Europa, una encrucijada (2). El impulso cristiano: Un valor, un problema

Presenté ayer algunos principios del surgimiento de Europa como entidad cultural. Hoy pongo de relieve el impulso cristiano. En la raíz de Europa, además de otros aspectos que ayer puso de relieve, hay sin duda un "impulso" cristiano, que se expresa en tres rasgos:

-- un tipo de conciencia de libertad (es decir, de autonomía personal): Cada ser humano es "hijo de Dios", es decir, un absoluto.
-- una experiencia de trascendimiento (o, quizá mejor, de trascendencia). Dios no se identifica con ninguna realidad del mundo, ni política, ni social, ni cultural... Dios (el absoluto) es siempre un más allá que el hombre no puede poseer y manejar.
-- una tarea ética, es decir, una responsabilidad moral. El hombre no está atado al eterno retorno de las cosas (que todo siga igual), sino que está llamado a buscar lo diferente, a través de un impulso mesiánico, relacionado con la Venida Final de Jesucristo (es decir, con el fin de los tiempos).

Dese ese fondo pueden plantearse varios temas que están vinculados con la realidad y futuro de Europa en cuando "continente distinto", marcado por un tipo de experiencia cristiana y de historia de grandes revoluciones:

(a) La definición de lo cristiano. Se trata de ver si la forma de identificación cristiana de Europa responde al evangelio. Es decir, si Europa es una “hija” del cristianismo (como se decía de Francia) o si es más bien un “aborto” del cristianismo (un cristianismo abortado, un obstáculo para la extensión del evangelio).



(b) Se trata de mostrar la identidad de lo cristiano (es decir, del cristianismo). Estos últimos días se ha dado en mi blog una disputa sobre la identidad cristiana. Algunos comentaristas han dicho que otro no es cristiano (acusándole de no aceptar la divinidad de Jesús). Está en el fondo pues la forma de ser o no ser cristiano, de la que trataré otro día (Tendremos que distinguir entre cristianismo, cristiandad y cristianía...

Tendremos que mostrar si hay otras formas de seguir a Jesús que no son la cristiana... Recordemos que "cristiano y cristianismo" son formas tardías (helenistas) de mostrar la herencia de Jesús. Los primeros seguidores de Jesús no eran cristianos, sino nazoreos... La Iglesia de Jerusalén, con Santiago, no ea cristiana, en el sentido actual del término. Hay cristianos no nicenos etc.


(c) Finalmente, está en el fondo el tema de la ejemplaridad de Europa, continente de la cultura técnica y de la conquista mundial (todo el mundo se ha hecho en un momento colonia de Europa…)… o continente de la gran antropofagia. La Europa cristiana ha nacido de guerras sin fin ¿ha aprendido al fin el camino de la concordia? La Europa (cristiana o no cristiana) ha conquistado el mundo… para luego quedar sólo y dividida (como parece en la actualidad).

¿Tendrá futuro Europa? ¿Tendrá futuro el cristianismo de corte europeo, centrado en Roma, Ginebra, Londres y Wittembarg? La vieja Constantinopla ortodoxa ¿sigue existiendo? ¿Es Europa? Buena semana europea a todos.

II. DESPLIEGUE BÁSICO. EL IMPULSO CRISTIANO

La identidad de Europa se ha ido formando a partir de unos impulsos cristianos, que se han expresado en forma "misionera". La misión cristiana ha sido la que ha creado a Europa, a través de un proceso de diferenciación por el que el cristianismo se ha separado del Islam histórico y se ha expresado en varias formas diferentes (ortodoxa, católica, protestante...), a través de una serie de rupturas significativas, que definen y fundan su pluralidad interna.

1. Misión cristiana y creación de Europa.

El judaísmo de tipo rabínico quedó fuera de la iglesia cristiana, siguiendo hasta hoy su extraño y espléndido camino social y cultural en muchos países del mundo. De esa forma ha permanecido como un pueblo testimonial, sin identificase con el conjunto europeo. Por el contrario, el cristianismo se ha vinculado de una forma directa y plena con la cultura griega y el orden social romano, de manera que ha podido identificarse con Europa. En un sentido podemos afirmar que Europa ha nacido del ideal y proyecto de vida iniciado por los griegos y romanos. Pero, en otro sentido, al vincularse con las instituciones racionales y políticas del mundo antiguo, sin apoderarse de ellas, ha sido la iglesia cristiana la creadora Europa, tras la caída del imperio romano y de la cultura griega clásica.

