14.12.22:Juan de la Cruz. Adviento es subida al Monte Navidad.
San Juan de la Cruz (1542-1591) escribió un libro titulado "Subida al monte Carmelo" y, al llegar arriba, encontrado allí el AMOR (=encontrado por el Amor). se puso a cantar letrillas muy hondas de Navidad.
Cuando, después de su muerte, unos "buenos" eruditos editaron esos cantos, con su comentario, les llamaron Cántico Espiritual No es malo el título, pero queda corto, porque la altura a la que que se llega, tras subir (=mientras se sube) por las rampas de Adviento, es la Cumbre del Monte Navidad, el amor de todos los amores, como indicaré comentando las últimas estrofas del poema.
Esos cantos del Monte Navidad no necesitan especial presentación. Aquí los comento siguiendo el esquema de mi libro sobre el Cántico. Buen día de cielo, es decir, de monte de amor, para todos los amigos de la vida enamorada, como Juan de la Cruz.
Esos cantos del Monte Navidad no necesitan especial presentación. Aquí los comento siguiendo el esquema de mi libro sobre el Cántico. Buen día de cielo, es decir, de monte de amor, para todos los amigos de la vida enamorada, como Juan de la Cruz.
| X.Pikaza
Diagrama del amor
Presento a continuación el diagrama de la Subida al Monte de la Navidad (=Carmelo), escrito por Juan de la Cruz. Abajo estamos nosotros, están todos los caminos de aprendizaje y preparación para el amor.
Arriba, en el Monte Navidad, está el amor, por encima de toda ley, pues quien llega a la cima (por gracia de la vida, elevador Dios y/por la gracia de la vida y sus amigo), no está ya sometido a ninguna ley, ni imposición externa, pues él mismo para sí se es “ley”, fuente de vida y amor.
En estos días, en que parte de la iglesia parece sobrecogida, como si no hubiera otro problema que el de un tipo de falso amor de imposicion (pederastia), en que gran parte de los hombres y mujeres siguen sin aliento ante el rayo de la guerra de Ucrania y de la carestía y el hambre provocada por un tipo de falsa economía mundial, resulta refrescante volver a este manifiesto de amor en libertad Cantaba Juan de la Cruz.
Abajo queda la vida del hombre con sus problemas... En medio quedan los diversos momentos de la subida, que es la vida entera como ejercicio y aprendizaje de Amor. Arriba queda el Monte Carmelo, que es Monte Navidad, tiempo pleno de amor, por encima de todas las leyes, en pura contemplación de vida.
Esa contemplación (que es vida de a mor, por encima de toda ley) es el argumento y contenido de las últimas estrofas del poema, que, como he dicho, se ha titulado Cántico Espiritual.
Es evidentemente un canto espiritual, siendo también corporal, personal y social, de pareja de encuentro, de encuentro de todos los encuentros. No introduzo más el tema. más. Que cada lector, protagonista de este poema, haga su lectura, que he tomado en parte de mi libro Ejercicio de Amor. San Juan de la Cruz.
EJERCICIO DE AMOR
Estrofa 36. Gocémonos, Amado
Gocémonos, Amado,
y vámonos a ver en tu hermosura
al monte y al collado,
do mana el agua pura;
entremos más adentro en la espesura.
Ésta es la proclamación y proyecto del gozo, no de uno sobre el otro, sino de unos con y en otros , descubriendo y mostrando así que la vida es gozo abierto al cielo..
La amada propone y guía al Amado, pasando de la primera persona del singular (yo) a la primera del plural (nosotros…): ¡Gocémonos! pero no de cosas externa (compartiendo juntos bienes), sino el uno del otro, sino en una propuesta de amor compartido.
Esta propuesta (¡gocémonos Amado!) define la vida/cielo como gozo, pues las fatigas anteriores, los deseos y las purificaciones han tendido a este fin. No hace falta nada más, sino dos seres humanos que se vuelven fuente de amor mutuo.
Gocémonos, Amado. Éste es el ejercicio de amor, gozarse ellos mismos. No gozan en común de algo distinto, sino de su mismo amor, siendo cada uno el mayor gozo del otro. No tienen otra cosa que hacer, nada que demostrar o conseguir, sino amarse, pues ser es amar en compañía.
Por eso dicen gocémonos, sabiendo que ser es amar y amar es gozarse mutuamente. Esos Amantes no buscan nada fuera, lo tienen todo en ellos, uno para el otro y con el otro, disfrutándose al hallarse de esa forma unidos. Así lo dice ella, en nombre de los dos, respondiendo a Dios, su Amado, y proponiéndole su plan ya para siempre:
− Gocémonos, más allá de toda idea. Amar no es sólo avanzar juntos hacia un Bien más alto, que se difunde y retorna hacia ellos mismos (conforme al esquema de exitus y redditus, salida y retorno), sino descubrirse juntos y juntarse en gozo agradecido, en este mismo momento, pues allí donde dos o más se gozan ha empezao el cielo.
