Iglesia, milagro (Marcos 2): Pacificar al que lucha,  liberar a la mujer,  curar a la niña, comida para todos.

  Éstos son los cuatro milagros centrales de la iglesia según Mc 5-6. Presenté el tema de fondo  pasado 13/14 en RD y FB, y volví a desarrollarlo en pasado 18-19. Hoy retomo sus motivos principales insistiendo en la iglesia como paz, libertad, crecimiento y pan compartido.

            Todo lo demás motivos eclesiales (cardenales y catedrales, vaticanos y obispados) son abalorios y accesorios, incluso impedimentos. Siga leyendo quien quiera precisar el tema y quizá  aplicarlo. 

Puede ser una imagen de una persona y texto

Fechas: 14, 21, 28 de septiembre y 05 de octubre (sábados)
 Horario: 9:00 am a 12:00 pm (Colombia), 4-7 pm en España
 Inscripciones abiertas: https://bit.ly/3WelpZy

Introducción, iglesia milagro:

Milagro no es algo que va en contra de las leyes de una pretendida naturaleza, fijadas por un tipo de ciencia externa, sino aquello que “eleva” al ser humano, aquello que trans-forma, impulsa, da sentido a su existencia…

Milagro es aquello que sana (terapia), que comunica y vincula en perdón y respeto, a unos con otros, que eleva a los oprimidos, purifica a los manchados, que nos capacita para ver más allá de las apariencias, para dialogar para allá de todos ls impedimentos, abriendo así esperanza de Vida en medio de la muerte.

Milagro es lo que necesitamos como   en un tiempo de riesgo de muerte, como fue el de Jesús, como es el nuestro (año 2024): Estamos “condenados” (angustiados, oprimidos, arrojados a la muerte). Hemos vivido hasta ahora por instinto vital, por impulso de conquista violenta, unos contra otros, sobre otros. Pero ese instinto e impulso nos está dejando en las fronteras de la destrucción. Humanamente hablando, nos queda poco margen, somos tiempo que se agota y nos agota. Podemos matarnos todos y morir en unos decenios, por muerte atómica, ecológica, de pandémica o cansancio de vivir (suicidio universal).

No hay salvación sin ·conversión” radical (Mc 1, 1-15), sin un milagro de comunicación de vida (=de iglesia) No puede salvarnos el dinero, el poder, ni más armas, yerbas, “boticas/ medicina de ciencia antigua. Los diversos caminos de salvación que hemos ensayado (en la antigüedad, del imperio babilonio al romano) y seguimos ensayando (desde la colonización del XVI y la Ilustración del XVIII a la actualidad) , de tipo ecológico, político-militar, positivista o económico (marxismo, capitalismo) nos están llevando a la muerte. Corremos el riesgo de ser la última generación de humanos (seres de humus, de tierra) sobre este planeta solar. Nos quedan pocas generaciones, como supo y dijo Cristo (Mc 13)

Sólo puede salvarnos una nueva “iglesia”, una nueva forma de ser y de comunicarnos (extra ecclesia nulla est salus): Fuera de la iglesia, sin una nueva capacidad de comunicación como la de Jesús y la de otros como él no hay para nosotros futuro posible.  

Evangelio de Marcos - Editorial Verbo Divino

Éste  es el programa y camino de “milagros” que ha trazado Marcos en su evangelio, hacia el año 70 d.C., retomando el evangelio de Jesús, con orientaciones cercanas a las de Pablo, en diálogo/discusión con Pedro y los Doce, discutiendo y rechazando a un tipo de “jacobitas” antiguos (de Jacobo, hermano del Señor). En medio de la gran guerra entre Roma y los insurgentes judíos (como si hoy hubiera estallado un conflicto triangular entre USA, China, Rusia…) escribió Marcos un evangelio de Jesús y de la Iglesia como “milagro”, como conjunto de milagros

