¿Y ahora qué?
El 28 de febrero, a las ocho de la tarde, comenzará la llamada “sede vacante”, un período, que no se prolongará durante más de tres semanas, en el que el cardenal camarlengo se hará cargo del gobierno vaticano. No podrá tomar decisiones doctrinales, sino únicamente llevar el día a día del Estado vaticano y preparar el cónclave, en el que participarán todos los cardenales, aunque sólo tienen derecho a voto los menores de 80 años. Benedicto XVI podría participar en el mismo, aunque ya se ha encargado de asegurar que no lo hará. A partir del 28 de febrero se recluirá en un monasterio en el interior del Vaticano.
Tras la sorpresa inicial, desde la Santa Sede todos se han apresurado a subrayar que la de Ratzinger es una decisión “muy meditada”, y que la barca de Pedro no quedará desgobernada. ¿Ha dejado Benedicto XVI todo atado? Se antoja difícil pensarlo, toda vez que han sido precisamente los tejemanejes de parte de la Curia vaticana los que han precipitado la decisión del pontífice.
Comienza así una etapa desconocida en los veinte siglos de historia de la Iglesia católica: elegir a un Papa con el anterior en pleno uso de sus facultades físicas y mentales.
¿Quién será el nuevo Papa? Las casas de apuestas hablan de posibles candidatos, como el candiense Marc Ouellet, el italiano Angelo Scola, el estadounidense Timothy Dolan o el hondureño Andrés Rodríguez Maradiaga. Sin descartar a “nuestro” Rouco Varela. Sea como fuere, el elegido será uno de los purpurados que entren en el cónclave, pues la estructura de la Iglesia no permite que sean los fieles católicos quienes elijan al sucesor de Pedro.
Todo debería estar listo para mediados-finales de marzo, en todo caso antes de la Semana Santa. Y es que parece que será el próximo Papa quien presida el Via Crucis en el Coliseo Romano. Un Vía Crucis que cada vez se asemeja más a la historia de la propia Iglesia, que vive en estos días una de sus etapas de desgobierno, y desconcierto, más acuciantes desde que el pescador de Galilea fuera crucificado por aquellos que días antes le vitoreaban a su entrada en Jerusalén. Y es que, como señaló en alguna ocasión el propio Ratzinger, le ha tocado vivir el pontificado de “un pastor rodeado de lobos”. Muchos de ellos, metidos en su propia casa.