− Gocémonos, sobre toda ley. Algunos han pensado que la ley es lo más alto, de manera que al hombre hay que decirle: Obedece, cumple. En contra de eso, Juan de la Cruz ha descubierto y destacado una palabra superior que brota de su mismo impulso interno: “goza” o, mejor dicho, “gocémonos” unidos, uno en otro y para el otro, en felicidad compartida, sin más camino, pues ese amor es meta y plenitud de todo lo que existe.
Y vámonos a ver en tu hermosura. Sólo hacen falta dos sujetos: Tú y nosotros. El yo está incluido en ellos…: Vamos a vernos, nos vemos de Dios. Eso es el amor, eso el Dios encarnado en la vida humana, en comunión dialogal, esto es, una visión recíproca, por la que cada uno muestra su hermosura al otro, y entrambos se descubren en la hermosura compartida:
Y vámonos a ver en tu hermosura.
Que quiere decir: hagamos de manera que
por medio de este ejercicio de amor ya dicho,
lleguemos hasta vernos en tu hermosura
en la vida eterna. Que de tal manera
esté yo transformada en tu hermosura,
que, siendo semejante en hermosura,
nos veamos entrambos en tu hermosura,
teniendo ya tu misma hermosura; de manera que,
mirando el uno al otro,
vea cada uno en el otro su hermosura.
porque tu misma hermosura será mi hermosura;
y así, nos veremos el uno al otro en tu hermosura (CB 36, 5).
Conocerse uno al otro en la mirada del otro, eso es hermosura. Verse en diálogo de amor: eso es la realidad más honda, es la belleza. De esa manera, la hermosura y gozo de la vida se despliega y surge en la visión del otro, de forma que yo parezca sea tú en tu hermosura y tú sea yo en mi hermosura..., pues cada uno es en el otro descubriendo y expresando en él su vida. No se trata sólo de que uno se parezca al otro, sino que sea el otro en hermosura: y así yo seré tú y tú serás yo, siendo cada uno el otro y los dos cada uno al amarse mutuamente. Hay, pues, dos hermosuras, Amado-Dios y Amante-Hombre (o dos Amantes), que se miran y son una misma hermosura, que proviene de Dios y en Dios se expresa.
Al monte y al collado do mana el agua pura. Los Amantes se habían visto en el huerto y la bodega del vino de amor (cf. CB 23-23; 26-27). Ahora, para culminar su visión enamorada, ellos ensanchan su recorrido, introduciéndose en los misterios de este mundo, que son experiencia de amor: Mi amado, las montañas, los montaña, valles… (cf. CB 14).
Por eso pueden subir al monte, pero, al mismo tiempo, bajan al collado, donde mana el agua limpia y nace el río, descubriendo de nuevo los lugares donde se habían encontrado. La Amante ya no dice mi amado, las montañas…, porque ella también es con su Amado el monte y el collado de agua pura. Ambos son de esa forma el mundo entero, con la belleza de su comunión enamorada, descubriéndose en amor en lo más alto (monte) y lo más bajo (fuente del collado).
Entremos más adentro en la espesura. En las espesuras del comienzo del Cántico había descubierto la Amante las huellas del Ciervo, entre los árboles del bosque (CB 4). Ahora que están juntos, ella quiere adentrarse con él en la espesura más honda del Amor, pues ambos forman parte deella la misma Amante es Espesura divina en el amado).
Antes habían entrado ya en lugares y tiempos de amor: el deseado, bodega y nido (cf. CB 22. 26. 35). Pero ahora ella quiere penetrar de manera ya total en el abismo del amor, que es suyo, siendo del Amado. Por eso dice entremos. No quiere ni puede ir ya sola, pues van y están ya unidos en la montaña del amor, sin más ley ni meta que amarse (cf. CB 35).
− Al monte y el collado, en lo más alto, en las montañas primordiales que CB 14 había descubierto como Amado, en los collados, entre los picos enormes, donde crecen más las hierbas, donde pastan los rebaños...
El Apocalipsis de Juan evocaba un cielo de ciudad, la nueva Jerusalén de muros nuevos y puertas luminosas, donde el mismo Dios habita como esposo entre los hombres (Ap 21-22). SJC sólo conoce y canta un cielo de naturaleza transfigurada, sin ciudades, en el monte y collado que son los mismos amantes, uno para el otro, descubriendo en ellos todo el universo.