LOS CUATRO MILAGROS CENTRALES DE  MARCOS 5-6-

1. Conversión del Guerrero, el legionario de Gerasa, Roma (Mc  5, 1-17. Tema de 1 Henoc)

Roma/Imperio es un ejército, hombre guerrero, endemoniado, un legionario, un loco, un cerdo…

Roma, imperios/estados militares. Cultura de muerte, thanatos (Freud), Talión…:

El hombre-Legión. Un poseso, locura social y personal… PUede matar a otros, pero al fin se mata a sí mismo. Ley del boomerang: Quien a yerro mata a yerro muere… Quien a otros mata se mata a sí mismo. Los violentos vencedores se destruyen a sí mismo.

2. Mujer impura, hemorroisa (Cf, 2 Henoc, Mc 5, 25-3)

Segundo pecado: Violar, oprimir mujeres. ¿Son las mujeres culpables por atraer a los varones y a los ángeles? ¿La opresión de la mujer como segundo pecado, como la primera invasión y conquista de los varones)

 Mujer encerrada, utilizada…. Iglesia surge en contra la mujer encerrada, impura, utilizada, contra la mujer que no puede tocar, convivir…

¿Sacar de la casa a la mujer…?  ¿Se cura ella, sale de casa, toca.. comparte la vida con los varones y mujeres…? ¿Tiene que dejarse liberar por otros, por varones' Lo propio de la mujer: Poder vivir, es decir, tocar, compartir…

 3. Que crezca la niña…

el evangelio, manual de liberación, para niñas… de comunión para mujeres (Mc 5, 21-2- 35-3)

La casa del archi-sinagogo como lugar de muerte para la niña… La corrupción de  lo mejor es lo peor… Iglesia como espacio de crecimiento para las niñas:

Tema de aborto… Tema clave, iglesia al servicio de ls vida.

Mt 5, no trata de la condena del aborto sino de la liberación de la niña de 12  años… de la educación de la niña en madurez…

Iglesia como espacio de vida para niños/niñas…  casa cuna, lugar de crecimiento…Paso de la pederastia a la pede-agapía

4. Multiplicación de los panes… que todos puedan comer… (Mc 6, 30-)

En el campo abierto, no en casas particulares. Iglesia tierra común

Campo-Espacio de acogida, para venir y sentarse sobre la tierra común… Tierra sin barreras, sin separaciones. La propiedad privada es propiedad compartida

Vincular palabra, curación, comida, con bendición de Dios. Ésta es la iglesia, QUE COMAN TODOS… CRECED, MULTIPLICAOS… En el campo abierto, en la tierra común… sin soldados, sin mujeres impuras… mujeres  y niño Gen 2-3. Podéis comer de todo… Pero no del árbol del conocimiento del bien y del mal.

1.- GERASENO. VIOLENCIA, MISIÓN CRISTIANA (5,1-20).

Introducción. Un poseso violento (5, 1-8) Al otro lado del mar sufre un geraseno endemoniado, expulsado de la ciudad que descarga en él su violencia, atándole con hierros. Es hombre amenazado, que se encierra en su deseo de matarse sin cesar con grandes piedras, viviendo, como en muerte anticipada, entre sepulcros. Es hombre sin familia, signo del mundo pagano, sometido a la violencia, expulsión y soledad. Evidentemente, ha pactado con su propia locura para seguir sobreviviendo.

 -- Es señal del paganismo y habita al borde de la muerte, en gesto de agresión circular, infinita, que pasa de la ciudad al enfermo y del enfermo a la ciudad violenta. En sepulcro de muerte, recogiendo en su existencia los demonios de toda la ciudad, sufre el hombre de Gerasa.

-- Es señal de la política de Roma, no sólo por el nombre (¡me llamo Legión!: 5,9) sino por la forma en que expresa la violencia del conjunto social. Es como si toda la fuerza represiva del imperio viniera a condensarse en el espejo de su vida. Al fondo del texto hay posiblemente una ironía, velada indicación de la locura de un mundo militarizado que descarga su violencia en los más débiles del grupo.

