Dom 27.3.22. Un padre tenía dos hijos… El problema es hacerlos (hacernos) hermanos (Lc 15)
Un hijo único no es Hijo; solo somos hijos aprendiendo a ser hermanos. Así empieza la historia de la Biblia (Gen 4: Caín y Abel). Así empezó a contarla Jesús (Lc 15).
Por lógica de "mando", uno asesina (expulsa) al otro: somos supervivientes de una historia de sangre y expulsiones. Hemos mal-vivido hasta hoy (2022), pero moriremos todos, si no cambiamos.
Ésta es la historia del mal llamada pródigo, porque al final todo depende del hermano “grande”, a la puerta de casa discutiendo con el padre, a quien acusa diciendo que el otro ha malgastado su fortuna con “malas mujeres”.
Esta historia no es todo lo que hay, pues falta la madre y las demás mujeres (madres, hermanas, amigas…), pero en sus tres figuras (padre y dos hermanos) se condensa casi todo lo que existe , como muestran dos cuadros famosos, uno de Ribera, otro de Rembrandt.
Jesús enfocó esta historia como judío del siglo I. Nosotros debemos contarla y vivirla desde nuestro tiempo y circunstancia. Jesús dejó la solución abierta, para que nosotros respondamos, “nos solucionemos”. A todos buen domingo IV de Cuaresma.
Ésta es la historia del mal llamada pródigo, porque al final todo depende del hermano “grande”, a la puerta de casa discutiendo con el padre, a quien acusa diciendo que el otro ha malgastado su fortuna con “malas mujeres”.
Esta historia no es todo lo que hay, pues falta la madre y las demás mujeres (madres, hermanas, amigas…), pero en sus tres figuras (padre y dos hermanos) se condensa casi todo lo que existe , como muestran dos cuadros famosos, uno de Ribera, otro de Rembrandt.
Jesús enfocó esta historia como judío del siglo I. Nosotros debemos contarla y vivirla desde nuestro tiempo y circunstancia. Jesús dejó la solución abierta, para que nosotros respondamos, “nos solucionemos”. A todos buen domingo IV de Cuaresma.
Jesús enfocó esta historia como judío del siglo I. Nosotros debemos contarla y vivirla desde nuestro tiempo y circunstancia. Jesús dejó la solución abierta, para que nosotros respondamos, “nos solucionemos”. A todos buen domingo IV de Cuaresma.
| X Pikaza Ibarrondo
Un hombre tenía dos hijos… (Lc 15, 1-3. 11-32).
En aquel tiempo, solían acercarse a Jesús los publicanos y los pecadores a escucharle. Y los fariseos y los escribas murmuraban entre ellos: "Ése acoge a los pecadores y come con ellos." Jesús les dijo esta parábola: "Un hombre tenía dos hijos; el menor de ellos dijo a su padre: "Padre, dame la parte que me toca de la fortuna ."El padre les repartió los bienes.
No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, emigró a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente. Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad. Fue entonces y tanto le insistió a un habitante de aquel país que lo mandó a sus campos a guardar cerdos. Le entraban ganas de llenarse el estómago de las algarrobas que comían los cerdos; y nadie le daba de comer.
Recapacitando entonces, se dijo: "Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros. "Se puso en camino a donde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió; y, echando a correr, se le echó al cuello y se puso a besarlo.
Su hijo le dijo: "Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo. "Pero el padre dijo a sus criados: "Sacad en seguida el mejor traje y vestidlo; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y matadlo; celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado."
Y empezaron el banquete. Su hijo mayor estaba en el campo. Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y el baile, y llamando a uno de los mozos, le preguntó qué pasaba. Éste le contesto: "Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha matado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud."
Él se indignó y se negaba a entrar; pero su padre salió e intentaba persuadirlo. Y él replicó a su padre: "Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; y cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado." El padre le dijo: "Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo: deberías alegrarte, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado."
Empezando por Caín y Abel (Gen 4)
Toda la humanidad son dos hermanos “queridos” y enfrentados, de manera que uno "resuelve" su problema matando al otro. Así cuentan muchos mitos o relatos, como saben los grandes pensadores, de Agustín a Hegel, de Marx a Freud y al papa Francisco.
Ésta es una historia que muchos siguen desfigurando, una historia que algunos siguen viendo calcada en la guerra de Rusia y Ucrania. No sé si Ucrania es el hermano pequeño”, pero es claro que un tipo de Rusia está haciendo de hermano mayor prepotente.