Europa ha sido desde su principio un «híbrido», el resultado de una simbiosis social y religiosa, un espacio de vida donde ningún elemento ha dominado al otro, un espacio abierto en diversas perspectiva, en línea más oriental (ortodoxa, eslava) y más occidental (católica y protestante, latina y germana). Esta es su “singularidad” (7). Por eso, no podemos hablar de Europa “y” del cristianismo, sino de una Europa que es al mismo racional (greco-romana) y cristiana, pues esos elementos, el racional y el cristiano, han transformado a los pueblos que antes se llamaban bárbaros. Este ha sido un proceso rico, aunque en principio no era esencial para el cristianismo ni para la cultura greco-romana.



1. El cristianismo podía haber surgido y crecido sin cultura greco-romana, en otros espacios culturales (en Siria o Etiopía, en la India o China). Sólo el substrato judío es constitutivo del cristianismo (la iglesia no puede negar su Antiguo Testamento, ni separarse de Israel, pues si lo hiciera negaría a Cristo y se negaría a sí misma). La vinculación de la iglesia con el pensamiento griego y el orden romano no era esencial para el cristianismo.

2. La cultura greco-romana podía haberse expandido sin la religión cristiana. De hecho, esa cultura existió y floreció antes del cristianismo, de manera que podía haberse mantenido y crecido por sí misma, formando otros espacios culturales. Pero de hecho ella se ha mantenido y expandido básicamente a través de la mediación cristiana (los influjos de la cultura griega en Persia y la India son menores; sus influjos sobre el Islam se han realizado sobre todo a través del cristianismo sirio).

Teóricamente podría haber otro tipo de cristianismo (sin cultura greco-romana) y de expansión cultural greco-romana (sin cristianismo). Pero no existiría la Europa actual, ni el cristianismo histórico, ni la cultura de occidente, tal como se ha desarrollado y extendido luego, de algún modo, a todo el mundo. La relación del cristianismo con Europa resulta paradójica y por eso debe ser bien precisada.

1. La iglesia, siendo europea en sus tres formas clásicas (católica, ortodoxa y protestante), quiere ser universal y para ello ha de pactar con otras formas de cristianismo o de religión que no sean las occidentales. Pero ya no puede hacerlo negando su pasado griego y romano, sino sólo resolviendo de otra manera los problemas que ella resolvió en otro tiempo con la ayuda de las instituciones griegas y romanas, que son inseparables de la historia de occidente, tal como se ha venido desarrollando en los últimos veinte siglos. Eso significa que la religión cristiana es más que Europa.

2. La racionalidad europea, de fondo greco-romano, ha superado desde la Ilustración (siglos XVIII-XIX) sus antiguos límites confesionales, vinculados al cristianismo europeo, para presentarse como razón universal (para todos los pueblos, religiones y culturas). De esa forma, la experiencia racional de Europa ha tenido (y tiene) la pretensión de abrirse a todos los hombres del mundo. Ciertamente, la racionalidad Ilustrada (científica, económica, política) ha nacido y se ha desarrollado en Europa, en vinculación con el cristianismo. Pero ella es más que Europa (se abre al mundo entero) y más que el cristianismo (puede renunciar a la religión expresa o pactar con religiones no cristianas). Por su, el cristianismo, siendo europeo, si quiere ser lo que es, debe ser más extenso que Europa, pues solo es fiel a sí mismo siendo universal.

La realidad de Europa resulta paradójica y dentro de ella son esenciales esos dos niveles a los que estamos aludiendo, al distinguir razón y cristianismo, poder político-social e instituciones religiosas. Europa ha sido hasta el momento un continente peligroso (por sus conquistas y violencias), pero prometedor, pues en ella se han dado unos fenómenos sociales y religiosos que pueden y deben extenderse al mundo entero. En ese contexto añadimos que Europa es más que Europa, tanto en el plano político (racional) como religioso. Por un lado, es un pequeño continente entre otros mayores (Asia, América, incluso África). Por otro es un continente grande, pues ha tenido y sigue teniendo una vocación “misionera”, tanto en plano racional como cristiano, siguiendo la vieja tradición de las misiones, dirigidas a la conversión los pueblos germanos y eslavos (y lituanos y vascones, celtas y magiares etc).


