Francisco en Gaza, arco-iris de paz. Análisis histórico/social
El signo del arco-iris, con la paloma de la paz sobre el diluvio (Génesis 9, 13-15 y Marcos 1, 9-11) es promesa de paz tras la destrucción universal que amenaza no sólo a Gaza/Palestina/Israel, sino a todo el mundo (6.11.23).
Comienzo así una reflexión histórica y creyente que seguirá, Dios mediante, mañana con el tema del shalom/shalam, que para los cristianos es la paz/pakea/eirene de Jesús crucificado.
| X. Pikaza
El año 638 d.C. las tropas del califa Omar tomaron Jerusalén, y el obispo Sofronio, como signo de sumisión pacífica (no voluntaria) le entregó las llaves de la ciudad. Los muulmanes también conquistaron toda la tierra de Israel o Palestina (tierra de filisteos), como los romanos la llamaban, desde la Alta Galilea y Líbano, la Blanca, hasta Gaza y Egipto.
Cincuenta años después (687-691), el nuevo califa Abd‒al‒Malik, mandó construir sobre el fundamento de roca del ntiguo Templo de Jerusalén, que los cristianos habían dejado desierta, como signo de crisis y esperanza, la Cúpula o Mezquita de la Roca, queriendo imponer así el carácter musulmán de aquel lugar, porque allí se habría realizado el Sacrificio de Abraham y, sobre todo, porque Mahoma habría ascendido de allí hasta el Cielo (Coran, Sura 17, 1).
Siglos más tarde, hace unos 800 años, un sobrino de Saladino el Kurdo, que reconquisto Jerusalén para el islam (1187) y expulsó a los soldados cruzados cristianos, el sultán Malik al-Kamil recibió en Damieta, Egipto, a Francisco de Asís, permitiendo que los franciscanos se establecieran en Tierra Santa como custodios católicos de los lugares santos, imponiendo a judíos y musulmanes la obligación de respetarles, siempre que fueran hombres de Paz como Francisco (pero bajo imposición musulmana, que muchos judíos ahora no aceptan).
Tres nombres, larga historia de disputas
La llamamos Tierra Santa, y lo es para judíos, cristianos y musulmanes, desde perspectivas distintas, como tierra de la paz final (Shalom, Shalam), lugar donde musulmanes y judíos esperan, de un modo simbólico, que venga el enviado de Dios para reunir en justicia a todas las naciones. La Mezquita de la Roca de Abraham es para los musulmanes signo y garantía de que Dios-Allah impondrá desde allí su paz a todas las naciones. La roca de base de esa mezquita (no el santuario ahora elevado sobre ella), con las piedras de ruina del muro occidental donde oran los judíos, son para ellos garantía de que Dios-Yahvé reedificará sus ruinas y les hará herederos de la gloria de todas las naciones.
Jerusalén y toda la tierra de Israel/Palestina (desde la Alta Galilea hasta Gaza, en la frontera del río de Egipto) debía ser tierra de Paz (Shalom/Shalam) para los hijos de Abraham (judíos por Sara/Isaac, musulmanes por Agar/Ismael), es decir, según Jesús de Nazaret para todos los creyentes (hijos de la fe de Dios) sobre las tierras de Israel/Palestina y de todas las naciones.
Pero ha sido, al mismo tiempo, esta tierra ha sido campo cruces y guerras, alfanjes y espadas, a lo largo de la historia, un lugar donde podría estallar ahora mismo (año 2023) la Guerra final, desde Ar-Maguedón Galilea (donde el Apocalipsis ubica la batalla del fin de los tiempos) hasta Jerusalén con el Valle de Josafat, donde muchos sitúan el juicio entre el Bien y el Mal, entre Dios y el Diablo, con la destrucción de los malvados y el triunfo de los justos. Esta es una tierra de diversos nombres, cada uno con su carga histórica, cultural y religiosa:
‒ Era en principio la Tierra de Canaán, habitada por siete pueblos paganos, comerciantes astutos, hermanos de sangre de los navegantes fenicios y de los mercaderes arameo/sirios, y su nombre (tanto Canaán como Fenicia) alude a los vestidos teñidos de purpura que vendían entre Egipto y Mesopotamia. Canaán es el nombre primero, y según muchos el más adecuado para todo el territorio, desde el Hermón nevado al norte hasta el desierto del Sinaí al sur, desde el Mar Mediterráneo al oeste hasta el Río Jordán o las mesetas de la actual Jordania, con el desierto de Arabia al Oriente.
