Llueve con paciencia, con misericordia, sin prisa. Llueve sobre el campo, sobre los árboles, sobre las conciencias. Llueve tanto que la cortina de agua no deja ver el horizonte ni la rotunda oscuridad del Cebreiro. La lluvia, como un espíritu sombrío, errante, convierte que en ríos los senderos del raposo, del lobo y del jabalí; lo convierte todo en una masa informe. Oír llover de noches es como oír recitar, monótonamente, la letanía de Nuestra Señora, como escuchar una tertulia de los antepasados al amor del fuego. Puede que la lluvia sean lagrimas o la sonrisa de Dios, .