Un hombre tenía dos hijos empieza diciendo la parábola (Lc 15, 11), hijos bien muy amados, pero enfrentados a muerte. No se necesita decir más para evocar y plantear la suerte de los hombres, que han sido falsificada por lectores muy “piadositos” que se fijan sólo en dos personas (hijo pródigo y padre), olvidando que el tema clave son las relaciones entre los dos hermanos, uno que quiere ser dueño de toda la casa del mundo y el otro que ha buscado el pan de unas mujeres a las que la mayor llama “malas”, para terminar luchando por el pan de las algarrobas con cerdos.
Ésta es sin duda una parábola del hijo pródigo y el padre, pero su tema central es la relación de los hermanos, con el surgimiento de una iglesia de pródigos:
‒ Es importante la relación del padre con el pródigo, que aparece como “pecador”, pues abandona la casa con su herencia, a “comerse” el mundo, pero fracasa (gasta todo con mujeres “malas”) y debe trabajar guardando cerdos que comen lo que a él se le prohíbe. Por eso vuelve “arrepentido”, pidiéndole a su padre que le admita como jornalero, sólo por comida; pero el padre le acoge como hijo, dándole otra vez la casa entera, con vestido nuevo y anillo de firmar (=firma autorizada), con ternero cebado, música y fiesta de hombres y mujeres que bailan (Lc 15, 22‒25).
‒ Más importante y trabajosa es la relación del padre con el hijo mayor(=agrande), que se enoja por la vuelta del pródigo y no quiere entrar en casa, sin que, al parecer, el padre logre convencerle de que venga y se avenga con su hermano. Con toda su lógica, ese hermano “grande” (fariseo, jurista y sacerdote: 15, 1‒2) se irrita al ver que el padre festeja al retornado, y obrando así demuestra que no tiene alma de hermano, ni parecido con su padre, sino que es un avaro envidioso y “cumplidor”, guardando toda la fortuna para sí, sin acoger al pródigo, su hermano.
‒ Pero la relación decisiva es la de los dos hermanos, como en la historia de Caín y Abel, donde se decía que no caben los dos en la ancha tierra, de forma que, para sentirse seguro, uno (Caín) tuvo que matar al otro. Una sombra de muerte como la de Caín planea también sobre nuestra parábola, que debe compararse con otra, la de los viñadores homicidas (Lc 20, 9‒20) que se sienten “grandes” y para quedarse con la herencia, expulsan de su finca y matan al hijo del padre (al pródigo). Ciertamente, el pródigo no viene a matar, sino a comer; y además viene a su casa, como los pobres del mundo que llaman a la iglesia o a la puerta de las sociedades ricas, que deben ser también su casa, pues el mundo ha de ser hogar para todos.
Según la parábola, el problema no es el pródigo, sino el “grande”, que se cree dueño de la casa, y discute a su puerta con el padre; ese podría matar, y (apelando a su justicia, de forma legal) matará de hecho al pródigo al que el padre ha introducido en su casa, como en la parábola de los viñadores, que anuncia la muerte de Jesús, el pródigo (Lc 22‒23). Lo supo A. Machado cuando decía: “por este trozo de planeta (campos de Castilla) cruza errante la sombre de Caín”. Esa sombra de muerte cruza también por la parábola: La muerte de Jesús y de sus pródigos, aunque a veces lo olvidamos e interpretamos todo de un modo intimista, como si no se tratara de la iglesia. En contra de eso quiero mostrar que esta parábola trata no sólo de una iglesia que ha de abrirse desde los pródigos a todos, sino también del riesgo de muerte en que se encuentran cientos de millones de pródigos, y también de aquellos que no quieren recibirles, pues, a la larga también ellos, los grandes de iglesia, acabarán muriendo si no comparten la vida con los pródigos.
Una parábola difícil, a contra-corriente
Así la contaba un colega la Universidad de Salamanca: “A vosotros, hombres de Iglesia, os pasa lo mismo. Os emocionáis, hablando de lo mucho que Dios quiere a los pródigos… pero después les echáis de la iglesia, no dejáis que sea una fiesta para ellos.
“Los grandes de la iglesia habéis corregido de plana a Jesús, y os habéis han apoderado de la casa del padre, no dejando entrar a pródigos y prostitutas, emigrantes, posesos, enfermos y pobres… Leéis la primera parte, donde se dice que Dios perdona a los pródigos, pero no la segunda, donde Jesús pide al hermano mayor que acusa al pequeño, acusándole de haber gastado todo con malas mujeres.
