El Pacto de las Catacumbasbas Joan Planellas y la Iglesia de los pobres
Joan Planellas: Arzobispo de Tarragona
| El nuevo Arzobispo de Tarragona, un eclesiólogo
Joan Planellas i Barnosell (imagen 1)acaba de ser nombrar Arzobispo de Tarragona y Primado de Cataluña. Planellas es un intelectual, un hombre que conoce a fondo el tema de los pobres en la iglesia y la tarea del Evangelio en el momento actual.
Cierta "prensa de partido" le ha tachado ya de sectario, separatista y xenófobo (cf. Libertad Digital o PeriodistaDigital.com (¡no org!) 4.5.19). Como sucede en estos casos, xenófobos y sectarios son los que acusan, pues Planellas es un cristiano universal, como mostró al ofrecerme un trabajo de altísimo nivel para el libro monográfico sobre el Pacto de las Catacumbas, traducido a tres idiomas (imagen 2-3).
El Pacto de las Catacumbas
A finales del año 1965, con ocasión de la clausura del Concilio Vaticano 11, inspirados por lo que se hacía y decía el aula conciliar, unos 40 obispos de varios países del mundo, integrantes de un grupo llamado "Iglesia de los pobres", se reunieron en la Catacumba de Domitila para firmar El Pacto de las Catacumbas, un texto y proyecto que expone La misión de los pobres en la Iglesia.
Esos obispos decidieron asumir un estilo de vida sencillo, propio de los pobres, renunciando no sólo a los símbolos de poder, sino al mismo poder externo. El espíritu de aquel pacto sigue siendo esencial en la Iglesia católica.
Pues bien, el trabajo más importante sobre el origen y contexto eclesial de aquel Pacto de Pobreza de las Catacumbas fue el de Joan Planellas, y su lectura nos permite conocer su visión sobre el concilio y la Iglesia. Ciertamente, el Concilio no elaboró un documento monográfico sobre el don y tarea de los pobres en la Iglesia, pero algunos Padres Conciliares fijaron en ese pacto su visión de la pobreza y universalidad de la Iglesia, trazando un programa de vida que sigue siendo fundamental, pasados ya 54 años. Así lo ha visto y estudiado el nuevo Arzobispo de Tarragona.
Joan Planellas i Barnosell
Joan Planellas, nacido en Girona hace 64 años, es decano de la Facultad de Teología de Cataluña, canónigo de la catedral de Gerona y rector de varias parroquias del Empordàà. Anteriormente fue rector del Seminario de Gerona y director del Instituto Superior de Ciencias Religiosas de Gerona.
Cursó sus estudios en el Seminario Diocesano de Gerona, del año 1968 al 1979, y en la Universidad Pontificia Gregoriana de Roma, entre 1979 y 1981 y, posteriormente, de 2003 a 2004, donde se licenció y doctoró en Teología Dogmática. Es profesor y decano de la Facultad de Teología de Cataluña, Barcelona. Dirige la Revista Catalana de Teología. Entre sus obras:
La maternitat de l’Església. Algunes reflexions per a la recuperació d’aquest concepte a l’Església d’avui, SCR, Girona 2000; La recepción del Vaticano II en los manuales de eclesiología españoles, Roma: PUG 2004; Obispos, presbíteros y diáconos. Los ministerios ordenados, CPL Barcelona 2005; La Iglesia de los pobres en el Concilio Vaticano II, Herder, Barcelona 2014
J. Planellas tomará posesión de su ministerio, como Arzobispo de Tarragona y primado de Cataluña, el próximo mes de junio, tras la renuncia efectiva de Jaume Pujol, que cumplió 75 años a primeros de este año. Y con esto paso a ofrecer su colaboración ahora sigue su colaboración en el libro sobre El pacto de las Catacumbas.
Por ese trabajo conocerán los lectores el pensamiento y visión eclesial de J. Planellas, a quien desde aquí deseo un ministerio episcopal fecundo en Tarragona y en el conjunto de la Iglesia católica.
Joan Planellas:
Los artífices del «pacto».Origen, evolución y crepúsculo del grupo llamado«iglesia de los pobres» (Pacto de las catacumbas pags. 81-110)
- Introducción
En la última semana del Concilio Vaticano II, un grupo de obispos elaboró trece propuestas que manifiestan a todas luces un compromiso personal y colectivo por la pobreza evangélica. Se trata de un escrito difundido en diversas lenguas entre los Padres conciliares y enviado al mismo Pablo VI a finales de noviembre de 1965. Elaborado por un grupo de treinta o cuarenta obispos, parece que fueron más de cien los obispos que al final firmaron este documento, aunque se desconoce exactamente cuántos de ellos se adhirieron al hacerse público. El documento se conoce con el nombre de «Compromiso de las Catacumbas», porque sin publicidad alguna, muchos de estos obispos acudían allí a orar, envueltos en el anonimato para no dar lecciones a nadie. También algunos pusieron al documento el nombre de «Esquema XIV», en referencia al Esquema XIII que se había discutido en aquellas mismas tres últimas semanas en el aula conciliar y que se convertiría en la Constitución pastoral Gaudium et spes.
Pero, ¿quién había tenido semejante idea? ¿Quiénes eran estos obispos? ¿En qué contexto habían preparado semejante acción? En el presente capítulo nos proponemos describir las actividades de quiénes dieron origen a este escrito. Ellos pertenecían a un grupo que se hizo llamar y se llamó «Iglesia de los pobres».[1] Observaremos como fue muy activo en el Vaticano II, incidiendo positivamente por «una Iglesia pobre y entre los pobres», como ha indicado recientemente el papa Francisco en su exhortación apostólica Evangelii gaudium (núm. 198). Sin embargo, el grupo no estuvo exento de dificultades, acrecentadas en la última etapa conciliar. Precisamente, sus actividades concluyeron con la publicación del llamado «Compromiso de las Catacumbas». Fue éste su momento sublime y excelso, pero, a la vez, último, puesto que terminaron definitivamente sus actividades al finalizar el Concilio, con la vuelta de los Padres conciliares a sus respectivas diócesis.
- La formación del grupo «Iglesia de los pobres»
Al inicio de la primera sesión conciliar se había formado un grupo de trabajo, ampliamente internacional, compuesto por unos cincuenta obispos y una treintena de expertos interesados ―cada uno a su manera según sus respectivos ambientes geográficos y apostólicos―, por el problema de la pobreza. El grupo se denominó «Iglesia de los pobres», inspirándose en el párrafo del mensaje radiado por el papa Juan XXIII un mes antes del inicio del Concilio, donde había utilizado esta expresión.[2] Este radiomensaje de Juan XXIII fue clave para el grupo. El papa había sabido leer «los signos de los tiempos», entendiendo que la situación de la pobreza de muchos pueblos era una clara interpelación al anuncio de la fe cristiana y a la propia Iglesia. Hacía falta inventiva y responsabilidad para lograr que la Iglesia fuera un signo del amor de Dios para todo ser humano sin excepción. Juan XXIII recordaba la predilección que debe manifestar la Iglesia: «particularmente la Iglesia de los pobres». Se subrayaba, por lo tanto, la «universalidad» y la «preferencia»: dos conceptos bíblicos que van íntimamente unidos uno al otro.[3] Si se coge un solo aspecto, dejando de lado el otro, a la hora de la verdad se pierden los dos. Se trataba, pues, de tener los dos en cuenta. Este era el desafío que el papa proponía a la Iglesia con estas palabras. Pues bien, fieles a esta perspectiva del papa Roncalli, el grupo «Iglesia de los pobres» se proponía denunciar y, al mismo tiempo, paliar la ruptura o separación existentes entre la Iglesia y los pobres, no solo en el Tercer Mundo, sino también en el mundo occidental industrializado.
El primer núcleo formal de este grupo se reunió por primera vez el 26 de octubre de 1962 en el Colegio Belga de Roma,[4] lugar donde se irían reuniendo habitualmente durante el período en que duró el Concilio. Como señala Yves M. Congar,[5] la primera iniciativa de esta comisión, completamente privada en sí misma y en sus trabajos, había sido debida a Paul Gauthier (1914-2002), antiguo profesor del Seminario de Dijon (Francia) y, en aquellos momentos, sacerdote obrero de Nazaret.[6] Gauthier era un seguidor de la espiritualidad de Charles de Foucauld (1858-1916), el cual había demostrado con su propio testimonio, en medio del Sahara y rodeado de tuaregs, que la «vida de Nazaret» se podía desarrollar en cualquier situación ―tanto en la condición religiosa, como en la vida en familia, solo o en comunidad―, imitando la vida de Jesús, que con pobreza y austeridad vivió en medio de relaciones interpersonales más comunes una relación única con Dios Padre.[7] Sin embargo, Paul Gauthier se alejaba de las Hermandades de Jesús, inspiradas y fundadas por Charles de Foucauld, por sentirse atraído a llevar un apostolado directo con los obreros descristianizados.[8] Gauthier, instalado en Nazaret desde el año 1958, había fundado allí Les compagnons et compagnes de Jésus Charpentier, reconocidos por el obispo melquita del lugar, Mons. Georges Hakim (San Juan de Acre), así como también por su patriarca Máximo IV Saigh. En una gruta de Nazaret, situada a un lado de la colina Shneller, junto a un grupo de jóvenes, iba a orar y meditar. De alguna forma, se creaba el movimiento llamado la «Iglesia de los pobres», encontrándose al inicio de lo que, más tarde, será la «Teología de la liberación».