La misión cristiana y racional de Europa, que de algún modo ha extendido su influjo al mundo entero, ha tenido elementos de durísima violencia, pero ella se hizo también a través de unos medios pacíficos de contagio personal. La Europa del futuro sólo podrá tener sentido en la medida en que siga ofreciendo a otros pueblos un testimonio cultural y humano, no en línea de imposición religiosa o social, sino de libertad y diálogo . (8).

2. Los límites de Europa. Modelo islámico y cristiano.

Vimos que el judaísmo, tras la destrucción del templo (70 d. C.), se constituyó como federación de sinagogas: ha sido religión de un pueblo que se vincula por su genealogía (sus recuerdos) y sus tradiciones sociales (comidas y matrimonios al interior del grupo), sin necesidad de un estado político independiente, sin territorio ni ejército. Ha sido un “pueblo diáspora”, en medio (y a merced) de otros pueblos. Así ha podido estar y sigue estando en Europa (y no sólo en Europa), sin diluirse entre otros pueblos, pero sin querer conquistarlos.

Por el contrario, a partir del siglo VII d. C. (622, Hégira; 630, conquista de la Meca), los musulmanes se han configurado como una sociedad religiosa unitaria, donde lo religioso y lo político tienden a formar un todo indisoluble (al menos, en ciertas formas históricas). Es evidente que el Islam contiene grandes valores culturales, pero al no haber separado sociedad civil y religiosa, al no haber realizado un proceso de racionalización filosófica y social consecuente, ha quedado por ahora fuera del espacio de intercambios culturales y religiosos de Europa donde resulta básica la separación y vinculación de poderes (político y eclesial, racional y religioso).

Europa ha desarrollado una filosofía y una ciencia autónoma, con unas instituciones políticas y sociales (estados, sistema capitalista) que se han independizado de la religión y de la iglesia cristiana, de manera que han podido expandirse a otros espacios culturales y religiosos, en el mundo entero. Por el contrario, los países musulmanes no han realizado ese desarrollo de un modo consecuente En ese sentido, debemos afirmar que, al menos de momento, algunos de ellos (Norte de África, Próximo Oriente), que antes fueron cristianos y podrían tomarse geográfica e históricamente como europeos, parecen situarse de hecho, por ahora, fuera de Europa, mientras no desplieguen un tipo de libertad racional y religiosa que haga posible el surgimiento de una sociedad civil que funcione de hecho de manera autónoma, donde el mismo influjo religioso (cristiano, musulmán o de otro tipo) contribuya a la independencia de la sociedad civil y a la libertad personal y social de los ciudadanos.

Europa solo ha surgido allí donde el elemento religioso actúa de manera independiente (como fermento de libertad, sin imposición social, sino al contrario: como fuente de libertad social); y donde el elemento político se expresa en formas democráticas (regidas de un modo racional), abiertas a todos los ciudadanos, sea cual fuere su religión y sus tradiciones nacionales.

Es evidente que también Europa había vinculado religión y política de un modo dictatorial, con mezcla de jurisdicciones. Muchos obispos, en especial en el oriente bizantino, asumieron poderes y honores políticos. El Papa de Roma (que desde el 375 d. C. asume el título de Pontifex Maximus, propio de los emperadores paganos) ha sido una figura clave en occidente. Pero, en su conjunto, ha terminado triunfando siempre la experiencia de los tres siglos primeros de separación entre sociedad civil e iglesia, de modo que en el espacio cultural europeo ha podido distinguir sin traumas ciencia y fe, estado y religión, política e iglesia, sin que nadie haya debido ser cristiano (ni tener fe religiosa) para sentirse ciudadano.

