25.3. Anunciación: Ave María. Un canto a la vida

Hoy, fiesta de la Anunciación/encarnación de Dios en María, quiero  comentar las primeras palabras del Ángel (Lc 1, 26-38), que forman el comienzo de la antífona/oración mariana por excelencia:   Ave/alégrate, llena de gracia (kekharitômenê), y lo haré en dos momentos.

(1) En primer lugar me ocupo del sentido general de esas palabras, tal como han sido asumidas y completadas en las tres partes de la primera invocación mariana de la Iglesia, que es el Ave-María.

(2) En segundo lugar, en una clave ya más técnica (de exégesis) me ocupo del sentido del término central: kekharitômenê, llena de gracia. Buen día a todos.

La Anunciación, témpera sobre tabla realizada por el dominico Fra Angélico y conservada en el Museo del Prado, es una de las obras más conocidas del mundo del arte.

Ave María. Las tres partes de la oración. El Ave María es una fórmula de oración muy importante para millones de cristianos. Ella consta de tres partes.

(a) La palabra del ángel de la Anunciación que saluda a María en términos de gozo y cumplimiento mesiánico: Ave, gracia a ti, agraciada, el Señor está contigo (Lc 1, 28).

(b) La palabra de Isabel que, al descubrir la acción de Dios, eleva su palabra: bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre (Lc 1, 42).

(c) La palabra de la Iglesia. Ella recoge en reverencia los aspectos anteriores y se atreve a penetrar en el misterio, confesando la grandeza de María como santa y madre de Dios. Por eso implora en gesto confiado: «ruega por nosotros, pecadores...».

De esta forma se han unido súplica eclesial y recuerdo salvador, saludo y bendición, ruego y alabanza. Todo se condensa en la persona de María que aparece ante los fieles como signo radical de cercanía de Dios, como una especie de rostro muy cercano del misterio. No es por tanto sorprendente que esta breve oración haya venido a convertirse en lugar privilegiado de la fe, la petición y la alabanza para miles y millones de cristianos.

La primera parte del texto es el saludo mesiánico del ángel de Lc 1,28: «Dios te salve, María, llena de gracia, el Señor está contigo».De esta forma un poco libre y a mi juicio no del todo afortunada se traduce al castellano la palabra de la anunciación. Tres son a mi entender los cambios más salientes. (1) Al traducir el khaire en Dios te salve se ha perdido el tono del saludo con su invitación al gozo mesiánico. (2) Al añadir el nombre de María, la palabra kekharitômenê, agraciada, pierde su carácter de título personal y se convierte en simple predicado (llena eres de gracia). (3) Al presentar a María como llena de gracia parece que se alude a un tipo de virtud propia de María más que a la presencia de Dios en ella.

Por eso preferimos comentar el texto utilizando una traducción más cercana al texto: gracia a ti (alégrate agraciada, el Señor está contigo. Son palabras que provienen del Señor que guía la historia de Israel, que ha prometido salvación desde el principio y ahora viene, por fin, a realizarla. Son palabras que se escuchan en el campo de esperanza de la historia de los hombres que caminan hacia el reino final de la justicia y de la gracia. Por eso, ellas resuenan con gran fuerza todavía. Quien dice esas palabras es el ángel Gabriel, que es fortaleza de Dios y que realiza, en cuanto ángel, dos misiones primordiales: 1) canta la grandeza de Dios en alabanza que no cesa, como voz de santidad y gloria (cf. Is 6,3; Lc 2,14); 2) es mensajero del Señor para los hombres, actúa como signo y expresión de su presencia. Pues bien, cumpliendo su función de mensajero de Dios, el ángel actúa como cantor de María:

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‒ ¡Alégrate! (gracia a ti, khaire). Es la palabra de saludo al comienzo de la escena. Seguirá el título (agraciada) y la afirmación de la presencia de Dios (el Señor está contigo). Conforme al sentido ordinario, el término griego se puede traducir por «ave», que significa algo así como salud, estate bien o suerte. Sin embargo, en el fondo del saludo del ángel se percibe un tono más intenso de gozo y plenitud. Etimológicamente khaire significa «alégrate» y este es el motivo que resuena en la palabra del ángel. Pero todavía podemos avanzar, aunque ya con más cautela. Es posible que «khaire» transmita la voz y alegría de viejas proclamas mesiánicas: «Alégrate, hija de Sión; grita jubilosamente, hija de Jerusalén..., porque el Señor, que está en medio de ti, es el rey de Israel» (Sof 3,14-15; cf. Jl 2,21; Zac 9,9). El saludo refleja así un gozo de gran profecía. En un mundo de males y muerte Dios viene a ofrecer su esperanza, invitando a la vida, a través de María.