Al lugar donde se cruzan las contradicciones del paganismo (imperio romano) en la tierra gerasena, donde ha venido Jesús. No le importa el rito religioso de la gente, ni los bellos edificios y los cultos de los sabios de Gerasa. No visita su teatro, ni conversa con sus grandes pensadores. Para Jesús, la "verdad" del territorio se refleja en este endemoniado que habita, con su propia violencia destructiva, entre sepulcros5.

No es un ignorante. Es poseso, pero no un idiota. En algún sentido sabe más que los sabios del gran territorio, pues su propio sufrimiento le permite barruntar el misterio mesiánico, diciendo: ¡Jesús, hijo del Dios Altísimo! Te conjuro por Dios que no me atormentes (5, 7). Reconoce a Jesús y acepta su poder pero le tiene miedo: ha pactado con su diablo y está a gusto dentro de su esfera. Por eso, la iniciativa parte del mismo Jesús que se adentra en su locura. Está ciertamente dividido, disociado entre su propia verdad personal y el pneuma akatharton o impuro que le posee.

Curación: los cerdos. Este poseso no es un iluso, no es visionario. Responde a la pregunta de Jesús, presentando su propia identidad enferma. Pide a Jesús que no “le atormente”, porque Jesús había mandado al Espíritu: ¡Sal de este hombre! Después, cuando Jesús le pregunta cómo se llama responde: Me llamo Legión, porque somos muchos (5, 9).

Es uno y son muchos, lleva en sí la locura de toda la ciudad, expresada como ejército invasor. Es un territorio ocupado: lugar poseído por una "legión de demonios". De esta forma evoca Marcos su violencia guerrera: como legión romana, que domina un territorio, impidiendo que sus gentes se puedan expresar de un modo libre, así son los demonios invasores de Gerasa. Es una víctima, chivo expiatorio de una sociedad militarizada.

A partir de aquí se entiende el relato, construido de forma admirable, paradigma de toda la violencia humana, en perspectiva social de paganismo y ocupación militar. Un loco, ése es el último eslabón y el signo más sangrante de la cultura de muerte del imperio. Jesús penetra con sus discípulos en ese territorio, en gesto de liberación, no de conquista. No necesita legiones. Trae su semilla de la palabra. Está en el corazón de la tierra pagana; inicia su acción mesiánica:

 -- Es acción simbólica, con fondo histórico transformado en línea de dramatización escatológica. Todo tiene un sentido real, pero en plano de nueva creación. Humanamente parecía imposible curar a este poseso, cambiar esta ciudad. Jesús lo hace. Penetra en el abismo de su crisis, asumiendo los signos básicos de su mal (demonios, cerdos, legión), para curarle.

-- El relato ha de entenderse también en clave cristológica. Han acusado a Jesús de alianza con el Diablo (cf. 3, 22-30). Este pasaje muestra la mentira de aquella acusación: Jesús se enfrenta a la legión de Gerasa y rompe la estructura diabólica del mundo. Como Hijo del Dios Altísimo destruye la opresión del Dia blo.

-- El texto evoca la destrucción dramática de los demonios (5, 11-13)que pasan del hombre a los cerdos (animales impuros) y de los cerdos al mar (lugar de miedo y muerte). Toda la escena ha de entenderse en clave de psicodrama (sociodrama, teodrama): Marcos ilumina nuestra vida con el gesto este hombre que, ayudado por Jesús, puede vencer a sus demonios (poderes del mundo que le tiene atenazado) despertando de esa forma a una existencia verdadera. No entiende el pasaje quien pregunta por la suerte externa de los cerdos, por la pérdida económica del amo, por el tipo de pared o acantilado que buscaron para despeñarse.

