Dijeron mexicas a hispanos: Déjennos morir, señores. Perdonar y comprender

Hace cuatro años  AMLO (Andrés Manuel López Obrador),  tomando posesión de su cargo de presidente de México dijo que le gustaría que el Papa y el Rey de España pidieran perdón a los mexicanos por las injusticias que habían cometido con los pueblos originarios de América durante el proceso de conquista y colonización (cristianización) de esos territorios, hace cinco siglos.

            La una petición era “retórica” como sabía AMLO y reconocieron muchos comentaristas y autoridades, de ambos lados del Atlántico y Pacífico, del Norte y del Sur, de México respondiendo con argumentos, que nadie creía ni necesitaba.

            Sólo  respondió  el Papa Francisco,  rogando a Dios y pidiendo perdón porque la evangelización se había hecho con métodos de “conquista/colonización”, de los que fue en parte responsable la iglesia, a pesar de que la Virgen Cristiana de Guadalupe fue signo de identidad, comprensión  y perdón para mexicas e hispanos. Dijeron los sacerdotes mexicas a los  conquistadoras hispanos: "déjennos morir" (=dejad que muramos como solemos, en sacrificio a los dioses...).

Aztec calendar | Mesoamerican, Tonalpohualli & Sun Stone | Britannica

Ahora, a los cuatro años, la nueva presidenta, Sra. Claudia Sheinbaum, ha vuelto a repetir la petición, pero quizá sin  finura y sabiduría, como AMLO ha reconocido, negando la invitación y saludo al Rey de España, hasta que no pida perdón como ella quiere, en una línea que, a mi juicio, es más judía (equivocadamente judía) que mexicana.

            En este blog y en este FB no entro en cuestiones de "  Realpolítik, pues tanto España como México son mucho más que sus políticos, pero tengo una palabra de cultura, comprensión y religión que ofrecer en este caso. Por una versión de este trabajo, la Universidad de Alicante me concedió el  IV premio Juan Andrés de Diálogo inter-religioso (Religión y Globalización, Verbum maior, Madrid 2024 )

Razones para hablar de México.

He estado  23 veces, y siempre me he sentido en casa, casi igual que en Orozco (medio Orozco, mi pueblo, se fue en el XVIII a México) para quedarse allí (el apellido Orozco, propio de los que salían de mi valle) es de los comunes en México. 

He estado a veces un mes, otras veces tres semanas, otras dos…, nunca de turista, siempre de amigo/compañero, de profesor en universidades, desde la Ibero a la Iteso, y facultades de teología, técnico en “capítulos”, director de cursos, nunca en hoteles (a no ser una vez con un vasco/mexicano amigo de Cancún, en unas campañas de ayuda a pobres de pobres en Haiti)… He cruzado bosques, he escalado pirámides, he gozado, he sufrido, he llorado por amigos muertos… He sido mexicano escuchando, compartiendo, buscando, sin tener que pedir perdón  a nadie.

He sido amigo de Cristóbal Acevedo, de la Ibero y del Claustro de Son Juana Inés, que es con Santa Teresa la mujer más importante de la cultura hispana (y Nahuatl y Latina e incluso vasca,  hija de un soldado guipuzcoano, que cantaba villancicos en Euskera)…

Acevedo era hijo de un “cristero”, de los defensores de Cristo de principios del siglo XX, de los “abandonados” al fin por un Vaticano políticos que en México optó por los “revolucionarios” y en España por los “franquistas” (dura historia en ambos casos….

Puede ser una imagen de texto

Quizá la mayor disputa sobre teología de fondo la tuve una tarde en la Nave Superior de la Basílica de la anunciación en Nazaret, el año 1981. Yo tenía una beca para estudiar Biblia en la Casa Santiago de Jerusalén, y me pidieron que acompañara a unas mexicanas (esposas de políticos y comerciantes ricos)… Vino a buscarme un taxi grande y entre otras cosas les enseñé y explique el gran cuadra de Guadalupe.

Virgen De Guadalupe Original Painting at PaintingValley.com | Explore ...

    Estaba explicando las cosas que suelen decirse en este caso ante piadosas mexicanas. De pronto me interrumpió con dureza y malos modales un hombre, sin pedir permiso. Le dije “mexicano”; me respondió “sí”. “Judío”… Y me respondió: “También. Soy judío y mexicano, mis padres vinieron de Bielo-Rusia y Lituania; escaparon delos nazis y soviets, y emigraron aquí, para ser mexicanos distintos…”.

            Discutimos y discutimos, las mexicanas de mi grupo se pusieron violentas, porque el “judío colonizador” iba en contra de la Virgen de Guadalupe, dando la impresión de quería rehacer la cultura mestizo/mexicana a la imagen y semejanza de un judaísmo duro y sin corazón. Tuve agarrar por el brazo a mis mujeres… y sacarles de la basílica alta de Nazaret porque de lo contrario pegaban al “falso mexicano, falso, falso...”.

            He recordado esta anécdota al pensar en la Sr. Claudia Sheinbaum (en yiddish “árbol hermoso””), pidiéndole a Dios que no sea como aquel judeo/mexicano del año 1981,  aunque ha venido de la misma. Sí, pido a Dios que la Sra. Sheinbaum sepa dialogar con todos los mexicanos, y con otros incluso con el rey de España.