‒ Agraciada (kekharitômenê). Es el nombre que Dios ha ofrecido a María, dándose así un nombre nuevo: de ahora en adelante ella será Agraciada (la privilegiada). Así, Dios llama a Gedeón Guerrero de Valor (Jc 6,12) y Jesús llama a Simón Pedro (Piedra; Mt 16,18 par). Pues bien, María es ya Agraciada: ella es sencillamente la escogida, aquella a la que Dios ha iluminado, como faro salvador para los hombres. Ciertamente, la podemos llamar Llena de Gracia, con la tradición latina o castellana; pero es llena porque Dios la favorece y no por algo que ella tenga[1].

‒ El Señor está contigo. Estas palabras confirman lo dicho. Al saludo jubiloso (alégrate) y al nombre personal (Agraciada) sigue la presencia de Dios, garantizando la verdad de todo lo indicado: el Dios que la ha escogido la acompaña, en gesto de asistencia. De esta forma se realiza el misterio de la alianza: Dios ofrece su mano a quien escoge, sosteniendo y dirigiendo su camino (cf. Gen 26,24; Ex 3,12; Jue 6,16). Por eso, esta primera alocución del ángel viene a culminar en las palabras de asistencia y de promesa: el Señor está contigo y de esa forma cumplirás tu cometido.

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  Sin perder su figura individual, María viene a presentarse como signo y plenitud del pueblo israelita. Por ella ha culminado Dios su obra salvadora. Por eso la saluda con palabras que destilan alegría, por eso le concede su asistencia, en expresiones que suponen cumplimiento radical del pacto, como dirán las palabras posteriores: «el Espíritu santo vendrá sobre ti...» (Lc 1,35).

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La segunda parte de la oración es la bendición de Isabel (Lc 1,42): «Bendita tú eres entre las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre». Estas palabras inician la alabanza de Isabel (cf. Lc 1,42-45). Como agraciada de Dios y reasumiendo en su persona al pueblo israelita, María viene a visitar a su parienta. Isabel, madre del profeta final y profetisa, condensando en su palabra toda la palabra del AT, proclama la grandeza de María, llamándola bendita. La Iglesia ha descubierto muy pronto la relación de esta palabra de Isabel con el saludo del ángel que hemos visto. Por eso, muchos manuscritos primitivos ya las unifican. Antes era el ángel de Dios quien saludaba. Ahora es el mismo pueblo de Israel quien mira hacia María y la bendice por medio de Isabel, su prima. Brevemente situamos los tres planos de esa bendición: en culto, historia y pacto.

 ‒ La bendición constituye un elemento primordial delculto. Los sacerdotes, hijos de Aarón, deben bendecir de esta manera: «el Señor te bendiga y te guarde...» (Núm. 6,23s). Ahora, al final de la historia, no bendice el sacerdote, ni el templo es el lugar donde se invoca plenitud y vida para el pueblo. En el hogar de su vida ordinaria, Isabel ha recibido la fuerza del Espíritu, descubre la presencia de Dios en la persona de María y canta su grandeza. No le ofrece ya un deseo, no le augura plenitud para el futuro. Ve la mano de Dios en su camino y canta, transportada: «tú eres la bendita». Así culmina la palabra del culto israelita.

La bendición se relaciona con la historia. Allá al final, cuando Dios cumpla todas sus palabras, llegará su bendición hasta las gentes, a través del pueblo israelita (cf. Gen 12,1-3). Pues bien, las palabras de Isabel suponen que ese tiempo final nos ha llegado: en María se ha cumplido la más honda bendición de la mujer que se explicita en forma de maternidad mesiánica. La vida de Dios llega a la entraña de este mundo: ha nacido el salvador entre los hombres. Por eso, María, junto con Jesús, no es simplemente «bienaventurada», como son los pobres y pequeños de la tierra que confían en las manos de Dios como creyentes (cf. Lc 1,45; 6,20-21). Siendo culmen de la historia y transmisora de la salvación escatológica, María es la bendita: realiza así la acción de Dios, es transmisora de su vida entre los hombres.

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‒ La bendición presenta, en fin, rasgos de pacto. Allí donde se acoge la presencia de Dios, se cultivan sus preceptos y se expande la gracia transformante de su amor, emerge bendición; por el contrario, allí donde los hombres rompen el pacto se destruyen a sí mismos, convirtiendo así la vida en maldición (cf. Dt 27,12-13; 28,1-68). Pues bien, María ha realizado el pacto («el Señor está contigo...»), respondiendo con su vida a la palabra que Dios le ha dirigido. De esa forma su existencia se convierte en lugar de bendición: allá en el culmen de la historia, ella, la bendita, se desvela como signo radical del pacto, campo en que se expresa el amor y bendición de Dios para los hombres. Aunque sea Isabel quien lo proclame, en estallido de júbilo, María es la bendita porque Dios así lo quiere, como indica el verbo en voz pasiva (eulogémené). Es Dios quien la bendice. Isabel, como vidente final del AT, no hace más que explicitar ese designio de Dios y proclamarlo de una forma abierta. La palabra del ángel se ha expandido y los creyentes de Israel asumen la alabanza de María, llamándola bendita[2].