‒ Esta se llamó después de Tierra de Israel, nombres que proviene proviene los “conquistadores israelitas” que vinieron de Egipto (Éxodo) y del Noroeste (tierras arameas de los patriarcas) para tomar posesión de la heredad que su Dios Yahvé les había prometido (desde el siglo XI-XI a.C.), elaborando allí su religión y escribiendo su Biblia, hasta ser expulsados de allí por los romanos, tras dos duras guerras (67‒70 y 132‒135 d.C.). Éste es el nombre que los judíos actuales, creadores del Estado de Israel (1948), quieren dar a todo el territorio, que reclaman como propio, por promesa de Dios y fidelidad a su historia antigua.
‒ Ésta se llamó al mismo tiempo Tierra de Palestina, nombre tomado de los pilistim o filisteos que se apoderaron de parte de aquel territorio (sobre todo en la franja costera del entorno de Gaza), al mismo tiempo que los israelitas (siglo XII-XI a.C.). Estos filisteos crearon una Pentápolis, federación de cinco ciudades (Asdod, Gat, Gaza…) y se mantuvieron siempre en lucha con los israelitas, en tiempo de Sansón, que mató a muchos filisteos, aplastándolos bajo la tierra del templo, y Davíd, que mató a Goliat el filisteo, aunque después se alió como soldado mercenario con los filisteos (como si ahora Netan-Yahu pusiera sus armas nucleares al servicio de Gaza). Pero los macedonios y después romanos conquistaron al mismo tiempo Jerusalén y Gaza/Filisterio e impusieron su paz sobre todo el territorio, llamándoles Judea y Palestina.
Palestina es el nombre que impusieron a toda la región los romanos a partir de las guerras judías del I-II d.C. Éste es nombre que los árabes actuales (en gran parte musulmanes) quieren darle en la actualidad, sintiéndose herederos no sólo de los filisteos antiguos (y de los cananeos originarios), sino también de los árabes que siempre vivieron en su entorno, para volverse dominante a partir de la conquista musulmana (638 d.C.) hasta la creación del Estado de Israel (1948 d.C.).
Esa tierra ha tenido otros propietarios: ha sido persa (desde el 539 a.C) y helenista (desde el 332 a.C.), ha sido romana (desde el 64 a.C.), bizantino/cristiana (desde el 313 d.C.), musulmana (desde el 638 d.C.), de nuevo cristiana con las cruzadas (desde el 1098 d.C.), luego otra vez musulmana (desde el 1187, con dominio egipcio, turco…). Ha sido en fin británica (1918) y finalmente ha quedado dividida, desde 1948, bajo dominio jordano, palestino y especialmente israelita.
Tierra disputada, tierra de tres religiones
Fue en principio, como he dicho, una tierra pagana, con ciudades y comerciantes cananeos, desde Fenicia (Sidón) hasta el “torrente de Gaza/Egipto” (Gen 10, 15-19), desde Dan, bajo el Monte Hermón, hasta Berseba, en el Negev (cf. Jc 21, 1; 1 Sam 3, 20; 2 Sam 17. 11). Los israelitas la tomaron después como tierra prometida, que Dios les había concedido, según la Biblia (cf. Ex 6, 4; Num 13, 2; Dt 32, 49; Sal 105 etc.). Es en la actualidad una tierra de judíos del Estado de Israel, con grandes minorías de musulmanes, y algunas menores de cristianos, dentro del mismo Estado y en las zonas ocupadas, rodeados de estados musulmanes, de Egipto a Turquía, de Jordania hasta Irán. Es una tierra rica en tradición de religiones y culturas, pero muy problemática, desde cada una de las tres perspectivas que podemos imaginar:
‒ En perspectiva judía, la “tierra santa” ha sido y sigue siendo para los judíos creyentes-creyentes promesa y esperanza de paz, conforme a la profecía de Isaías 2, 2‒4, en la que se dice que el “monte Sion” (Jerusalén) se elevará entre todas las montañas, de forma allí vendrá el mismo Dios o su Mesías, para enseñar a los pueblos la paz, de forma se romperán las armas (¡de las espadas forjarán arados!) para que se cumpla la promesa la paz universal. Pero muchos judíos piensan que ese tiempo no ha llegado y que para conseguir la paz futura hay que defender la frágil paz actual, con uno de los ejércitos más poderosos de la tierra (con armas y aviones atómicos), manteniendo subordinados a cristianos y musulmanes.
