Primera declaración oficial de la Iglesia respecto a este fenómeno Luz verde de la Santa Sede a la "riqueza espiritual" del Santuario de Chandavila
"El Santuario de Chandavila, heredero de una rica historia de simplicidad, de pocas palabras y mucha devoción, siga ofreciendo a los fieles que quieran acercarse, un ámbito de paz interior, consuelo y conversión"
Después de más de 75 años en que surgió esta devoción en el entorno de La Codosera, a partir de las experiencias espirituales de estas dos mujeres sencillas y tras décadas en que se ha consolidado esta popular devoción a la Virgen, que ha convertido este lugar en un verdadero foco de peregrinaciones
| Arzobispado de Mérida-Badajoz
La Santa Sede ha reconocido a través de una carta dirigida al Arzobispo de Mérida-Badajoz, Monseñor José Rodríguez Carballo, la riqueza espiritual que supone el Santuario de Nuestra Señora de los Dolores de Chandavila, en la localidad de La Codosera.
La carta, que lleva por título “Una luz en España”, está firmada por el Papa y por el cardenal Víctor Manuel Fernández, Prefecto del Dicasterio para la Doctrina de la Fe. En ella, tras referirse a las “experiencias espirituales que Marcelina Barroso Expósito y Afra Brígido Blanco vivieron separadamente”, anima a que “el Santuario de Chandavila, heredero de una rica historia de simplicidad, de pocas palabras y mucha devoción, siga ofreciendo a los fieles que quieran acercarse, un ámbito de paz interior, consuelo y conversión”.
Esta es la primera declaración oficial de la Iglesia, en sus más altas instancias, acerca del Santuario de Ntra. Sra. de los Dolores de Chandavila, después de más de 75 años en que surgió esta devoción en el entorno de La Codosera, a partir de las experiencias espirituales de estas dos mujeres sencillas y tras décadas en que se ha consolidado esta popular devoción a la Virgen, que ha convertido este lugar en un verdadero foco de peregrinaciones.
El Arzobispo de Mérida-Badajoz, Monseñor José Rodríguez Carballo, hará público mañana un decreto sobre este particular.
A continuación reproducimos íntegramente la carta del Cardenal Prefecto del Dicasterio para la Doctrina de la Fe.
La historia de Marcelina y Afra
La devoción a Nuestra Señora de los Dolores en Chandavila nació a finales de la Segunda Guerra Mundial con las experiencias espirituales que dos niñas, Marcelina Barroso Expósito, de diez años, y Afra Brígido Blanco, de diecisiete, tuvieron por separado en esta misma localidad a partir de mayo de 1945.
“Marcelina -escribe el cardenal Fernández- narró que, al principio, veía una forma oscura en el cielo, que en otros momentos se fue perfilando más claramente como la Virgen de los Dolores, con manto negro cuajado de estrellas, sobre un castaño. La experiencia profunda de esta muchacha, más que la visión, fue haber sentido el abrazo y el beso que la Virgen le dio en la frente. Esta seguridad de la cercanía afectuosa de la Virgen es quizás el más bello mensaje. Si bien con el paso de los días, tanto ella como Afra identificaron la figura como la Virgen de los Dolores, lo que más se destaca es una presencia de la Virgen que infunde consuelo, estímulo, confianza. Cuando la Virgen pide a Marcelina caminar de rodillas por un tramo de erizos de castaño secos, espinos y piedras cortantes, no lo hace para provocarle un sufrimiento. Al contrario, le pide confianza ante ese desafío: «No temas, nada te sucederá»”.
La ternura de María
“Este llamado de la Virgen a la confianza en su amor -continúa el cardenal prefecto- dio a esta niña pobre y sufrida una esperanza y una experiencia de sentirse dignificada. Ese sencillo manto hecho de cañas y hierbas con el cual la Virgen protegió las rodillas de la muchacha, ¿no es una hermosa expresión de la ternura de María? Al mismo tiempo fue una experiencia de hermosura, porque la Virgen se presentó rodeada de constelaciones luminosas, como las que podían admirarse por las noches en el límpido cielo de los pequeños pueblos de Extremadura”.
Una vida discreta al servicio de enfermos, ancianos y huérfanos
Tras las supuestas visiones, las dos jóvenes llevaron “una vida discreta y sin estridencias”, dedicándose “a obras de caridad, especialmente atendiendo personas enfermas, ancianas o huérfanos, y transmitiendo así, a las personas sumidas en el dolor, aquel dulce consuelo del amor de la Virgen que ellas habían experimentado”.
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