La tercera parte es una súplica eclesial: «Santa María, madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte, amén».El ángel la ha llamado agraciada; Isabel ha confesado que es bendita; la Iglesia la proclama santa y madre de Dios, pidiendo su intercesión:

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‒ María es santa. Toda su existencia pertenece a ese nivel donde se elevan ya los serafines de Isaías, mientras cantan: «santo, santo, santo» (Is 6,3). Ella es transparente, como espejo donde Dios expresa su misterio. Dando un paso más, decimos: ella es santa, ha recibido el Espíritu de Dios que es santidad personificada (cf. Lc 1,35). El Espíritu de amor, gratuidad y comunión de Dios la llena. Así podemos entender mejor lo que decimos: ella pertenece al campo del Espíritu, al nivel donde se actúa la presencia salvadora de Dios entre los hombres, en gesto de absoluta gratuidad, de entrega plena. Por eso, al confesarla santa en un sentido radical, confesamos que ella es transparencia, es el reflejo personal, cercano, del Espíritu de Dios sobre la tierra.

‒ María es madre de Dios. En una especie de pequeño credo que se añade a la palabra de saludo y bendición, nosotros confesamos el misterio de la maternidad divina de María. Sólo si decimos que ella es «theotokos», reasumiendo las palabras del Concilio de Efeso (431 d.C.), podemos confesar que el Verbo, Hijo de Dios, es hombre verdadero. Sin esta afirmación mariológica no existe credo cristológico: sólo si ella es madre de Dios nosotros seremos hermanos del Dios encarnado. Pues bien, María no es madre por sus fuerzas personales o poderes dentro de la historia; es madre porque ha sido transparente a la presencia del Espíritu. Así, confesando su gesto maternal, la introducimos dentro del misterio trinitario.

Por eso suplicamos: ruega por nosotros... Aparece tan cerca del Espíritu, tan llena de la fuerza de Dios y, al mismo tiempo, sigue siendo tan humanamente acogedora y compasiva que los fieles la terminan invocando como intercesora especial en su camino. Sabemos por Juan que el intercesor primero es el Espíritu Paráclito: nos llena, nos defiende y nos conduce al Cristo. Sin embargo, para muchos fieles el Espíritu aparece lejano. Por eso, en transferencia perfectamente lógica, atribuyen a María los aspectos y funciones maternales del Espíritu: el misterio de su gracia, su presencia intercesora. Lógicamente le suplican: «ruega, intercede, por nosotros, pecadores...». Frente a la santidad de María está nuestro pecado; frente a su plenitud de madre, coronada de Espíritu en el cielo, viene a desvelarse ya nuestra miseria y angustia en el presente, dirigido siempre hacia la muerte. Por eso le decimos: «ruega por nosotros ahora y en la hora...».

Llena de gracia (Lc 1,28). Estudio exegético.

La palabra clave del saludo del ángel a María es kekharitômenê, llena de gracia o agraciada, que ha de entenderse en la línea de otros textos semejantes de la Biblia (cf. Gen 16,7-13; 17,1-21; 18,1-15; Jue 6,11-24; 13,2-21; Mt 1, 18-25; Lc 1,5-25)[3]. Lo primero que sorprende es el preciso juego de palabras: khaire kekharitômenê; gracia a ti... Gracia-alegría (khaire, khara) y la agraciada (kekharitômenê, kharis) provienen de una misma raíz y a menudo se cruzan y mezclan en su significado[4].

Pues bien, sin identificar kharis y khara debemos resaltar la coincidencia originaria entre gracia y alegría: sólo allí donde irrumpe la gracia salvadora de Dios puede hablarse de auténtica alegría; y sólo donde adviene la alegría mesiánica recibe sentido y realidad la gracia. Fundados parcialmente en este presupuesto, algunos exegetas han querido interpretar el comienzo del saludo en forma de llamada mesiánica: Dios invita a la doncella de Sión a la alegría (cf. Is 66,10.14; Sof 3,14; Jl 2,21; Zac 9,9), pues será transfigurada por la gracia de su Dios y liberada de las antiguas servidumbres que la aplastan. Gracia y alegría son, por lo tanto, dos facetas de una misma plenitud de Dios, de una presencia salvadora que llena a los creyentes y especialmente a María.