Decís que Dios es bueno, pero dejáis a ese Dios de obispados, parroquias que regentáis, porque no os moleste. Mientras tanto, nosotros, los de abajo, que no somos curas ni obispos, nos arreglamos como podemos. He oído a muchos curas que dicen que el hermano mayor no era tan malo, que no podemos acoger como Jesús, a pródigos y gente de su estilo.
Responder a mi colega. La iglesia, una casa para los sin casa
‒ En un sentido, los “hermanos mayores”, críticos de Jesús, según esta parábola, eran y son necesarios: producen y ganan dinero, y con su ganancia pueden incluso sufragarse las fiesta del hijo que vuelve, con los músicos y el baile (symphoniaskaikhorôs, Lc 15, 25), comiendo el ternero cebado… Esos grandes, buenos trabajadores, defensores del orden legal, son necesarios para que haya cierto orden, para que funcionen los trenes y la luz eléctrica en la noche y pan por la mañana, para que haya diócesis y universidades de iglesia.
‒ Y sin embargo allí donde esos grandes y ordenados se imponen por la fuerza, creyéndose dueños de la casa, la casa de la iglesia se destruye. Jesús no dijo nunca que los pródigos, enfermos, extranjeros, “pecadores” fueran moralmente mejores, pero añadió que estaban necesitados, e insistió en abrir con y para ellos la puerta de la casa, para fundar así la iglesia. Ciertamente, él sabía que es preciso trabajar (era un tekton o artesano), y su lenguaje está lleno de pescadores eficientes, agricultores, pastores, en un mundo necesitado de justica… Pero supo que esa justicia se vuelve inhumana, contraria a la casa, si no acoge a expulsados y emigrantes, los pródigos del mundo, y no deja que ellos sean los primeros. Por eso él optó por ellos, por los pródigos, invitándoles a casa (la del padre), para iniciar con ellos una iglesia abierta al Reino.
Leída así, esta parábola cuenta la “historia imposible” de Jesús, una historia “a pie cambiado”, una historia que va en contra de los intereses y poderes de los grandes que guardan la casa, impidiendo que vengan a ella (por la puerta, de un modo visible, los extraños). En contra de eso:
–Jesús acogía en su casa y camino de Reino a los pródigos: leprosos, emigrantes, expulsadas, enfermos, pobres, publicanos, rompiendo barreras que dividen y separan a hombres y mujeres, mayores y menores, pues en su casa, la de Dios, cabían todos.
– Jesús protestaba contra todo lo que lleva a la opresión de los pródigos. Por eso resulta normal que los “grandes” (sabios y limpios, oficiales del sistema) le acusaran y al fin le condenaran, porque ponía en riesgo su “negocio” (diciendo incluso que al rechazar a Jesús estaban dando gloria a Dios (a su Dios: Jn 16, 2).
No es que el pródigo (Jesús) fuera más piadoso, sino al contrario. En sentido convencional eran y aon más piadosos los grandes, los cumplidores que vuelven de su campo cada tarde (Lc 15, 25), ganando el pan y cebando los toros que, lógicamente, les pertenecen, y no quieren compartirlos con los pródigos que han gastado su dinero con malas mujeres. Estos grandes son realistas, saben que la ley es necesaria, y les parece peligroso este Jesús, rompedor de vallas, que se opone de hecho al Dios del orden establecido. Por eso se enfrentan al padre:
Mira: a mí, en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, jamás me has dado un cabrito para comérmelo con mis amigos; pero cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con prostitutas, matas para él el ternero cebado (Lc 15, 29‒30).
Esta es la palabra clave, la acusación del hijo grande contra el padre que defiende al menor pródigo. El conflicto no es solo enrre dos hermanos, sino entre dos formas de entender a Dios, de forma que el grande se enfrenta con el padre y quiere darle lecciones, sobre lo que debe y no debe hacer. Ciertamente, el padre escucha las acusaciones de su hijo grande y le responde con respeto, como si supiera que, en un plano, tiene cierta razón; pero después le rebate, añadiendo que la razón suprema es la misericordia, y que la casa es de todos, en especial de los pródigos y que en la mesa ellos han de ser los primeros. Así dice el padre a su hijo mayor:
Hijo mío ¡tú estás siempre conmigo y todo lo mío es tuyo! Pero había que hacer fiesta y alegrarse, porque este hermano tuyo había muerto y ha vuelto a vivir, se había perdido y ha sido encontrado (Lc 15, 31‒32).
