Con velas en Luz del Oriente
El río Huambo discurre paralelo a la carretera, que siempre te parece peor cuando vas por ella y tus riñones crujen. Luz del Oriente es la punta, donde termina la "trocha carrozable", pero aun hay otros caseríos más adentro: Triángulo, La Unión... Habrá que proponerse ir (Diosito). Las casas están cerradas, pero veo a dos hombres sentados bajo el tejado exterior del salón comunal, que ahorita hace de escuela (la evacuaron por peligro de derrumbes...). Voy y charlo con ellos, pero pronto se marchan y me quedo solito. Y me duermo.
Al rato me despierta la voz de Jonathan, "¡es el carro del padre!". No están avisados de mi visita. Como aquí no hay señal de telefonía móvil, hay que llamar al Gilat, que es el teléfono satelital que tienen los pueblos alejados; y yo llamé, pero por lo visto descuelga cualquiera que pasa por allí, se queda con el recado pero luego no anuncia que hay Eucaristía. Ya hemos quedado en que preguntaré por María, que vive junto a la cabina, y ella sí pasará la voz. Casi lo mismo da: en un rato la gente llegada de trabajar en su chacra se baña, y allí mismo donde eché la siestecita se arma la misa.
El pueblo tiene ya puesta la instalación de la luz, con los medidores y todo, pero todavía nos tenemos que apañar con velas. Somos un grupo de 12-15 personas, refrescados por el sereno de la noche y con linternas para leer. Aquí no hay agente de pastoral, no hay nadie que anime y guíe a la comunidad, y se nota a la legua: apenas saben las respuestas de la misa, los niños, que duermen a pesar de que cuento un cuento (o precisamente por eso), no están bautizados, nomás hay un cancionero, no se conocen los cantos y... comulgo yo solo. Esta es la realidad de los pueblos de los confines, la fe emerge casi únicamente cuando pasan los padres, y no es gran cosa.
Hay también algunos adultos que quieren bautizarse. Me cuentan el caso de una chica que ha vivido en la montaña bien adentro; su madre era esposa de un hombre... ¡que tenía dos mujeres! Las dejaba embarazadas alternativamente, un año una, otro año otra... y así tuvo más de quince hijos, entre ellos esta chica. Muy joven "la juntaron" con un hombre mucho mayor que ella, y ya tiene tres niñas y desea bautizarse. En rigor no puede porque no está casada por la Iglesia, pero... ¿qué hacer? Se la ve creyente, con empeño por recibir el Bautismo, ¿cómo se lo vamos a negar?
"La gente aquí es ignorante, han vivido medio salvajes", dice Rosendo, el agente de pastoral de San Antonio. En sitios como Luz se palpa la dificultad de la misión, lo que cuesta poner en pie una nueva comunidad cristiana, y lo arduo que es para nosotros como pastores acompañar estos nacimientos desde la distancia física y cultural. Se siente uno un poco como San Francisco Javier, que pasó por muchos lugares y simplemente bautizó sin muchas catequesis y menos preguntas, se fue y quizá fue la única vez que algún cura pisó aquella tierra. ¿Es justo poner condiciones que son incomprensibles e intragables para la gente? ¿Pero cómo hacer para no quitar valor al sacramento o reducirlo a algo puntual, mágico o "consumible"?
Jonathan tiene dos hermanas, Cheili y Daian (¿no sobran sus sonrisas para iluminar?). Los tres con su mamá Marilín me han acogido generosamente dándome el mejor cuarto, frazadas nuevas y un desayuno a base de arroz, huevos y plátanos fritos que resucita a un muerto. Falta me hizo para subir la cuesta de Vista Hermosa, donde me esperaba Maribel con cuy para almorzar. Y luego, en esta gira, iré a San José, a casa de Asho, me divertiré con sus hijos y aprenderé a lavar café. Pero eso son otras historias, que contaré en otra entrada, porque si no ésta me queda muy larga y son las 11 de la noche. Gracias, Señor, por esta vida tan abundante.
César L. Caro