Esta interpretación no es del todo segura: no tenemos certeza de que Lucas haya pretendido dar a esa palabra khaire todo el vigor de las antiguas profecías de la alegría/gracia mesiánica. Podría tratarse de una palabra de saludo cercano y cariñoso, como era normal en lengua griega. Sea como fuere, tenga o no fondo mesiánico, una cosa es, a mi juicio, cierta: entre la alegría/gracia del saludo del ángel (khaire) y la gracia de María (kekharitômenê) existe, por implicación fonética y por juego de palabras, una conexión intensa que nosotros ya no descubrimos en nuestras traducciones[5].

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Llamando a María kekharitômenê en el momento más solemne del anuncio mesiánico, Lucas ha realizado una opción de grandes consecuencias. Podría haber empleado otra palabra más normal eukharis (hermosa, bien agraciada) o referirse a una expresión normal de plenitud, como lo hace cuando habla de Esteban (lleno de gracia: Hch 6,8). Pues bien, Lucas escoge el verbo más difícil y más raro, un verbo que en todo el NT sólo vuelve a aparecer en otro texto que luego estudiaremos (Ef 1,6). ¿Por qué? Porque quiere acentuar la fuerza y valor de esta palabra, como han puesto de relieve las traducciones principales:

  1. Hermosa, Bella, Agraciada. Kekharitômê significa mujer llena de gracia, revestida de hermosura que proviene de Dios y que se expande hasta el nivel del mismo cuerpo. A pesar de que algunos autores lo rechazan, pienso que es preciso mantener este sentido, en la línea de Eclo 9,8 y de los Hechos apócrifos, que han empleado la palabra refiriéndose a una mujer o niño hermoso, corporalmente agraciado (Acta Ap. Apocrypha I, Leipzig 1898, 218). Ciertamente, Lc 1,28 es mucho más que un cumplido a la belleza femenina de María. La palabra se dirige a su persona. Pero hablando de ella es importante el rasgo corporal. De María se dirá después, concretando nuestro texto: «has hallado gracia ante Dios; por eso, he aquí que concebirás en tu seno...» (Lc 1,30.31). De la belleza y plenitud profunda de María, de esa plenitud que se explicita también en sus entrañas de mujer grávida de vida, trata nuestro texto. Sin esta salud y hermosura corporal, que comienza por mostrarse en una dimensión física, el saludo del ángel pierde su sentido[6].
  2. Privilegiada, Favorecida, Agraciada. Kharis es más que belleza física: el ángel la saluda declarando que Dios mismo le ofrece su favor y privilegio. Así pone de relieve dos aspectos: la kharis es efecto del amor de Dios; al mismo tiempo es sentido y realidad en la existencia de María. Por eso, algunos como J. P. Audet han resaltado el matiz de Privilegiada, destacando el favor o privilegio que Dios le ha concedido al saludarla de esa forma17. En una línea semejante, R. E. Brown prefiere llamarla Favorecida o Favorita de Dios: no importan las posibles cualidades de María, sino el hecho de que Dios se fija amorosamente en ella18. Destacando este matiz, quizá es mejor hablar sencillamente de Agraciada, dando a esa palabra toda su fuerza posible: la gracia no es lo mío, es lo que Dios hace que yo sea. Por eso, dentro de una línea que está cerca de la tradición paulina, decimos que María es la mujer (el ser humano) que, poniéndose en las manos de Dios, por pura gracia, ha recibido hondura y plenitud allá en el centro del camino mesiánico[7].
  3. Llena de gracia. La perspectiva anterior resulta insuficiente. Ciertamente, Dios actúa. Pero María no es una mujer pasiva. Ciertamente, ella recibe, acoge. Pero, al mismo tiempo y por regalo singular de Dios, actúa, es dueña de la gracia. Por eso, con un fondo de razón, la Vulgata ha traducido gratia plena, llena de gracia. Así destaca aquello que podríamos llamar la nueva y definitiva condición humana de María: por misterio de Dios ella está envuelta y traspasada, enriquecida y recreada en gratuidad; por eso, el favor y privilegio de Dios, sin dejar de ser un don, le pertenecen desde dentro. Así lo indica con justicia una larga tradición católica. De todas formas, la expresión llena de gracia ofrece dos posibles desventajas: por un lado, deja un poco en sombra el hecho de que todo lo que tiene María es don que ha recibido; por otro, alude a una grandeza o plenitud (cf. Hch 6,8 y Jn 1,14) que se debe precisar con más cuidado, como luego mostraremos.
  4. Contemplada. Una forma de resolver la posible contraposición entre «agraciada» y «llena de gracia» ha sido propuesta por la traducción exegético-teológica de L. Boff: «El pasivo indica que María ha sido objeto de la acción del Espíritu, ha recibido la comunicación del Espíritu santo y, en adelante, lo posee de un modo habitual y permanente... Por ello, nosotros preferimos la palabra contemplada. Y ello por una razón muy concreta. La tradición de la Iglesia, basada en los textos bíblicos, ve a María como templo del Espíritu santo. Ahora bien, la palabra contemplar procede etimológicamente de templo. María, pues, fue contemplada por el Espíritu santo para que fuera su templo. Este es el verdadero nombre de María»[8]. En principio, esta postura me parece positiva. En ella se han unido dos facetas importantes: 1. Dios mira a María: contemplándola la eleva y enriquece (cf. Lc 1,48: epeblepsen, miró a su pobre sierva); 2. Dios hace a María templo de su gracia, enriqueciéndola por dentro. A pesar de ello, esta manera de entender el tema me parece también insuficiente: María es más que templo, es sujeto personal que puede dialogar, dialoga con su Dios.
  5. Amada de Dios, Amiga. Para la Biblia, gracia significa siempre relación entre personas: es el favor del rey (cf. 1 Sam 16,22; 2 Sam 14,22; 1 Re 11,19), es el amor (Cant 8,10), es ambas cosas, como muestra el libro de Ester cuando nos habla del amor del rey a la mujer israelita (cf. Est 2,17; 5,8; 7,3; 8,5). Desde aquí ha de comprenderse la palabra del ángel a María: indica el amor de Dios por ella, amor que le enriquece, le transforma[9]. María es más que simplemente hermosa, es más que contemplada. Dios la plenifica con su gracia para dialogar con ella, para amarla. María es ante todo una persona porque la ama Dios, y como amiga de Dios ha recibido su favor y le responde con su propia entrega (cf. Lc 1,38: hágase en mí según tu palabra). Esta perspectiva nos conduce hasta el espacio donde kharis (gracia) y agape (amor) vienen a encontrarse[10].

