Escuela de amor, primera lección

Jesús de Nazaret, hijo de María, fundó en Galilea una escuela itinerante de amor, con un grupo de Compañeros y amigos, cuya historia he querido narrar en forma de libro.  Retomando algunos temas de esa historia, quiero exponer unos rasgos de esa “escuela particular” de amor, formada por voluntarios de la vida, mujeres y varones, que se echaron al campo, para ser congregación o colegio de vida, llamado después “iglesia”, que perdura (perduramos) todavía.

En el pasado siglo XX, los herederos de esa iglesia/escuela, llamada “católica”, porque quiere extenderse al mundo entero, han programado varios cambios, tomando nombres como Opus Dei, Focolares, Teólogos de la liberación, Neocatecúmenos, CMX etc. De un modo o de otro, todos ellos quieren reformar y modernizar la Escuela de Amor de Jesús. Esta podría ser su primera lección

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Volver a lo que somos, varones y/o mujeres

Llegada a un nivel, a fin de especializarse y producir seres más complejos, la vida se ha dualizado, “produciendo” macho y hembra, como expresiones complementarias de la riqueza de la especie, cuya “perfección” no se expresa por separado, en cada individuos sino que han de tomarse al menos dos individuos (en general uno masculino, otro femenino) para que se exprese toda la riqueza humana y para que la vida se despliegue.

Sólo al relacionarse entre sí personas y personas, macho y hembra, padres e hijos, hermanos, amigos…constituyen el todo de la especie, gozan de realidad y pueden engen­drar nuevas vida, conforme al mandato del Génesis (=principio, engendramiento):  Creced, multiplicaos….

               Este elemento de complementariedad resulta básico para entender la vida humana. La verdad de nuestro ser no consiste en estar solos, auto-suficientes, pues Dios (la vida) nos ha creado varón y mujer, seres en compañía (no es bueno que el ser humano esté sólo:  cf. Gen 1, 27 y 2, 18). Eso significa que una parcela de nuestro ser (nuestra realidad y plenitud) se encuentre fuera de nosotros, de manera que para hallarnos debemos perdernos, salir fuera y encontrar en otro (desde otro) aquello que buscamos, somos y nos falta.

               Éste no es un tema de pura fisiología, sino degénero. A nivel humano, la dualidad sexual, de tipo más biológico, genera (o deja ver) formas distintas de individuación humana, que suelen llamarse “género”. Todo el mundo sabe que existen rasgos más propios de varón o de mujer, pero nadie puede distinguir perfecta­mente lo que en esos rasgos pertenece a la naturaleza y y lo que pertenece a cultura. De ello se ocupan antropólogos y psicólogos, sociólogos y teólogos, por poner unos ejemplos, desde perspectivas diferentes.

                Unos quieren explicar la identidad y diferencia de cada uno a partir de caracteres biológicos, que habrían sido fijados por el Dios-Naturaleza. Otros piensan que una parte de la diferencia viene de la naturaleza, pero que otra parte mayor y más importante. En esa línea, muchos afirman, con buenas razones, que el género femenino ha sido oprimido en los últimos milenios (tras un pretendido matriarcado antiguo). El tema es complejo, es arriesgado disociar naturaleza de cultura, pues el ser humano se ha venido a conformar en un proceso histórico, de forma que la misma distinción de varón y mujer depende en gran medida de nosotros, añadiendo que varones y mujeres del futuro serán lo que ellos quieran... Tendrán los mismos derechos y las mismas posibilidades, pero es muy posible que quieran volverse todavía más distintos que ahora, con aspectos y riquezas diferentes, de tal forma que se atraigan y completen de una forma aún más intensa.

