"Vivimos, morimos, resucitamos…" En Dios vivimos, morimos y resucitamos: Entre Halloween y los muertos de Valencia

Virgen de los Desamparados
Virgen de los Desamparados

Hoy, día de difuntos, conmocionado por los muertos de Valencia, quiero comentar el discurso de San Pablo en el  Areópago de Atenas. El título del discurso, que hubiera complacido a los atenienses,  debía haber sido “en Dios vivimos, nos movemos y somos”. Pero conmocionado por el asesinato de Jesús, Pablo lo cambió  y dijo “en Dios vivimos, morimos.... y resucitamos”.

En este día de difuntos, los del mundo entero  en especial los de Valencia, podemos destacar esas palabras: Vivimos, morimos, resucitamos…

Yo, pequeño discípulo de Pablo, al comentar hoy, día de difuntos, el sermón de Pablo en Atenas, respondo diciendo que creo en Jesús resucitado, pues en Dios de Jesús no sólo vivimos y morimos, sino que resucitamos

 Los del tribunal de Atenas, que habían condenado a muerte a Sócrates en aquel mismo Areópago, al oír “resucitamos”, se rieron, se levantaron y se marcharon.  

Nuestro problema es hoy el mismo de aquellos jueces: El problema no es un Dios más o menos etéreo en el que decimos que vivimos, nos movemos y somos... sino que hay muertos reales y que nosotros también morimos.  

Discurso en el Areópago de Atenas:

               Mientras esperaba a sus compañeros en Atenas, Pablo sentía gran indignación al contemplar la ciudad llena de ídolos.  Discutía en la sinagoga con los judíos y con los que adoraban a Dios, y también lo hacía diariamente en el ágora con los que pasaban por allí. Entonces lo llevaron con ellos al Areópago y le dijeron: «¿Podríamos saber en qué consiste la nueva doctrina que tú enseñas? …  Pablo, de pie, en medio del Areópago, dijo:

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Dana
Dana

               Atenienses, veo que ustedes son, desde todo punto de vista, los más religiosos de todos los hombres. En efecto, mientras me paseaba mirando los monumentos sagrados que ustedes tienen, encontré entre otras cosas un altar con esta inscripción: «Al dios desconocido». Ahora, yo vengo a anunciarles eso que ustedes adoran sin conocer.

               El Dios que ha hecho el mundo y todo lo que hay en él no habita en templos hechos por manos de hombre, porque es el Señor del cielo y de la tierra. Tampoco puede ser servido por manos humanas como si tuviera necesidad de algo, ya que él da a todos la vida, el aliento y todas las cosas. El hizo salir de un solo principio a todo el género humano para que habite sobre toda la tierra, y señaló de antemano a cada pueblo sus épocas y sus fronteras, para que ellos busquen a Dios, aunque sea a tientas, y puedan encontrarlo. Porque en realidad, él no está lejos de cada uno de nosotros. En efecto, en él vivimos, nos movemos y existimos... pues somos estirpe de Dios

                Por tanto, si somos estirpe de Dios, no debemos pensar que la divinidad se parezca a imágenes de oro o de plata o de piedra, esculpidas por la destreza y la fantasía de un hombre.  Así pues, pasando por alto aquellos tiempos de ignorancia, Dios anuncia ahora en todas partes a todos los humanos que se conviertan. 

Porque tiene señalado un día en que juzgará el universo con justicia, por medio del hombre a quien él ha designado... resucitándolo de entre los muertos». 32Al oír «resurrección de entre los muertos», unos lo tomaban a broma, otros dijeron: «De esto te oiremos hablar en otra ocasión». 33Así salió Pablo de en medio de ellos.  Algunos se le juntaron y creyeron, entre ellos Dionisio el areopagita, una mujer llamada Dámaris y algunos más con ellos(Hech 17, 16- 34).

Intrahistoria del discurso

            Pablo había discutido en Atenas con miembros de dos escuelas, epicúreos, más centrados en  los placeres del mundo, yestoicos, partidarios de un tipo de ética exigente, pero  quizá al servicio del orden establecido. Unos y otros le tomaron como espermologos: alguien que siembra (vomita) palabras (como esperma vacío). Pero sintieron curiosidad por él, pues vieron que enseñaba novedades, nuevos dioses (Jesús y Resurrección), y quisieron conocer  su contenido. Aquellos atenienses del 50/55 d.C., igual que  muchos los sabios de este tiempo (2025), no buscan verdades, sino novedades. A pesar de eso, se interesaron por Pablo y la llevaron al Areópago.