Según eso, kekharitômenê ha de entenderse en forma de llamada o denominación personal (personalizadora). Conocemos su nombre anterior, María (cf. Lc 1,27). Así la llama el ángel y la vuelve a presentar el redactor (Lc 1,30.34.38). Pues bien, en nuestro caso, el evangelio ha preferido presentarla de manera diferente y llamarle: kekharitômenê, como hizo más de una vez en el Antiguo Testamento, así cuando definió a Gedeón como Guerrero de Valor (Jue 6,12). Porque tiene función nueva, la doncella nazarena ha de tomar una denominación diferente, que proviene de Dios, no de los hombres, una denominación teófora que expresa de manera anticipada todo lo que hará y será María en el futuro como Amada de Dios entre los hombres[11].

María es kekharitómene: agraciada, amada. ¿Desde cuándo? ¿hasta cuándo? (a) Esa palabra indica algo anterior: «has hallado gracia ante Dios» (1,30). (b) Esa palabra anuncia lo que viene: «he aquí que concebirás...» (1,31). Precisamente aquí, en la unión de pasado y futuro, se ilumina el contenido de temporalidad de la gracia de María. Ella es amada-agraciada porque está fundada en un pasado de elección de Dios y porque colabora de manera positiva al nacimiento futuro del Cristo. Esto nos obliga una vez más a precisar las perspectivas:

 ‒ Unaperspectiva funcional entiende el término kekharitômenê en línea extrinsecista: María es agraciada solamente porque ha recibido una misión y puede realizarla. Lo que Dios le ha concedido es sólo gracia para obrar, no gracia para ser desde la hondura de sí misma. Por eso, ella no es más que una mujer simple y normal que en un determinado momento de su vida debe realizar una tarea extraordinaria. Pasa ese momento, cesa la tarea y ella vuelve a lo que fue, como los otros. En línea teológica, podríamos decir que el favor que Dios le ha dado es «gracia gratis data», no santificante. Eso lo acentúan, sobre todo, los autores protestantes.

Unaperspectiva más esencialista u ontológica interpreta el kekharitômenê a partir de la gracia santificante: «como favor divino instaurado en un alma a título de cualidad permanente»,Este favor transforma profundamente el alma de María: es como abundancia que le envuelve, plenitud que le penetra desde el mismo comienzo de su vida. Al interior del «llena de gracia» se contienen y se expresan, en suma de conjunto, las gracias abundantes que Dios ha decidido regalar para María en su decreto eterno. Esta es la lectura que se ha hecho más corriente en los autores católicos modernos.