El proceso ha sido largo y doloroso. En los siglos V al X d. C. los cristianos ofrecieron un proyecto alternativo de humanidad, después que el Imperio Romano había iba agonizando poco a poco, incapaz de ofrecer estructuras de convivencia y asistencia humana, a sus millones de habitantes y a los “bárbaros” invasores o vecinos. Para realizar esa tarea, los cristianos fueron creando, de manera siempre tanteante, comunidades mesiánicas y sociales, abiertas, por un lado, a todos (a diferencia del judaísmo) y organizadas, por otro, de un modo social, pero sin tomar el poder, ni convertirse en portadores de un puro imperio sagrado.

Los cristianos asumieron las instituciones del entorno (religiosas y sociales, económicas y culturales, familiares y administrativas), pero, al mismo tiempo, intentaron crear una comunidad abierta a la convivencia humana, sin necesidad de tomar el poder (sin adueñarse del estado). De esa manera, con las tensiones normales, el mismo cristianismo ha contribuido a que surjan en Europa unas instituciones racionales, de tipo jurídico y político, administrativo y económico.

A lo largo de ese proceso han quedado fuera algunos grupos de espiritualismo radical, como los albigenses, en gran parte destruidos con violencia. Quedaron también fuera los exaltados milenaristas, que esperaban un fin del mundo por la fuerza. De esa forma, el conjunto de Europa, en sus diversas formas cristianas (ortodoxas, católicas, protestantes) se fue abriendo hacia una racionalidad filosófica y social donde caben en igualdad todos los hombres, sean o no cristianos . (9).

Por el contrario, al menos en conjunto, el Islam no ha logrado establecer esas distinciones y separaciones, ni ha desligado la vinculación política y social de la religiosa. Por eso, en su forma histórica, ha quedado por ahora fuera de Europa.


En un momento dado (entre los siglos VIII al XIV), mientras los cristianos no habían llevado a sus últimas consecuencias esos principios de separación, ni habían desarrollado sus principios de libertad religiosa, racionalidad científico-social y separación de iglesia-estado, los musulmanes podían parecer más desarrollados y cultos y lo eran, en un arco geográfico extendido de Persia a España, de Bagdad a Córdoba. Pero luego, por la misma simbiosis de elementos religiosos y racionales, el occidente europeo ha realizado un proceso de fecundación y separación de poderes (en el plano filosófico, técnico y político) que ha permitido el surgimiento del mundo occidental, con la democracia (y los valores y riesgos del capitalismo).

Por eso, estrictamente hablando, al menos desde el siglo XV, no se puede hablar de un Islam europeo. Ciertamente, el Islam ha tenido momentos de cultura espléndida, desde Córdoba a Damasco, del Cairo a Bagdad. Pero allí donde se ha establecido en forma permanente (Norte de África y Asia Menor, Siria y Mesopotamia) lo que podía haber sido Europa ha venido a convertirse, por ahora, en una cultura y sociedad distinta.

Esto no quiere ser una crítica: el modelo de humanidad europea no es el único (aunque haya sido en gran parte el triunfador). Sin duda, los países musulmanes de la cuenca del Mediterráneo y del cercano oriente mantienen elementos muy valiosos del viejo entorno europeo. Más aún, el Islam del futuro podrá realizar unos cambios convergentes a los europeos en línea de libertad religiosa y separación del poderes o espacios de vida (religioso y político), conservando de un modo distinto el sustrato religioso y sin caer en los posibles "riesgos" que muchos musulmanes han visto en lo que ellos llaman el vacío espiritual de Europa.

Y también puede suceder que el proyecto europeo termine volviéndose estéril, de manera que tengan que venir otros grupos humanos, más cargados de vida y utopía, para rescatar los restos de un posible naufragio occidental. Sea como fuere, hoy por hoy, en sus formas extremas, el Islam parece alejado de lo que entendemos como Europa, de donde tuvo que salir no sólo por las victorias militares de los reinos cristianos, que lucharon por siglos contra los musulmanes (de España y Austria, de Serbia y Rusia), sino también por la dificultad que los mismos países musulmanes tuvieron para asumir los cambios de la modernidad, esenciales en Europa.