Así pues, Paul Gauthier estaba presente en Roma durante el Concilio, junto a un pequeño grupo de su comunidad.[9] Estos subrayaban que los pobres pueden tomar conciencia de sus derechos y de su liberación a través de su fe espiritual. Se hicieron llamar a sí mismos «Evangelio liberador» para referirse tanto al tema como al movimiento. En Roma, gracias a las actividades de Gauthier, esta experiencia había encontrado eco entre numerosos obispos preocupados por una Iglesia, a la vez más próxima a los pobres, y más pobre. Sería el grupo llamado «Iglesia de los pobres». En las raíces espirituales se encontraba también la experiencia francesa de los «curas obreros», iniciada a principio de los años cuarenta por el cardenal de París Emmanuel C. Suhard, suprimida por Roma en 1953, y que había cobrado de nuevo cierta vitalidad, amparada en la libertad del Concilio.[10] Por otro lado, el grupo se erigía en portavoz de los pobres del Tercer Mundo, el gran desheredado colectivo, inmersos en el hambre en medio de la lucha entre explotadores y explotados, y con una Iglesia de base cada vez más comprometida con esta situación.
Los obispos que habían amparado y, de hecho, puesto en marcha el grupo «Iglesia de los pobres» eran sobre todo Mons. Charles M. Himmer ―obispo de Tournai (Bélgica)―, anfitrión que acogía las reuniones en el Colegio Belga, Mons. Georges Hakim ―obispo melquita de Akka-Nazaret (San Juan de Acre) y obispo de Gauthier―, Mons. Georges Mercier ―obispo de Laghouat (Argelia), pero originario de Reims―, y Mons. Alfred Ancel, obispo auxiliar de Lion.[11] Mons. Mercier, vinculado a los Padres Blancos y obispo desde 1948, tenía una larga trayectoria misionera en Argelia, donde seguía también la espiritualidad de Charles de Foucauld. Por su parte, Mons. Ancel, de una sólida formación filosófica y teológica —que había sido cura obrero de los suburbios de Lion hasta 1953, vinculado a la asociación sacerdotal del Prado, fundada por el sacerdote lionés Antoine Chevrier (1826-1879),[12] de la que además había sido superior general— es quien daría más solidez teológica al grupo, al menos mientras fue parte integrante. El grupo estaba presidido eficazmente por el Card. Pierre M. Gerlier, arzobispo de Lion, manteniéndose siempre informado al Card. Giacomo Lercaro, arzobispo de Boloña, mientras que este ponía al corriente al Papa.
Lercaro, el Padre conciliar más importante en lo que respecta al tema de la pobreza en el Vaticano II, se hacía representar en el grupo mediante su teólogo y consejero personal Giuseppe Dossetti, con quien había iniciado una intensa colaboración que fue más lejos de lo que cabría esperar en un principio. Dossetti había conocido a Lercaro cuando este, recientemente nombrado arzobispo de Boloña, le había ido a presentar, todavía como laico, un importante proyecto sobre un instituto de investigación teológica e histórica (año 1952). Ordenado presbítero en 1959, será siempre el teólogo colaborador más fiel del cardenal,[13] siendo incluso nombrado perito del Concilio el 30 de septiembre de 1964. Con anterioridad, durante el segundo período conciliar, había sido durante muy poco tiempo secretario de los moderadores, renunciando poco después a esta tarea a causa de algunas fricciones con el Card. Felici. Así pues, Dossetti representó al Card. Lercaro en el grupo, al que se le unió, ya en el tercer periodo conciliar, Mons. Luigi Bettazzi, nombrado obispo auxiliar de Boloña y vicario general.[14]
Por último, el resto de los componentes del grupo «Iglesia de los pobres», menos las significativas excepciones citadas, la mayoría provenían de las Iglesias del «Tercer Mundo»: Brasil, México, Chile, Vietnam, África, India, etc. Entre la numerosa representación latinoamericana, hay que destacar especialmente a Mons. Manuel Larraín Errázuriz y, sobre todo, Mons. Helder Pessôa Câmara, que serían, respectivamente, presidente y vicepresidente del CELAM.[15]
- Primerasandaduras del grupo, con dos miradas diversas al tema de la pobreza
En el grupo «Iglesia de los pobres» existían dos miradas diferentes a la pobreza, una más estrictamente bíblica y teológica, representada por los consejeros del Card. Lercaro y el mismo Mons. Alfred Ancel, y otra, que era la de una buena parte del grupo, más específicamente pastoral y de gestos externos. Con todo, a parte del radiomensaje de Juan XXIII de un mes antes de iniciar el Vaticano II, la intervención del Card. Lercaro en el aula conciliar el 6 de diciembre de 1962, fue clave y una referencia estructural para todo el grupo «Iglesia de los pobres».[16]
En este discurso, el Card. Lercaro había propuesto la idea de la «Iglesia de los pobres» como concepto clave de la eclesiología conciliar. Se trataba de ponerla como elemento de síntesis, como punto de clarificación y de coherencia del resto de los temas conciliares.[17] Como indica Giuseppe Alberigo, la consideración de la pobreza como tema neurálgico de todo el Concilio, con una clara profundidad teológica y bíblica, era el punto de inflexión que lo separaba de aquella posición más social y pastoral propia de la mayoría de los miembros del grupo «Iglesia de los pobres».[18] Se trataba, por lo tanto, de un proyecto totalmente diferente en relación al Esquema preparatorio, pero también distinto a las propuestas acreditadas que en aquellos mismos días habían presentado los cardenales Suenens y Montini. Y también se antojaba diferente y más «madura» la lectura de la misma pobreza, presentándola como clave para afrontar adecuadamente el problema de la identidad de la Iglesia.[19] Pero el discurso no era meramente eclesiológico, sino que implicaba precisamente una clara centralidad cristológica. La Iglesia, llamada a testimoniar el Evangelio a los hombres de nuestro tiempo, ha de reflejar el rostro pobre de Cristo. La condición de Jesús, como Mesías y juez escatológico, es la de Mesías de los pobres y Mesías pobre. Por eso, la práctica de la pobreza según el Evangelio no pertenece tan solo a un capítulo de moral, de filantropía religiosa en el comportamiento cristiano y de la misma Iglesia, o simplemente a un instrumento privilegiado del ascetismo cristiano, sino que constituye una parte integrante de la revelación del misterio de Cristo, un capítulo central de la misma cristología.