Pues bien, yo quiero defender una visión más personalista que asume y completa los rasgos de las anteriores. Gracia es la hondura personal de la existencia de María, es el sentido de su encuentro con Dios y de su entrega por los hombres (por medio de Jesús, el hombre nuevo). Por eso, su maternidad está ligada al misterio de su vida como agraciada-amada y no se puede separar, como función adicional, del contenido y valor de su persona. Pero debemos añadir que gracia no es un don o cualidad que Dios ofrece ya «ab aeterno», sin relación con la existencia, acción y vida de María. La gracia se entreteje en su camino personal, y es allí donde recibe su sentido[12].

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María es agraciada como amada, en la línea de Jesús a quien se llama êgapêmenô, amado (Ef 1, 6), en un contexto cercano al de Lc 1, 28: Efesios bendice a Dios Padre que nos ha predestinado para ser alabanza de la gloria de su gracia (kharitos), que gratuitamente nos ha concedido (ekharitôsen) por medio de su amado (en tô êgapêmenô). Pero hay un matiz distinto. Conforme a Lc 1,28, la acción de Dios tiende básicamente a María, que es la kekharitômenê o agraciada, sin que en principio se diga lo mismo de todos los creyentes. Por el contra, Ef 1,6 supone que la acción amorosa de Dios se expande a todos los creyentes, agraciados por Dios a través de su amado, êgapêmenô, que es el Cristo[13]. Los relatos del bautismo y transfiguración (Lc 3,22; Mc 9,7) llaman a Jesús agapétos (carísimo, querido), indicando así su cercanía respecto de Dios Padre y su carácter de Hijo único[14]. Pero esa palabra, que deriva también de agapaö ha perdido su carácter verbal y ya no expresa el movimiento creador que viene de Dios Padre hacia su Hijo. Precisamente para destacar ese movimiento, Ef 1,6 llama a Jesús êgapêmenos, el amado.

Jesucristo es el amado porque acoge y personifica todo el flujo de amor del Padre; desaparece o quedan en segundo plano los restantes hijos, los amados del AT; se superan los tanteos y las limitaciones anteriores. Jesucristo es el amado a quien el Padre ofrece de manera directa, constante y activa su propia plenitud. Pero Jesús es un amado que se abre hacia los hombres, haciéndose camino y campo donde actúa la gracia salvadora de Dios Padre. Por eso el texto indica, con toda precisión, que el Padre nos ha dado su gracia (ekharitôsen) en el amado.Esto nos permite ofrecer algunas notas conclusivas:

 ‒ Sólo Jesús es amado por sí mismo, el verdadero êgapêmenos. Pertenece al misterio de Dios y es fundamento de todos los amores y las gracias que Dios quiere concedernos. En ese aspecto no se puede afirmar que María sea êgapêmenê, la amada sin más.

Por medio de Jesús, amado, Dios nos ha ofrecido su gracia, esto es, su kharis. Ef 1,6 lo dice de manera general, como aludiendo a todos los salvados: ekharitôsen hêmas (nos ha dado su gracia). Pues bien, en el conjunto de salvados hay una persona especialmente agraciada: María, kekharitômenê (Lc 1,28). Es agraciada, amada, porque ha sido destinada para madre del Cristo amado, porque ha creído en la palabra de Dios (Lc 1,45), porque ha inaugurado el camino de la Iglesia (Hch 1,14)[15].   

NOTAS

[1] Así lo indica el texto posterior: «has encontrado gracia ante Dios» (Lc 1,30). Para interpretar esa palabra es conveniente recordar lo que Isabel dirá: «bienaventurada tú, la que has creído (la creyente)» (cf. Lc 1,45). Estos nombres definen su sentido: desde Dios es Agraciada; por su acción es la Creyente.

[2] Diciendo que María es «bendita entre las mujeres» presupone que lo es por excelencia: bendita como mujer, por su maternidad abierta hacia la vida; bendita como ser humano o mejor como persona fiel al gran misterio de la vida. En línea de realización escatológica, la plenitud de bendición ha culminado en la persona de María, la mujer creyente. Frente a las posibles creaciones de soberbia de este mundo, que se expresan como triunfo material, María nos coloca ante el camino de la fe que se abre hacia el misterio de Dios y de su vida. Por eso se ha cumplido en ella la palabra que dijo en otro tiempo Ozías a Judith, judía salvadora: «el Altísimo te bendiga más que a todas las mujeres de la tierra...» (Jdt 13,18). Pero María no es bendita por matar al enemigo sino porque ha creído en Dios, poniéndose al servicio de la Vida de Dios sobre la tierra.

