La tradición oral sobre Jesús en la época de la generación apostólica: hasta el año 70 d. C. (II)
La tradición oral sobre Jesús en la época de la generación apostólica: hasta el año 70 d. C. (II)
Escribe Antonio Piñero
Afirmé al final de la entrega anterior que hacía falta que pasara un cierto tiempo para que se formase una verdadera tradición sobre Jesús. ¿Por qué puede ser esto así? Creo que la clave está en lo que sabemos por el desarrollo de las creencias judeocristianas, de que tras la resurrección de Jesús Dios había declarado a Jesús “señor y mesías” (Hechos de Apóstoles 2,36).
Y lo podemos suponer porque eso de que el mesías fuera declarado por Dios juez de vivos y muertos no era una creencia solo de los judeocristianos sino también de otros judíos piadosos, como los “henóquicos”, los judíos que afirmaban que cuando viniese el mesías, se vería claramente que ese mesías no era otro que el patriarca Henoc vuelto del cielo a la tierra (Gn 5,24).
En la literatura henóquica del “Libro de las Parábolas de Henoc” (capítulos 37-71 del conocido apócrifo 1 Henoc) el mesías es señor y prácticamente solo juez universal de vivos y muertos… Apenas tiene cualquier otra función: solo juzgar a los malvados. Y tenemos sobradas sospechas de que el cristianismo primitivo conocía ese Libro de Las Parábolas, pues entre los cristianos y los henóquicos discutían quién era ese ser humano (un “hijo de hombre”) a quien Dios había elevado a la categoría de señor y mesías. Como acabo de escribir, los henóquicos decían ese “hijo de hombre” era el profeta Henoc (Gn 5,24), mientras que los cristianos decían que era Jesús de Nazaret.
Y el vocablo “mesías” significaría probablemente para Pedro, no que Dios lo nombraba mesías después de su resurrección, título que probablemente había asumido ya Jesús –además del de profeta– al final de su vida, sino que lo confirmaba en el cargo o función de “mesías” que ya tenía, es decir, guía del pueblo en el mundo por venir.
En lo que estoy profundamente en desacuerdo con S. Guijarro, cuyo libro sobre “Los Evangelios” comento, es en su idea de que Jesús habría de retornar como “el Hijo del Hombre” (observen que lo escribo con mayúsculas y con dos artículos). Y mi argumento es: esta expresión para designar al Mesías era totalmente desconocida entre los judíos del siglo I. En mi opinión, y la de muchos otros, no la utilizó Jesús más que como (este) “hijo de hombre”, totalmente correcta en arameo, su lengua materna, para designarse a sí mismo sin emplear el “yo”. Y sostengo que esa expresión solo sería tomada, o interpretada como título mesiánico por los traductores del arameo al griego de los dichos de Jesús en la colección que ahora se conoce como “La Fuente Q”, o la “Fuente de los dichos”, hacia el año 50 más o menos. En la versión al griego de los dichos de Jesús esa expresión extraña a la lengua griega, “hijo de hombre” pasó, por necesidades de la lengua griega para ser inteligible a los hablantes del griego, a “el Hijo del Hombre”, con dos artículos. Probablemente ese paso no fue un error de traducción, sino una necesidad de inteligibilidad.
La comunidad principal de los primeros seguidores de Jesús se había situado en Jerusalén, pues algunos –sobre todo los componentes de los Doce– habrían retornado a la capital después de la huida a Galilea tras el prendimiento. Esta vuelta a la boca del lobo, a la ciudad en donde Jesús había sido ajusticiado, es probable. Razón: porque la esperanza común entre los judíos piadosos era que el mundo nuevo o reino mesiánico comenzaría en Jerusalén, o más exactamente con una aparición triunfante de Dios en el Monte de los Olivos (Zacarías 14,4, tras el triunfo de Dios y su mesías en la batalla escatológica librada contra las fuerzas del Mal) y luego un descenso hasta la capital.
Esta idea suponía que un Jesús, así robustecido y confirmado por Dios, como “señor” y “mesías / juez de vivos y muertos”, volvería rápidamente a la tierra para terminar su función de mesías, abruptamente detenida con su muerte violenta e injusta. Y suponía también que una vez instaurado el reino de Dios (en el que Jesús sería “señor”), vendría rápidamente el Juicio Final, en el que ese “señor” actuaría de juez (Mateo 25,31), sentado ya en un trono de gloria.
Pero ocurrió que esta venida inmediatísima empezó a retrasarse, con lo cual el grupo de seguidores de Jesús tendría que remodelarse mejor como tal grupo dentro del mundo, y organizarse para una espera que nadie sabía cuándo terminaría. En ese momento, tanto de espera como de consciencia de que Jesús estaba vivo, de que vivía entre ellos, de que se podía anunciar a otros esta venida y ganarles para la causa concediéndoles la oportunidad de participar en la salvación, es cuando los recuerdos toman forma de tradición y empiezan a transmitirse a la gente que se iba a agregando al grupo primigenio y querían saber más del Maestro al que no habían conocido y cuyo retorno se anhelaba. No antes.
Ahí comienza la formación de la tradición sobre Jesús, no antes, insisto. Y ¿por qué “no antes”? Por la sencilla razón de que la vuelta a la tierra de Jesús como mesías pleno, que instauraría el reino de Dios sería inmediata, rapidísima, y porque la sesión del Juicio Final, se sucedería también de modo rapidísimo. Y si esto es así, ¿qué sentido tenía formar una tradición de los dichos y hechos de Jesús si todos los seguidores de él se los sabían de memoria porque su memoria estaba fresca?
Y de nuevo, si esto es así, se puede suponer razonablemente que la tradición verdadera de Jesús no se forma limpia y llanamente con los simples recuerdos de Jesús, sino que en su transfondo late la vivificante idea de que ese Jesús había sido ya resucitado y que estaba a la derecha de Dios…, confirmado como mesías e instituido como señor y juez del Juicio Final (Mateo 25). Según Hechos de apóstoles (Hch 7,56), ese Jesús estaba a la espera, de pie, al lado de Dios, presto para una pronta acción como juez, o bien, se lo imaginaba sentado en un trono algo más pequeño que el de Dios, con cortesanos a su lado (Mt 20,21), si se pensaba que la venida tardaría un poquito más. La tardanza era lo que importaba / fastidiaba. Y si la espera se antojaba demasiado larga, podía imaginarse bien que en ese entretiempo, el constituido señor y mesías estaba aguardando la orden del Padre para volver no ya de pie, sino sentado a su lado en un trono más pequeño…¡naturalmente inferior!
Y precisamente por estas creencias en el destino de Jesús que se formaron muy rápidamente en la mente de sus seguidores un vez que creyeron que Jesús había sido resucitado por Dios, se explica ese dicho de la denominada escuela de la “Historia de las formas” cuando afirma que “No poseemos ni una sola «sentencia», ni un solo relato sobre Jesús –aunque sean indiscutiblemente auténticos– que no contenga al mismo tiempo la confesión de fe de la comunidad creyente, o que al menos no la implique” (Günther Bornkamm, “Jesús de Nazaret”, vers. española, Sígueme, Salamanca 1982, p. 15).
Así que no hay tradición de Jesús que no transparente de una forma u otra la fe en un señor y mesías resucitado. Es una tradición transida por una fe. Y la fe hace ver las cosas de una manera diferente a la del que no tiene fe.
Seguiremos.
Saludos cordiales de Antonio Piñero
https://www.trotta.es/libros/los-libros-del-nuevo-testamento/9788413640242/