CONQUISTA Y “EVANGELIZACIÓN” CRISTIANA

 Dirigidos por Hernán Cortes, y con la ayuda de grupos autóctonos, especialmente tlaxcaltecas, a quienes los aztecas habían mantenido sometidos, los españoles conquistaron entre el 1521 y el 1525 el conjunto del antiguo imperio azteca, en el altiplano de México. La misión evangelizadora, que había empezado desde el primer momento de la conquista, tomó rasgos sistemáticos tras el 1524, con la llegada de los franciscanos que quisieron crear en aquel contexto la nueva y verdadera iglesia de los pobres (indios) frente a la iglesia del poder y la riqueza de los conquistadores.

              El comienzo de la conquista fue durísimo, no sólo por su violencia militar, con la imposición de nuevas condiciones de servidumbre, sino por la inmensa mortandad que siguió (tanto por el cambio inmunológico como por el nuevo orden social vinculado a la conquista). Pues bien, a pesar de ello, tras una primera resistencia, en pocos años, la mayoría de la población autóctona aceptó el cristianismo, no sólo por imposición de los vencedores, sino por transformación cultural de los “vencidos”, pero en una línea básicamente colonial, donde el mestizaje entre “indios” y “españoles” se realizó (y se sigue realizando, tras la independencia del Estado de México) en línea de dominio religioso, no de recreación del evangelio desde las tradiciones y valores de las culturas autóctonas. 

Evangelización colonial. En el cambio religioso de México influyeron múltiples factores, incluida la violencia y el nuevo orden social impuesto por los conquistadores, en línea social y cultura, pero también económica y religiosa. En ese contexto, a pesar de sus grandes valores liberadores, el cristianismo fue también un elemento de la colonización, en contra de la vocación y mensaje original del evangelio.

A pesar de ese fuerte elemento colonial   pudo darse también una continuidad con la religión anterior, tal como lo muestra el signo de la Virgen María (¡no del Jesús pascual del principio de la Iglesia!) que se “aparece” año 1531 (le entrega a Juan Diego su imagen, vinculada con la Tonancin, Reina del Cielo, a la que veneraban la mayoría de los indígenas oprimidos ya antes de la llegada de los españoles).

 De esa manera, muchos habitantes del altiplano descubrieron (recuperaron) por medio de María, madre de Jesús, los rasgos femeninos más sagrados de su madre diosa compasiva, que los invasores aztecas habían reprimido previamente, bajo el signo del Sol duro y violento, Dios del orden sacrificial). Sobre las ruinas del viejo imperio azteca se expandió y triunfó con rapidez el cristianismo

Sincretismo colonial. En esa línea, más que un puro cambio de religión vino a darse un sincretismo, que fue promovido por el mismo pueblo conquistado, que supo recrear la religión de los conquistadores, aceptando por un lado su “jerarquía”, pero reinterpretando su contenido:

 (a) En el lugar donde los aztecas habían colocado el Sol-Guerrero, con los sacrificios y la sangre que da vida al imperio vino situarse el Señor Jesús que muere por los hombres (entrega por ellos su sangre), en gesto de sacrificio originario (divino), de manera ya no son necesarios lo sacrificios humanos de los aztecas, aunque sí un tipo de sometimiento. De esa forma, la religión de la libertad cristiana vino a transformarse en parte en religión en religión de entrega personal, de comunión afectiva con la madre del cielo, de entrega de la vida hasta la muerte a favor de los demás.

En el hueco de la antigua Tonancin, Señora de la dualidad (cielo y tierra, lo masculino y lo femenino),  revestida con el manto de estrella de la noche, pudo situarse María, con el título hispano de Guadalupe (un famoso santuario de Extremadura). Esa Virgen-Madre vinculaba en una misma fe a cristianos españoles y a indígenas. Los cristianos pudieron adoptar y adoptaron muchos rasgos de la religión náhuatl de los mexicas-preaztecas…. Y los mexicas pudieron aceptar muchos rasgos de la madre de Jesús, el redentor que ha dado su sangre para salvar a los hombres, muriendo por ellos, dándoles la vida

 RELIGIÓN PRE-HISPANA. DUALIDAD Y SACRIFICIO

Religión de la dualidad

La prueba de que hay Dios (el signo primordial de su existencia) no es sólo la madre cuidadora (matriarcado), ni el varón guerrero que se impone y vence con violencia (Marduk). Señal de  Dios es el  amor o unión dual de lo masculino y femenino. En esta línea se había situado el mito maya de la creación  hecha a partir de  Tepeu y Gukumatz.. En perspectiva convergente avanza de manera nítida el gran mito de la religión  Nahuatl de los pueblos mesoamericanos (altiplano mexicano) entre los siglos IX y XVI d. C. Conforme a esa visión, en el principio y origen de las cosas encontramos un misterioso principio dual, representado por el sol masculino (de la sangre, de la guerra), que gobierna el día, y la madre femenino, signo del cielo y de la noche de estrellas, del amor materno, del descanso de la noche:

  1.  Allá (en los cielos) vive Dios y su Consorte:
  2. -  el Dios celestial, Señor de la dualidad
  3. - y su Consorte, Señora de la dualidad del cielo.
  4.  Sobre los doce cielos  son Señor y Señora[1].

