La cigüeña sobre el campanario
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La blanca cigüeña,
como un garabato,
tranquila y deforme, ¡tan disparatada!
sobre el campanario.
Antonio Machado
¡Yo creo en la esperanza...!
El credo que ha dado sentido a mi vida
Desmitologización y recuperación de la esperanza
Contra todos los que, fuera o dentro de la Iglesia, se esfuerzan en convencernos de que hay que renunciar a la esperanza en nombre de la prudencia o de la sensatez o de la ciencia o, tal vez, del "espíritu sobrenatural"
que sería como decir: "en nombre de Dios".
¡Qué irrisión"!
Pero volvamos a San Pablo, quien establece esta dialéctica.
1._Cristo resucita; 2._está en marcha la lucha (destinada a triunfar)contra las potencias del mal; 3._ligada con esta lucha y con su dinámica victoriosa está, como coronamiento, nuestra resurrección.
Pablo dice taxativamente que no se puede creer con verdadera fe en la resurrección de Cristo, si no se espera(se cree en)nuestra resurrección. Pero, al explicarnos la relación dinámica entre la resurrección de Jesús y la nuestra, intercala, en función de Cristo, toda la trama de la historia, como la lucha contra las potencias del mal.
"El último enemigo en ser destruido será la muerte". Por tanto, si la lucha contra los enemigos de la fraternidad, de la liberación, del amor verdadero y de la justicia, no es una lucha en marcha hacia la victoria, a lo largo de la historia, es quimérico creer que la muerte será destuida, al final.
Podemos, pues, explicitar así plenamente la visión de Pablo: si no hay lucha victoriosa en marcha, dentro de la historia, contra las potencias del mal, no hay resurrección nuestra. Y si no hay resurrección nuestra, no hay, no ha habido resurrección de Jesús, y el cristianismo es una quimera.
No se puede tener fe genuina en la resurrección, sin tener una esperanza escatológica que se relaciona con la historia y que, por eso, no puede servir como instrumento de evasión.
Pero muchísimos cristianos, con su actitud ontológico-cultua lista y con su conservatismo social, funcionalmente ligados a una estructura no evangélica de "poder" clerical, parece haber perdido de vista el sentido de la esperanza.
La perspectiva de Pablo, que es la expresión de la fe apostólica en la resurrección, les parece quizá una interpretación extrañamente nueva y contestable.
Y, sin embargo, la concepción paulina del vínculo dinámico que liga la resurrección de Jesús con la debelación progresiva de las "potencias" en la historia, no es ajena a la visión de los Evangelios sinópticos. Pues los sinópticos están más cercanos que Pablo mismo a la perspectiva mesiánica de los profetas de Iesrael. Marcos es el evangelista de la inminencia del Reino, que en Jesús se manifiesta con paradógica originalidad y soberana libertad.
Y Lucas acentúa explícitamente el nexo del evangelio de Jesús con la esperanza mesianico-bíblica: por ejemplo, en los dos cánticos, Magnificat y Bededictus (1, 46-55 y 68-79), en su peculiar narración de la visita de Jesús a Nazaret (4, 16-21), y en la respuesta a los enviados de Juan Bautista, transmitida por Lucas (7, 18-23) y también por Mateo(11, 2-6)
El Evangelio de Mateo se cierra con las palabras:
"me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra(...) Y sabed que yo estoy con vosotros todos los los días hasta el fin del mundo"(28, 18 y 20.
Son el eqivalente de la afirmación de Pablo en su testimonio de la fe en la resurrección: "Porque él debe reinar hasta que ponga a todos sus enemigos bajo sus pies". "Luego el fin cuando entregue a Dios Padre el Reino, después de haber destruido todo Principado, Dominación y Potestad"(1 Cor 15, 25 y 24).
El sentido de ese texto de Mateo me parece prevalentemente (si no exclusivamente)mesiánico escatológico, en la misma línea que la concepción paulina del Cristo resucitado Señor de la historia. Pero ese sentido ha sido dejado en la sombra entre los católicos, en aras de una concepción jurídicista de "absolutismo" jerárquico. También esto da que pensar. Con todo, lo que ahora nos importa es afrontar el problema más profundo que se plantea al cristiano creyente contemporáneo.
Porque, por una parte, mantener la fe apostólica en la resurrección de Jesús es mantener el contenido de esperanza mesiánica, la fe en Cristo constituido Señor de la historia, que son la entraña misma de la fe en la resurrección. Sin ese contenido de esperanza mesiánica, que incide en la historis, la fe en la resurrección es una mitología, análoga a la mitología de los misterios dionisíacos(sobre todo como "actitud" y como "solución" religiosa).
Ver: José Mº Díez-Alegría, ¡Yo Creo en la Esperanza!