− Do mana el agua pura. A la fuente cristalina iba la Amante buscando los ojos del Amado (CB 12-13), iniciando después un gran vuelo para hallarle. Ahora que están juntos, vuelven a la fuente para allí gozarse y contemplarse sobre en las aguas puras, a la vera del gran monte. De esa forma recupera SJC el tema de la fuente del amor y de la vida, de las aguas del templo de los cielos (cf. Ez 47; Zac 14; Ap 22), que no brotan del cimiento de unos muros, sino de la ladera de los montes de Dios, que ellos mismos son, en gesto de hermosura.
‒ Entremos más adentro en la espesura. La transparencia del agua nos lleva de una forma natural a la espesura de los árboles gigantes, graciosos, luminosos, misteriosos, que indicaba CB 4. Haciéndose espesura, el mundo entero se vuelve refugio de amor, nido donde cantan y se encuentran los enamorados, a la sombra de los árboles enormes, de la vegetación espesa, que simboliza la presencia de Dios sobre la tierra (cf. Ap 22,2-3).
De esa forma nos introduce el Cántico en el secreto de la ecología específicamente cristiana que es la ecología del amor...., que no es ya expresión de la divinidad sin más de la naturaleza, separada de los hombres, sino de la naturaleza hecha campo de amor en que los hombres y mujeres pueden gritar y decir ¡gocémonos Amado… en el monte y el collado! Ciertamente, la tierra es campo de trabajo, es objeto de cierto dominio de los hombres, como señores de las cosas.
Pero, al mismo tiempo, a más profundidad, la tierra debe interpretarse como espacio y tiempo de gozo enamorado. No podemos gozarnos uno en y con el otro, sino gozamos junto de (el) el monte y el collado, en peregrinación de hermosura, allí donde no existen ya camino porque no hay que ir ya a ninguna parte, sino ser en plenitud de amor.
Y luego a las subidas
Y luego a las subidas
cavernas de la piedra nos iremos,
que están bien escondidas,
y allí nos entraremos,
y el mosto de granadas gustaremos.
Esta canción completa el recorrido (geografía, ecología) de amor, iniciada en CB 36. El encuentro empezaba a realizarse a cielo abierto, como marcha triunfal que iba llevando del monte-collado, por la fuente del agua, a la espesura, como iluminación de paz sobre la tierra. Pues bien, invirtiendo esa marcha, esta canción nos lleva de la cumbre de montaña sin camino a la caverna primigenia, donde hallamos las raíces, el origen y esencia (perfume) de la vida.
Los motivos principales de la estrofa provienen del Cantar de los cantares, donde el Amado dice que la esposa es paloma que anida en los huecos de la piedra, en la caverna…(“in foraminibus petrae, in caverna…”, cf. 2,14, Vulg.). Entendida así, la caverna es el principio y secreto del amor, el lugar y tiempo del nuevo nacimientos.
‒ Esas cavernas de amor son subidas, y sólo se pueden alcanzar tras un fuerte repecho de amor, entrando en la espesura sin fin. De esta forma, el gozo mutuo (¡gocémonos Amado!), que se expresa como encuentro de miradas de hermosura (¡y vámonos a ver...!), se despliega como descubrimiento y camino de Dios, vía de cielo: Gozarse y mirarse, descubrirse y admirarse, ante el misterio de la realidad, gozando unos de otros, eso es el Cielo.
‒ Están excavadas en la piedra, que el comentario interpreta como Cristo (CB 37, 3). Al encontrarse a sí mismos en abrazo, en la caverna del amor y de la vida, los Amantes se encuentran con Cristo, principio y meta de su amor. En esa línea, piedra es la roca firme, la peña elevada en la cumbre de los montes. Precisamente allí, donde todo se asegura y adquiere permanencia, se realiza y culmina el amor enamorado (así dice Pablo en 1 Cor 10, 4: la piedra era Cristo).
Estas cavernas del amor en comunión (uno es caverna de amor para el otro) son la cumbre de la iniciación humana, que es siempre don de amor de otros. Los iniciados son por tanto los agraciados, que se dejan amar y se aman unos a los otros.
El ascenso a la firmeza del amor exige madurez y maestría en caminos de experiencia afectiva y entrega mutua. No todos entienden el misterio, no todos consiguen disfrutarlo, muchos acaban cansados del camino, y no logran encontrar las cavernas escondidas. Para ellos ha escrito Juan de la Cruz este ejercicio de amor.