             En este como en otros muchos textos, la unidad y dualidad se implican mutuamente.. Mirando las cosas en una perspectiva parece que  se  habla sólo de  un Dios unitario. Pero ese único Dios presenta en otro plano  un rostro y realidad dual: es como si hubiera un matrimonio divino donde los consortes están entrelazados de manera que  forman un único misterio, como esposo y esposa, aún más como Hijo/Sol guerrero y como Madre/noche de amor. De esa misma dualidad surgen después (en incesante proceso engendrador) los cuatro puntos cardinales, las edades y los tiempos de las cosas, en ritmo bien medido de preciso nacimiento y muerte.

 Siendo masculino-femenino, siendo Hijo/sol de sangre y madre acogedora de vida superior en la noche, el Dios  dual lleva consigo el germen de toda distinción.  Es un Dios  bivalente o quizá mejor complementario: es una conjunción de opuestos que se implican y no pueden separarse. Hay en ese Dios un principio activo, más generador (lo masculino/hijo)  y un principio receptivo, más acogedor (lo femenino/madre).

Esos dos aspectos constituyen   un  Dios espejo  donde  vienen a mirarse y toman forma (encuentran su sentido) todas las restantes realidades. En este  Dios espejo se reflejan siempre  dos figuras o  rostros  principales: el sol masculino que alumbra todo como día; el tapiz femenino de la oscuridad extendida como manto o faldellín de estrellas que se abren en la noche.

Quizá podemos dar un paso más diciendo que el mismo Dios de la dualidad ha de entenderse como un  movimiento interno: se  engendra y  concibe a sí mismo y de esa forma, en gesto de constante fecundación, hace que surja hacia lo externo  todo el universo. No existe pues  separación  estricta  entre los dioses (con su dualidad y generación perpetua) y los vivientes de la tierra (que engendran también según la ley de lo masculino y femenino, en proceso incesante de nacimiento y muerte).  No hay un corte estricto entre los dioses y los hombres. Siendo un proceso de vida dual (encuentro de lo masculino y femenino) Dios suscita sobre el mundo todo lo que existe.

Lo que sostiene en pie a la tierra... es el principio dual, descubierto por la larga meditación simbolizada en la figura de Quetzalcoatl. Es Ometéolt (Dios de la dualidad) quien en su doble forma masculino-femenina ofrece suelo a la tierra, viste de algodón a la tierra. Ometéotl (siendo un solo principio, una sola realidad) posee simultáneamente dos aspectos: el masculino y femenino. (De esa forma) es concebido como núcleo generativo y sostén universal de la vida y de todo lo que existe[2],

Resultado de imagen de Teotihuacan

La experiencia de  ese texto se encuentra vinculado a  Quetzalcoatl, figura aparece  ya en cultura y lengua maya  (y en el mito del Popol Vuh) con el nombre de Gukumatz o Cuculcán. Por un lado es un Dios que  reúne a los contrarios, por ser al mismo tiempo ave celeste (Qetzal) y serpiente del subsuelo (Coatl), vinculada con las aguas y las fuerzas de la vida y de la muerte. Por otra parte aparece como el prototipo del  sabio: el hombre que medita y sabe, el sacerdote que penetra en los misterios del mundo, el iniciado que enseña a los humanos todos los saberes.

Pues bien, este Qetzalcoatl (dualidad del cielo y agua, pájaro y serpiente) es quien permite descubrir el más profundo sentido del auténtico Ometéotl: Señor o Dios (Téotl) del  ser dual (Ome). De esa forma  se presenta al mismo tiempo como matrimonio procreador  (padre y madre de todo lo que existe) y como sentido de la unidad y distinción (del cerca y junto) de las diversas realidades. Eso significa que al principio se halla el "dos", la comunión de realidades. Más allá de ese dos no existe nada: donde sólo hay unidad no hay todavía cosa alguna.

(El Dios celestial) siendo uno posee al mismo tiempo una naturaleza dual. Por ese motivo, al  lugar metafísico donde él mora se le nombre Omeyocan, lugar de la dualidad (Ome= dos,  yocan= referencia local),y por eso también es designado en otros textos con el nombre más abstracto aun de Ometéolt (Dios de la Dualidad).  

Vemos, por tanto que el pensamiento náhuatl, tratando de explicar el origen universal de cuanto existe ... llegó al descubrimiento de un ser ambivalente: principio activo, generador, y simultáneamente principio receptor, pasivo, capaz de concebir. Aunando así en un solo ser generación y concepción... se está afirmando que Ometéotl es el principio cósmico en el que se genera y concibe cuanto existe en el universo[3].

 Creación y violencia. Sangre guerrera

 La visión  anterior de la dualidad divina se encontraba en el fondo  de la cultura religiosa de  los varios pueblos de lengua  náhuatl que ocuparon la llanura mexicana unos mil años antes de la conquista española. Pues bien, a principios del XV,  conquistó la tierra y dominó sobre ella un nuevo grupo de guerreros, los aztecas, viniendo de territorios violentos de la actual USA.

Ellos asumieron la antigua religión de los pueblos dominados, pero la entendieron de manera diferente, colocando al Dios-sol  universal (Huitzilopochli) por encima del dios y de  la diosa, del sol diurno y de la noche estrellada, su consorte. De esa forma quisieron justificar sacralmente su nuevo tipo de imperio o monarquía fundada en la potencia y la guerra masculinas del Dios-Sol que imponía  su dominio sobre el mundo. Creció y  perduró su imperio un siglo (desde 1.424 hasta  la llegada de  los españoles  en 1.521).