[3] Podemos destacar tres elementos: saludo propiamente dicho (khaire, ave, alégrate, gracia a tí), como palabra inicial que suscita un espacio misterioso de confianza-diálogo; denominación personal (kekharitômenê, llena de gracia o agraciada) con que Dios se dirige hacia María para confiarle su misión; palabra de asistencia (ho kyrios meta sou, el Señor está contigo), presentándose así como «el que es» (cf. Ex 3,14) y «el que ayuda» a los suyos, protegiéndolos a lo largo de la vida (cf. Jc 6,12-16; Num 14,43; Jos 1,9; 7,12; 2 Sam 7,9; 1 Re 1,37, etc.). En esta última línea, que culmina en la promesa de Emmanuel, Dios con nosotros de Is 7,14, viene a situarse nuestra escena. Sobre la estructura de los relatos de la anunciación, cf. S. Muñoz Iglesias, El evangelio de la infancia en san Lucas y las infancias de los héroes bíblicos: EstBib 16 (1957) 329-382; J. Gewiess, Die Marienfrage. Lc 1,34: BZ 5 (1961) 221-254; J. P. Audet, L'annonce a Marie: RB 63 (1956) 346-374 ; R. Laurentin, Les Evangiles de l'Enfance du Christ, Paris 1982, 549s.

[4] Así lo muestra Hch 11,23, donde se dice que Bernabé se alegró (ekharê) viendo la gracia (kharin) de Dios. Es más, algunas traducciones antiguas interpretan la gracia del kekharitômenê en términos de khara o alegría, traduciendo así el saludo del ángel: ave laetificata (alégrate, tú, la alegrada). Cf. H. Schürmann, Luca, Brescia 1983, 133s.; H. Conzelmann, Kharis, TDNT, 9, 373 ; M. Cambe, La kharis chez Saint Luc: RB 70 (1963) 197.

[5] Kekharitômenê es participio perfecto pasivo de kharitoô, gratificar, bendecir. El verbo es raro y aparece sólo una docena de veces en toda la antigua literatura griega. Su terminación en es característica pero no exclusiva de los verbos causativos. Por eso, su sentido normal es «infundir gracia» (causar gracia) en aquel a quien la acción va dirigida. Posiblemente implica también abundancia o plenitud, aunque eso no es tan claro. El tiempo en perfecto, si ha sido utilizado por Lucas en sentido clásico, indica que María goza de un estado permanente de gracia: es agraciada como efecto de una acción que ha sucedido en el pasado. Finalmente, la voz pasiva, con sujeto teológico o divino, indica lo siguiente: Dios mismo ha ofrecido su gracia a María en gesto que ya se ha realizado y que sigue influyendo todavía. Cf. S. Lyonnet, Khaire kekharitómen Bib 20 (1939) 131.141; S. Sahlin, Das Messias und das Gottesvolk, ASNU 12, Uppsala 1945, passim; A. G. Herbert, The Virgin Mary as the Daughter of Sion: Theol 53 (1950) 403-410; H. Cazelles, Fille de Sion et théologie mariale dans la Bible: BSFEM 21 (1964) 51-71. Así lo han visto entre otros A. Strobel, Der Gruss an Maria (Lk 1,28): ZNW 53 (1962) 86-110; H. Räisänen, Die Mutter Jesu im NT, STT 158. Helsinki 1969, 86-92. J. Galot, Marie dans l'Evangile, Paris 1958, 23, propone la traducción «exulte, exaltée en grace». Cf. M. de Tuya, Valoración exegético-teológica del «Ave, gratia plena»: CiTom 83 (1956) 9-10. A. Médiebielle, Annonciation, DB Supp 1, 283. Cf. J. Fantini, Kekharitómene' (Lc 1,28). Interpretación filológica: Salm 1 (1954) 761.

[6] Cf. M. de Tuya, O.c., 10-11, 14-15; R. E. Brown, El nacimiento del Mesías, Madrid 1982, 336-337.

[7] Cf. J. P. Audet, L'annonce a Marie: RB 63 (1956) 360-361.

[8] L. Boff, El Ave-María. Lo femenino y el Espíritu santo, Santander 1982, 59-60.

[9] He desarrollado el tema en María y el Espíritu santo: EstTrin 15 (1981) 30-31. C. A. George, La Mère de Jésus, en Etudes sur l'œuvre de Luc, Paris 1978, 435

[10] Ciertamente, los conceptos no resultan del todo equivalentes y por eso nuestro texto dice kekharitômenê (agraciada-amada) y no simplemente égapemene (amada sin más) como en Rom 9,25 y Ef 1,6. Así resalta el aspecto de gratuidad y donación de amor en el misterio de María, éste es un amor que la transforma de un modo personal; sólo así, como Agraciada-Amada de Dios, María es verdad kekharitômenê, como seguiré indicando.