Y allí nos entraremos. La Piedra de Dios
Y luego a las subidas cavernas de la Piedra nos iremos. Ciertamente, la guía su Querido (CB 35), pero es ella la que ha dicho ¡gocémonos Amado!, proponiendo y programando esta procesión final de amor, ya en la plenitud de la montaña. Han ido al monte y al collado, al lugar del agua pura. Pero quieren más. Por eso, en nombre de los dos, la Amante añade y luego... Ninguna otra cosa saciará su sed de amor, y así ella quiere escalar las subidas cavernas de la Piedra, que una tradición común de cristianos, judíos y musulmanes identifica con Dios.
Que están bien escondidas. Y allí nos entraremos. Los amantes buscan en la Montaña-Dios el misterio inaccesible, guardado (y abierto) en amor. Son exploradores de la realidad, sobre los astros lejanos, por encima de los escondidos senos de la ciencia, peregrinos de Dios y así van penetrando, de amor en amor, en su caverna más honda de Piedra, Templo cósmico, Santo de los Santos, suprema Oscuridad, donde no llega ningún rayo de luz exterior, porque todo en ella es Luz de Dios, Tiniebla plena.
Y no dice entraré yo sola, que parecía más conveniente,
pues el Esposo no ha menester entrar de nuevo,
sino entraremos, es a saber, yo y el Amado,
para dar a entender que esta obra no la hace ella,
sino el Esposo en ella; y, demás de esto… en este estado
de matrimonio espiritual de que vamos hablando
no hace el alma obra ninguna a solas sin Dios.
Y decir allí nos entraremos es decir
allí nos transformaremos, es a saber, yo en ti
por el amor de estos dichos juicios divinos y sabrosos (CB 37, 6) .
Y el mosto de granadas gustaremos. El itinerario del amor les ha llevado del huerto de amor, por la interior bodega (cf. CB 26-27) y el collado do mana el agua pura (CB 36; cf. CB 12-13), a la caverna escondida de la peña con cámara secreta de mosto de granadas (CB 37).
El huerto se hallaba presidido por manzano, bajo el cual la madre había sido violada, y su hija Amante reparada (cf. CB 23). La bodega era de vino adobado (cf. CB 25-27), de olvido y nuevo nacimiento. Ahora, en esta subida y suprema caverna/bodega de Piedra hay licor de granadas, de múltiples granos unidos, en redondez de amor:
Así como las granadas tienen muchos granicos,
nacidos y sustentados en aquel seno circular de anor,
Y notamos aquí la figura circular o esférica de la granada,
porque no tiene principio ni fin (CB 37, .
Un cielo de granadas
Estas imágenes (esfera sin principio ni fin, multitud de granos) evocan un misterio de amor y realidad que nos desborda y sobrecoge, sobre todas las razones, como el vino y mosto de granadas, don supremo que la Amante regala a su Amado, regalándose ella misma, para enriquecer de esa manera al Dios Esposo, a quien ofrece esta bebida de embriaguez divina:
El mosto (de estas granadas) que dice aquí la esposa
que gustarán ella y el Esposo, es la fruición y el deleite de amor de Dios... Allí me (enseñarás) y darte he yo a ti la bebida
del vino adobado y el mosto de mis granadas, llamándolas suyas... El gozo y fruición de las tales en el vino de amor
da ella por bebida a su Dios (CB 37, 8. Cf. Cant 8, 2.).
El cielo es un gusto de granadas que los Amantes se regalan y comparten, una cena en la que Dios concederá a la esposa su vino y virtudes. Pero luego es la Amante la que ofrece a Dios su vino adobado, el mosto de granadas, de tal forma que Dios se alegra y emociona, en embriagado de amor: “Como se alegra un marido con su esposa, así se alegrará y se gozará tu Dios contigo” (Is 62, 5).
Como se alegran los hombres al amarse se alegra Dios cuando le aman, de manera que el texto nos sitúa no sólo ante el cielo de la Amante, sino ante el cielo del mismo Dios que son los hombres y mujeres que se (le) aman.
La Amante se goza del gozo de Dios a quien ella quiere hacer feliz (haciéndose así Cielo de Dios), en donación total, vino de amores, mosto de granadas, en gesto límite de entrega, por el que acogemos y damos alegría al mismo corazón de Dios. Éste es el misterio: No que Dios enriquezca al hombre, sino que el hombre amante enriquezca y deleite al mismo Dios.
La Amante actuaba como iniciadora, ofreciendo al Esposo su mosto de amor de granadas. SJC añade que ellos se gustan (el mosto de granadas gustaremos), “en deleite de amor que es bebida del Espíritu Santo” (CB 37,8), gustando uno del otro, “y esto quiere decir el mosto de granadas gustaremos. Porque, gustándolo él, lo da a gustar a ella; y gustándolo ella, lo vuelve a dar a gustar a él; y así es gusto común de entrambos” (cf. CB 37,8) .