     En la  nueva conciencia religiosa puede destaca el dominio de lo masculino. La diosa sigue siendo importante para ellos, pero ocupa ya un segundo plano (siendo también signo de  la dominación  que sufren las mujeres). El nuevo imperio azteca, centrado en el gran rey de Tenochtitlán (actual ciudad de México), se  fue elevando sobre fundamentos de violencia de tipo guerrero, masculino; su poder no se encuentra ya fundado en la armonía de los dos principio (varón-mujer, dios-diosa), sino que  empieza a ser reflejo de la fuerza del Gran Sol que domina y dirige desde arriba la vida de todos los humanos.

Quizá la nota externa más saliente de esta nueva situación es el hecho de que, en un momento determinado, que suele identificarse con la misma construcción política del imperio azteca (de Tenochtitlan), los nuevos señores de la tierra interpretaron, la mutua relación entre el Dios-Sol y su pueblo elegido azteca, en forma de sacrificio compartido. Sabían los náhuatl desde  antiguo que Dios y Diosa se entregan (sacrifican) para que surjamos de esa forma los humanos; por eso, la respuesta religiosa de los fieles, su misma devoción y sacrificios, contribuye al mantenimiento del sol y a la  armonía del conjunto.

Actuando de manera reverente, los humanos devuelven al Dios-Diosa aquella misma vida que de ellos recibieron. Se repite así un esquema que resulta conocido en la familia: los padres ofrecen su vida a los hijos; los hijos agradecen (devuelven) la vida a los padres.

Desde ese fondo vuelve a destacarse la relación de la pareja originaria. El poder del cielo se condensa en Tonatiuh, el sol poderoso, Señor de lo Alto, asociado con Tlaltecuhtli, la Señora de la tierra. Ambos unidos forman el principio de todo lo que existe, son  Nuestro Padre y nuestra Madre, como indican de forma especial los ricos rituales del nacimiento.   

Varones y mujeres  resultan necesarios, pero no son iguales. El varón es Cielo/sol, la mujer es Tierra... Pues bien, conforme a la nueva teogonía azteca, en el origen de la vida se halla el  Sol que va quemando su energía (sacrifica su vida) a fin de que surja y se mantenga  toda vida sobre el mundo. En el fondo de esta cosmovisión  sagrada hallamos la certeza de que la energía se consume y puede terminarse; por eso es necesario renovarla.  

Conforme a la tradición bíblica, cultivada y profundizada después en la filosofía de occidente, Dios se encuentra fuera del proceso: no mengua ni padece, no crece ni decrece, porque crea las cosas de la nada (es decir, de algo que no es su propia substancia). Por el contrario, el Dios azteca crea o suscita las cosas desde su propia substancia: eso supone que muere, se sacrifica, para dar su vida al mundo.

De la entrega y muerte física del mismo Dios nacemos, en gesto que aparece al mismo tiempo como destructor y creador. No hay vida sin muerte, no hay creación sin sacrificio. No puede hablarse de ideas eternas, ni de valores intemporales. Todo se mantiene en constante movimiento, en gesto de muerte y recreación. Sólo existe de verdad lo que se muere o, mejor dicho, lo que muriendo suscita  y de esa forma mantiene el  gran proceso de la vida universal.

Desde aquí cobra sentido el mito creador  antes citado que la tradición náhuatl sitúa en el centro sacral o ceremonial de  Teotihuacan que significa Ciudad de los Dioses. Todavía hoy se elevan sus templos en el  valle, como uno de los signos sagrados más perfectos que jamás se han construido en este mundo. Allí sucedió, según el mito, el acontecimiento fundador: el  sacrificio del Dios Sol que entrega (quema)  su vida para alumbrar el universo, el sacrificio de los dioses que se comprometen a mantener la fuerza del sol, el sacrificio de los hombres (por lo menos los aztecas) que se comprometen a  darle vida (sangre) al sol para que así nos  alumbre

El dios masculino ha muerto para que nazcan los hombres…Como un inmenso Cristo cósmico, de cuya sangre (de cuyo sacrificio) vivimos los hombres….De su sangre nacemos, en su sangre vivimos…. Por eso tenemos que aprender a morir (a darle nuestra sangre) para que él viva…

El gran Cristo cósmico ha muerte para que nosotros vivamos… Nosotros tenemos que aprender a morir y morir para que él pueda vivir, como en un gran proceso de sangre (en una línea que ha sido retomada y reformulada simbólicamente por  H. G. Wells (1866-1946) en su novela La Guerra de los mundos (The War of the Worls, escrita entre 1895 y 1897), quizá la obra de ficción más importante de la modernidad, adaptada por Orson Welles (1930) y llevada al cine muchas veces, sobre todo por el judío   Steven Spielberg (2005).

             Toda la mitología militar y religiosa de los aztecas, con sus dos "órdenes" de Guerreros-Aguila y Guerreros-Tigre se encuentra esbozada y fundada en este gesto del Dios/sol (dioses del sol) que muere (entrega su sangre) para que puedan vivir los hombres, que en agradecimiento tienen que ofrecerle sangre a Dios. Este es el Dios Sol convertido en (alimentado por el) Fuego y Sangre. Es el Dios de la guerra que convierte a los hombres en  donantes de sangre, encargados de derramar la sangre para el mantenimiento del orden de la vida[4]..   