Dualidad de sexos, ser y hacerse persona. El sexo está muy vinculado a la manera de hacernos y ser persona: me descubro y realizo como persona distinta a medida que otra persona, reflejada sobre todo en individuos de otro sexo, me llama y complementa. Más que la dualidad biológica (de puro sexo fisiológico) importa la dualidad  e identidad personal, pero las identidades no están cerradas por un tipo de esencia substancial, sino que varían, reflejando la complejdad de la naturaleza: Normalmente, el varón se define en relación con mujeres y la mujer en relación con varones. Por eso es bueno que las comunidades humanas sean espacios mixtos, abiertos a personas de diverso género, y que un niño pueda contar con “figuras” de padre y madre, varón y mujer.

Pero han existido y siguen existiendo comunidades formadas por personas del mismo sexo (y género) de mujeres y varones (especialmente en los conventos católicos y ortodoxos), sin que entablen y establezcan relaciones sin que se puedan tomar como patológicas o anormales (siendo, por otra parte, muy difícil distinguir lo normal de lo anormal, porque a esta altura de la relación humana no hay normas externas, sino que cada uno “se es ley o norma” para sí mismo, como dice Juan de la Cruz en la parte superior de su diagramas del Monte Carmelo (que es el monte de la humanidad en Dios).

 El amor, realidad y apertura trascendente. Para hombres y mujeres, el sexo no es puramente biológico, sino que aparece como signo de vinculación cósmica, dualidad personal e incluso (¿sobre todo?) de experiencia superior, de trascendencia. Como he dicho, el sexo humano se encuentra vinculado al origen dual de la vida, y a la relación personal (que se expresa como diálogo, especialmente entre varones y mujeres). Pues bien, varones y/o mujeres, unidos por el sexo en comunión personal, siguen hallándose abiertos hacia un plano radical de trascendencia.

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               En esa línea, el amor nos abre hacia un espacio que, en palabra rica pero ambigua, pudiera llamar «espiritual». Ciertamente, en un sentido, el sexo es materia, se sitúa en un plano de carne biológica, mientras que espíritu es inmaterial, separado del sexo, pero en esta altura resulta difícil establecer diferencias entre espíritu y materia otra línea, el Espíritu de Dios no es material ni inmaterial, sino poder integral de realización, Principio o Fuerza de la Vida, que se expresa en la plenitud de ser humano, varón y/o mujer, en un nivel integral de comunión/comunicación (lenguaje) de sexo y palabra, de vida en sí viviendo fuera de sí.

 El Espíritu de Dios se expresa en el hombre (varón y/o mujer), que se descubre dueño de sí mismo (en intimidad) y que se abre hacia otros hombres y/o mujeres (en lenguaje de comunión), abriéndose de un modo peculiar a lo infinito (trascendencia). Pues bien, conforme a lo anterior, el espíritu se expande y revela de un modo especial a través del engendramiento humano, como dicen, de un modo simbólico, los textos de la concepción de Jesús por el Espíritu, a través de la “virgen” María (Lc 1, 26-38; Mt 1, 18-25).

Lo que esos  dicen de Jesús puede y debe aplicarse, en un nivel correspondiente, a todos los nacimientos de seres humanos, varones y mujeres. Esta es una doctrina muy tradicional. Los catecismos de la Iglesia católica decían que Dios sigue “creando” almas de niños, en contra de una doctrina también tradicional, que viene de Orígenes, según la cual Dios ha creado en el principio-principio millones de almas que la tiene en su cielo a la espera, para infundirlas, una por una, a los niños cuando nacen.

Pero Dios no “crea” desde fuera (y tiene preparadas almas para infundirlas a los niños, cuando nacen, una a cada uno, sino que va “creando” las  “almas”  sino desde la misma trama de la vida, por unión seminal, concepción y gestación, nacimiento y educación personal, por amor y palabra depadres y educadores.

Cada niño es hijo de unos padres humanos; pero, al mismo tiempo, es Hijo de Dios por obra y gracia del Espíritu. Cada ser humano es Hijo de Dios, con Jesús de Nazaret, a quien los cristianos confesamos Cristo por excelencia. Cuando dos seres humanos se regalan en amor la vida son mucho más que simple materia; son signo y presencia de Dios, revelación del Espíritu divino, como seguiré indicando.

Sexo/Género, realidad trascendente.