En la primera reunión del grupo «Iglesia de los pobres», que tuvo lugar el 26 de octubre de 1962, a la que asistieron una docena de obispos, afirmó el Card. Pierre-M- Gerlier, que presidió la sesión:
El deber de la Iglesia en el tiempo en el que vivimos es adaptarse con toda la sensibilidad que pueda a la situación creada por el sufrimiento de tanta gente y por la ilusión, que favorecen algunas apariencias, y que tiende a hacer creer que no es lo que más preocupa a la Iglesia […]. Si no me equivoco, no creo que eso se haya previsto, al menos directamente, en el programa del Concilio. Comoquiera, la eficacia de nuestro trabajo tiene mucho que ver con este problema. Si no lo afrontamos, dejamos de lado los aspectos más importantes de la realidad evangélica y humana [...]. Es necesario plantearse esta pregunta. Hemos de insistir ante los responsables para que así sea. Si no examinamos y estudiamos esto, todo lo demás corre el peligro de no servir para nada. Es indispensable que esta Iglesia, que no quiere ser rica, la despojemos de todos los signos de riqueza. Es necesario que la Iglesia se presente como lo que es: la madre de los pobres, preocupada principalmente para dar a sus hijos el pan del cuerpo y del alma, como el mismo Juan XXIII afirmaba el 11 de setiembre de 1962: «La Iglesia es y quiere ser la Iglesia de todos y especialmente la Iglesia de los pobres».[20]
En la segunda reunión, el 5 de noviembre, asistieron ya más de 50 obispos de muy diversos países. El patriarca melquita de Antioquía, Máximo IV Saigh, que esta vez presidía la sesión, invocó nuevamente las palabras de Juan XXIII del 11 de setiembre sobre la Iglesia de los pobres y continuó con estas palabras:
La pobreza es una cuestión de vida o muerte para la Iglesia; sin ella perderá el mundo obrero. Porque lo más grave es que la población obrera, en ciertas regiones, sobre todo de Europa Occidental, se escapa de la Iglesia. No se trata tanto de ricos o pobres, como de los obreros, que son la fuente viva del mundo de hoy. Estoy completamente de acuerdo con aquellos que trabajan en este sentido. Si se decide algo al respecto yo seré el primero en hacerlo, de sacrificar lo poco que tengo. Se trata de renovar el espíritu, no el de la Iglesia que es el Espíritu Santo, sino el de los hombres de la Iglesia… ¡que no son tan santos![21]
El propio Yves M. Congar, el día 30 de noviembre de 1962, participó en una reunión de este grupo en el Colegio Belga, impartiendo una conferencia que, enriquecida con notas que fundamentaban los enunciados, acaba por convertirse en la última parte de su libro Pour une Église servante et pauvre. Se trata de un breve estudio histórico sobre los títulos y honores de la Iglesia, y de cómo adquirió un aspecto señorial con el curso de la historia.[22]
De hecho, el trabajo y el debate de este grupo ya habían suscitado la difusión de otros ensayos, el más importante ―repartido ya antes de la inauguración del Concilio per el arzobispo Hakim de Nazaret y por Mons. Himmer de Tournai― y redactado por el mismo Paul Gauthier, con el título de Jésus, l’Église et les pauvres.[23] He aquí una página significativa de este opúsculo:
La esperanza de los pobres, primeramente y sobre todo, es hallar a Jesús de Nazaret, el Carpintero, viviendo en su Iglesia, poderlo identificar al encontrar la Iglesia. Los pobres y los obreros no quieren en modo alguno, que la Iglesia que se dice Esposa de Cristo se las dé de gran señora con pajes de honor que se hacen nombrar «señores» y que visten lino fino y de púrpura y tienen un aspecto tan brillante como el rico de la parábola de Lázaro. Quieren una Iglesia verdadera, auténtica, identificada con Jesús de Nazaret. ¿Sería posible que una esposa se vistiera y viviera de una manera distinta de cómo quiere y desea su esposo? […]
La adaptación exterior, la semejanza visible de la Iglesia visible con Jesús de Nazaret, el Carpintero, y por El con todo el mundo del trabajo, con el pueblo de los pobres y de los obreros, solo puede ser manifestada si, ante todo, la Iglesia contempla a su Esposo en el realismo de su Encarnación Redentora.[24]
Por otro lado, Mons. Georges Mercier (Argelia) había redactado una nota con el título L’Église des pauvres, que planteaba estas tres grandes cuestiones: el desarrollo de los países pobres, la evangelización de los pobres y de los trabajadores, y la recuperación de un rostro pobre para la Iglesia, estimulando la práctica de la pobreza.[25]
Ya a inicios de octubre de 1962, el grupo «Iglesia de los pobres» había recibido la respuesta de una serie de obispos que, al leer sus manifiestos, se reconocían en su propia manera de ver las cosas. Por este motivo, en el momento del inicio de los trabajos conciliares, se puede decir que el grupo, a diferencia de los demás, se hallaba ya bien consolidado e iba creando un espíritu a favor de los pobres y de una Iglesia más pobre. Se ocupaba de informar y de despertar el interés de los obispos sobre el tema, con buenos contactos con algunos de ellos que formaban parte, a su vez, de otros grupos, como el «Grupo de obispos misioneros (Vriendenclub)», fundado por el obispo de origen holandés Mons. Tarcisius Van Valenberg, vicario apostólico de Pontianak en el Borneo neerlandés (Indonesia), miembro al mismo tiempo del grupo «Iglesia de los pobres» y amigo personal de Paul Gauthier.[26] Igualmente, a partir del encuentro del 5 de noviembre y de los siguientes, el grupo ―además de buscar el interés de los Padres conciliares― se había comprometido a difundir sus ideas a través de la prensa, aprovechando la atención que esta manifestaba. Al mismo tiempo, había redactado una carta dirigida al Papa en la que solicitaba la creación de un secretariado o de una comisión especial para tratar de estos asuntos centrales.[27] Pero esta carta que había de ser entregada personalmente por el Card. Gerlier en una audiencia con Su Santidad llegó finalmente por vía ordinaria, porque Juan XXIII se excusó por enfermedad.[28] El secretariado o comisión no llegó a crearse. No obstante, tanto Juan XXIII, como posteriormente Pablo VI, acogieron favorablemente muchas propuestas del grupo que, de hecho, permaneció siempre al margen del Concilio, actuando en todo momento de una manera particular.
Corrado Lorefice destaca que las orientaciones de trabajo emitidas por el grupo al final de la primera sesión tenían, en ciertos aspectos, un acercamiento marcadamente «emotivo» a la cuestión de la pobreza.[29] Esta orientación podía ser debida al hecho de que muchos de los miembros del grupo «Iglesia de los pobres» contemplaban la pobreza más desde un punto de vista social que teológico, más a partir de la doctrina social de la Iglesia que de una lectura atenta a la realidad de la pobreza evangélica a la luz de la escucha y profundización de los textos bíblicos. El mismo Paul Gauthier quien en el opúsculo citado Jésus, l’Église et les pauvres, revela motivaciones de una clara inspiración bíblica, parece invocar el camino más sociológico cuando, por ejemplo, queriendo contextualizar la afirmación del mensaje radiado de Juan XXIII sobre la «Iglesia de los pobres», refiriéndose a la a la cita de la Enc. Mater et magistra que puede hallarse con anterioridad inmediatamente a la célebre frase, escribe: «Es en la prolongación de esta encíclica social como hay que entender “la Iglesia de los pobres”. Esta afirmación se fundamenta en la doctrina social de la Iglesia y supone su puesta en práctica.»[30] Por tanto, lo que el grupo del Colegio Belga quería que el Concilio tuviera en consideración sobre la cuestión de la pobreza ofrecía un panorama diversificado. Ya hemos visto las diferentes procedencias geográficas, así como las diversas espiritualidades: seguidores de Charles de Foucauld ―Mons. Hakim, Mons. Mercier, Paul Gauthier, así como Mons. Guy-M. Riobé, nombrado obispo de Orleans en 1963―, pasando por el área franco-belga ―Mons. Himmer y Mons. Ancel―, hasta una mayoría de obispos del Tercer Mundo, especialmente latinoamericanos, con figuras como Mons. Câmara, Mons. Larraín, Mons. Golland Trindade, etc. No se trataba, con todo, de remover meramente el grave problema de la pobreza, o de promover nuevas vías caritativas, o de pedir sencillamente una mayor sobriedad de la Iglesia, y particularmente de sus estructuras eclesiásticas. Hacía falta que la Iglesia pudiera renovarse, atendiendo con sumo cuidado al espíritu y el contenido de la novedad evangélica codificada por Jesús en el Sermón de la Montaña (Mt 5-7). En el marco de la pluralidad de los distintos puntos de vista, el fundamento teológico más completo del grupo «Iglesia de los pobres» ―no exento de tensiones con otras formas de ver las cosas, sobre todo en la etapa final del Concilio― lo aportaba el Card. Lercaro, con Giuseppe Dossetti ―portavoz del grupo―, así como el esforzado trabajo de Mons. Ancel, obispo auxiliar de Lion, con la ayuda de teólogos reputados entre los que destaca Yves M. Congar. A pesar de todo, como se verá en la tercera sesión conciliar, el grupo se fue polarizando cada vez más entre una visión más teológica de la pobreza y otra más estrictamente pastoral y mediática.[31]
- Undocumento dirigido al papa Pablo VI (13-XI-1964)
A principios del tercer período conciliar, Mons. Alfred Ancel y Mons. Georges Mercier, destacados integrantes del grupo «Iglesia de los pobres» habían preparado unos programas para el mismo grupo de tonalidades diversas.[32] Mercier, con el escrito titulado En la víspera de la tercera sesión, datado el 8 de setiembre de 1964, adoptaba un estilo más pastoral y práctico e incidía en los problemas de la pobreza en el Tercer Mundo, recomendando que se llevaran a cabo gestos simbólicos y mediáticos en relación con la pobreza. La propuesta de Ancel, era, por el contrario, mucho más teórica y teológica. Con su escrito La Iglesia de los pobres de fecha de 12 de octubre de 1964, se oponía a los gestos simbólicos y mediáticos que llamaban la atención sin producir cambio alguno, e insistía especialmente en la necesidad de la conversión de la Iglesia a la pobreza. Se trataba, por lo tanto de un cometido más estrictamente doctrinal que implicaba una reflexión teológica, cuyo desarrollo debía ser función de las Comisiones conciliares y de las mismas Facultades de Teología. Estos enfoques tan distintos, que habían aparecido ya en la segunda sesión, se hicieron muy difíciles de reconciliar.