 Le preguntaron si hay Dios y cómo es, estoico o epicúreo. Pero Pablo les respondió que  el problema no es Dios, sino los muertosConforme a este discurso de Pablo  la pregunta fundamental no es la del Dios desconocido” del altar de Atenas, sino la de los hombres muertos, como Sócrates, como Jesús, como los de la Dana de Valencia aún sin enterrar.

Pablo en el areópago

Pablo había comenzado hablando de un Dios desconocido, pero ahora acaba hablando de un  hombre muerto, cuyo nombre no cita, un muerto que puede ser cualquiera, pues todos hombres mueren.  

 Dios, la Realidad sobre la muerte. Buscar a Dios y encontrarle, en Atenas o en Valencia (17, 24-27)

             A Pablo le llevan al tribunal supremo de Atenas para que hable y habla, ofreciendo allí para todas las naciones del mundo  un mensaje universal, no una historia peculiar judía con leyes de tipo sacral o militar, social o alimenticio. Y así les empieza halagando de un modo retórico, al llamarles, en palabra ambigua deisidaimonesterous, muy  religiosos (de mucha ley, supersticiosos).

            En ese contexto dice que ha visto un altar particular (bômon) que  los atenienses habían alzado al Dios desconocido, al que identifican con su ley (nomos, lex, law).  Parece que no había en la ciudad un ara especial al Dios desconocido (agnosto Theô), pero se ha encontrado entre sus ruinas un altar en honor a losdioses desconocidos  (agnostois theois), indicando que no había sólo uno, sino muchos dioses, que ahora, en un mundo lleno de divinidades egoístas, de comida y dinero, placer y guerra, raza o de Estado.... dioses desconocidos, evanescentes, como los muertos irreales de Halloween, no los muertos reales de Valencia.   

Ciertamente, Pablo empieza hablando de Dios 

1.Dios ha hecho todo, de manera que no se le puede adorar con cultos particulares. Dios tiene que ser para a todos.

2, Dios está en la vida (historia) de todos los hombres.  Por eso les ha  hecho hombres para habitar (katoikein) en la tierra,  a todos, en toda la tierra, conforme a la palabra de Gen 1,28: creced, multiplicaos, llenad la tierra, no por dominio de unos sobre otros, sino por fraternidad humana... No hay ventaja o prioridad de un grupo: hay tiempos (kairous) y lugares (horothesias) para todos.  

3.Dios les ha hecho a los hombres para que le busquen  para que le busquen, para que le encuentren, pues en él vivimos, nos movemos y somos, pues somos de su estirpe (citando como autoridad a un poeta pagano Arato, Phaen5). 

 En él Dios vivimos, nos movemos y somos  (Hech 17, 28-29)  Esta es la tesis de casi todos los espiritualismo (siempre que interpretemos a Dios de un modo extenso, como “lo divino”: Lo búdico, el Tao, Brahma, gran Espíritu del mundo).

En él vivimos (dsômen). Formamos parte de la Vida de Dios, que no es una entre otras, sino la Vida originaria, que se va desplegando, dándose a sí misma en nuestra vida. Las restantes realidades (estrellas y elementos del cosmos, plantas u animales) no lo saben, pero nosotros lo sabemos y así vivimos en Dios.  

Éste ha sido en un sentido el “despertar” de nuestra conciencia, el despertar de Dios en nosotros, pues si en él vivimos, es porque él nos da la vida. Ciertamente, la vida de Dios nos desborda, es mucho más que aquello que nosotros somos en particular, en concreto (cerrados en nuestro interior), de manera que para ser nosotros tenemos que dejar que él nos haba ser, sin acapararle, sin exigirle que sea sólo nuestro.

               En él nos movemos (kinoumetha). Ésta es la siguiente experiencia: Viviendo en Dios “nos movemos”, es decir, somos movimiento, un proceso de realización, de nacimiento, de vida compartida y de muerte. No podemos pararnos, pues si lo hiciéramos moriríamos, dejaríamos de ser “vida consciente” de Dios, volviendo a la pura inconsciencia de estrellas y plantas…  

Es hermoso que seamos, que miremos, que escuchemos, que avancemos, con otros, recibiendo y compartiendo la vida de Dios a medida que la vamos haciendo (recibiendo y compartiendo) con ellos lo que somos, nuestro movimiento divino.  