Allí me mostrarías
Allí me mostrarías
aquello que mi alma pretendía,
y luego me darías;
allí tú, Vida mía,
aquello que me diste el otro día.
El hombre, deseo de amor. La Esposa expone su deseo como petición intensa, y lo hace de un modo condicional, no en forma de capricho o fantasía ilusoria, sino como ejercicio de gozosa gratuidad y de confianza suplicante, poniéndose en manos del Amado, ofreciéndole la vida, para recibir así la suya, retomando (manteniendo) el proceso recorrido (¡aquello que me diste el otro día!).
Estas últimas canciones(CB 37-39) despliegan así una gran reserva simbólica. Parece que debían explayarse, describiendo los gestos y momentos del encuentro. Pero SJC, maestro en alusiones, prefiere velar los detalles del clímax del amor, como lo hizo ya en CB 14-15 donde, en lugar de exponer las facciones corporales del Amado, cantaba su gloria en el cosmos. Lo mismo hizo después en CB 22-27, donde se multiplicaban las figuras del amor, pero sin describir su expresión sensible, desde la perspectiva de la amante.
− Espacio: allí me mostrarías. SJC quiere que el ámbito de amor siga pareciendo indeterminado, como hemos visto ya en CB 23 y 27, donde el lugar de encuentro se fijaba sólo por medio de un allí difuso. Lo mismo pasa ahora, al repetirse dos veces un allí (verso 1, verso 4), que en la estrofa anterior (CB 37, verso 4) aludía en general a las cavernas de la piedra. De esa forma ha velado SJC los aspectos anteriores de la geografía del amor, insistiendo en la experiencia del encuentro personal: Los mismos amantes son espacio enamorado, lugar de amor pleno.
‒ Tiempo: y luego de darías. Hemos encontrado un "luego" de culminación en CB 37 (verso 1) y aquí seguimos estando en ese mismo tiempo, en la línea del proceso anterior para culminarlo en forma de futuro ya definitivo. De esa forma, el amor retoma y perpetúa lo que fue el pasado, conservándolo en su plenitud, de manera que lo ya sucedido se vuelve principio y sentido del futuro, centrado en los mismos amantes.
‒ Realidad: aquello que me diste el otro día (que mi alma pretendía). Significativamente, el don de amor queda velado, como algo que no puede ni debe decirse, de manera que sólo puede saberlo quien lo ha experimentado. Así, al llegar al centro de la comunicación, se abre de nuevo el misterio de un silencio reverente, una palabra simplemente insinuada (allí me mostrarías aquello que mi alma pretendía), fundada en el recuerdo del pasado (aquello que me diste el otro día). Cada lector ha de saber el sentido de ese "aquello" por su experiencia afectiva, pues sin ella esto no puede comprenderse-
La/el Amante no quiere ciencias especiales ni algún tipo de poder o de dinero; no le importan las ideas, ni los mandamientos, sino la presencia de su Amado, pero sin forzarle, porque si lo hiciera dejaría de quererle. Por eso le dice, en gesto respetuoso, como insinuando: “allí me mostrarías”. Ella había empezado pidiendo “descubre tu presencia” (CB 11), para encontrarle vulnerado en el otero. Ahora, recordando el allí de las cavernas de piedra y el mosto de amor (CB 37), se atreve a insinuarle que culmine lo iniciado: “allí me mostrarías…”. De esa forma, ella se define como pretendiente, en el sentido usual que esa palabra ha tomado en el campo de las relaciones humanos, donde a los novios se les llama pretendientes:
Y luego me darías allí tú, vida mía, aquello que me diste el otro día. La Esposa-Amante recuerda el encuentro primero de bodas (cf. CB 22-23), con dos gestos muy densos de entrega y enseñanza (“allí me dio su pecho, allí me enseñó ciencia muy sabrosa”: CB 27), que ahora aparecen en orden inverso: primero enseñanza (allí me mostrarías...) y luego don (me darías). Este es el comienzo del fin del día eterno de felicidad que vincula el otro día ya pasado (amor cumplido) y el futuro ya siempre presente (y luego me darías...).
La Amante no desea cosas nuevas, pues lo ha tenido y tiene todo: Aquello que me diste el otro día. Ha conocido el amor y sólo eso desea: vida en comunión de gratuidad, donación que se repite y vuelve, sin acabar nunca. Éste es el goce del pasado, que no puede nombrarse, pues desborda todo nombre (es simplemente aquello), promesa de futuro, en amor gratuito, sin interés egoísta.