 CRISTO AZTECA. MORIR PARA QUE VIVA DIOS

 la violencia mítica del sol que muere (se desangra) en favor de la vida del mundo suscita una violencia ritual y social muy concreta de los varones que  hacen la guerra expresamente para  morir/matar  como el Sol  y de esa forma alimentarle con la sangre de la propia vida (muriendo) o con la sangre de los enemigos muertos o sacrificados. Lógicamente, la vida del Dios-Sol queda ligada de una forma consecuente con el signo y realidad concreta de la sangre sacrificial de  una cultura violenta de  varones.

 La misma vida del Dios-Sol  se concibe como sangre que mantiene en vida a los humanos. De manera consecuente, si gastamos y malgastamos  la sangre  Divina  corremos el riesgo de agotar su energía  hasta que un día pierda su vigor y muera. Para evitar ese desastre, los aztecas, pueblo de Dios-Sol, sus guerreros sacerdotes, idearon un culto de reparación que es, a la vez, terrible y lógico: mantuvieron una guerra permanente con los pueblos del entorno, para  obtener de esa manera prisioneros para ser sacrificados. Así  garantizaban  la vida y beneficios del Sol  para la tierra.

En otras palabras, guerreros y sacerdotes varones quisieron transformar el riesgo natural  de la sangre de las mujeres (condenadas a morir muchas veces de parto) en riesgo cultural de la guerra para los varones. De esa forma crearon una máquina de guerra llamada estado al servicio de la ofrenda de sangre dedicada al Dios Sol. Así presentaban los señores de la tierra el sentido y meta de la guerra a los varones:

  Lo que habéis de desear y buscar son los lugares para la guerra señalados, donde andan y viven y nacen los padres y madres del Sol..., que tienen a su cargo dar de beber y comer al sol y a la tierra con la carne y sangre de sus enemigos…  Id, pues,  a la guerra y a los lugares de batallas en donde nuestra madre y nuestro padre el sol y el Dios de la Tierra señalan y notan y ponen por escrito y almagran (tiñen de almagre, óxido rojo) a los valientes y esforzados que se ejercitan en la milicia (Ibid  397-398).

La guerra es  cuna y ley de la existencia humana en perspectiva de varones. Ella tiene sentido teológico: sirve para imitar y alimentar al Dios/Sol que ha dado su vida (sangre y luz, calor y fuerza) por los hombres. Ella tiene, al mismo tiempo, un sentido social: sirve para estructurar los diversos grupos humanos, para distribuir honores y riquezas, estableciendo un lugar para cada uno.

La vida se funda y expresa en principios de riesgo. Sólo tiene sentido y alcanza valor la existencia de aquellos que se esfuerzan, poniendo en circulación la energía de la vida, la de aquellos que viven en constante peligro de muerte,  alimentando al sol con la sangre propia o la sangre  de los enemigos. De esa forma nace y renace sin cesar el mundo y  adquiere sentido todo lo que somos.

Sobre ese fondo de riesgo se estructura la vida social: se fundan los linajes, se adquieren las tierras y riquezas, se reciben los honores, en un modo donde el "capital" supremo se mide en términos de  "lujo" simbólico, de adorno en los vestidos, de colores y formas, ceremonias y festejos sociales y sagrados.

Los aztecas han edificado de esa forma un extraordinario imperio que no está fundado en la conquista y asimilación de grandes tierras sino en un tipo de equilibrio inestable con las ciudades y regiones del entorno.

Los aztecas se sienten y saben pueblo elegido de Huitzilipochtli, el Dios que se sacrifica donde vida (calor, sangre) a los mortales. Así asumen el deber sagrado de alimentar al Sol, de mantenerle en vida a lo largo de esta Quinta Etapa, ofreciéndole su propia sangre (sangre de mujeres que mueren en parto y sobre todo sangre de guerreros  muertos en batalla y de prisioneros sacrificados). Asumen esta obligación sacral y tienen que cumplirla con precisión "científica" y con grande fanatismo, en una especie de mística de guerra y de muerte creadora de vida. En el centro de la sociedad se encuentran los guerreros. Por eso se dice:

¡Bienaventurados son aquellos mancebos de los cuales se dice y hay fama que han cautivado alguno en la guerra o por ventura fueron cautivos de sus enemigos y asumidos a la casa del Sol![5].

 Esta es la bienaventuranza suprema, este el evangelio de los pueblos aztecas que se centran en Tenochtitlan y forman con Texcoco y Tacuba la Triple Alianza o estado federal en torno al lago de Texcoco. Ellos asumen la obligación "mesiánica" de mantener en vida al Sol, alimentándole con la  propia sangre o la sangre de los enemigos muertos en guerra florida o sacrificados después que han sido cautivados.

Toda la vida social del imperio azteca se ha montado sobre el eclipse o represión de lo femenino, relegado al ámbito de la intimidad (de las parturientas muertas, de las parteras sagradas). En la vida social se relega el aspecto femenino y la Diosa  viene a quedar subordinada. De esa forma puede  elevarse de un modo hipertrófico el violento poderío  de un Sol entendido ya en forma masculina y "encarnado" en los  guerreros que matan y mueren.          