Por otro lado, durante la tercera sesión se hizo muy dificultoso poder reunir a los obispos, concentrados en conferencias y reuniones. Durante este período apenas tuvieron lugar dos reuniones generales (9 de octubre y 13 de noviembre), que contrastan con las reuniones plenarias, casi semanales, que se habían producido durante la segunda sesión.[33]
Sin embargo, en este período, el grupo se hizo oír por medio de un documento dirigido al Papa, por un lado, y por el otro, por la publicación de un nuevo libro de Paul Gauthier, Consolez mon peuple.
Preparado por Mons. Mercier y escrito en nombre del grupo, el documento dirigido al Papa contenía dos mociones, con estos títulos: La sencillez y la pobreza evangélica y El primado que tiene en nuestro ministerio la evangelización de los pobres. Tomando como punto de partida la referencia a la pobreza de la Encíclica Ecclesiam suam de Pablo VI, la primera moción se refería a la buena disposición de los obispos del grupo para renunciar a los títulos honoríficos, así como para vestir más sencillamente y llevar una vida más evangélica. Citamos aquí la parte central del texto:
Primera moción: Sencillez y pobreza evangélicas […]. 1) Nosotros estamos dispuestos a abandonar los títulos solemnes (eminencia, excelencia, señor) y a ser denominados Padres u obispos, o con otros nombres, indicando a nuestro pueblo aquello que somos en Cristo. 2) […] Pedimos respetuosamente a la comisión litúrgica que esta belleza sea puesta de relieve conforme a esta sencillez evangélica. En la vida ordinaria estamos dispuestos a llevar insignias y vestiduras sencillas, en la que la manifestación religiosa resulte evidente. 3) Con nuestra manera de vivir, deseamos manifestar de hecho al pueblo, que nos ha sido confiado el Evangelio que anunciamos. 4) En nuestros medios de acción pastoral no fundamentaremos nuestra esperanza en las riquezas temporales, sino en la ayuda de Dios y en la fuerza espiritual de la oración y de la Palabra del Señor.[34]
La segunda moción, haciendo también referencia a la Ecclesiam suam, señalaba que la prioridad pastoral de la Iglesia debería encontrarse entre los más necesitados, aquellos que a menudo se encuentran más alejados de la Iglesia, pero que quizás estén más dispuestos a acoger el Evangelio; al mismo tiempo, se recomendaba reavivar el movimiento de los curas obreros:
Segunda moción: Primado de la evangelización de los pobres […]. Este primado presidirá nuestras orientaciones pastorales y la distribución del clero. En los ambientes de trabajadores industriales y rurales descristianizados, o en las masas pobres del Tercer Mundo, pedimos poder enviar sacerdotes que estén prontos a compartir sus condiciones de vida y de trabajo, con la finalidad de poder anunciar libremente el Evangelio (1Co 9,12). En este caso, […] discerniremos con prudencia las vocaciones para este ministerio del Evangelio (Rm 13,18), para formarlas y sostenerlas, de acuerdo con nuestros hermanos en el episcopado.[35]
Más de quinientas firmas de Padres conciliares obtuvieron estas dos mociones entre el 13 de octubre y el 23 de noviembre. A pesar de que los firmantes eran considerados secretos, el Card. Giacomo Lercaro, en su Informe sobre la pobreza dirigido a Pablo VI y entregado precisamente en aquellos mismos días (19 de noviembre de 1964), afirma que la lista se encuentra encabezada por siete cardenales: Achille Liénart, de Lille; Maurice Feltin, de Paris; Paul M. Richaud, de Burdeos; Joseph Lefebvre, de Bourges; Pierre-M. Gerlier, de Lyon; Paul-Émile Léger de Montréal; y Léon-J. Suenens, de Malinas-Bruselas.[36] Se puede apreciar que prácticamente todos ellos proceden del área franco-belga.
En relación a este Informe sobre la pobreza que el Card. Lercaro dirigió al Papa,[37] cabe señalar que se trata de un documento que resulta completamente aparte del acabado de mencionar. Pablo VI ya le había encargado la elaboración de un informe el 10 de octubre de 1963, justo después que Lercaro fuera nombrado moderador del Concilio. El Papa quería que Lercaro examinara el material elaborado por el grupo «Iglesia de los pobres», por si podía utilizarse en algunos aspectos para los Decretos del Concilio. Este hecho, según afirma Tanner,[38] provocó algunas fricciones entre varios miembros del grupo y Lercaro, por el hecho que no se les pidiera directamente a ellos mismos la presentación de sus propios puntos de vista. Sin embargo, como ya hemos referido, el trato del tema de la pobreza tanto del Cardenal de Boloña, como de Dossetti ―su teólogo de confianza—, difería notablemente del trabajo aportado por muchos miembros del grupo «Iglesia de los pobres». El primero, era más teológico y más atento a una reflexión interna sobre el «misterio» de la Iglesia de los pobres; el segundo, más pastoral, estaba centrado en el apostolado en relación a los pobres y con formas y gestos concretos de pobreza de la Iglesia y dentro de la Iglesia.[39]
- Lasactividades de Paul Gauthier en la última etapa conciliar
El libro de Paul Gauthier Consolez mon peuple fue redactado entre la segunda y la tercera sesión del Concilio y concluido el 18 de octubre de 1964, aunque no se publicó hasta enero de 1965. La obra, que toma el título de la perícopa de Isaías ―«consolad a mi pueblo» (40,1)―, se presenta como doblemente inacabada: por un lado porque el Concilio no había tocado a su fin, y, por el otro, porque pretendía convertirse en un instrumento de investigación y de diálogo entre los pobres, obreros y trabajadores, y los Padres conciliares.[40] La primera parte del libro venía a ser un resumen del resultado de los estudios sobre la pobreza aportados por cada uno de los tres grupos constituidos a partir del 10 de octubre de 1963: la doctrina, la pastoral y el apostolado, la sociología y el desarrollo. La segunda parte estaba constituida por un diario del Concilio de las actividades del grupo «Iglesia de los pobres». Concluía con dos estudios, uno sobre el señorío de Jesucristo, por Jean Mouruox;[41] y el otro era una reflexión sobre la pobreza en el misterio de Dios y de Cristo, por Yves M. Congar.[42] Hacia finales de noviembre, acabada ya la tercera sesión, cuando el libro estaba a punto de ver la luz, Mons. Alfred Ancel se mostró reticente a su publicación, por dos motivos fundamentales. Primero, porque daba la sensación de que su contenido era la expresión oficial de las opiniones del grupo, cuando había sido redactado solo por Gauthier, a partir de los datos e informaciones que había ido recabando. Y segundo, por el prólogo, que estaba firmado por 15 miembros del grupo «Iglesia de los pobres», encabezándolo el patriarca melquita de Antioquía, Máximo IV,[43] en el que se indicaba el encargo que el grupo había hecho a Paul Gauthier para que redactara el libro.[44] Por medio de Mons. Himmer, Mons. Ancel intentó que Gauthier retirara al menos este prólogo, pero este no aceptó. El desencuentro hizo que Mons. Ancel abandonara definitivamente las actividades de este grupo, a partir de enero de 1965. Este hecho fue bastante determinante, ya que a partir de esta fecha se redujo considerablemente el interés teológico que podía despertar el grupo. Denis Pelletier afirma que el grupo «Iglesia de los pobres» regresaba prácticamente «a la corriente de Foucauld que la había inspirado».[45] Hay que añadir, además, que las acciones de Paul Gauthier, junto a sus Compagnons de Jésus Charpentier, entre los que destacaba M. Thérèse Lacaze[46] —que se hacía llamar Myriam— serán las más significativas en esta última etapa, no sin una cierta ideologización de la pobreza y, al mismo tiempo, una crítica creciente al mismo desarrollo del final del Concilio.