 -- Hay en el texto una fuerte ironía. Marcos dramatiza, mostrándonos las cosas desde su vertiente paradójica: el loco se llama Legión, el ejército romano; en otra perspectiva son Legión (dominadores del mundo) los demonios, que aparecen después como impotentes, y suplican a Jesús que les permita quedarse en el entorno; Jesús acepta el ruego, pero ellos, buscando refugio entre los cerdos, terminan despeñados, ahogándose en el mar... Es como si Jesús limpiara el campo de demonios, haciéndonos llegar a la verdad del ser humano.

Disputa y expulsión (5, 1-17). La curación del endemoniado Legión se convierte en principio de una serie de gestos que expresan la admiración, el miedo y el rechazo. El endemoniado empieza a vivir de un modo distinto, en gesto de relación personal: se ha vestido (sabe estar entre la gente), se ha sentado en corro (compartir palabra, escuchando y respondiendo), razona sabiamente... (5, 15). Estos son los signos de su salud, las señales de su nueva vida humana. Ya no es Legión, no combate en forma ritual enfermiza contra los poderes de su pueblo. Simplemente aprende a vivir como humano. Jesús no le obliga a creer en dogmas especiales, no le impone el cumplimiento de ninguna ley sacral del judaísmo. Le ha ofrecido un camino de humanidad solidaria; en ella le mantiene.

            Pues bien, esa curación tiene unas consecuencias de tipo social conflictivo. La muerte de los cerdos ha de verse como visualización sanadora. Pero el texto no se puede cerrar en un nivel de pura dramatización interna; es más que curación simbólica de meros males subjetivos. El conflicto tiene razones exteriores de manera que su curación resulta peligrosa para sus opresores. Por eso se admiran los porqueros y, por su parte, los habitantes de Gerasa expulsan a Jesús de su territorio (5, 16-17). 

2, MUJER CON HEMORRAGIA (5, 2B-3)

Una hemorroísa (5, 2b-29). Es persona sin familia. Conforme a la ley sacral judía, su condición de hemorroísa (mujer con hemorragia menstrual permanente) le expulsa de la sociedad: no puede tener relaciones sexuales ni casarse; no puede convivir con sus parientes ni tocar a los amigos, pues todo lo que toca se vuelve impuro a su contacto: la silla en que se sienta, el plato del que come... Es mujer condenada a soledad, maldición social y religiosa. El milagro de Jesús consiste en dejarse tocar, ofreciéndole un contacto purificador. En el fondo del relato hay un recuerdo histórico (forma de actuar de Jesús) y una experiencia eclesial (la comunidad cristiana ha superado las normas de pureza humana y sexual del judaísmo) .

Jesús no la ayuda para llevarla después a su grupo; no le dice que venga a sumarse la familia de sus seguidores, sino que hace algo previo: le valora como mujer, acepta el roce de su mano en el manto, ofreciéndole el más fuerte testimonio de su intimidad personal; le anima a vivir y le cura, para que sea sencillamente humana, persona con dignidad, construyendo el tipo de familia que ella misma decida. No la quiere convertir en nada (a nada) sino capacitarla para ser al fin y para siempre humana.

La hemorroísa, enferma de menstruación, sufría en la cárcel de su cuerpo, incapaz de crear comunicación en su entorno. La misma ley (Lev 15, 19-33) establecía las normas de su vida y sujeción femenina. La mujer era un viviente cercano a la impureza, tanto por los ciclos de su menstruación como por el parto; ella estaba sometida a leyes de carácter sacral hechas para mantenerla de algún modo atada a sus procesos naturales y a su condición de servidora de la vida (engendradora). Neuróticamente impura era esta hemorroísa: rescatarla para la humanidad, para las relaciones personales, para la familia, esta ha sido una conquista capital del evangelio:

-- Era hemorroísa desde hace 12 años (5, 25). Nadie podía acercarse a su cuerpo, compartir su mesa, convivyr con ella. Como solitaria, aislada tras el cordón sanitario y sacral de su enfermedad, vivirá en la cárcel de su impureza femenina. No puede curarla la ley, pues la misma ley social y sacral la ratifica como enferma, ha creado y ratificado su enfermedad. Por eso no puede acudir a los escribas ni a los sacerdotes para curarse.