[11] Kekharitômenê aparece así como una denominación importante de María, de forma que nos parece poco afortunado el hecho de que la versión orante de la anunciación («Dios te salve, María, llena de gracia...») haya introducido el nombre de María, rompiendo de esa forma el ritmo y equilibrio de la frase originaria. Bastaría con decir “Dios de salve Kekharitómene” (sin incluir el nombre de María) para destacar así con más fuerza el valor de esa palabra. Cf. J.-P. Audet, L'annonce a Marie: RB 63 (1956) 358-359; M. Cambe, La kharis chez saint Luc: RB 70 (1963) 204-205.

De todas formas, kekharitômenê no es simplemente un nombre nuevo, por varias razones: (a) Cuando Dios impone o cambia un nombre lo hace de manera expresa, como en Gén 17,5: «ya no te llamarás Abrán sino Abraham, porque...» (cf. también Mc 3,16 par). (b) La denominación de Gedeón como Guerrero de Valor no implica imposición de nombre; es simplemente un modo de indicar su modo de portarse.Todo esto, unido al hecho de que se encuentra sin artículo, parece indicar que es ahora una denominación personificante más que un nombre nuevo y verdadero. La doncella de Nazaret seguirá llamándose María aunque debamos añadir que su apellido o nota más característica será agraciada-amada de Dios. En esta perspectiva debemos recordar que el mismo Lucas le ha dado un nuevo título profundo cuando, por boca de Isabel, la llama pisteusasa o creyente (Lc 1,45). Un título destaca la actuación de Dios (amada); otro la respuesta de María (creyente). Ambos unidos ofrecen una especie de visión total de su sentido y actuación mesiánica. Cf. H. Räisänen, Die Mutter Jesu im NT, STT 158, Helsinki 1969, 94. Cita en su apoyo a W. H. Hertzberg, Josua, Richter, Ruth, ATD 9, Göttingen 1953, 191. Cf. J. Fantini, o. c. 762.

[12] Por eso, como ya hemos indicado al presentarla como amada, sostenemos que María es kekharitômenê en el proceso total de su existencia, en un camino de acogida (has hallado gracia) y donación (concebirás; cf. Lc 1,30-31): todo ese camino ha culminado en el encuentro con los fieles de Jesús, formando así la Iglesia (cf. Hch 1,14). Por eso, la gracia no se puede separar de su persona, sino que es la hondura y apertura, la acogida y donación que expresan su verdad en Dios, para los hombres. En realidad, debemos afirmar: toda la persona de María pertenece al plano de la graciaSitúa acertadamente el tema A. Gueuret, L'Engendrement d'un récit. L'Evangile de l'en/ance selon Saint Luc, Lectio Divina 113, Paris 1983, 68-70. La autora desvela, en términos de análisis estructural, la función de María como signo y portadora de gracia.

[13] Êgapêmenos, participio pasivo de agapaô, amar, es el amado con intensidad. La palabra ha recibido pronto un rasgo cuasi-mesiánico. Así aparece en los LXX como traducción de Jeshurun, en textos importantes donde se presenta a Israel como el amado de Yahvé (cf. Dt 32,15; 33,5.26; Is 44,2). También aparecen como êgapemenoi diversos personajes de la historia israelita: Abraham (Dan 3,35 TH), Moisés (Ecl 45,1) y Samuel (Eclo 46,13). El NT ha interpretado ese título de honor en un contexto eclesial: amados de Dios son los cristianos (1 Tes 1,4; Col 3,12; 2 Tes 2,13; Jds 1) y es amada la Jerusalén celeste de los redimidos (cf. ApJn 20,9). Pues bien, Ef 1,6 aplica de manera solemne esa palabra a Jesucristo. Cf. H. Schlier, Der Brief an die Epheser, Düsseldorf 1968, 56-57; J. Gnilka, Der Epheserbrief, Freiburg 1982, 74-75.

[14] Sobre el sentido de agapétos, sobre todo en el contexto del bautismo de Jesús, cf. E. Stauffer, Agapaö, TDNT I, 48; E. Lohmeyer, Das evangelium des Markus, Göttingen 1967, 23; P. Gaechter, Das Matthäus Evangelium, Innsbruck 1963, 103-105; Th. De Kruijf, Der Sohn des lebendigen Gottes, AnBib 16, Roma 1962, 52-54.

[15] Quizá podríamos comparar mejor las funciones y sentido de Cristo-êgapêmenos y María-kekharitômenê Se podría destacar la cercanía etimológica entre kharis (de kekharitômenê) y la charitas que viene a traducir el amor o agapé de Dios en Jesucristo. Pero con esto planteamos el problema de la relación entre la gracia que Dios ha concedido a María y el amor que por Cristo ha ofrecido a todos los hombres. Por otra parte, la relación entre la kharis griega y la charitas latina ha sido resaltada diversas veces. Cf. J. Pieper, Amor, en Las virtudes fundamentales, Madrid 1976, 425-426, que relaciona charitas con carus.

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