La separación respetuosa de estado y religión, en libertad y sin imposiciones de ninguna parte, resulta esencial para Europa. El día en que los musulmanes realicen de un modo consecuente esa separación podrán ser europeos, en el sentido actual del término o en otro más profundo, que aún desconocemos. Es muy posible que el ideal de separación libre y fecunda de iglesia-estado siga abierto y que su única forma de realización no sea la que hoy existe en la Europa de origen cristiano. El camino de humanización sigue abierto y puede suceder que sean musulmanes los que nos enseñen a recorrerlo de nuevo . (10).

3. Diferencia internas: Papa y Emperador, iglesia católica y ortodoxa.

Ahora podemos evocar ya el despliegue y declive del poder social y espiritual de la Iglesia medieval y en especial del Papa, obispo de Roma, a quien veremos como representante de la religión de Europa occidental en la Edad Media. En este mismo contexto podemos ver el surgimiento del poder político del emperador germano y de los reyes o estados de Europa. Mientas el Imperio militar y político de Roma agonizaba iba creciendo la autoridad de la iglesia, que se sentía portadora no sólo del evangelio de Jesús, sino también, de los valores sociales del Imperio Romano, con un Papa que era signo y portador de unidad mundial (en perspectiva europea). De esa forma, la iglesia (especialmente la occidental) llegó a pueblos y lugares a los que el imperio no había llegado (países germanos del norte y eslavos del este), ofreciendo su experiencia de evangelio a las naciones bárbaras.

El proceso de “romanización” de la iglesia occidental ha tenido valores y costes; ha sido, sin duda, más complejo y conflictivo de lo que aquí indicaremos, pero podemos tomarlo como referencia (no única, pero sí importante) para la construcción de Europa.

(1) Fue un proceso positivo: la iglesia llevó una cultura más alta a los pueblos de Europa.
(2) Tuvo grandes riesgos: en ciertos lugares y momentos pareció que la iglesia quería convertirse en único poder. Sin embargo ese riesgo pudo superarse siempre de manera que emergieron una y otra vez los dos poderes como diferentes: estado y religión. Existió sin duda el peligro de que el Papa viniera a tomar todo el poder, forjando así una Europa Occidental unida y sagrada, entre el siglo XI y el XIV d. C. Pero esa idea no pudo triunfar por dos razones.


1. Razón religiosa. Una visión absolutista de la iglesia sólo podía apoyarse en una visión muy sesgada del evangelio. Un Papa que pretendiera convertirse en señor temporal, con una poder político más alto que el de todos los restantes poderes estatales, iba en contra del evangelio y de la historia cristiana. Por eso, la limitación del poder eclesiástico no puede venir dada sólo desde fuera (por la oposición de unos poderes políticos), sino que ha de brotar del mismo evangelio.

2. Razón política. Los emperadores y reyes desarrollaron su propio poder, no recibido de la iglesia; no se sintieron unos simples delegación del Papa y los obispos, sino representantes de la racionalidad social humana (es decir, del mismo Dios entendido como autoridad social). En ese sentido podemos decir que el evangelio sólo es evangelio si deja un espacio de vida para la sociedad civil. Por eso, la sociedad civil puede pactar con la iglesia, pero no recibe el poder de ella.

Este ha sido un descubrimiento práctico esencial de la Edad Media cristiana. El mismo evangelio al que apelaba el Papa, unido a la cultura romana y griega, daba autonomía política y racional a los príncipes y reyes, no sólo al llamado Emperador Romano-Germánico, sino a los diversos jefes de estado monárquico o republicano que fueron surgiendo.

En esa dualidad inquieta entre Papa y Emperador, entre príncipes y obispos, entre pueblos e iglesias, se encuentra en germen el futuro de Europa.


Ni el Papa pudo doblegar a los príncipes, ni los príncipes pudieron (ni quisieron) tomar el poder del Papa y de los obispos. Surgió así la división de poderes, que se ha mantenido en gran parte de Europa hasta la Revolución Francesa. Ciertamente, el Papa adquirió gran autoridad, pero lo que en un aspecto puede interpretarse como su victoria viene a presentarse en otro como principio de su decadencia, conforme a una serie de rupturas que iremos destacando . (11).