Sangre de Dios somos, expresión de su sacrificio es nuestra vida. Sangre humana bien sacrificada debemos ofrecerle al Dios sediento. De esa forma, en clave de violencia, se mantienen los dioses y los hombres[6].   El primer  santuario y sacramento ha sido la misma guerra donde han matado y muerto los soldados. El segundo santuario son los templos de la ciudad donde a lo largo del año se van ofreciendo los cautivos, conforme al ritmo de fiestas y celebraciones.

 El sacrificio se interpreta así como expresión de guerra y nacimiento, como indica el gesto ritual de la lucha del cautivo atado y bien armado sobre la piedra sacrificial: le permiten morir del modo más  honroso, en gesto de batalla, defendiéndose de los enemigos que le atacan hasta matarle. Toda fiesta es sacrificio, todo   sacrificio es signo de muerte y nuevo  nacimiento (sólo los que mueren  así, en guerra o  parto participan plenamente del misterio del sol).

Son muchos los pueblos que han desarrollado un ritual de sacrificios humanos, de tal forma que algunos estudiosos piensan que en el principio de toda cultura y religión se encuentra la muerte violenta y sacral de aquellos que aparecen, al mismo tiempo, como causantes del desorden y principio del nuevo orden social. Entre los pueblos de América ha sido corriente el sacrificio humano, pero sólo los aztecas lo han  ritualizado de forma consecuente, convirtiéndolo en  razón de toda la estructura social, de toda la vida religiosa[7].

En la cumbre del panteón  ha quedado un  Dios/Sol que es, al mismo tiempo, el más fuerte (vence, manda matar) y el más débil  (si no le dan la sangre pierde fuerza, se marchita). Ciertamente, ese Dios  va ofreciendo a sus devotos la sangre de su vida (ayuda militar),  pero necesita al mismo tiempo  que  los hombres de su pueblo (los aztecas)  le respondan con un gesto de entrega  de sangre, en sacrificio  que renueva su poder  en el universo.

 Sobre el poder y necesidad de ese  Dios  se ha elevado la vida social y  el culto religioso de los aztecas. Quizá pudiéramos decir que en ese  Dios no existe espacio para  el  contacto positivo del amor, no hay lugar para el encuentro creador de varones y mujeres;  le falta el cariño,  carece de consorte.  Este es en el fondo un dios de soledad violenta: Dios de mujeres que  encuentran su vocación muriendo de parto; Dios de varones que  sólo  definen y muestra su valor muriendo o  matando a los otros.

Esta es la paradoja del Dios/Sol que presentamos como el más  fuerte  (Dios de la victoria militar)  y el más necesitado (le hace falta sangre para mantenerse). Su poder se manifiesta así como impotencia;  eso que pudiéramos llamar el terror de Dios es consecuencia de su miedo. Tienen miedo los hombres de que el Sol se esconda, de que muera y nunca más emerja con su vida en el Oriente. Por eso dedican y derraman la sangre de los bravos guerreros cautivados.

Luchan los hombres y se matan  (se cautivan)  para darle a Dios la vida que le falta.  Desde esa “racionalización” de la sangre se ha  construido el  imperio azteca de un modo admirable y patológico. Se trata de un imperio (un orden social) que ha durado  más de un siglo,  expresándose en formas de alta cultura elevada sobre los pies de barro de la violencia (si se permite citar el símbolo bíblico de Dan 2). Todos los imperios de este mundo han sido, al menos  en su base,  racionalizaciones  de la violencia. Especialmente violento ha sido el  azteca. Su misma fe religiosa se ha expresado y expandido luego en mil formas de violencia  florida, festiva, que llena los   espacios de la vida  agrícola y social.

El sacrificado es Dios. Vivir es aprender a morir, dando la vida para que todo el pueblo pueda vivir. Toda la vida se interpreta así como una especie de guerra florida  o ritual en contra de unos enemigos  a quienes siempre hay que  vencer  pero nunca aniquilar  (pues si lo hacemos ya no pueden ser cantera de nuevos sacrificios). La vida del mundo es un camino duro, una lucha hermosa y difícil. Todo lo que existe se consigue y mantiene por el sacrificio.  

El hombres sacrificado es  por una parte signo del gran Dios Tezcalipuca (creador original), apareciendo al mismo tiempo como representante del mismo Señor, es decir, del Emperador. Como verdadero Dios y Rey  de la ciudad vive a lo largo del año, rodeado de sus pajes, en gesto de placer, de música y flores.  

El sacrificado  representa la libertad y el gozo de la vida, a lo largo de todo el año. Es la encarnación viviente del Dios, es representante del imperio (de su Señor). Por eso hace todo lo que quiere, rodeado de música y flores. Es evidente que él mismo tiene que aceptar de alguna forma su destino, pues de lo contrario no podría representar a las veras su "papel". Asume  así su nueva identidad, siendo como una representación viviente del misterio (destino) de la vida y de la muerte a lo largo del año, con sus campanillas que recuerdan a todos los aztecas el destino de la ciudad y del imperio, de  Dios y de los hombres: sólo muriendo surge vida.

Dentro de la cosmovisión azteca,  este hombre sacrificado aparece como Dios y hombre verdadero. El representa de algún modo el gozo de la misma muerte. Resulta todavía conmovedora la última travesía  por el lago, la soledad final (le dejan las mujeres), el silencio sobre las gradas del cu (va rompiendo sus flautas), para quedarse a fin a solas con la muerte ritual.

