Impactos de un adiós
Continúan sorprendiéndome muchas cosas, y supongo que así será hasta el día en que me muera o me marche del Perú. La mayor de todas es la expresividad de la gente, cómo se echan a llorar al toque en cuanto empiezas a decir algo: hombres hechos y derechos, viejitas, mujeres adultas, niños... Son desbordados por la pura emoción, no pueden dominarse, es increíble.
Adly, que tiene doce años, me hizo esta pregunta con los ojos también hinchados a causa de las lágrimas: "¿Por qué todo es pasajero?". Le doy vueltas a eso estos días; son muchos traslados, siempre con las maletas a cuestas, desconociendo raíces, comenzando de cero a cada trecho del camino. ¿Alguna vez encontraré donde enterrar la quishibra (pestaña), donde establecer mis huesos y quedarme?
A pesar de que he estado poco tiempo acá, ha llegado "el día de los elogios", que es tan aterrador como estimulante si no dejas que se te suban los humos (ya hablamos de ello en "Ponderación del elogio", 11 de mayo de 2014). Me han impresionado especialmente algunos piropos: "Dios está en ti"; "Eres un gran hombre"; y sobre todo, "Gracias por tus enseñanzas". Varias personas me ha pedido una copia de la homilía de despedida, que pondré acá en las próximas entradas. Los de Santa Rosa dicen que la van a escribir en la pared de la iglesia... Por supuesto que todo está desorbitado por el cariño y por la tensión del momento, y hay que hacerle la raíz cuadrada, pero no deja de ser lindo.
El reconocimiento tiene sus rituales y su gramática. Siempre hay programa, es decir, una veladita con bailes, vestimentas, música y chistes. En él se entrega un regalo; hasta ahora una alforja huachacha con "JEC Rodríguez de Mendoza" bordado, una bandolera, un polo, unos shorts... Durante el brindis (con vino dulce o cóctel) se suceden los inevitables discursos, en ocasiones un tanto abrumadores por exagerados y repetitivos. Y si hay plato de comida, debe de ser, por descontado, cuy.
He de contar también que, en estos momentos finales, aflora ese rescoldo de racismo que anida en lo más profundo: los españoles y los peruanos. "Ya se van los españoles", "Los españoles siempre han hecho lo que han querido", etc. Está ahí, hay que aceptarlo y cargar con ello. Pero no puede competir con la cola que se forma al final de la Eucaristía para que toditas las personas vengan a abrazarte, desearte buen viaje y siempre siempre darte las gracias. Es un momento primoroso.
Sí que le contesté a Adly. Lo que me salió fue: "No todo es pasajero. El amor es definitivo cuando es verdadero. Porque el amor es Dios". Está visto que ese es el único territorio donde invertir mi corazón y sepultar mis pestañas. O sumergirlas en las aguas del Amazonas a partir de febrero. Pero antes, mis palabras de partida.
César L. Caro