Europa es más que el papado, el occidente latino y estados nacionales, pues ha surgido a través de un proceso convergente donde han influido muchos pueblos y tradiciones. Ella ha sido desde el principio un espacio político y religioso, como un parlamente histórico, donde la unidad no se ha logrado por imposición ni por dominio del más fuerte, sino a través de un diálogo múltiple. En el momento de su origen (del siglo X al XV), ella ha recorrido dos caminos: uno más latino (católico) y otro griego (ortodoxo). Esa división ha sido positiva, pues proviene de la riqueza del evangelio y de la variedad de caminos racionales y sociales y ha permitido que las iglesias recorran caminos distintos de creatividad cultural y misión social, donde al final es necesario el diálogo para el enriquecimiento mutuo .(12).



4. La gran crisis religiosa: Reforma protestante, guerras de religión.

Precisamente en el momento en que los países de Europa occidental se elevaban y emergían, como potencia unitaria y múltiple, sobre el resto del mundo (desde el siglo XVI), la iglesia de Roma y el papado dejaron de ser vínculo de unidad religiosa, para convertirse en signo de disputa y división e incluso de violencia entre los pueblos. En el fondo de esa división había problemas religiosos y políticos, protestados por los reformadores (Lutero, Calvino...) y contestados por los católicos en Trento (1545-1563) . (13)

1. Los protestantes pusieron de relieve la libertad radical de cada cristiano y el principio de la sola gracia como única fuente de comunión universal entre los hombres, minusvalorando quizá otras mediaciones sociales (poniendo al creyente individual antes que la iglesia con los sacramentos). También ellos apelaron en principio a los príncipes, de manera que algunas iglesias de tipo protestante (como las de Inglaterra y Suecia) han sido iglesias del estado. Pera de hecho los países de tradición protestante han sido los que con más fuerza han tendido a separar el estado y la religión (de Inglaterra a USA, de Holanda ciertas zonas de Alemania).

2. Por su parte, los católicos acentuaron el principio de la tradición y la obediencia sagrada, de forma que pusieron a la iglesia por encima de los creyentes individuales.. En un primer momento, ellos pudieron parecen vinculados a los grandes reyes católicos, en especial a los de Austria y España. De esa manera, gran parte de la historia europea, hasta la gran revolución francesa de finales del siglo XVIII está marcada por un tipo de integración de la religión y del estado. Pero ellos han asumido después el principio de relación y separación entre estado y religión.

Las diferencias entre católicos y protestantes (vinculadas a los poderes políticos que estaban en el fondo de cada una de las dos confesiones cristianas) nos sitúan ante una problemática social que definirá la historia de Europa occidental (y sus colonias, luego independizadas sobre todo en América) hasta el momento actual. Apelando a un mismo evangelio, los diversos pueblos de Europa fueron incapaces de realizar una política coordinada y se dividieron, de manera militar y administrativa, en estados nacionales, siempre enfrentados, sin que ninguno de ellos (España, Austria, Inglaterra, Francia...) lograra el poder efectivo sobre los restantes, de manera que no hubo ya imperio unitario, como el de la Roma en tiempo antiguo, o como había querido ser el Sacro Imperio Germánico de la Edad Media.


Esa situación de guerra religiosa y nacional, en que ningún estado consiguió dominar a los demás (y ninguna forma religiosa imponerse) ha resultado a la larga beneficiosa para el cristianismo y para Europa. Ciertamente, los papas mantuvieron el ideal de la unidad social y religiosa de Europa (y del mundo), pero fueron incapaces de promoverla de un modo activo y realista (respetando y potenciando la diversidad de opciones sociales y religiosas), de manera que se encontraron implicados en las guerras de religión (siglos XVI y XVII).

No triunfó ninguna forma religiosa, no se impuso ningún estado. Surgió de hecho una Europa federada, inquieta y múltiple, pacífica y guerrera, de pueblos soberanos, con varios centros (los ya citados, más Prusia y Holanda, Italia y Portugal, Polonio y Suecia, Lituania y Rusia), siempre cambiantes.