Hay que decir que tanto Yves M. Congar como Henri de Lubac manifiestan en sendos diarios del Concilio una cierta incomodidad con las actividades de Gauthier y de su pequeño grupo, sobre todo en esta última etapa conciliar. Así, en una cena con Gauthier y sus compañeros en el Colegio Belga, el mismo día en el que Pablo VI había hecho donación de la tiara, Congar no soporta el «simplismo apasionado» de no ver en la Iglesia otra cosa que la exigencia de los pobres.[47] Además, los recelos de Henri de Lubac en relación a Gauthier venían ya del año 1962. El 17 de octubre de ese año, cuando Gauthier le presenta el opúsculo Jésus, l’Église et les pauvres que, como ya hemos referido, el mismo Gauthier había repartido entre los Padres conciliares, de Lubac afirma que «la intención es excelente», aunque se aprecia «una cierta ideología y algo de propaganda indiscreta».[48]
El 1 de diciembre siguiente, después de un almuerzo en el que se discuten por el mismo opúsculo, De Lubac siente que Gauthier es «simplista, injusto y dominado por la propaganda».[49] Más tarde, en noviembre de 1963, anota que algunos de los proyectos del grupo «Iglesia de los pobres», «escritos bajo la presión del P. Gauthier», eran demasiado ideológicos y no «carentes de graves confusiones».[50] Finalmente, el 27 de septiembre de 1965, en ocasión de una intervención de Máximo IV en el Concilio, denuncia la utilización que hace el grupo de Paul Gauthier del patriarca melquita de Antioquía, y escribe: «Ellos lo están utilizando, y él es demasiado anciano para darse cuenta. Hoy ha permitido que lo controlara completamente el P. Gauthier.»[51] De hecho, esta interrelación entre Máximo IV y Gauthier se hacía patente en muchos aspectos, desde la misma presentación de la edición italiana del libro de Gauthier, Consolez mon peuple, que tuvo lugar en Roma por aquellos días, como en las intervenciones del patriarca en el aula conciliar.
Se puede comprobar que los términos de la intervención de este último, que acabamos de mencionar (27 de septiembre) —un discurso, por otro lado muy sugerente sobre las causas del ateísmo en el marco del debate sobre el número 19 del Esquema XIII— estaban calcados de la conferencia que aquel mismo día pronunció Gauthier en Roma. Máximo subrayó que muchas personas habían llegado al ateísmo porque estaban escandalizadas a causa de «un cristianismo mediocre y centrado en sí mismo», incapaz de hacer un esfuerzo constante a favor de su «solidaridad con los pobres» y «por el egoísmo de algunos cristianos». Muchos ateos, añadía el Patriarca, son sencillamente como el pobre Lázaro del Evangelio, escandalizados por los ricos que se hacen llamar cristianos.[52] Hay que decir que once obispos firmaron esta declaración, entre ellos Mons. Himmer.[53]
Por su parte, la conferencia de Paul Gauthier presentaba exactamente la misma argumentación: Muchas personas refutan a Dios porque tienen una caricatura de la religión, vinculada a los sistemas políticos, económicos y sociales que los oprimen. Aunque, sin duda, la riqueza puede acarrear incredulidad, el ateísmo de los miserables es de un orden distinto: se trata del grito profundo del Salmo, el mismo de Jesús en la cruz: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?». De aquí nace aquel sentimiento de alienación que se dirige contra Dios, sobre todo si esta injusticia proviene de aquellos que aseguran creer en Dios. Ante este hecho, según Gauthier, no se trataba de condenar el ateísmo, dado que sería interpretado como si la Iglesia fuera en contra de las masas obreras, ni tampoco hacía falta adoptar una actitud paternalista o condescendiente, separada de la realidad concreta. Por el contrario, se trataba de presentar el rostro genuino de Dios, de Cristo y de la Iglesia. Dios no ha contemplado las masas humanas desde las alturas del cielo, sino que ha bajado en medio de ellos, ha trabajado con sus manos, ha sido un hombre entre los hombres.[54]
- La etapa final del Concilio y el «Compromiso de las Catacumbas»
Como acabamos de apreciar, en la etapa final del Concilio Vaticano II, el tema de la pobreza generó debates apasionantes y, al mismo tiempo, apasionados, con divergencias notables en la apreciación concreta del problema, procedentes de distintos puntos de vista, fruto del antagonismo creciente entre los principales protagonistas del debate. Hay que reconocer, al menos al grupo «Iglesia de los pobres», el mérito de haber sacudido las conciencias de un buen número de Padres conciliares sobre este tema; pero en la última etapa conciliar acabará desintegrándose progresivamente. Fueron diversas las causas de esta debacle, desde la creciente ideologización de la pobreza, manifestada por el reducido grupo que seguía a Paul Gauthier, hasta el abandono de algunos Padres, sobre todo de Mons. Alfred Ancel, que le habían aportado unos principios teológicos y doctrinales, seguros y firmes, fundamentados en la Escritura. También hay que considerar ―como se ha indicado― la actividad frenética del Concilio en su última etapa, con unos obispos muy ocupados en llevar a buen puerto la tarea de la redacción final de los documentos, así como también la realidad de las mil facetas de la pobreza en el mundo, que exigen a la Iglesia una solución múltiple y adaptada.[55]
Fue éste un debate eclesial inconcluso y, al mismo tiempo, perduró vivamente en el seno de la Iglesia desde el inmediato posconcilio, a caballo entre los que subrayaban una teología de la pobreza centrada como virtud y camino de reencuentro con Dios y con el Cristo de los Evangelios, y los que, centrados en un plano eminentemente pastoral, primaban una visión de la pobreza como una injusticia y una opresión ante la cual era urgente trabajar para liberar al hombre. Sobre todo, en el momento final del Vaticano II, estas posiciones se encontraron compitiendo en figuras como Mons. Ancel y el mismo Card. Lercaro, por un lado, y Paul Gauthier, por el otro. Esta tensión continuará tras el Concilio, con la implicación de un sinfín de personas de la Iglesia, sobre todo misioneros y misioneras, principalmente en los países pobres de América Latina y de África, en torno a nuevas corrientes teológicas como la Teología de la Liberación, así como otras teologías surgidas en el Tercer Mundo.
Es en todo este contexto como, en la etapa final del Concilio, algunos miembros del grupo «Iglesia de los pobres» querían que se introdujesen proposiciones sobre la pobreza de la Iglesia casi en todos los documentos. A propósito del trabajo efectuado en el capítulo I del Decreto Ad gentes, así lo constata el mismo Congar:
Propuse (en conciencia) dos adiciones bastante extensas, que Mons. Mercier quería que fueran introducidas en relación con la pobreza. En mi opinión, lo que se dice es ya suficiente, pero Mercier, como el padre Gauthier, desearían que añadiéramos alusiones a cada ocasión. Muchos Padres sienten nauseas por este hecho. No se ha admitido.[56]
Esta opinión de Congar resulta muy equilibrada. Aunque la referencia puede evidenciar que no todos los Padres conciliares tenían la misma sensibilidad por el tema de la pobreza, creemos —lo mismo que Congar— que los pasajes conciliares que serán finalmente aprobados, acabarán siendo más que suficientes para cualquiera que desee atender la voz del Concilio ante este hecho capital. Véanse, en este sentido, los párrafos fundamentales que inciden directamente en una Iglesia más pobre, a imitación de Cristo, y que pueden encontrarse especialmente en Lumen Gentium núm. 8 y en Adgentes núm. 5:[57] Del mismo modo como Cristo, para realizar «la obra de la redención» ha escogido la pobreza y el abajamiento, así la Iglesia, «bajo el impulso del Espíritu de Cristo» (AG 5), tanto en su «ser» como en su «actuar» está llamada a «seguir este mismo camino [ad eamdem viam]» (LG 8). En el comentario de este pasaje, Ruggieri subraya agudamente que el término «camino [via]» utilizado por la Lumen gentium posee una «densidad particular», dado que «en los Sinópticos indica más bien el camino de Cristo a Jerusalén, mientras que en los Hechos […] constituye la autodefinición de la comunidad primitiva en polémica con la calificación de “secta” que se le daba desde fuera». Y añade: «Aquí el estilo de la pobreza se llama “camino”, común a Cristo y a la Iglesia».[58] Por otra parte, admitiendo que la Iglesia «está invitada [vocatur]» a proceder como Cristo, el Concilio de una manera intencionada hace un llamamiento al arrepentimiento y a la penitencia, dado que la Iglesia no siempre ha seguido este áspero y estrecho camino.[59] En la comparación entre Cristo y la Iglesia existe siempre una correspondencia no adecuada que el pasaje conciliar se preocupa en poner en evidencia, no solo con este «vocatur», sino también recordando poco después que, si bien Cristo «no conoció el pecado (cf. 2Co 5,21)», en cambio «la Iglesia, que acoge en su seno los pecadores, santa, pues, y al mismo tiempo necesitada siempre de purificación, se aplica continuamente a la penitencia y a la renovación» (LG 8).
