos ideales de su primer día, en el que pedimos y buscamos la paz desde la memoria agradecida por la vida de Desmond Tutu. Que sus pasos iluminen un sendero hacia la paz, siempre horizonte hacia el que caminar.
Javier
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