               Somos un movimiento de vida, no estamos fijados, realizados…, como individuos, como especie, como humanidad. No somos una esencia terminada de hacer, una “especie” parada en sí misma, formamos parte de un movimiento asombroso de vida (kínesis), marcada por la muerte (por el riesgo y potencial de la muerte….), pero sin cerrarnos en ellas. En ese movimiento vivimos y somos… Eso lo sabe el tao, lo sabe el pensamiento griego (platónicos, estoicos, epicúreos…), el hinduismo, el budismo; lo saben las religiones del “gran espíritu”.

              Nuestra vida actual en Dios (que es movimiento) parece (y es) muy frágil, está amenazada por todo tipo de riesgos (falta de salud, cansancio, impureza, opresión…), pero en otro sentido es lo más fuerte. El mismo Dios sigue moviéndose y experimentando en nosotros, a medida que experimentamos, nos amamos, dándonos la vida unos a otros. 

               En él somos (existimos, esmen). Ésta es la última palabra de la “triada” divina de Pablo en Atenas: En Dios vivimos, nos movemos y “somos” en el sentido fuerte del término, que podríamos traducir en forma actual por “existimos” (tenemos realidad definitiva, somos personas plenas). Hemos salido del riesgo de la nada por una palabra directa de Dios, cada uno de nosotros (somos por vocación) y así vivimos, superando el puro movimiento inconsciente de las restantes realidades. 

               Éste es uno de los “nódulos” centrales de la espiritualidad cristiana,  quizá el más importante. ¿Es lo mismo decir “en Dios somos” sin más, o  decir “en Dios somos, resucitando en él y aquellos que reciben nuestra vida? ¿En qué se distingue –si se distingue- un tipo de espiritualismo griego del ser en cuanto ser (en línea aristotélica o platónica)  y una experiencia y camino cristiano de resurrección).

               Muchos “creyentes” de fondo cristiano afirman ahora  (año 2025) que en el fondo “no somos”, que nuestra existencia es pura apariencia, mentira, pues morimos y no resucitamos… El mismo Eclesiastés/Kohelet, autor de un famoso libro  de la Biblia, parece decir que no somos más que un sople evanescente (habel habalim, vanidad de vanidades),  de manera que al decir “en Dios somos” deberíamos añadir  precisar “en Dios morimos”, de manera que al fin el ser se identifica con la nada, la vida con la muerte.   

 Cuestión  cristiana   (17,  29-30).

¿Se puede identificar  a los muertos de Halloween con los muertos reales de Valencia sin enterrar?

- El problema no es Dios, sino los muertos. El problema no está en que los hombres mueren “biológicamente”, sino en que saben que mueren, que tienen que morir, sea por su naturaleza, por pecado o por voluntad o castigo de Dios.

Conforme a este discurso de Pablo en el Areópago, la pregunta fundamental no es la del Dios desconocido” del altar de Atenas, sino la de los hombres muertos. Pablo ha comenzado hablando de un Dios desconocido, pero ahora acaba hablando de un muerto, cuyo nombre no cita, un muerto que puede ser cualquiera, pues todos hombres mueren. Un filósofo llamado Tales de Mileto decía que todo el mundo está lleno de Dioses; Pablo contesta aquí que está lleno de muertos.

-El problema no es conocer al Dios desconocido, sino saber qué hacemos (qué hace Dios) con los muertos No es saber cómo mueren (todos morimos), sino si Dios puede resucitarles, de qué manera, con qué medios, con qué finalidades. Los atenienses habían dedicado un altar al Dios desconocido. Pero el problema no es el Dios desconocido, sino la muerte de los muertos.  Lo difícil  no es decir que en Dios vivimos, nos movemos y somos, sino decir que Dios resucita a un muerto (=a los muertos).

Sólo ante un muerto se plantea radicalmente el tema de Dios, pues  lo que define al hombre no es, por tanto, vivir, moverse y ser, en general, sino la forma de estar siendo, esto es, vivir, moverse y morir (=dejar de vivir) y quedar de esa forma tendido ante Dios y ante los otros hombres. Al final, la pregunta y revelación decisiva se plantea ante un muerto (sin decir sin necesidad de decir su nombres). Éste es el momento y lugar de la revelación de Dios según Pablo que se atreve a decir: Dios “juzga” (=krinein: salva) a los hombres a través de un muerto al que ha resucitado.  

