Virtudes públicas en J. Ortega y Gasset
Virtudes públicas o laicas
en José Ortega y Gasset
1. Estado y sociedad
2. La sociedad es antes que el Estado
Para evitar la estatificación de la vida nacional, a que hemos aludido en el número uno, es preciso desarrollar más la noción de sociedad. La sociedad es antes que el Estado, éste, decíamos, no es más que una secreción que ella genera para poder vivir. En toda la doctrina vertida sobre el Estado aparece asimismo que éste es un instrumento al servicio de la sociedad. Por consiguiente, es perfecto, cuando disminuyendo él contribuye al bienestar de los ciudadanos (La política por excelencia III, 455ss).
Convivencia y sociedad son para Ortega términos equivalentes. Dice así: "Sociedad es lo que se produce automáticamente por el simple hecho de la convivencia". De ella surgen costumbres, usos, lengua, normas, derecho y poder público. Considera un grave error del pensamiento moderno haber confundido la sociedad con la asociación, que viene a ser lo opuesto, porque una sociedad no se constituye por acuerdo de las voluntades.
Al contrario, todo acuerdo de voluntades presupone la existencia de una sociedad de gentes que conviven y el acuerdo consiste en precisar la forma de esa sociedad preexistente.
La idea de sociedad como reunión contractual o jurídica lo considera Ortega como el más insensato ensayo de poner la carreta delante de los bueyes. Tanto el derecho como el Estado son "secreciones espontáneas" de la sociedad que es anterior a ellos. Pretender que el derecho dirija las relaciones entre seres que no viven antes en una efectiva sociedad es no conocer el derecho (La rebelión de las masas IV, 117-118).
Pero vamos a desarrollar más el concepto de sociedad en Ortega. Para él, la potencia que nutre y sostiene a la sociedad es un proyecto de vida en común. No admite una interpretación estática de la convivencia nacional, la entiende siempre dinámicamente. Las gentes no viven juntas sin más ni porque sí, esa cohesión sólo se da en la familia. Los grupos que integran un Estado viven juntos para hacer algo. "No conviven por estar juntos, sino para hacer juntos algo".
El ejemplo de Roma es aleccionador: el día que Roma dejó de ser un proyecto de cosas para hacer mañana, el Imperio se desarticuló. Las naciones (nación es sinónimo de sociedad) se forman y sobreviven de tener un programa para hacer cosas. Los historiadores suelen decir que Isabel y Fernando consiguieron lanzar a España a grandes empresas por haber sabido mantenerla unida, pero Ortega cree más interesante y honda la relación inversa: "la idea de grandes cosas por hacer engendra la unificación nacional".
Hablando del particularismo existente hoy en España, modulado diversamente según las condiciones de cada región, agresivo en Bilbao y Barcelona y más bien resentido en Galicia, se debe en esencia, según nuestro gran analista de la vida, a que "cada grupo deja de sentirse a sí mismo como parte, y, en consecuencia, deja de compartir los sentimientos de los demás...
Para mí esto no ofrece duda: cuando una sociedad se consume víctima del particularismo, puede siempre afirmarse que el primero en mostrarse particularista fue precisamente el Poder central. Y esto es lo que ha pasado en España". Después acusa a la Monarquía que él conoció y a la nisma Iglesia de no haberse preocupado jamás por los destinos hondamente nacionales, y de que se han obstinado en hacer adoptar sus destinos propios como los verdaderamente nacionales (España invertebrada III, 56ss y 64-70).
El particularismo a que hemos aludido lo considera un estado de ánimo que nos lleva a creer que no tenemos por qué contar con los demás. Lo que se produce por la sobreestima de nosotros mismos, unas veces, o por menosprecio del prójimo otras. Esto nos hace perder la noción de nuestros propios límites y comenzamos a sentirnos todos independientes. Un error muy grave, porque una nación no es más que "una ingente comunidad de individuos y grupos que cuentan los unos con los otros".
En este sentido dirá que el hecho básico de toda sociedad y el agente de su evolución hacia el bien o hacia el mal depende de la acción recíproca entre masa y minoría selecta. Entiéndase bien el término selecta, porque no se trata de la persona petulante que se cree superior a los demás, sino el que en su vida familiar, trabajo, estudios y vida pública se exige más que los demás, aunque no logre lo que se propone.
Lo que hace Ortega es constatar que en la socidad hay dos clases de individuos, los que se esfuerzan por superarse cada vez más y los qye se contentan con lo que ya son y no hacen ningún intento de perfeccionarse. No se trata, pues, de una división en clases sociales, sino de clase de personas más preparadas y menos, lo que puede suceder en cualquier clase.
Ahora bien, donde no hay una minoría selecta que actúa sobre una masa colectiva, y una masa que sabe aceptar el influjo de esa minoría, no hay sociedad, o está cerca de que no la haya. La función de mandar y obedecer es decisiva en la sociedad. Cuando esto no está claro, todo irá mal, hasta la intimidad de la persona se ve afectada, ya que el individuo no es un ser solitario, sino que es social en toda su textura.
El mecanismo elemental creador de sociedad, en que Ortega se apoya es el siguiente: "la ejemplaridad de unos pocos se articula en la docilidad de otros muchos. El resultado es que el ejemplo cunde y que los inferiores se perfeccionan en el sentido de los mejores". Esta capacidad de entusiasmarse con lo óptimo y de ser dócil a una forma de vida ejemplar es la función psíquica propia del hombre que le hace superior a los demás seres vivos.
Los miembros de toda sociedad humana, aun la más primitiva, han sido conscientes de que toda acción puede ejecutarse de dos maneras, una mejor y otra peor; de que existen normas o modos ejemplares de vivir y ser. "Precisamente la docilidad a esas normas crea la continuidad de convivencia que es el meollo de la sociedad.
Curiosamente no fue la fuerza ni la utilidad la que impulsó a los hombres a agruparse de manera permanente, sino el poder atractivo de que goza sobre nuestra especie el que es más perfecto. A nosotros hoy nos cuesta comprender que fuera éste el modo de formarse la sociedad (Ibid., 79ss, 103-105; La rebelión de las masas IV, 242ss).
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