En esta pascua del quinto mes se celebraba también  el triunfo y destino del mismo Uitzilipochtli, llevado en procesión por la ciudad.  Moría el mancebo fuera, sobre un pequeño cu (altar) del despoblado. Triunfaba Uitzilipochtli, el Dios sol, en la ciudad engalanada, iniciando un baile grande que duraba todo el día. Moría  y triunfaba el mismo Dios, en gesto de constante regeneración. Sobre esa muerte despiadada y festiva de Dios construían el camino de su vida difícil los humanos.

 CONQUISTA ESPAÑOLA. VIOLENCIA PARA QUE VUELVA LA MADRE

 Los pueblos vecinos, especialmente tlaxcaltecas,  a quienes los aztecas mantenían a su lado con independencia relativa para poderlos combatir, tomando de ellos  prisioneros para ser sacrificados, se oponían, al menos parcialmente, a este sistema del imperio del gran Sol violento y pobre, sangriento y  masculino. Por eso se unieron con Hernán Cortés  (tras el 1521 d. de C.), para destruir el gran imperio sacrificial de la Sangre Sagrada. Es muy posible que el triunfo  español pueda interpretarse como una "revancha" del principio femenino.

Así lo sintieron muchísimos indígenas de todo el altiplano mexicano cuando veneraron o, mejor, recuperaron por medio de María, la madre de Jesús, los  rasgos femeninos más sagrados de su madre diosa compasiva, que los aztecas habían dejado expresamente  reprimidos bajo el signo del  Sol duro y violento, sacrificial y  destructivo. Sobre las ruinas del viejo imperio azteca se expandió y  triunfó con rapidez el cristianismo. De todas formas, antes de esa victoria o  recuperación cristiana debemos recordar las palabras de un famoso lamento de un grupo de sabios aztecas que pretenden conservar su religión.

La misión que había comenzado ya con Hernán Cortés y su capellán el P. Olmedo O. de M., toma rasgos  sistemáticos tras el 1524, con la llegada de los franciscanos que pretenden crear allí la nueva y verdadera iglesia de los pobres (indios) frente a la iglesia del poder y la riqueza de los conquistadores. El comienzo de su misión fue duro. Así respondía, después de haberles escuchado, un grupo de sacerdotes y maestros aztecas, pidiendo a los españoles que les dejaran morir…

Déjennos morir, ruego de los sacerdotes aztecas:

- Señores nuestros, muy estimados señores. Habéis padecido trabajos para llegar a esta tierra, aquí ante vosotros os contemplamos, nosotros gente ignorante...Somos gente vulgar, somos perecederos, somos mortales, déjennos pues ya morir, déjennos ya perecer, puesto que ya nuestros dioses han muerto....

- Vosotros dijisteis que nosotros no conocemos al Señor del Cerca y del Junto, a aquel de quien son los cielos y la tierra. Dijisteis que no eran verdaderos nuestros dioses. Nueva palabra es esta, la que habláis,  Por ella estamos perturbados, por ella estamos molestos. Porque nuestros progenitores, los que se han ido, los que han vivido sobre la tierra, no  solían hablar así...Ellos nos estuvieron enseñando todas sus formas de culto, todos sus modos de honrar (a los dioses). Así, ante ellos acercamos la tierra a la boca, por ellos nos sangramos, cumplimos las promesas, quemamos copal y ofrecemos sacrificios.

- Era doctrina de nuestros mayores que son los dioses por quien se vive, ellos nos merecieron (con su sacrificio nos dieron vida). ¿En qué forma, cuándo, dónde? (Cuando aún era de noche! Era su doctrina que ellos nos dan nuestro sustento... Ellos son a quienes pedimos agua, lluvia, por las que se producen las cosas en la tierra.

- Ellos mismos son ricos, son felices, poseen las cosas, de manera que siempre y por siempre las cosas está germinando en su casa, allí donde de algún modo se existe. Nunca hay allí hambre, no hay enfermedad, no hay pobreza.... Ellos sobre todo el mundo habían fundado su dominio. Ellos dieron el mando, el poder, la gloria y la fama.  Y ahora, nosotros ¿destruiremos la antigua regla de vida? Nosotros sabemos a quién se debe la vida,  a quién se debe el nacer..., cómo hay que rogar.

- Oíd, señores nuestros, no hagáis algo a vuestro pueblo que le acarre desgracia, que lo haga perecer...   Tranquila y amistosamente  considerad, señores nuestros,  lo que es necesario... Es ya bastante que hayamos perdido, que se nos haya quitado, que se nos haya impedido nuestro gobierno. Si en el mismo lugar permanecemos sólo seremos prisioneros. Haced con nosotros lo que queráis. Esto es lo que respondemos, lo que contestamos ,a vuestro aliento, a vuestra palabra ¡oh señores nuestros![8]

 Así dicen los señores de la tierra, en respuesta digna, fracasada. Parece que están condenados morir en defensa de su cultura y tradiciones. Pues bien, a los pocos años, gran parte de la población del altiplano mesoamericano aceptó sin dificultad la religión cristiana y lo hizo de un modo que parece auténtico. Es evidente que en ese cambio influyeron múltiples factores vinculados a la imposición política y al cambio de cultura que implica la entrada de los españoles.  Pero en el fondo de esa violencia y cambio de cultura puede descubrirse una intensa continuidad. Los indígenas del altiplano descubrieron en la Virgen María  a su antigua Madre, la Tonancin, reina de los cielos:

  - En el lugar donde se hallaba el Sol-Guerrero vino a colocarse el Señor Jesús que muere    por los hombres, pero no tiene necesidad de sangre y sacrificios humano.