- Pasando por alto (hyperidôn) los tiempos de ignorancia (khoronous tês agnoias)… Así comenzó a formular Pablo la respuesta a la pregunta de los muertos, atreviéndose a decir sobre el areópago,  por encima del ágora de las infinitas discusiones de los atenienses, sobre los pórticos, jardines y escuelas de las filosofías del mundo (estoicos y platónicos, herméticos y aristotélicos, cínicos, epicúreos y escépticos…), que   todo el conocimiento anterior de la ciudad (su curiosidad, su ciencia, su filosofía, su religión) podía y debía definirse como tiempo de ignorancia, esto es, de muerte, pues habían fracasado todas las respuestas sobre los muertos

Ciertamente, los hombres  de Atenas viven  en Dios (un Dios desconocido)…, pero dominados por la muerte, es decir, por la ignorancia que termina siendo no-existencia (vivimos, nos movemos y morimos). Eso significa seguimos buscando a Dios a tientas, pero en vano, pues nadie le ha visto, nadie puede superar la muerte.

Ninguna escuela de filósofos , ninguna persona, ni Hermes ni Sócrates ni Zenón, Solón o Platón, ni Aristóteles ni Euclides, ha respondido al tema concreto de la muertos. Ciertamente, un tipo de espíritu interior, una esencia inmaterial, una idea, puede superar la muerte, como pensaba Sócrates (condenado en aquel mismo Areópago). Los hombres reales, materiales, viven y se mueven por un tiempo, pero mueren y no son. El areópago había condenado a muerte a Sócrates; sabía matar, pero no dar vida, ni entender la muerte. 

  Pablo dice en Atenas que Morimos en Dios... y que en Dios resucitamos:…Dios anuncia ahora a los hombres (parangellei tois anthrôpois) que ellos pueden convertirse (metanoein), comprender y superar la muerte, a través de Jesucristo.

  • Pablo sabe que el problema de Atenas  y de Valencia son los muertos y por eso responde, en nombre de Jesús:
  • Los muertos mueren en Dios (que les acoge en su vida, en su muerte: en la Cruz de Jesús)
  • Los muertos resucitan en Dios, porque en Dios vivimos, morimos y resucitamos

 Juicio y salvación de Dios: Resurrección de un muerto ( 17, 31)

             En este tiempo (año 2025), muchos hombres y mujeres, hablan de nuevos conocimientos, de inteligencias artificiales, de experiencias advaitas o de no-dualidad,  por las que se dice que no hay muerte. Pues bien, Pablo refuta todo eso citando simplemente a un muerto. Un solo muerto, como Sócrates en Atenas, como Jesús en Jerusalén, como los 200 muertos largos de Valencia estos días… refutan todas las teorías de la buena vida y del  buen movimiento de los hombres.

No se puede decir que en Dios vivimos, nos movemos y somos… si no decimos, inmediatamente, con Pablo y Jesús, que en Dios vivimos, morimos y resucitamos.     

 Ésta es la conversión de Dios… el principio de conversión para los hombres

  Dios nos había creado para vivir buscándole, caminando a tientas, pero nosotros nos habíamos perdido entre ídolos de un mundo que queríamos construir a nuestra imagen y semejanza, condenándonos de esa forma a la muerte. Pero ahora Dios nos ofrece un camino superior de con-versión, de meta-noia, un conocimiento que se expresa en forma de resurrección de los muertos.

 - Pues él (Dios) ha determinado el día... (hêmera)Éste es el día de la vida verdadero, del verdadero movimiento. Este es el día de la resurrección que Dios ha determinado (estêsen, ha instituido), es  el día del gran cambio que se expresa en forma de meta-conocimiento, por medio de un hombre, al que Dios ratificado (constituido) como principio de conversión, resucitándole de la muerte (=de los muertos, ek nekrôn). Por medio de este hombre resucitado Dios marca (define) el día y sentido de la conversión, de la transformación de la humanidad, superando así la muerte (el velo que mantiene ciegos a los hombres: cf. 1 Cor 15 55-57).   