Esta situación ha tenido riesgos, pero también la gran ventaja de suscitar un tipo de unidad en la diferencia, sin imperio central ni dictadura de un grupo, en diálogo incesante y realista entre varios focos de poder. Esa es una unidad en la que estado y religión se tienen que mantener al fin separados, si es que los diversos pueblos quieren dialogar entre sí . (14)

Quizá podamos decir que lo más cristiano ha terminado siendo la renuncia a toda imposición cristiana, a toda victoria de un grupo religioso sobre otros.

Esta experiencia de la paz racional de Europa, que tiene una raíz cristiana, pero que consiste en no imponer ninguna religión, se ha ido expandiendo lentamente, de manera que han podido darse guerras religiosas en el mismo siglo XX: la de España (1936-1939), las de Irlanda o los Balcanes (hasta casi el 2000). Pero podemos y debemos esperar que no ya vuelvan, sino que triunfe una tolerancia activa, abierta a todas las religiones (entre ellas el Islam) . (15)

NOTAS

(7) Por un lado, Europa es creación de la iglesia (o, mejor dicho, de las iglesias o religiones) que han mantenido el recuerdo del viejo imperio greco-romano y que han dado identidad y conciencia a los nuevos pueblos invasores o habitantes de las tierras del entorno (germanos, eslavos...). En sentido estricto, las iglesias han ofrecido a Europa un sustrato de experiencia humana libertad personal y vinculación social fundada en el amor mutuo. Por otro lado, Europa es creación de la racionalidad greco-romana, porque la misma iglesia, propagando el evangelio, ha transmitido gérmenes de racionalidad filosófica y social, propias del antiguo imperio. Las iglesias que no han elaborado ese sustrato greco-romano (coptas y etíopes, sirias y persas), geniales en otros aspectos, han quedado fuera de Europa y han corrido el riesgo de permanecer aisladas en la gran marcha mundial de la humanidad.

(8) El tema de las conquistas militares y de las misiones cristianas de Europa en América y también en Asia y África a partir del siglo XV es complejo, muchas veces doloroso, y debe ser tratado de un modo mas preciso. Aquí nos referimos sólo a la misión evangelizadora de Europa entre el siglo IV y el XIV. Las valoraciones de ese fenómeno pueden ser distintas, como es distinto el grado de penetración del influjo griego y romano en Italia y Noruega, en Rusia y Grecia, pero hay algo común: el sustrato cristiano, vinculado ya a la cultura greco-romana, ha logrado expandirse en los diversos contextos de Europa. En ese sentido podemos afirmar que Europa ha nacido desde el principio como una unidad múltiple, hecha de la simbiosis de diversos fermentos y herencias. Por eso debemos superar visión “monolítica” y mesiánica de Europa, que de Descartes a Hobbes, de Kant a Hegel y Marx, ha tendido a identificar la verdad con su verdad, la racionalidad con su racionalidad. Europa mantendrá su identidad en la medida en que pueda ofrece un testimonio de contagio pacífico, creador de humanidad, sin violencia ni imposición militar, en el concierto de los pueblos y culturas del mundo.

(9) Sobre los grupos milenaristas. D. D. West (ed.), Joachim of Fiore in Christian Thought - Essays on the Influence of the Calabrian Prophet, Burt Franklin, New York 1975; M. Reeves, Joachim of Fiore and the Prophetic Future, SPCK, London 1976; B. McGinn, The Calabrian Abbot, Joachim of Fiore in the History of Western Thought, Macmillan, New York 1985. Estudio crítico en H. de Lubac, La posteridad espiritual de Joaquín de Fiore, I-II, Encuentro, Madrid 1989. Visión de conjunto en N. Cohn, En pos del Milenio, Alianza, Madrid 1997. Valoración filosófica en E. Trías, La Edad del Espíritu, Destino, Barcelona 2000, pp. 272-279.

(10) He tratado del tema en Monoteísmo y Globalización, Verbo Divino, Estella 2002 y en Las Grandes religiones. Historia actualidad, Tempora, Madrid 2003, siguiendo especialmente a M. Weber, especialmente en Ensayos de sociología de la religión I-III, Taurus, Madrid 1987.