El amor mutuo (en especial el que vincula de manera engendradora a hombre-mujer) es signo de Dios, pero Dios no es macho y hembra. El amor personal de hombres y mujeres es revelación de Dios, pero Dios no es sexo. En esa línea hemos podido dialogar con frecuencia sobre algunas perspectivas que nos ayudan a situar el amor en su entorno o “nicho” humano:

La perspectiva biológico-sacraldomina en círculos más relacionados con una espiritualidad esotérica, expresada en círculos de New Age, y puede estar representada por Wilhelm Reich[1]. En su opinión, la esencia humana es sexo, de manera que toda liberación debe comenzar en ese plano, entendido como potencial de amor. La plenitud del hombre (varón/mujer) consiste en confiar en su poder sexual, dejando que sea y se expanda, sin represiones o sospechas, sin rechazos ni recelos. Pues bien, el hombre, cuya grandeza debería consistir en el despliegue y disfrute del sexo, expresado en la relación de hombres y mujeres, se encuentra en este tiempo dislocado y escindido, en constante lucha con los poderes del entorno, pues le imponen una ley artificial, alienante y represiva.

Este sería el pecado o desgracia mayor de nuestro tiempo: Estamos sometidos a una cultura de represión sexual, que nos impide vivir en liberad; por eso nos hallamos escindidos y nos hemos vuelto violentos y violadores. Para superar esa escisión debemos volver a nuestro origen y dejar que en nuestra vida vuelva a revelarse el Sexo, como Dios supremo (revelado por ejemplo en Cristo, el gran liberado sexual. La cultura occidental ha desarrollado los impulsos racionales y los cálculos sociales. Por eso nos domina la violencia, el plano económico, político y sexual. Pero hay una salvación, que consiste en dejar que hombres y mujeres «sean» lo que son, dejándose llevar por el torrente sexual que les arrastra en amor, sin restricciones, y que al hacerlo resuciten al gozo de la vida, descubriendo que Dios es la energía cósmica que late y actúa en el fondo de todos los seres, fluyendo de un modo especial por el sexo, como en Cristo, hombre perfecto, liberado de las represiones que ataban a los hombres y mujeres de su tiempo. Ésta es la visión de W. Reich. En ella hay sexo, pero falta persona. Hay sacralidad genital, pero falta Dios. Hay vida, pero falta realización humana en libertad.

La perspectiva totalizadoraestá representada, en línea clásica, por Aristófanes, uno de los convidados Platónintroduce en el Banquete de la vida. A su juicio, conforme a un antiguo mito, los seres humanos del principio eran redondos. Pero Zeus envidioso, para impedir que se volvieran arrogantes, consiguiendo todo aquello que querían, los partió en dos, de manera que cada mitad busca su mitad perdida. El sexo es, por tanto, una señal de escisión, de manera que varón y mujer sólo pueden hallar la plenitud al reencontrarse en la parte que les falta. Al retomar ese mito, prescindo por ahora de sus posibles implicaciones homo- u hétero-sexuales (los que provienen de un varón-varón o una mujer-mujer han de buscar la otra mitad en una persona de su mismo sexo) y lo interpreto en su versión andrógina: En principio, los seres humanos, eran vivientes circulares, y contenía, al mismo tiempo, los atributos de varones y y hembra.

El Banquete de Platón . en Librerías Gandhi

La arrogancia y su poder de aquellos híbridos humanos eran tan grandes que Zeus, cansado, terminó por escindirlos en dos mitades, marcadas por la limitación del sexos, de manera que ninguno pudo ser completo por sí mismo, sino que tuvo que buscar su plenitud (resolver su carencia) buscando fuera de sí mismo aquello que le faltaba dentro. Desde entonces añoramos la mitad perdida y tendemos a encontrarnos y fundirnos radicalmente con ella.