Por todo ello, hay que tener en cuenta, ante todo, que la pobreza evangélica, más que una norma o una ley que necesite reglamentarse continuamente en los documentos oficiales, es esencialmente teologal, es un acto de fe, es el ejercicio de una dependencia vertical absoluta que transforma las relaciones horizontales, es un «camino» hacia Cristo, escuchar su Espíritu, participar en su misterio. El resorte positivo de la pobreza, como toda vida cristiana auténtica, siempre va más allá de la ley. La pobreza se encuentra siempre en relación con la noción de la libertad, que no es otra que la libertad de los hijos de Dios, ya que, tanto individualmente como eclesialmente, la pobreza evangélica implica una doble liberación: por un lado, librarse de la obsesión por las riquezas ―tanto de las que se poseen como de las que no se tienen―, y, en segundo lugar, implica el trabajo por la liberación de la esclavitud de la miseria. Este es el verdadero «poder» del «no poder» de la pobreza,[60] la libertad de los hijos de Dios.
Precisamente, es en esta perspectiva donde debemos colocar el «Compromiso de las Catacumbas», elaborado por algunos miembros del grupo «Iglesia de los pobres» en los últimos días del Vaticano II.[61] El periodista de Le Monde, Henri Fesquet, el mismo día de la clausura del Concilio escribía que muchos observadores consideraban este documento como uno de los frutos más provechosos del Vaticano II.[62] Sin embargo, no compartimos su opinión de pretender que este texto fuera un documento conciliar, puesto que, más que ser una enseñanza de la Iglesia, el texto pretendía ser solo un compromiso de vida personal y colectiva de los firmantes.[63] Se trata de un texto espléndido, en la misma línea que un documento del episcopado melquita aparecido en aquellos mismos días,[64] aunque resulta más sólido y elaborado, y con una precisa fundamentación bíblica, por las referencias explícitas que iluminan cada propuesta. En el reconocimiento de las deficiencias y en la descripción de los buenos propósitos que manifiesta, se pone de relieve, una vez más, la búsqueda de conversión y un regreso al Evangelio, ampliamente manifestado por los Padres del Concilio Vaticano II.
[1] Recopilamos y adaptamos parte de un trabajo precedente: Joan Planellas, L’Església dels pobres en el Concili Vaticà II, Barcelona: Facultat de Teologia de Catalunya 2013; traducción castellana, La Iglesia de los pobres en el Concilio Vaticano II, Barcelona: Herder 2014.
[2] «Altro punto luminoso. Infaccia ai paesi sottosviluppati la Chiesa si presenta quale è, e vuol essere, come la Chiesa di tutti, e particolarmente la Chiesa dei poveri» (Juan XXIII, «Mensaje radiado un mes antes de iniciar el Concilio» [11-IX-1962]: EV 1, 25* l).
[3] Gustavo Gutiérrez, «Vaticano II, una tarea abierta. La Iglesia de los pobres en Juan XXIII y en el cardenal Lercaro», Páginas 178 (2002) 14-20; aquí, 16.
[4] Marie-Dominique Chenu, «“La Iglesia de los pobres” en el Vaticano II», Conc 124 (1977) 73-79; aquí, 76; Hilari Raguer, «Primera fisonomía de la asamblea», en Giuseppe Alberigo, Historia del Concilio Vaticano II, II, Lovaina – Salamanca: Peeters – Sígueme 1999-2008 [Alberigo], 197; Giuseppe Alberigo, «“Église des pauvres” selon Jean XXIII et le Concile Vatican II», en Marie-Anne Vannier – Otto Wermelinger – Gregor Wurst (eds.), Antropos laïkos. Mélanges Alexandre Faivre à l’occasion de ses 30 ans d’enseignement, Fribourg Suisse: Éditions Universitaires 2000, 13-31; aquí, 20; Corrado Lorefice, Dossetti e Lercaro. La Chiesa povera e dei poveri nella prospettiva del Concilio Vaticano II, Milano: Paoline 2011, 132-133; cf. Denis Pelletier, «Une marginalité engagée: le grouppe “Jésus, l’Église et les Pauvres”», en Mathijs Lamberigts – Claude Soetens – Jan Grootaers (eds.), Les Commissions Conciliaires à Vatican II, Leuven: Bibliotheek van de Faculteit Godgeleerdheid 1996, 63-89.
[5] Yves M. Congar, Mon Journal du Concile, I, París: Cerf 2002, 280-281.
[6] Las actividades del grupo del Colegio Belga serán descritas por el mismo Paul Gauthier en la obra «Consolez mon peuple». Le Concile et l’«Église des pauvres», París: Cerf 1965(con textos de Jean Mouroux y de Yves M. Congar); trad. castellana, La pobreza en el mundo, Barcelona: Estella 1966. Cf. también, Desmond O’Grady, Eat from God’s Hand. Paul Gauthier and the Church of the Poor, London: Chapman 1965; Hilari Raguer, «Primera fisonomía de la asamblea», Alberigo,II, 196-199; Joseph Famerée, «Obispos y diócesis, y los medios de comunicación (5-25 noviembre 1963)», en Alberigo, III, 153-154. La otra obra de Gauthier en esta época conciliar, y que comentaremos más adelante, será Les pauvres, Jésus et l’Église, París: Éditions Universitaires 1963; trad. castellana, Los pobres, Jesús y la Iglesia, Barcelona: Estella 1964. Más tarde, publicará también: Jésus de Nazareth, le charpentier, París: Éditions du Seuil 1969; E il velo si squarciò, Torre dei Nolfi: Edizioni Qualevita 1988.
[7] Sobre Charles de Foucauld y la «espiritualidad de Natzaret», cf. José Luis Vázquez Borau, Charles de Foucauld y la espiritualidad de Nazaret, Madrid: BAC 2001; Id., Volver a Nazaret guiados de Foucauld y Luis Massignon, Madrid: PPC 2004; Id., Consejos evangélicos o Directorio de Charles de Foucauld, Madrid: BAC 2005; cf. Jean François Six, El Testamento de Charles de Foucauld, Madrid: San Pablo 2005.
[8] José Luis Cincunegui explica que, por una conversación personal que tuvo con René Voillaume, refundador de las Fraternidades de Jesús después de la Segunda Guerra mundial (autor de Au coeur des masses), este desaconsejó a Gauthier la entrada en las Fraternidades de Jesús, puesto que parecía tener una vocación totalmente apostólica de evangelizar a los obreros: «Usted —le dijo— tiene otra cosa que hacer» (José Luis Cincunegui, Pobreza y evangelización. Seguidores de Jesús, Bilbao: Mensajero 1993, 172).
[9] Cf. el dossier que dedicó a este grupo Informations Catholiques Internationales [ICI],núm. 192 (15-XII-1962) 17-26.
[10] El Card. Emmanuel C. Suhard, líder del catolicismo francés y síntesis de su espíritu en aquella época, había iniciado y amparado en el año 1941 (La misión de Francia)la controvertida experiencia de los «curas obreros». En cambio, la Santa Sede, especialmente el Card. Ottaviani y el mismo Pío XII, contemplaba la experiencia con temor y en un contexto desenfocado, puesto que establecía una relación directa entre aquella iniciativa misionera y el auge del comunismo en Francia. El nuncio Roncalli (1945-1953), el futuro Juan XXIII, admiraba el coraje de aquellos sacerdotes en ambientes tan alejados de la fe, pero informaba también de los peligros que consideraba reales. Desde el punto de vista eclesial, fue la cuestión más embarazosa para Roncalli, limitándose a hacer de muro de contención, puesto que la decisión sobre el tema no se encontraba en sus manos. De hecho, cuando Pío XII en 1953 prohibe la experiencia «en su forma actual», Roncalli ya no se encontraba de nuncio en París. Cuando fue el papa Juan, escribió una carta comprensiva, procurando reconducir aquella experiencia, con sugerencias para «preservar siempre el carácter sacerdotal» de los enviados a la misión obrera (a. 1959). Pero será Pablo VI en 1964 quien autorizará la forma adaptada de «sacerdotes en el trabajo». De hecho, cuando todavía no era papa, desde el Vaticano, Mons. Montini ya había valorado el celo de los presbíteros y religiosos que se encarnaban en el mundo obrero. Cf. Joan Busquets, El papa Joan XXIII benaurat i benvolgut (Quaderns 12), Girona: ISCR 2003, 22-25.
[11] Algunos datos sobre los orígenes del grupo y de sus integrantes pueden encontrarse en la obra de Mons. Rafael González Moralejo, obispo auxiliar de Valencia y, sin duda alguna, el obispo español más asíduo a dicho grupo (Rafael González Moralejo, El Vaticano II en taquigrafía. Historia de la «Gaudium et spes» [Estudios y Ensayos – Historia], Madrid: BAC 2000, 28-29).