‒ En perspectiva musulmana, esta Tierra Santa de Palestina ha sido, y sigue siendo con La Meca y Medina (de Arabia), el lugar más importante de la tradición monoteísta, en línea de sumisión a Dios y pacificación universal, que eso quiere decir Islam. Los musulmanes llevan casi catorce siglos en Palestina y consideran esa tierra como propia, añadiendo, además, que ellos han permitido vivir en ella en paz y libertad a judíos y cristianos, aunque sometidos a un tipo de presión social e incluso religiosa, agravada en los últimos decenios a consecuencia de la creación del Estado de Israel (Estado-Estado, en sentido moderno) y de los fundamentalismos judíos y por la presión de un tipo de capitalismo mundial de “origen” cristiano. En ese contexto, muchos musulmanes se sienten oprimidos y quieren responder con violencia suma a la violencia de la ocupación israelita. A su juicio, la paz vendrá sólo a través del triunfo y dominio del Islam.
‒ Los cristianos han tenido y tienen una historia compleja en Palestina, desde la caída del dominio bizantino en esa zona hasta la actualidad. El evangelio afirma, de manera taxativa, refiriéndose en primer lugar a Palestina (reinterpretando las promesas patriarcales y la esperanza del judaísmo) que los pacíficos (praeis) heredarán la tierra (Mt 5, 5), refiriéndose en primer lugar a esta “tierra santa” (Israel, Palestina) y sólo en un segundo lugar al mundo entero. La bienaventuranza dice que ellos (los pobres, los mansos, los pacificadores) “heredarán” (klêronomêsousin) la tierra, no a través de una guerra, sino como don de Dios y herencia (regalo) de los antepasados. En esa línea, el mismo texto añade que “los hacedores de la paz” (Mt 5, 9) serán llamados “hijos de Dios”.
Una paz exigente
Pero la paz que Jesús anuncia y pide a sus discípulos resulta exigente, y ha sido problemática, pues los cruzados del siglo XII quisieron ocupar y ocuparon la Tierra Sana con armas, hasta ser derrotadas por Saladino (1187). En la línea de Jesús llegó hasta Egipto Francisco de Asís a entrevistarse con el sultán Malik al-Kamil (1219), prometiéndole que no venía en plan de guerra, sino de pobreza y fraternidad, como testigo de Jesús. Así lo han sentido los franciscanos que han permanecido hasta hoy en la Tierra Santa como “custodios y animadores” de una paz que implica no sólo renuncia a la guerra (mansedumbre), sino también fraternidad desde la pobreza, es decir, renuncia a una especie de “guerra de/por el dinero”.
Ciertamente, en el fondo el problema sigue siendo religioso (entre judíos, cristianos y musulmanes) y cultural (entre grupos con un tipo de vida y pensamiento diferente), pero está vinculado a una guerra de tipo económico, de simple lucha por el “capital” (Mammón: cf. Mt 6, 24), de un lado y del otro. La dificultad fundamental no está en que haya judíos, musulmanes y cristianos (en sentido profundo esa diversidad religiosa puede ser una fuente de bendición para todos), sino en que al fin domine sobre todos (sobre unos y otros) un tipo de Mammón monetario, que acaba esclavizando al mundo entero, como he puesto de relieve comentando en Dios o el Dinero (Sal‒Terrae, Santander 2018).
En ese contexto, los Franciscanos de la Custodia de Tierra Santa quieren ser testigos y promotores de una experiencia de paz universal, fundada en los dos pilares de Francisco, que son la fraternidad y la pobreza, que ha de expresarse de un modo privilegiado en la Tierra Santa, entendida como tierra de Abrahán, padre de todos los creyentes (judíos, musulmanes y cristiano), como ha precisado de forma ejemplar el apóstol san Pablo, cuando dice que Abrahán es padre de todos los que en su línea creen en Dios (cf. Gal 3; Rom 4).
Éste es un tema muy complejo, que puede y debe estudiarse desde muchas perspectivas, de tipo económico y militar, cultural, social y religioso, como he venido haciendo en algunos de mis libros como: Monoteísmo y Globalización. Moisés, Jesús, Mahoma, Verbo Divino, Estella 2002, y especialmente en Diccionario de las tres religiones, con A. Haya, Verbo Divino, Estella 2009. Aquí sólo he qerido algunos de sus rasgos, ochocientos años despues del encuantro de Francisco con el Sultán de Egipto.
(seguirá).