(11) El obispo de Roma fue adquiriendo un inmenso poder sobre la ciudad y su entorno, de tal manera que a la caída del Imperio Romano de Occidente (año 476) se convirtió de hecho en la máxima autoridad, bajo dominio alternativo de bizantinos y godos (ostrogodos, lombardos), hasta que los reyes francos, Pipino y Carlomagno (a partir del 756 d. C) “liberaron” a los papas del dominio bizantino-ostrogodo y les concedieron una autonomía real, como señores políticos y gobernantes sobre un territorio variable, pero significativo en el centro de Italia, e incluso en Francia. Los papas aceptaron el poder civil, haciéndose en la prácticas “reyes”, para salvaguardar su independencia religiosa, y así fueron reconocidos de hecho por los reinos y estados de occidente, hasta 1870 en que el Estado Italiano conquistó por la fuerza los Estados Pontificios. En ese sentido, podemos afirmar que el Papado ha contribuido al surgimiento de Europa, tanto en el aspecto positivo (en su despliegue), como en el negativo (en los rechazos y rupturas que ha suscitado). El Papado no era el único representante cristiano de Europa (sobre todo de una Europa donde hay ortodoxos y protestantes), pero ha tenido y puede tener mucha importancia, siempre que sepa cumplir estas condiciones. (1) Que ofrezca y no imponga sus pretensiones religiosas o sociales. (2) Que admita en igualdad a los europeos ser cristianos, ni religiosos. (3) Que, siendo de Europa (el Papa es Patriarca de Europa occidental), pueda ser puente para otras iglesias y religiones, destacando la vocación universal (siendo particular) de Europa.

(12) Parece evidente que en la actualidad la división religiosa no es impedimento para que los países de tradición ortodoxa se integren en Europa, pero sin un ejercicio fuerte de ecumenismo real ente católicos, ortodoxos y protestantes resultará difícil la construcción de una Europa unitaria en su multiplicidad. En este contexto hay que mantener el principio básico de separación y fecundación mutua de poderes: uno político (la racionalidad del estado y de las instituciones internacionales) y otro religioso (el hecho de que el cristianismo en sus diversas formas sea religión de libertad, de manera que ninguna forma de vida cristiana se quiera imponer sobre las otras). Introducción histórica en Y. M. Congar, La conciencia eclesiológica de oriente y occidente del siglo VI al XI, Herder, Barcelona 1963 Visión general de la Europa ortodoxa, con bibliografía en K. CH. FELMY, Teología Ortodoxa Actual, Sígueme, Salamanca 2002. Parece que los mayores esfuerzos por la unidad europea los han realizado los herederos de la iglesia medieval de Roma (católicos y protestantes), pero resulta imprescindible recuperar la aportación y riqueza de la Europa ortodoxa (sobre todo en su forma eslava).

(13) El sureste de Europa había caído bajo los turcos; el noroeste (Rusia, Ucrania) se mantenía alejado de los centros de poder, en una Edad Media alargada. Mientras tanto, los países de Europa occidental, revitalizados por el Renacimiento, los descubrimientos geográficos (Asia, América), el surgimiento de los estados nacionales y las nuevas técnicas científicas, se dividieron en tres o cuatro centros de poder: el grupo latino del sur, fiel al Papa; el grupo germano, dividido por la Reforma protestante; el anglosajón, que iniciaba una gran expansión colonial; el francés, fiel al Papa, pero con una política autónoma.

(14) Las guerras de religión del XVI y XVII culminaron en Westfalia, con la mejor paz posible: una paz laica, independiente de las opciones religiosas. Algunos obispos y pastores hubieran seguido luchando. Pero se impuso la verdad práctica de la multiplicidad y tolerancia, en concordancia con las raíces cristianas de Europa.

(15) Sobre el influjo de las guerras de religión en la teodicea europea, cf. W. Pannenberg, Una historia de la filosofía desde la idea de Dios, Sígueme, Salamanca 2001, pp. 160-163; J. A. Martínez Camino, «De las guerras de religión al ateísmo moderno. Una tesis de W. Pannenberg»: Misc. Comillas 47 (1989) 157-179. En este contexto podemos recordar la historia sangrienta de las luchas religiosas y de la persecución contra los judíos. Cf. J. Delumeau, El miedo en Occidente. Siglos XIV-XVIII, Taurus, Madrid 1989.
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