Desclée de Brouwer 1972
La blanca cigüeña,
como un garabato,
tranquila y deforme, ¡tan disparatada!
sobre el campanario.
Antonio Machado
¡Yo creo en la esperanza...!
El credo que ha dado sentido a mi vida
Desmitologización y recuperación de la esperanza
Contra todos los que, fuera o dentro de la Iglesia, se esfuerzan en convencernos de que hay que renunciar a la esperanza en nombre de la prudencia o de la sensatez o de la ciencia o, tal vez, del "espíritu sobrenatural"
que sería como decir: "en nombre de Dios".
¡Qué irrisión"!
Pero volvamos a San Pablo, quien establece esta dialéctica.
1._Cristo resucita; 2._está en marcha la lucha (destinada a triunfar)contra las potencias del mal; 3._ligada con esta lucha y con su dinámica victoriosa está, como coronamiento, nuestra resurrección.
Pablo dice taxativamente que no se puede creer con verdadera fe en la resurrección de Cristo, si no se espera(se cree en)nuestra resurrección. Pero, al explicarnos la relación dinámica entre la resurrección de Jesús y la nuestra, intercala, en función de Cristo, toda la trama de la historia, como la lucha contra las potencias del mal.
"El último enemigo en ser destruido será la muerte". Por tanto, si la lucha contra los enemigos de la fraternidad, de la liberación, del amor verdadero y de la justicia, no es una lucha en marcha hacia la victoria, a lo largo de la historia, es quimérico creer que la muerte será destuida, al final.
Podemos, pues, explicitar así plenamente la visión de Pablo: si no hay lucha victoriosa en marcha, dentro de la historia, contra las potencias del mal, no hay resurrección nuestra. Y si no hay resurrección nuestra, no hay, no ha habido resurrección de Jesús, y el cristianismo es una quimera.
No se puede tener fe genuina en la resurrección, sin tener una esperanza escatológica que se relaciona con la historia y que, por eso, no puede servir como instrumento de evasión.
Pero muchísimos cristianos, con su actitud ontológico-cultua lista y con su conservatismo social, funcionalmente ligados a una estructura no evangélica de "poder" clerical, parece haber perdido de vista el sentido de la esperanza.
La perspectiva de Pablo, que es la expresión de la fe apostólica en la resurrección, les parece quizá una interpretación extrañamente nueva y contestable.
Y, sin embargo, la concepción paulina del vínculo dinámico que liga la resurrección de Jesús con la debelación progresiva de las "potencias" en la historia, no es ajena a la visión de los Evangelios sinópticos. Pues los sinópticos están más cercanos que Pablo mismo a la perspectiva mesiánica de los profetas de Iesrael. Marcos es el evangelista de la inminencia del Reino, que en Jesús se manifiesta con paradógica originalidad y soberana libertad.
Y Lucas acentúa explícitamente el nexo del evangelio de Jesús con la esperanza mesianico-bíblica: por ejemplo, en los dos cánticos, Magnificat y Bededictus (1, 46-55 y 68-79), en su peculiar narración de la visita de Jesús a Nazaret (4, 16-21), y en la respuesta a los enviados de Juan Bautista, transmitida por Lucas (7, 18-23) y también por Mateo(11, 2-6)
El Evangelio de Mateo se cierra con las palabras:
"me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra(...) Y sabed que yo estoy con vosotros todos los los días hasta el fin del mundo"(28, 18 y 20.
Son el eqivalente de la afirmación de Pablo en su testimonio de la fe en la resurrección: "Porque él debe reinar hasta que ponga a todos sus enemigos bajo sus pies". "Luego el fin cuando entregue a Dios Padre el Reino, después de haber destruido todo Principado, Dominación y Potestad"(1 Cor 15, 25 y 24).
El sentido de ese texto de Mateo me parece prevalentemente (si no exclusivamente)mesiánico escatológico, en la misma línea que la concepción paulina del Cristo resucitado Señor de la historia. Pero ese sentido ha sido dejado en la sombra entre los católicos, en aras de una concepción jurídicista de "absolutismo" jerárquico. También esto da que pensar. Con todo, lo que ahora nos importa es afrontar el problema más profundo que se plantea al cristiano creyente contemporáneo.
Porque, por una parte, mantener la fe apostólica en la resurrección de Jesús es mantener el contenido de esperanza mesiánica, la fe en Cristo constituido Señor de la historia, que son la entraña misma de la fe en la resurrección. Sin ese contenido de esperanza mesiánica, que incide en la historis, la fe en la resurrección es una mitología, análoga a la mitología de los misterios dionisíacos(sobre todo como "actitud" y como "solución" religiosa).
Ver: José Mº Díez-Alegría, ¡Yo Creo en la Esperanza!
Desclée de Brouwer 1972