-- Es mujer sin curación humana, pues los muchos médicos (pollôn iatrôn) fueron incapaces de curarla (5, 26). Lo ha gastado todo en sanidad y no ha sanado, como dice con ironía el texto. Pero más que la ironía destaca aquí la impotencia. Puede afirmarse que los médicos resultan mejores que los sacerdotes y escribas, pues al menos han intentado ayudarla. Pero al fin se han mostrado incapaces, a pesar del dinero que la mujer les ha dado: no pueden llegar a la persona en cuanto tal, no pueden penetrar (en cuanto médicos) en la raíz de la sangre manchada, fuente de todos los trastornos de la vida.

-- Es mujer solitaria, pues su mismo tacto ensucia lo que toca, pero tiene un deseo de curarse que desborda el nivel de los escribas de Israel y de los médicos del mundo.Lógicamente, su misma enfermedad se vuelve deseo de contacto personal. Ha oído hablar de Jesús y quiere entrar en contacto con él: (Si al menos pudiera tocar su vestido! (cf. 5, 27-28). No puede venir cara a cara, no puede avanzar a rostro descubierto, con nombre y apellido, cuerpo a cuerpo, porque todos tenderían a expulsarla, sintiéndose impuros a su roce. Por eso llega por detrás (opisthen), en silencio (5, 27).

 -- Es mujer que conoce y sabe con su cuerpo (5, 29). Toca el manto de Jesús y siente que se seca la fuente "impura" de su sangre, se sabe curada. Alguien puede preguntar: ¿Cómo lo sabe? ¿de qué forma lo siente, así de pronto? ¿No será ilusión, allí en medio del gentío? Evidentemente no. Lo que importa de verdad es que ella sepa, se sepa curada, que pueda elevarse y sentirse persona, rompiendo la cárcel de sangre que la tenía oprimida, expulsada de la sociedad por muchos años. Por eso es decisivo que ella sepa, se descubra limpia en contacto con Jesús.

Jesús (5, 30-32). Su mismo cuerpo irradia pureza y purifica a la mujer que le ha tocado. También él conoce y actúa por su cuerpo, vinculándose a ese plano con la hemorroísa. Sólo ellos dos, en medio del gentío de curiosos legalistas, se saben hermanados por el cuerpo. A ese nivel ha tocado la mujer, a ese nivel sabe Jesús que, más allá de los que aprietan y oprimen de manera puramente física, le ha tocado una persona pidiendo su ayuda; evidentemente, él se la ha dado.

Los discípulos no saben entender, ni distinguir los roces de la gente: quedan en el plano físico del gentío que aprieta (5, 31). Jesús, en cambio, distingue y sabe que ha sido un roce de mujer, pues antes de mirarla y conocerla se vuelve para descubrir tên touto poiêsasan, es decir, a "la" que ha hecho esto (5, 32). Estamos en el lugar donde más allá de toda posible magia (algunos buscan poderes misteriosos por el tacto) viene a desvelarse el poder sanador del encuentro de los cuerpos.

Tu fe te ha salvado (5, 33-3). Jesús ha buscado a la mujer y le ha “obligado” a confesar abiertamente lo que ha hecho (le ha tocado) y lo que en ella ha sucedido (5,33). Estaba invisible, encerrada en la cárcel de su impureza. Ha venido a escondidas, con miedo, pues quien viera lo que hace podría castigarla (5, 27). Pues bien, Jesús reacciona obligándole a romper ese ocultamiento vergonzoso, hecho de represiones exteriores y miedos interiores.

            En otras ocasiones, Jesús pedido a los curados que no digan lo que ha hecho, para que el milagro no rompa el secreto mesiánico o se vuelva propaganda mentirosa sobre su persona (cf. 1, 3. ; 3, 12). Pero en esta pide a la mujer que salga al centro y cuente a todos lo que ha sido su vida en cautiverio y cómo ha conseguido la pureza de su cuerpo. Ella debe contar lo que ha pasado y sufrido, mostrando así en la plaza pública, ante todos los hombres legalistas y de un modo especial ante el Archisinagogo, lo que fue el tormento de su vida clausurada en la impureza de su enfermedad.

