El corazón trasmigra en la armonía de formas, espejos de sombras y de astros, de los senos de belleza del Cebreiro y siente los latidos vegetales de los muertos. Los muertos, entre los que tanto tiempo pasó, navegan desanclados, desde más allá del tiempo, y musitan oscuras plegarias silabeando la amargura de otro mundo garrapateada con los nervios de las hojas perennes. Al bajar, las callejuelas iluminadas de la aldea, en las que otrora sonaba un telar, tocaba la fragua del herrero, se escuchaba el llanto de u n niño y el bisbiseo del rezo del rosario al amor del fuego del hogar y se oía lejos el ladrido de un perro, ahora están llenas solamente del vaivén de viento y de tristeza de lámparas vespertinas.