Aquello que me diste, esto es,
aquel peso de gloria en que me predestinaste,
¡oh Esposo mío!, en el día de tu eternidad,
cuando, desatándome de la carne y entrándome
en las subidas cavernas de tu tálamo,
transformándome en ti, gloriosamente,
bebamos el mosto de las suaves granadas (CB38, 9) .
Aquello que me diste el otro día. La Amante llama a su Amado Vida mía, en el sentido radical de CB 8, cuando preguntaba: ¿Mas cómo perseveras, ¡oh vida!, no viviendo donde vives...? En esa línea reconoce que su vida es el Amado y lo dice con toda claridad, sabiendo que ha de darle de nuevo aquello que le había dado el otro día. En el centro del amor, como sentido del tiempo culminado, emerge precisamente aquello de lo que nada más concreto se puede afirmar, porque todo trata de ello.
Ésta es una experiencia normal de enamorados: hablan de todo, en torrente de palabras sin fin; pero luego, de aquello que es el centro de su amor, no hablan apenas abiertamente nada; no sólo por pudor, sino porque el misterio más hondo de la vida nunca puede desvelarse.
Que por no tener ello nombre lo dice el alma aquello.
Ello, en fin, es ver a Dios; pero qué le sea al alma ver a Dios
no tiene nombre más que aquello.
Pero, porque no se deje de decir de aquello,
digamos lo que dijo de ello Cristo en el Apocalipsis
por muchos términos y vocablos y comparaciones en siete veces,
por no poder ser comprehendido aquello en un vocablo,
ni en una vez, porque aun en todas aquellas se quedó por decir.
El aspirar del aire,
el canto de la dulce filomena,
el soto y su donaire,
en la noche serena,
con llama que consume y no da pena
Culminada la travesía del amor (CB 36) que había conducido a la caverna (CB 37), donde los amantes habían ratificado su más honda experiencia (cf. CB 38), se abren las paredes de la cueva y volvemos a encontrarnos de nuevo a cielo abierto, respirando ambos en Dios y uno en el otro, en bese de Dios escuchando en la noche del soto la música del cielo. Se completa así el gran éxodo, que había comenzado en CB 2-5 por montes y espesuras hasta la fuente del Amado (CB 12-15) y por el huerto, lecho y bodega (CB 22-26), hasta el Dios de las cavernas de la piedra (CB 37-38), que ahora son el mundo nuevo (CB 39), la gran Resurrección, sin más ley que el amor. Ésta es la geografía de Dios que se descubre y surge cuando dos seres humanos respiran y se aman en este mundo como Cielo. Significativamente, SJC ha pintado (escrito) en estos versos su icono más perfecto de los cielos, recogiendo el tema principal de sus Canciones:
‒Amar es respirar (vivir) en plenitud, en aire divino, comunión con Dios, sintiendo la caricia del viento en todo el cuerpo y el latido del corazón de Dios como latido de nuestro corazón.
‒ Amar es oír la música de cielo, escuchar la voz gozosa del dulce ruiseñor, la música callada de la vida que nos transfigura y nos hace melodía de pájaro de cielo.
‒ Amar es soto, campo de plantas y flores, valle, gran jardín o paraíso que se extiende al pie de las montañas infinitas, humanidad transfigurada, hecha Dios al pie de la montaña.
‒ Amar es noche, sin sol ni luna externa, pues no hacen falta, como sabe Ap 22, 55, porque el mismo Dios alumbra a quienes aman, porque ellos mismos son luz, como dice el gran letrero de la altura de Dios al afirmar que allí no hay ley, porque el justo para sí se es ley (es decir, luz).
‒ Amar es llama, fuego en la noche; vida consumada que nunca se consume, en claridad total de gran candela, Dios mismo como sol y como luna y como estrellas en el alma.
El aspirar el aire. Han existido y existen otros signos, que también se han vinculado o pueden vincularse a Dios: tierra de la que nacemos, agua que alimenta a plantas y animales, sangre de las venas, ondas del cerebro... Pero el más importante ha sido y sigue siendo, en un plano simbólico, el aliento de manera que morir se identifica con expirar (quedar sin aire) .
Del aliento de Dios hemos nacido (Gen 2, 7), y así vivimos compartiendo su respiración, el soplo de vida que es su amor. Por eso, el aire nos vincula y sostiene, como aliento de su Espíritu. En este contexto ha desarrollado SJC su teología de la respiración del hombre en Dios:
Y esta tal aspiración del Espíritu Santo en el alma
con que Dios la transforma en sí,
le es a ella de tan subido y delicado y profundo deleite
que no hay que decirlo por lengua mortal...
