Nada es tan cierto como para no dudar nunca. Nosotros vivimos pendientes de lo que vemos, lejos de nosotros mismos. El ciego miraba el fondo de sí mismo y por eso veía más que nosotros. La sabiduría del ciego consistía en que estaba seguro de que nunca llegaría a ver claramente el fondo de nada. El ciego vivía zambullido en el mundo, en este mundo siendo de otro mundo, como si nadie se preocupara de él y él no se preocupara de nadie ni por nada. En cualquier parte vivía como si no viviera en ningún sitio, y en todas partes vivía en perpetua transferencia, familiaridad y unidad íntimas con el mundo y con todas las cosas del mundo. El mismo se sentía como una cosa más del mundo. Era de todas partes porque no era de ningún lugar”. Me contaba que le contaba su abuelo del ciego. Mientras me lo contaba, me parecía un mendigo encerrado en si mismo, me miraba desde el interior de sí mismos como con miedo de que lo interrumpiera. Yo lo escuchaba con la sensación de estar en O Cebreiro cobijado por desgarradas cortinas de niebla sintiendo el viento farfullar leyendas de antaño.