- Éste es el día… en el que realizará el juicio en justicia (krisin en dikaiosyne) a través del hombre a quien ha designado para ello (en andri hô hôrisen)…   Pablo no dijo  por medio de un crucificado, ni por medio de Jesús, enterrado en una tumba, aunque eso estaba implícito en sus palabras, sino “por un hombre a quien Dios había designado” (hôrisen: instituido, establecido, constituido…) como principio de vida y movimiento humano, es decir, como resurrección..

             Las tradiciones de Atenas decían que Diógenes el cínico, con una linterna o farol en la mano, había pasado y repasado las calles de la ciudad día y noche, buscando a un hombre de verdad sin encontrarlo. En esa línea, el problema y tarea de los hombres no era ya buscar y encontrar a “Dios desconocido”, cuyo altar habían elevado los atenienses en su ciudad,  sino buscar y encontrar a un hombre, constituido y destinado por Dios para salvación  de la “ecúmene”, es decir, del conjunto de la humanidad, juicio de perdón y vida, de salvación y esperanza, por la resurrección de entre los muertos. Esta era la novedad que Pablo proclamaba ante los areopagitas expectantes, diciéndoles que Dios había constituido (instituido, resucitado) a un hombre para juzgar (=salvar) a la humanidad, transformando su mente, su forma de ser, pensar, vivir y moverse, por la resurrección. Evidentemente, ese hombre “constituido por Dios” no era Sócrates ni Orestes (juzgados en aquel tribunal del Areópago, sino Jesús.

            La resurrección o anástasis de la que habla aquí Pablo no es un daimon, una  apariencia divina, al lado de Jesús, sino el mismo Jesús que puede decir y dice yo soy la resurrección y la vida (Jn 11, 25-27).Por una parte, el hombre es muerte.  Pero por otra parte el hombre está llamado por Dios a la resurrección.   

Con Reacción de los atenienses (17, 32-34): se sonríen, dejan a Pablo y se van. 

             Esta es la respuesta del Areópago, del gran tribunal de Atenas… Esta es la respuesta de muchos de los hombres y mujeres de nuestro tiempo, incluso de una parte de nuestra iglesia…Hablamos un rato de Jesús…, pero al llegar el momento central, ante los muertos reales callamos.          

- Reacción negativa. Se había ido preparando a lo largo de la exposición y culmina cuando Pablo alude a la resurrección de un muerto. En general, los griegos se oponen a ella. Podrían aceptar a Jesús como sabio o taumaturgo (un hombre con poderes divinos); pero les cuesta descubrir el sentido de su muerte/resurrección como signo radical de Dios. Más aún, podrían aceptar su muerte heroica, al estilo de Sócrates, pero no entienden su resurrección, ni el cambio que ella implica (la meta-noia radical) para el establecimiento de una espiritualidad cristiana,  con sus implicaciones sociales (económicas, políticas, familiares) y, sobre todo, institucionales.

Sócrates no necesita resucitar, para que su espíritu o daimon perviva... ni tampoco Buda. Pero Jesús no es Sócrates ni buda….   No es un maestro de interioridad, sino un reformador/transformador social, un hombre de salud y de justicia, un hombre cuya vida no es expresa en forma de “doctrina” (conocimiento superior), sino de transformación personal y social, económica y política, como seguiré mostrando en todo este libro. Es normal que los atenienses se hayan “reído” de Pablo y se hayan marchado diciendo “otro día hablamos”, no nos comprometas.   

- Reacción positiva. Sin embargo hay un  areopagita  o miembro del consejo cultural supremo que se une a Pablo, aceptando su doctrina, llamado simbólicamente Dionisio (no Apolo), el Dios supremo de la vida real en el “panteón” griego. Le acompaña una mujer de nombre popular, que puede vincularse con “damalis” (gacela).  que no parece griego, sino “bárbaro”. Ambos, Dionisio y Dámaris aparecen como testimonio del camino cristiano. Al lado de ellos hay otros, pero da la impresión de que no son muchos. Pablo no ha fundado en Atenas una gran comunidad (como en Filipos, Tesalónica o Corinto); pero su paso es fecundo; ha sembrado semilla de evangelio en la misma colina de la gran cultura griega, en el Areópago de Atenas… Por lo menos hay un hombre que cree en él…, un grupo de mujeres.

  Yo, pequeño discípulo de Pablo, al comentar hoy, día de difuntos, el sermón de Pablo en Atenas, respondo diciendo que creo en Jesús resucitado, pues en Dios de Jesús no sólo vivimos y morimos, sino que resucitamos.

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