Porque el alma, unida y transformada en Dios,
aspira en Dios a Dios la misma aspiración divina
que Dios – estando ella en Él transformada –
aspira en sí mismo a ella (CB 39, 3).
El aspirar del aire es la comunicación del Espíritu Santo, de manera que el hombre se halla inmerso en la misma aspiración (respiración) de Dios, recibiendo su aliento (Espíritu de vida) y ofreciéndole la misma aspiración humana (que es por tanto divina). Esta audaz formulación trinitaria deriva de las canciones y los comentarios anteriores: el hombre que ama se encuentra introducido en Dios y así recibe y comparte (y comunica a los demás y a Dios) el mismo ser divino, como aire-espíritu santo.
Esto significa que somos Dios por gracia, en comunicación personal, y el amor que nos tenemos (y damos a Dios), al dar y compartir la vida (al aspirar el aire), es el mismo amor divino (cf. CB39, 5-6). Estamos inmersos en Dios, comunión personal (trinitaria), de tal manera que el mismo Dios es quien alienta allí donde nosotros compartimos aliento y existencia. Ésta es la meta o consumación de amor perdurable, que al fin de este canto aparece en el signo de la llama: Es el Espíritu divino, fuego y aire, amor compartido, inspiración, aspiración, conspiración divina y humana.
El canto de la dulce Filomena, o Filomela, amiga de la música, esto es, del ruiseñor que, conforme al antiguo simbolismo griego, canta su melodía de cielo, vinculada al aspirar del aire, silbo amoroso (cf. CB 14) que arroba y reconcilia con la vida. Cuando todo culmina y el amor se cumple, llegando la vida a su cielo, canta el ruiseñor en la noche:
Aquel aspirar del aire es la dulce voz de su Amado a ella,
en la cual ella hace a él su sabrosa jubilación;
y lo uno y lo otro llama aquí canto de filomena;
porque, así como el canto de filomena,
que es el ruiseñor, se oye en la primavera,
pasados ya los fríos, lluvias y variedades del invierno...
siente nueva primavera en libertad y alegría de espíritu, en la cualsiente la dulce voz del Esposo, que es la Dulce filomena... (CB39).
Ésta es una voz compartida, del Amado a su Amante y del Amante a su Amado. Cada uno canta en (y con) el otro, en dúo de música perpetua, de manera que se escucha la melodía del ave de Dios, canción de cielo. De esa forma se cantan uno al otro y en el otro, con voz de jubilación que nunca acaba: él le canta a ella, para que ella le cante a él, en matrimonio sin fin (pues las canciones de muerte han terminado). De esa forma, la paloma de la paz, tórtola de amor (de CB 34-35), se vuelve cantora de cielo, en la noche culminada de la historia.
El soto y su donaire, en la noche serena.
Soto es el lugar donde ahora moran los Amantes, resguardados, para siempre, en las verdes riberas de las tórtolas (cf. CB 34), junto al collado de aguas puras de Dios (CB 36), en un mundo que es ya cielo, pues el cielo de Dios ha descendido a la tierra de los hombres, como novia engalanada, amor que nunca acaba (cf. Ap 21, 2).
No bajarán los amantes al soto para subir luego y abandonar la tierra, sino para convertir cielo y tierra en paraíso, sin necesidad de luz de sol ni luna externa, porque el mismo Dios y su Cordero alumbrarán por siempre (cf. Ap 22, 1-5) y será tiempo de noche serena, contemplación clara y tranquila de Dios, abierta a los “levantes de la aurora” (CB 15) que se expande en el día eterno de la Amada transformada en el Amado (y viceversa).
Con llama que consume y no da pena. Ellos mismos eran luz, ellos son llama: se van dando uno al otro y de esa forma se consuman sin consumirse en este fuego-luz de la noche serena, respiración compartida.
El fuego del mundo sin amor consume y da pena. El fuego del amor consuma sin consumir ni consumirse, ni dar pena, sino gozo más fuerte. Es fuego de luz, vida amorosa que se expande, sin perder fuerza ni perderse. La vida eterna es llama de luz en la noche internamente iluminada, canto sublime, himno de Pascua, vida que triunfa por la muerte. el hombre o mujer que ama se identifica así con Dios que es el amor. En esa línea sigue diciendo Juan de la Cruz que ama está haciendo que nazca el mismo Dios sobre la tierra.