            No basta lo que diga Jesús, tiene que decirse (decirlo) ella misma: tomar su palabra de mujer y persona, proclamando ante todos su experiencia. Una mujer que dice toda su verdad (pasan tên alêtheian) ante los varones de la plaza (y en especial ante el Archisinagogo: Ésta es la meta de la curación, este es el principio de la iglesia mesiánica, donde la mujeres pueden y deben decir lo que sienten y saben, lo que sufren y esperan, en historia que comparten con los varones.

Jesús ratifica en forma sanadora el gesto de confianza y el contacto humano de la mujer que le ha tocado. No se atribuye la curación, no quiere ponerse en primer plano. Cariñosamente le habla: ¡Hija! Tú fe te ha salvado. Vete en paz (5, 3). Todo nos permite suponer que esta palabra (hija! resulta en este caso la apropiada, la voz verdadera. Quizá nadie le ha llamado así, nadie le ha querido. Jesús lo hace, dejándose tocar por ella, reconociéndole persona (hija) y destacando el valor de su fe. Ella le ha curado.

Puede seguir existiendo el problema de la sangre menstrual (trastorno físico) en plano médico y psicológico, pero aquí ha perdido su carácter de maldición y su poder de exclusión religiosa, de rechazo humano. Esta mujer no aparece ya como impura sino como persona enferma a la que ha sanado su fe y su palabra (su forma de decirse en público). Así la ha valorado Jesús, superando una tendencia corporalizante (biologista) del judaísmo, codificada en Levítico y Misná. Frente a la mujer naturaleza, determinada por el ritmo normal o anormal de las menstruaciones, encerrada en la violencia que su sangre y proceso genético simboliza (para los varones), Jesús ha destacado su valor como creyente que vive y de despliega su humanidad a nivel de fe.

Jesús no se limita a definirla desde fuera, como cuerpo peligroso que se debe controlar sino que la recibe en su valor total, como persona: mano que puede tocar, mente capaz de expresarse y decir lo que siente, corazón que sufre y cree. Sólo una mujer a quien se deja que actúe y se exprese, diciendo lo que ha sido su dolor, puede madurar como persona.

 Jesús no la retiene para su posible iglesia, ni le manda al sacerdote (para ratificar su curación sagrada). Simplemente le dice que vaya sin miedo y asuma ante todos su camino de mujer en dignidad. De ahora en adelante no la definirá su menstruación sino su valor como persona. Sólo así podrá crear familia, hacerse humana (hermana, madre) dentro del corro de Jesús o de la iglesia (cf. 3, 31-35), abriendo hacia los otros la fe que ella ha mostrado "tocando" a Jesús.

Un espacio de intimidad donde los humanos pueden tocarse en fe, es decir, relacionarse en clave de confianza: eso es la iglesia conforme a este pasaje. Los tabúes de sangre y menstruación pasan a segundo plano, pierden importancia las reglas que han tenido sometidas desde antiguo a las mujeres por la propia "diferencia" de su cuerpo. Ellas son capaces de creer y realizar la vida en gesto de confianza, igual que los varones. Por eso, Jesús no les ofrece leyes especiales de sacralidad o pureza, como han hecho por siglos muchos sacerdotes (incluso cristianos). Que sea mujer, que viva en libertad como persona, eso es lo que Jesús le ha deseado (le ha ofrecido), dentro de una sociedad donde la ley de enfermedades corporales y purificaciones de mujeres ha sido construida casi siempre por varones para proteger sus privilegios.

3.- LA HIJA DEL ARCHISINAGOGO: IMPUREZA Y MUERTE (5, 21-2A.35-3).