Estas palabras constituyen la carta magna de la casa mesiánica, donde los primeros son los pródigos, y donde (por amor de los pródigos) pueden estar también los grandes, si cambian y se dejan acoger por ellos. Esta es la voluntad del padre, es la tarea de Jesús: que los hermanos se quieran y comparten la casa.
Esta respuesta (y propuesta) del padre expresa la voluntad más honda de Jesús, que sabe que una sola cosa es necesaria: Escuchar la palabra del Padre y cumplirla, amando a Dios y al prójimo necesitado, empezando por el más cercano, como el samaritano (cf. Lc 10, 27‒37. 42). Dos cosas aparecen así claras en esta visión del “hijo pródigo”.
‒ El hermano menor ha sido acogido para siempre, y, por ser quien es, el padre no quiere expulsarle, ni construir una valla, para tenerle sometido o separado, bajo el dictado de grandes escribas, fariseos o sacerdotes (15, 1‒2).
‒ Si el grande no se deja acoger por él queda fuera de la casa de la vida de Jesús, pues su Iglesia es hogar de pródigos y de misericordia. ¿Qué hará? ¿Entrará a la fiesta? ¿Quedará fuera? ¿Hará para sí y para los suyos otra casa de mucha ley pero sin misericordia, en contra del Dios de Jesús? (cf. Lc 18, 9‒14).
Dios de pródigos: gracia y perdón
La parábola no dice cómo acabará esta historia, pues la respuesta tenemos que darla nosotros:
– Jesús edificó su iglesia con pródigos y hambrientos, enfermos, extranjeros y carentes, aquellos a quienes su misma pequeñez ha colocado al borde del camino: expulsados, marginados por razones de tipo social o religioso, formando así la iglesia samaritana.
– En esa iglesia samaritana los primeros son los pródigos, con los niños y menores (como dice Mt 18). El mismo Jesús plantea la alternativa: O crear una iglesia de sabios y prudentes, pero sin el Dios de Jesucristo, o ser iglesia de menores y pródigos que se abren y acogen a todos en su casa abierta (cf. Lc 10, 21‒22, en la línea Mt 25, 31‒46). Así lo ha puesto dramáticamente de relieve el papa Francisco, no sólo en Evangelii Gaudium (2013), sino en Laudato si (2015).
Esta parábola es por tanto una revelación de la gracia de Dios que se encarna por Jesús, a fin de que la vida de los hombres se arraigue y expanda de forma gratuita, en perdón y acogida. En el principio está el Padre Perdón, que recibe en la casa al pródigo, con fiesta y baile. Después viene el pródigo que, sabiéndose perdonado, ha de ofrecer vida y solidaridad a todos, especialmente a su hermano grande. Y al fin queda pendiente la respuesta del grande, para ver si se convierte y entra en la casa de los pródigos para aportar también sus dones, al servicio de todos.
Esta es una parábola arriesgada, pues aquellos que perdonan e inician un camino de perdón pueden acabar siendo perseguidos, como Jesús, crucificado por romper (superar) la ley de los mayores (escribas‒fariseos…). Ese gesto mesiánico de Jesús puede y debe estructurarse en forma de comunidades de perdón y acogida, en una iglesia formada por aquellos que mantienen su recuerdo y camino (cf. Lc 24, 47; Jn 20, 23), una iglesia de pródigos, pero no contra los “grandes”, sino para todos, incluso los grandes.
‒ El primer gesto de Jesús, el más sencillo y profundo, ha sido el acoger en su casa y su mesa a los “pecadores” y pobre, con pecadores y mujeres expulsadas, prostitutas….(cf. Mc 2, 13-17; cf. Lc 15, 1-2), haciendo así casa con ellos. Esas comidas son un dato esencial de su historia, y nos sitúan en la línea de todo su mensaje. Comer es acoger al hambriento (como el hijo pródigo que viene con hambre), y es, al mismo tiempo, perdonar (reconciliarse), formando así una casa‒comunión donde quepan todos, partiendo del pan.
- Jesús no habría dicho nunca a Dios “este hijo tuyo que gastado su/nuestro dinero con prostitutas…”. Al contrario, en contra de una larga historia de utilización y condena de las prostitutas, Jesús ha venido a “defenderlas” (a publicanos y prostitutas), porque hay sitio para todos, con amor y perdón, en una casa abierta de hombres y mujeres.