[12] Cf. Antoine Chevrier, El sacerdote según el Evangelio o el verdadero discípulo de Nuestro Señor Jesucristo, Bilbao: Desclée de Brouwer 1984.Para Chevrier, es preciso contemplar a los pobres desde Jesucristo, en una circularidad dinámica que marcará su vida y su obra. De aquí que la pobreza del presbítero y de todo apóstol será una consecuencia de la contemplación del Jesús pobre del Evangelio y del imprescindible testimonio de proximidad hacia aquellos que «no son nada, no tienen nada, no saben nada». Cf. también los estudios del mismo Ancel sobre Antoine Chevrier: Alfred Ancel, «Antoine Chevrier», en DSp, II, París 1953, 835-837; Id., Le Prado. Spiritualité apostolique du Père Chevrier, París: Cerf 1982; trad. castellana, El Prado. La espiritualidad apostólica del padre Chevrier, Bilbao: Desclée de Brouwer 1986.
[13] El mismo Congar, en su diario, con fecha de 14-V-1963, describe el impacto positivo de su propia relación con Dossetti, así como la relación de éste con el cardenal de Boloña, y concluye: «Un home supérieur aux différentes situations dans lesquelles il se trouve» (Yves M. Congar, Mon Journal du Concile, I, 362).
[14] En una carta del mismo Lercaro del 5-XI-1962 se hace referencia a la tarea encomendada a Dossetti de representarlo en el Colegio Belga (Giacomo Lercaro, Lettere dal Concilio 1962-1965, Bolonia: Dehoniane 1980, 99). Cf. Yves M. Congar, MonJournalduConcile, I, 361, nota 1; Giuseppe Ruggieri, «El difícil abandono de la eclesiología controversista», en Alberigo, II, 320; Norman Tanner, «La Iglesia en el mundo (Ecclesia ad extra)»,en Alberigo, IV, 355; Corrado Lorefice, Dossetti e Lercaro, 130-138. El mejor estudio sobre la relación de Dossetti con Lercaro, así como las intervenciones de este último en el Concilio, es la excelente monografía de Corrado Lorefice, acabada de citar. Sobre el pensamiento de Dossetti, véase especialmente la primera parte de la obra: «La maturazione della concezione dossettiana sulla Chiesa dei poveri» (Ibíd., 23-145).
[15] Mons. Hélder Pessôa Câmara, obispo auxiliar de Río de Janeiro al iniciarse el Concilio, sería una de las grandes voces de los pobres del Tercer Mundo, siendo nombrado en 1964 arzobispo de Olinda y Recife, en el llamado «triángulo del hambre» del nordeste brasileño. Cf. Hélder Pessôa Câmara, Lettres conciliaires 1962-1965, I-II, París: Cerf 2007. Precisamente, Câmara comenta que su primera conversión a la Iglesia de los pobres fue debida al Card. Pierre-M. Gerlier. Câmara, como obispo auxiliar de Río de Janeiro, había organizado con mucha eficacia el Congreso Eucarístico Internacional del año 1955 en esta ciudad. Al terminar el Congreso, el Card. Gerlier se despidió de Câmara felicitándole por sus excelentes cualidades como organizador, y añadió: «¿Por qué no pone usted sus talentos para solucionar la vergüenza de estas miserables “favelas”?». Câmara respondió: «Señor cardenal, ahora mismo cambia mi vida». Y, de hecho, así fue, puesto que a lo largo de los nueve años que todavía estuvo en Río de Janeiro, antes de ser enviado a Olinda y Recife, se dedicó a fundar obras que pudieran ayudar a las cerca de 600.000 personas que vivían en las «favelas» (Nelson Piletti – Walter Práxedes, Dom Hélder Câmara. Entre o poder e a profecía, Sao Paulo: Ática 1997, 233).
[16] Giacomo Lercaro, «Chiesa e povertà» (Intervención pronunciada en el Aula Conciliar el 6-XII-1962), en Id., Per la forza dello Spirito. Discorsi conciliari, Bolonia: EDB 1984, 113-122 = Act. syn., I/IV, 327-330.
[17] Esta centralidad de la pobreza como «el» tema general y sintético de todo el Concilio, queda remarcada en la redacción definitiva de su intervención ―versión italiana―, con unas palabras que fueron añadidas por Lercaro, en relación al texto elaborado con Giuseppe Dossetti: «Non un tema aggiuntivo dopo tutti gli altri. Non si trata di un [qualunque] tema, ma in un certo senso del [l’unico] tema di tutto il Vaticano II» (Giacomo Lercaro, «Chiesa e povertà», 118). Las palabras en corchete corresponden a los añadidos de Lercaro. Cf. Corrado Lorefice, Dossetti e Lercaro, 187.
[18] Giuseppe Alberigo, «L’esperienza conciliare di un vescovo», en Giacomo Lercaro, Per la forza dello Spirito, 21.
[19] Cf. Corrado Lorefice, Dossetti e Lercaro, 177-178.
[20] Texto reproducido extensamente en ICI,180 (15-XI-1962); cf. Hilari Raguer, «Primera fisonomía de la asamblea», Alberigo,II, 197-198. Una parte del pasaje puede encontrarse también en Paul Gauthier, «Consolez mon peuple», 209; cf. John W. O’Malley, ¿Qué pasó en el Vaticano II?, Santander: Sal Terrae 2012, 168.
[21] ICI, 181 (1-XII-1962). Pasaje reproducido en Yves M. Congar, Pour une Église servante et pauvre, París: Cerf 1963,147; cf. Paul Gauthier, «Consolez mon peuple»,210; cf. Hilari Raguer, «Primera fisonomía de la asamblea», Alberigo,II, 198.
[22] Yves M. Congar, «Titres et honneurs dans 1’Église. Brève étude historique», en Id., Pour une Église servante et pauvre, 99-127. Cabe indicar que Congar dedica este libro precisamente al Card. Lercaro, «qui s’est fait l’avocat de l’Église des Pauvres». La primera parte de la obra es la reedición de dos estudios precedentes, publicados en la colección UnSa, números38 y 39. Por otra parte, Congar anota en su diario (30-XI-1962), después de haber participado en la reunión de este grupo en el Colegio Belga: «Je suis toujours sensible à l’anthropologie que réalise un groupe donné. Celle-ci est belle: des têtes d’hommes décidés, dont plusieurs reflètent une vraie liberté. Ces hommes portent la plus sainte des causes et peut-être la plus importante» (Yves M. Congar, Mon Journal du Concile, I, 281).
[23] Paul Gauthier, Jésus, l’Église et les pauvres. Réflexions nazaréennes pour le Concile, París 1962. Este opúsculo se reeditó en formato de libro al año siguiente, con el título Les pauvres, Jésus et l’Église, París: Éditions Universitaires 1963. Nosotros citamos la traducción castellana: Los pobres, Jesús y la Iglesia, Barcelona: Estela 1964. En esta edición, se encuentra un prólogo de Mons. Rafael González Moralejo, obispo auxiliar de Valencia y miembro activo del grupo «Iglesia de los pobres». El opúsculo era fruto de las estadas de Gauthier en la gruta de Nazaret, junto con su grupo. La argumentación se fundamentaba principalmente en la tradición profética de la Biblia y en el Evangelio. El mismo Gauthier cuenta que este opúsculo, a primeros de octubre de 1962, había sido repartido entre los Padres conciliares, especialmente por medio de Mons. Georges Hakim y Mons. Charles M. Himmer (Paul Gauthier, «Consolez mon peuple», 205).
[24] Paul Gauthier, Los pobres, Jesús y la Iglesia, 83-84.
[25] Para conseguir estos tres objetivos, la nota de Georges Mercier añadía la necesidad de «a) Fonder la doctrine de la présence sociale de Jésus à l’humanité et à l’humanité pauvre; b) Stimuler la practique de la pauvreté dans l’Église; c) Eclairer l’opinion par des gestes simples et par un Congrès mondial» (Paul Gauthier, «Consolez mon peuple», 209). Cf. Hilari Raguer, «Primera fisonomía de la asamblea», Alberigo,II, 198.
[26] Ibíd., 212-214.
[27] Ibíd., 212-214. Las peticiones contenidas en la carta habían sido previamente dirigidas el 21-XI-1962 al Card. Cicognani, secretario de Estado y presidente de la Comisión de los asuntos extraordinarios del Concilio. Un resumen del contenido de la carta puede encontrarse en Paul Gauthier, «Consolez mon peuple»,210.
[28] Paul Gauthier, «Consolez mon peuple»,210-211. El mismo Congar comenta este hecho en su diario el día 30-XI-1962 (Yves M. Congar, Mon Journal du Concile,I, 281).
[29] Corrado Lorefice, Dossetti e Lercaro, 136-138.
[30] Paul Gauthier, «Consolez mon peuple», 181: «C’est dans le prolongement de cette encyclique sociale qu’il convient de comprendre “l’Église des pauvres”. Cette affirmation est fondée sur la doctrine sociale de l’Église et suppose sa mise en application».