Conforme a este mito, el amor ha de entenderse, como deseo de unidad de lo escindido, búsqueda de aquello que nos falta. Pero el amor total es imposible, pues un Dios envidioso no deja que alcancemos aquello que queremos y nos falta. De todas formas, el amante de este mito es un ser imperfecto: No ama por sobreabundancia, sino por necesidad; no busca por plenitud, sino por carencia; no camina por deseo de alcanzar algo aun más grande, sino por volver a la patria perdido, al “útero” donde habitaba con su mitad perdida.

Hay, en fin, una visión personalista, que puede estar representada en el primer “símbolo” de la Biblia (Gen 2): El Señor Yahvé tomó la arcilla de la tierra y modeló el cuerpo total del ser humano, ofreciéndole después su aliento como vida. Pero este ser humano, Adán (que no era todavía ni varón ni mujer) estaba solo, sin ayuda, sin palabra verdadera, sin encuentro. Entonces, el Señor le infundió un letargo y, al dormirle, le sacó una “costilla” (una mitad) y con ella formó una mujer, de manera que lo que antes era “uno” (ser humano sin identidad) ser vuelven dos personas concretas y distintas, cada una perfecta en sí misma, pero las dos vinculadas, pues cada una lleva en sí parte de la otra.. Sólo entonces, el hombre, que es ya “varón” y no ser humano en general, puede mirar a la mujer, descubriéndose a sí mismo en ella y exclamando: 

  • Esta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne.
  • Su nombre será hembra, porque la han sacado del hombre.
  • Por eso un hombre abandona padre y madre,
  • se junta a su mujer (hembra) y se hacen una sola carne» (Gen 2, 21-24). 

Este relato está cerca del mito anterior, pero con una diferencia. Platón (Aristófanes)  quiere volver hacia al principio, al hombre dual y redondo, como si la separación actual hubiera sido una caída, que debe superarse. La Biblia, al contrario, supone que ha existido verdadera “creación”: Dios no se limite a partir en dos a los humanos redondos del principio, sino que crea al varón y a la mujer, y les hace distintos y relacionados, superando de esa forma la unidad anterior, indiferente, pre-humana.

El mito platónico indicaba que hombre y mujer son imperfectos por ser partes de un todo anterior, suprasexual. Por el contrario, conforme a la Biblia, la “división” del hombre y la mujer es buena: Ambos brotan del mismo principio original de vida. Por eso se apetecen, se atraen y encuen­tran, pero siendo diferentes, siendo cada uno una persona entera y no media persona. Por eso, todo intento de fusión que anule sus diferencias es destructor.

En esa dialéctica de unidad y diversidad, varón y mujer son portadores de la vida y señores de la naturaleza, según la palabra de Dios: «Creced, multiplicaos, dominad la tierra...» (Gen 1, 28). La atracción sexual no es Dios (contra W. Reich), ni es nostalgia de la unión perdida (mito platónico), sino camino de encuentro y personalización en (hacia) Dios.

Sea como fuere, la realidad del sexo/género pertenece a la naturaleza (es decir, a lo divino) del ser humano, y como tal debemos asumirlo y respetarlo. Pero, al mismo tiempo, constituye un elemento esencial de la cultura. La historia de occidente ha tendido a interpretarlo como algo puramente material: El verdadero ser del hombre, que es pensamiento y espíritu, estaría por encima del sexo, en una línea dualismo intenso (oposición de espíritu y materia).

Pues bien, tú sabes y sabemos que el amor es materia/espíritu: Somos parte del proceso de la vida de la tierra; pero, al mismo tiempo, nos hallamos inmersos en el mismo ser de lo divino. Pero la verdadera dualidad no es la de espíritu y materia, sino la que separa y vincula (en cuerpo y alma) no sólo a mujer y al hombre, sino a los seres humanos entre sí (seguirá mañana).

 NOTAS

[1] W. Reich (1897-1957), judío de origen austriaco, residente en USA desde 1939. Desarrolló primero sus teorías sobre el sexo, en relación con S. Freud. Después quiso aplicarlas de un modo mecanicista (midiendo la energía orgánica, vinculada al orgasmo), siendo al fin perseguido y muriendo en la cárcel

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