De donde, así como Dios le está dando su amor al amante,
con libre y graciosa voluntad, así también el amante
teniendo la voluntad tanto más libre y generosa
cuanto más unida en Dios,
está dando a Dios al mismo Dios en Dios
y es verdadera y entera dádiva del alma a Dios.
Porque allí ve el alma que verdaderamente Dios es suyo
y que ella le posee con posesión hereditaria... (Llama 78).
Existiendo en Dios (por gracia), y recibiendo como don su Vida divina, el hombre puede devolver y regalar a Dios lo que de Dios ha recibido, es decir, su mismo ser, queriendo y actuando. De esa forma se puede afirmar que el alma (el ser humano) hace en Dios, por puro don divino, lo que Dios hace en ella, de manera que estando uno en otro realizan la misma operación, pues el amor humano es el despliegue del amor divino, y el hombre da a Dios lo que Dios le ha dado. En ese contexto se debe hablar de un recíproco amor activo, por el que Dios regala (concede) al hombre el ser humano, y el hombre regala a Dios su mismo ser divino (“el alma está dando a Dios al mismo Dios en Dios”) . Uno al otro se regalan, Dios al hombre, el hombre a Dios:
El aspirar del aire es signo de Dios, no sólo como respiración cósmica del hombre, sino también como signo de presencia de Dios en su vida humana. En esa línea, SJC, concluyendo el Cántico, ha querido entender ese aliento culminador no sólo como unión de dos enamorados en la noche del amor, sino como beso del hombre con Dios, respiración compartida, dándose la vida el uno al otro.
El aire es el viento natural que respiran los Amantes en el soto, y es el amor que ellos se ofrecen compartiendo el beso, introducidos en la respiración viva de Dios que es el Espíritu Santo, mientras canta el ruiseñor o Filomena, ave y música de Dios que enriquece la noche del amor, con su melodía jubilosa, canto del Amado, al cual también ella “como dulce filomena, da su voz con nuevo canto de jubilación a Dios, juntamente con Dios que la mueve a ello” .
El Amado le da su voz a ella, para que ella responsa de igual forma al Amado, de manera que el mundo ha terminado, llegando ya el cielo, pero, al mismo tiempo, descubrimos todo nos sigue situando en este mundo, al insistir en el sentido material, tangible del soto y su donaire (CB 39, verso 3), que son las partes bajas de la tierra que el Amado fue vistiendo de hermosura con su paso en CB 5. SJC nos sitúa de esa forma en esta misma vida del mundo, estando ya en el cielo:
Por el soto, por cuanto cría en sí muchas plantas y animales,
entiende aquí a Dios en cuanto cría y da ser a todas las criaturas,
las cuales en él tienen su vida y raíz.
Por el donaire de este soto (se entiende)... la gracia y sabiduría
y la belleza que de Dios tiene no sólo cada una de las criaturas,
así celestes como terrestres, sino también la que hacen entre sí
en la correspondencia sabia, ordenada, graciosa y amigable de unas a otras...,que es cosa que hace al alma gran donaire y deleite conocerla (CB 39,11).
En esa línea podemos afirmar que los Amantes son un soto de Dios, siendo uno vida para el otro, el mismo Dios en vida humana. Contemplado en amor, el universo entero es soto de donaire, lugar ameno donde cobra sentido divino la existencia humana..
Todo esto sucede en la noche serena (cf CB 15, sosegada),sin miedo de tormentas, sin terrores nocturnos (cf. CB 20, verso 5), con el alma ya pacificada (a diferencia de lo que pasaba en CB 20). Al evocar aquí este signo, SJC asume no sólo la experiencia de los enamorados, que se resguardan para siempre en su nido de amor, sino su más honda teología, elaborada de manera sistemática en la Noche y en el comentario de este canto:
Esta noche es la contemplación... Llámala noche porque es oscura,que por eso la llama por otro nombre mística teología,
que quiere decir sabiduría de Dios secreta o escondida, en la cual,sin ruido de palabras y sin ayuda de algún sentido corporal ni espiritual como en silencio y quietud, a oscuras de todo lo sensitivo y natural,enseña Dios ocultísima y secretísimamente al alma sin ella saber cómo;lo cual algunos espirituales llaman entender no entendiendo (CB 39,12).
Esta noche de la teología mística (que es experiencia de amor...) es tiempo de encuentro enamorado, pues todo amor implica una entrada en la noche, de manera que los enamorados han de darse el uno al otro en fe desnuda, en desvelamiento de muerte. Esta noche serena, que los místicos exploran en dimensión de encuentro con Dios, pertenece a la hondura del amor interhumano. Por eso ahora, en oscuridad que es tanto externa como interna, puede hablarse de llama que consume y no da pena.