[31] Cf. Denis Pelletier, «Une marginalité engagée», 69; Corrado Lorefice, Dossetti e Lercaro, 137.
[32] Cf. Norman Tanner, «La Iglesia en el mundo (Ecclesia ad extra)»,en Alberigo, IV, 353-355; Denis Pelletier, «Unemarginalité engagée», 63-69.
[33] Mons. Himmer reconoce la dificultad de realizar reuniones plenarias durante este período, puesto que los obispos se encontraban mucho más ocupados. Además, afirma que era necesario evitar repeticiones inútiles, y orientar el tema hacia la responsabilidad individual (Denis Pelletier, «Une marginalité engagée», 85).
[34] Documento del grupo «la Iglesia de los pobres» dirigido al papa (13-XI-1964). El texto se encuentra en italiano en Giacomo Lercaro, Per la forza dello spirito, 164-166; aquí, 165.
[35] Ibíd., 165.
[36] Afirma Lercaro, dirigiéndose al papa: «Ci sembra di dovere tenere conto della iniziativa che, maturata lentamente attraverso tutte le tre sessioni del concilio, ha racconto ormai un vastissimo consenso: cinquecento firme, che si aprono con i nomi dei cardinali Liénart, Feltin, Richaud, Lefebvre, Gerlier, Léger, Suenens» (Giacomo Lercaro, «Appunti sul tema della povertà nella Chiesa. Rapporto presentato a Paolo VI», [19-XI-1964], en Id., Per la forza dello Spirito, 164).
[37] Ibíd., 157-170.
[38] Norman Tanner, «La Iglesia en el mundo (Ecclesia ad extra)»,en Alberigo, IV, 355.
[39] Denis Pelletier, «Une marginalité engagée», 80-81. Cf. Corrado Lorefice, Dossetti e Lercaro, 138.
[40] Paul Gauthier, «Consolez mon peuple», 6.
[41] Jean Mouroux, «La seigneurie de Jésus-Christ», en Paul Gauthier, «Consolez mon peuple», 287-305.
[42] Yves M. Congar, «Jalons d’une réflexion sur le mystère des pauvres. Son fondement dans le mystère de Dieu et du Christ», en Paul Gauthier, «Consolez mon peuple», 307-327.
[43] Firmantes significativos de este prólogo, además de Máximo IV, eran: Mons. Charles M. Himmer de Tournai, Mons. Georges Hakim de Akka-Natzaret, Mons. Georges Mercier de Laghouat, Mons. Hélder Pessôa Câmara de Olinda y Recife, Mons. Henrique Hector Golland Trindade de Botucatu, Mons. Tulio Botero Salazar de Medellín, Mons. Manuel Larraín de Talca, Mons. Rafael González Moralejo auxiliar de Valencia, Mons. Gérard Huyghe de Arras (Paul Gauthier, «Consolez mon peuple», 11).
[44] Ibíd., 10.
[45] Denis Pelletier, «Une marginalité engagée», 85; cf. Norman Tanner, «La Iglesia en el mundo (Ecclesia ad extra)»,en Alberigo, IV, 356.
[46] Fue la más íntima colaboradora de Paul Gauthier, con quien más tarde se casó y adoptaron dos niños de la India. En el año 1967, con motivo de la «Guerra de los seis días», abandonaron Palestina y se dirigieron a Latinoamérica.
[47] Yves M. Congar, Mon Journal du Concile, II(13-XI-1964), 264.
[48] Henri de Lubac, Carnets du Concile, I (17-X-1962), París: Cerf 2007, 126.
[49] Ibíd., I (1-XII-1962), 440.
[50] Ibíd., II (2-XI-1963), 9.
[51] Ibíd., II (27-IX-1965), 417); cf. Gilles Routhier, «Finalizar la obra comenzada. La experiencia del cuarto período, una experiencia que ponía a prueba», en Alberigo, V, 147-148.
[52] Intervención de Mons. Máximo IV (27-IX-1965), en Acta syn., IV/II, 451-454. Sin la referencia a la «solidaridad con los pobres» ―que se dejará para GS 21—, esta idea quedó reflejada en el texto definitivo de GS 19, cuando se afirma al final: «En esta génesis del ateísmo pueden tener parte no pequeña los propios creyentes, en cuanto que, con el descuido de la educación religiosa, o con la exposición inadecuada de la doctrina, o incluso con los defectos de su vida religiosa, moral y social, han velado más bien que revelado el genuino rostro de Dios y de la religión».
[53] Otros firmantes significativos fueron Mons. Henrique Hector Golland Trindade, Mons. Pierre Bouillon, Mons. Georges Hakim y Mons. Botero Salazar. La lista completa de los once obispos se encuentra en Acta syn., IV/II, 454. Nótese la coincidencia de muchos de estos nombres con los firmantes del prólogo del libro de Gauthier, «Consolezmonpeuple».
[54] Un estracto de esta conferencia de Paul Gauthier (27-IX-1965) se encuentra en Giovanni Caprile, Il Concilio Vaticano II. Cronache del Concilio Vaticano II edite da «La Civiltà Cattolica», V, Roma: La Civiltà Cattolica 1969, 103, nota 7.
[55] Así describe Ian Linden la situación del grupo en el crepúsculo de su existencia: «The group's fundamental problem throughout the Council was the lack of theology that could incorporate the range of issues, doctrinal and development thad vied for attention under the heading of “The Church of the Poor”. It was difficult to bring experiences as diverse as the Muslim world, the European worker milieu and missionary Sisters among black Americans, the plight of Latin American peasantry and the developing world, into a coherent story. “The Church of Poor” was simply too diverse to remain united» (Ian Linden, Global Catholicism: Diversity and Change since Vatican II, Londres: Hurst & Publishers 2009, 96).
[56] Yves M. Congar, Mon Journal du Concile, II (27-X-1965), 455.
[57] Por otra parte, cabe indicar que el concepto «pobre/pobreza [pauper/paupertas]» se encuentra un total de 67 veces en los diversos documentos del Concilio Vaticano II. Aunque estos pasajes manifiestan tonalidades diversas, con textos muy importantes y otros que son simples menciones, debemos reconocer que las citas textuales del Vaticano II son abundantes a la hora de fijar los deberes de la Iglesia y de los cristianos en relación con los pobres, además de manifestar que un verdadero espíritu de pobreza debe ser obrado por la misma comunidad eclesial. Cf. Joan Planellas, La Iglesia de los pobres en el Concilio Vaticano II, 258-260.
[58] Giuseppe Ruggieri, «Evangelizzazione e stili ecclesiali: Lumengentium 8,3», en Dario Vitali (ed.), Annuncio del Vangelo, «forma Ecclesiae». Relazioni del XVIII Congresso dell’Associazione Teologica Italiana, Anagni 8-12 Settembre 2003, Cinisello Balsano (MI): San Paolo 2005, 225-256; aquí, 229.
[59] Gérard Philips, L’Église et son mystère au IIe Concile du Vatican. Histoire, texte et commentaire de la Constitution «Lumen Gentium», I, París: Desclée 1967, 121.
[60] Cf. Hubert Lepargneur, «El dilema de la pobreza y de la eficacia en la Iglesia», Conc 124 (1977) 110-118; Yves M. Congar, «La pobreza como acto de fe», Conc 124 (1977) 119-129.
[61] Hemos consultado las versiones italiana, francesa y española del documento, donde se pueden apreciar algunas variantes. Para la versión italiana, Giovanni Caprile, Il Concilio Vaticano II, V, 535-536. Para la francesa, Henri Fesquet, Le Journal du Concile, Le Jas du Revest-St. Martin Forcalquier: Ed. Robert Morel 1966, 1110-1113. Para la española, José Luis Martín Descalzo, Un periodista en el Concilio, IV, Madrid: PPC 1966, 490-493; así como también José Ignacio González Faus, Vicarios de Cristo. Los pobres en la teología y espiritualidad cristianas. Antología comentada,Madrid: Trotta 1991, 327-329. Cabe indicar que en la versión francesa de Fesquet no se encuentran las referencias bíblicas, a pesar de que al final de la transcripción se añade que se encontraban en el documento repartido; también Fesquet ha eliminado el punto 11 del documento. En la versión española, existe un cambio en la presentación de una parte del punto 12. Por todo ello, la versión que consideramos más fiable es la italiana.
[62] Henri Fesquet, Le Journal du Concile, 1110.
[63] Ibíd., 1121.
[64] El texto del episcopado melkita fue publicado inicialmente en francés en Le Monde (10-XI-1965), pág. 8. Se puede encontrar también en Henri Fesquet, Le Journal du Concile, 1037-1038. Para la edición italiana, Giovanni Caprile, Il Concilio Vaticano II, V, 534-535.