- En el hueco de la antigua Tonancin, Señora de la dualidad, Diosa del cielo, con manto de estrella de la noche, pudo situarse ya María, con el título antiguo y nuevo de Virgen de Guadalupe.

Esta Virgen-Madre celestial (con motivos de Ap 12: Vestid de sol, con manto de estrellas, con el Dragón bajo sus pies….) vincula en una misma fe a cristianos españoles e indígenas a través de un tipo de conversión: Los españoles aceptan en el fondo un tipo de religiosidad náhuatl, los mexicas aceptan un tipo de religiosidad hispana…

  En ese sentido existe una ruptura  en relación con el esquema religioso anterior de los  aztecas. Pero al mismo tiempo es claro que los  españoles  han ofrecido a los indígenas  también antes oprimidos del altiplano la posibilidad de retornar a sus raices más antiguas: el Señor Jesús, muerto por ellos, como auténtico Sol que ya no exige sacrificios humanos, les permite reconciliarse con la Madre, la Tonancin, que los aztecas habían reprimido con su imperio militar violento

En ese sentido, la evangelización cristiana ofrece un carácter de restauración y de renovación. Los nuevos misioneros  franciscanos no quieren imponer una religión distinta sino que apelan de algún modo a  la más antigua y verdadera  religión de los pueblos  que habitaban desde antiguo en  aquella  tierra. La historia de  violencia  militar (del  Dios Sol de Sangre) de los aztecas quedará como un episodio superado. Los españoles pueden presentarse como verdaderos enviados de Quetzalcóatl: ellos predican al auténtico Sol que es Jesús y sobre todo a su Madre, la Tonancin, que recibe ahora los rasgos  antiguos y nuevos de Virgen de Guadalupe.          

Bibliografía.

Textos: la mejor introducción al pensamiento náhuatl sigue siendo  B. de Sahagún,  Historia  general de las cosas de Nueva España (1569); buena edición manual con bibliografía por J.C. Temprano en Historia 16, Madrid  1990; F. Clavijero, Historia antigua de México,  Porrúa, México 1982; M. León-Portilla (ed.), Antología. De Teotihuacan a los aztecas. Fuentes e interpretaciones históricas, UNAM, México 1983; Id (ed.), El reverso de la conquista. Relaciones aztecas, mayas e incas, Mórtiz, México 1983; A. M. Garibay,  Teogonía de los mexicanos. Tres opúsculos del siglo XVI,  Porrúa, México 1985.

Estudios generales: M. León Portilla, La filo náhuatl, UNAM, México 1979;  Id., Toltecayotl. Aspectos de la cultura náhuatl, FCE, México 1991; Id., Los antiguos mexicanos a través de sus crónicas y cantares, FCE, México, 1990; G.W Conrad y A.A. Demarest, Religión e imperio. Dinámica del expansionismo azteca e inca, Alianza, Madrid 1988; Ch. Duverger,  La flor letal. Economía del sacrifico azteca, FCE, México 1993; Y.González Torres,  El sacrificio humano entre los mexicas, FCE, México 1985;  J.L. Martínez, Nezahualcóyotl, FCE, México, 1984; R.Piña Chan, Quetzalcoatl. Serpiente emplumada, FCE, México 1981; L.Séjourné, Pensamiento y religión en el México antiguo, FCE, México  1990.

Para situar el tema mariano y  trinitario:  C.  Siller, Flor y canto del Tepeyac. Historia de las apariciones de Santa María de Guadaluape,  México1981;Varios, Documentario Guadalupano 1531-1768, MHG 3 , México 1980;  J. Lafaye, Quetzalcóatl y Gudalupe,  FCE,  México 1983 ; K.Mayr, La unilateralidad de la doctrina tradicional sobre Dios, en C.Heitmann y H. Mühlen, Experiencia y teología del Espíritu Sasnto, Sec.Trinitario, Salamanca  1978,321-338;  E. Neumann, La Grande Madre, Astrolabio, Roma 1981, 181-212;  X. Pikaza,  Hombre y mujer en las religiones, VD, Estella 1998; Dios como Espíritu y persona, Sec. Trinitario, Salamanca 1989, 161-168.

 [1] Cf M. León-Portilla, La filosofía Nahuatl, UNAM, México, 1979, 150-151.

[2] Ibid  92. Recogemos los textos conforme a la interpretación de M. León-Portilla.  

[3] Ibid  152-153. Estamos pues en el nivel de la racionalidad poética que resulta en el fondo más aguda que la racionalidad estrictamente teórica.

[4] Cf. Ch. Duverger,  La flor letal. sacrificio azteca, FCE, México 1993, 46-49.

[5] Ibid 399.

[6] Cf G. W. Conrad y A.A. Demarest,  Religión e imperio. Dinámica del expansionismoazteca e inca, Alianza, Madrid 1988, 25-106, con amplia bibliografía.

[7]   Y. González Torres,  El sacrificio humano entre los mexicas, FCE, México 1985

[8] Texto recogido y traducido por M. León-Portilla,  El reverso de la Conquista, Mórtiz, México 1983, 24-28.

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