‒ Jesús no solo come con pecadores, sino que cura perdonando a los enfermos, como el paralítico(Mc 2, 1-10), haciéndole capaz de caminar, cuando le dice: ¡Hijo, tus perdonados te son tus pecados! La curación verdadera de la vida es el perdón, la reconciliación con Dios que se expresa en la reconciliación con los hermanos, suscitando así una humanidad liberada (sanada) para comunión de amor.
Sólo el perdón libera y funda comunión entre los hombres, rompiendo la barrera que separa a los hermanos (Ef 2, 14‒15. Sólo los pobres pueden perdonar de verdad, los menores a los grandes que les han ofendido y les oprimen, pues los grandes no han sido ofendidos. Siendo don de Dios (perdón), la casa del reino (iglesia) sólo puede fundarse sobre fundarse sobre el perdón de Dios y el de pobres (excluidos y pródigos) que acogen a los ricos. Este perdón es la palabra suprema de los pródigos de Jesús que oran con (como) él, pidiendo a Dios que les perdone, como ellos perdonan a sus deudores. Así lo ratifica Mc 11, 24-25 cuando identifica la oración con el perdón interhumano
Jesús no ha empezado exigiendo a los pródigos que se conviertan y cambien para entrar en la casa del Padre, sino que ha ofrecido perdón, comunión y casa a todos los que vienen, de manera que ellos puedan perdonar y acoger a su vez a todos… Jesús no ha fundado una nueva religión establecida, sino una casa liberada de amor, para pródigos y ricos, desde los menores y los últimos. El mensaje que él condensa en esta parábola es la conversión‒transformación, de pródigos y ricos, desde los más pobres‒menores, para bien de todos, de tal forma que podrá decirse, a modo de aviso:
Muchos vendrán del oriente y del occidente y se sentarán con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de los cielos, pero los hijos del reino serán expulsados a las tinieblas exteriores. Allí habrá llanto y crujir de dientes (Lc 13, 28-29; Mt 8, 11-12).
Muchos pródigos (polloi) vendrán de oriente/occidente, es decir, de todo el mundo, mientras los “hijos del Reino” (los que están seguros de sí mismo y se imponen así sobre los otros), corren el riesgo de ser expulsados (de expulsarse a sí mismos) si no aceptan el Reino de los pródigos, encerrándose en sí mismos, en envidia y violencia, hasta destruirse a sí mismos.
La culpa no es de Dios, sino de aquellos que no quieren su banquete, la fiesta de la vida, con los cojos‒mancos‒ciegos, expulsados, emigrantes y pródigos de todos los caminos, como ha seguido poniendo de relieve de forma impresionante el evangelio apócrifo de Tomás 64, cuando retomando la parábola de Lucas y Mateo acaba diciendo: “No entrarán a ese banquete los comerciantes y mercaderes”. Esta misma advertencia es la que Jesús ha dirigido a los sacerdotes, compradores y vendedores del templo (cf. Mc 11, 17), acusándoles de haber convertido la casa del Padre en un “emporio” o casa de negocios (cf. Jn 2, 16).
Así acaba sin acabar esta parábola del amor del padre que quiere a los dos hijos, amando de un modo especial al menor (le ha acogido ya en la casa), pero también al mayor (para que cambie y entre en ella). Esa es la intención del padre, y la tarea de su enviado Jesús: Que los hermanos se perdonen y dialoguen, liberados ambos y para liberarse aún mejor, desde los pródigos.
Bibliografía básica:
J. Bartolomé, La alegría del Padre. Estudio exegético de Lc 15, Verbo Divino, Estella, 2000
- P. Meier, Un judío marginal V, Verbo Divino, Estella 2017
- J. M. Nouwen, El regreso del hijo pródigo: meditaciones ante un cuadro de Rembrandt, PPC, Madrid 2005
- I. Calleja, Moral samaritana I‒II, PPC, Madrid 2005
- Legido, La iglesia del Señor: un estudio de eclesiología paulina, Pontificia, Salamanca 1978; Misericordia entrañable. Historia de la salvación anunciada a los pobres, Sígueme, Salamanca 1987
- Pikaza y J. A. Pagola Entrañable Dios. Las obras de misericordia: Hacia una cultura de compasión, Verbo Divino, Estella 2016.