Parolin: un canciller para una nueva era
Todos somos necesarios en la construcción de esta Iglesia en primera persona del plural que capitanea Francisco. Pero que no sale de sus manos, de sus ideas, de su opción. No es tarea de una sola persona. Al igual que Juan XXIII no fue el único responsable del Concilio, sino el intérprete de los sueños, anhelos y esperanzas de muchos hombres y mujeres, Francisco tiene ante sí el mandato de millones de corazones que claman por una Iglesia más abierta, más participativa, menos politizada, más centrada en servir y amar, en estar cerca de los que sufren.
En esta tesitura, la función de la Curia se antoja difícil. Es una estructura necesaria, pero anquilosada en la gestión de un poder temporal que, con los siglos, se ha ido haciendo inmenso y generando un ambiente ciertamente irrespirable. Esos días, al menos por el momento, tocan a su fin.
La Secretaría de Estado es el primer ejemplo de los nuevos tiempos. Cuando este martes por la mañana Francisco reciba por última vez a Bertone y sus colaboradores, y cuando inmediatamente después Pietro Parolin tome posesión de su cargo, las funciones habrán cambiado. Ya no estaremos hablando de un primer ministro, de un "vicepapa" ni, mucho menos, del "número dos" de la Iglesia. Parolin será, nada más y nada menos que el canciller de la Santa Sede, el ministro de Asuntos Exteriores, el hombre encargado de organizar a la ingente maquinaria diplomática de la Iglesia para conocer la realidad de un mundo que sufre, y poner toda la carne en el asador para modificarla y acabar con la tristeza y la violencia. El ejemplo de cómo se frenó la intervención militar en Siria marcará un antes y un después.
La reforma curial fomentará este cambio de rol. La creación de un Moderador de la Curia -un "ministro de Interior"- conseguirá separar funciones, y no confundir el gobierno de un Estado con el gobierno -o el pastoreo- del rebaño de fieles. Un rebaño que todo parece indicar que podrá ser cada vez más importante en la toma de decisiones.
No habría de extrañarnos, por ejemplo, que en las próximas semanas, a medida que tome forma la reforma de la Curia, veamos a algún laico -o a alguna laica- presidiendo algún "ministerio" vaticano -no está muy clara la futura denominación de los dicasterios-, que en todo caso adelagazará su estructura.
Una Iglesia más horizontal, más laica -compuesta por laicos-, más representativa. Una Iglesia más parecida al movimiento que hombres y mujeres que siguieron al Resucitado. Aunque la nueva era que se auspicie jamás llegue -no puede hacerlo- a asimilarse a la Palestina del siglo I. Pero al menos respiraremos y ganaremos en autenticidad. Y en Evangelio. Y en un "Nosotros" sin atisbos de plurales mayestáticos. A este lugar, es al que este martes aterriza Pietro Parolin. Bienvenido.