La niña ha muerto (5, 33-0a). La escena (iniciada en 5, 21-2a) quedaba retrasada (cf. 5, 2b-3) y pudiera parecer que ese retraso ha matado a la niña (5, 35). Pero es lo contrario: el testimonio de la hemorroísa permite situar el nuevo gesto de Jesús (la curación de la hija del Archisinagogo). La hemorroísa vivía encerrada en su flujo constante e "impuro" de sangre menstrual, que duraba doce años (5, 25). Doce años de vida infantil ha recorrido la hija del Archisinagogo (5, 2): había estado segura, se hallaba resguardada en el espacio de máxima pureza de Israel (casa de un jefe de sinagoga) y sin embargo, al descubrirse mujer, con el primer flujo de sangre que enciende su cuerpo, ella decide por dentro apagarse; no tiene sentido madurar en estas circunstancias.

Son muchas las mujeres que han sufrido y sufren al llegar a esa edad: pueden sentir el temor de su propia condición, su cuerpo deseoso de amor y maternidad, amenazado por la ley de unos varones (padres, hermanos, posibles esposos) que especulan sobre ellas, convirtiéndolas en rica y frágil mercancía; se saben objeto del deseo de unos hombres que no las respetan, ni escuchan, ni hablan.

Parece que esta niña no se atreve a recorrer la travesía de su feminidad amenazada: es víctima de su propia condición de mujer en un mundo de varones y se siente condenada a muerte por las leyes sacrales de su sociedad. Hasta ahora había sido feliz, niña en la casa, hija de padres piadosos (sinagogos), resguardada en el mejor ambiente. De pronto, al hacerse mujer, se descubre moneda de cambio, objeto de deseos, miedos, amenazas, represiones. Le bastan doce años de vida para sufrir en su cuerpo adolescente, que debía hallarse resguardado de todos los terrores, un terror que sienten de forma especial cierta mujeres marginadas: hemorroísas, leprosas... Por su misma condición de niña hecha mujer empieza a vivir en condición de muerte.

Sabemos que la sinagoga era lugar donde se escondía el poseso (1, 21-28), espacio donde el sábado valía más que la salud del hombre de la mano seca (3, 1-6). Para la sinagoga vive el Archisinagogo, símbolo de la institución sacral judía. Parece tenerlo todo y, sin embargo, no puede educar a su hija, acompañándola en la travesía de su maduración como mujer: mantiene con vida a su comunidad, pero tiene que matar (como nuevo Jefté) a su misma hija para conseguirlo.

La niña debería ser feliz, deseando madurar para casarse con otro Archisinagogo como su padre, repitiendo así la historia de su madre y las mujeres "limpias", envidiadas, de la buena comunión judía. Pero a los doce años, edad de sus sueños, renuncia. No acepta este tipo de vida: carece de medios para iniciar un camino diferente; no le queda más salida que la muerte, en gesto callado de autodestrucción que, por la palabra final de Jesús ((dadle de comer!, 5, 3), parece tener rasgos anoréxicos.

Entramos en el centro de una crisis familiar. No sabemos nada de la madre (que aparece al final, en 5,0), aunque podemos imaginar que sufre con la hija, identificándose con ella. El drama se expresa y culmina desde el padre, capaz de dirigir una sinagoga (ser jefe de una comunidad) pero incapaz de ofrecer compañía, palabra y ayuda, a su hija. Por eso, el verdadero milagro de Jesús es la conversión del padre, que debe transformarse, a través del testimonio de la hemorroísa, a fin de acoger y educar a la hija para la vida y no para la muerta. Que la hija del judaísmo viva, (que el jefe de la sinagoga se abra a la fe, creadora de familia), eso lo que quiere el Jesús de Marcos:

            Todos dicen que la niña ha muerto, pero Jesús hace que el padre Archisinagogo, representante de un judaísmo que parece poseído por un espíritu impuro (cf. 1, 21-28; 3, 1-6), recorra un largo camino de fe (5, 35-36). Está la niña muriendo(eskhatôs ekhei) y sin embargo él se detiene con la hemorroísa (5, 2b-3). Es un retraso mortal, la niña muere. Dicen que no merece la pena que venga, no hay remedio (5, 35). Pero Jesús responde ofreciendo salud allí donde humanamente era imposible y diciéndole al padre: ¡No temas, sólo cree! (5, 36). En el caso anterior era la misma mujer quien creía (así le dice Jesús: ¡Tu fe te ha salvado!: 5, 3). Ahora es el padre quien tiene que creer, realizando el milagro. Jesús tiende de esa forma un nexo muy profundo entre dos personas que parecen hallarse en los extremos del tejido social israelita: la hemorroísa impura y el puro Archisinagogo. A los dos se pide lo mismo: ¡que tengan fe!.

            (b). Talita koum (5,0b-3). Jesús ha dicho al padre que tenga fe y entra, con él y con la madre, en la habitación de la niña. El centro del relato está en la “conversión del padre”, que tiene que aceptar lo que Jesús ha hecho con la hemorroísa, superando la visión anterior de la pureza e impureza de la mujer.

             Éste es el milagro: que su niña se vuelva mujer, en estas circunstancias, que asuma con gozo la vida. En busca de Jesús había salido un padre antiguo e impotente, vinculado a la vieja estructura sacral israelita. Ahora viene con Jesús como hombre nuevo, pues ha aceptado el gesto y curación (limpieza) de la hemorroísa.

 -- Jesús toma consigo a tres discípulos (Pedro, Santiago y Juan: 5, 37). No van como curiosos, ni están allí de adorno. Son miembros de la comunidad o familia cristiana que ofrece espacio de esperanza y garantía de solidaridad a la niña hecha mujer. Significativamente son varones, pero ahora penetran como humanos (respetuosos, deseosos de vida, no dominadores) en el cuarto de una enferma que probablemente ha muerto, está muriéndose, por miedo a los hombres. Su presencia convierte este pasaje en sacramento eclesial: superando la sinagoga judía (donde la niña parece condenada a morir) emerge aquí, con el Archisinagogo y su esposa, una verdadera iglesia humana donde la niña puede hacerse mujer en gozo y compañía. Esta iglesia se distingue de todas las sinagogas antiguas y modernas que ponen sus estructuras y dogmas por encima de la libertad de la mujer. Estamos ante un sacramento de la maduración personal de la mujer. Antes de pedir que sea judía o cristiana, en clave confesional, la iglesia ha de ofrecerla gozo de vivir en una comunidad donde nadie imponga su forma de ser sobre los otros. Este es un texto de iglesia, texto de familia: padres y discípulos penetran juntos en el cuarto de la enferma, ofreciéndole confianza de futuro.

-- Sólo entonces (con el padre convertido, la madre presente y los discípulos formando comunión) puede realizar Jesús su gesto: agarra con fuerza a la enferma (kratêsas) y dice (talitha koum!, niña levántate (5,1). No basta un toque suave que limpia (como al leproso: 1, 1); hace falta una mano que agarre con fuerza y eleve (como a la suegra de Simón: 1, 31), rescatando a la niña del lecho en que había querido quedarse por siempre y diciendo: ¡Egeire! (levántate! Frente al llanto funerario que celebra la muerte (5, 38-0) se eleva aquí Jesús como dador de vida y promesa de pascua: al misterio de la resurrección de Jesús, proclamada en Galilea, pertenece esta niña devuelta al camino de la vida.

-- Jesús pide que den alimento a la niña (5, 3), como insinuando que sufría de anorexia. Están en el cuarto los siete (los padres, tres discípulos, Jesús y la niña). Ella empieza a caminar. Jesús no tiene que decirla nada: no le da consejos, no le acusa o recrimina. Es claro que las cosas (las personas) tienen que cambiar a fin de que ella viva, animada a recorrer un camino de feminidad fecunda, volviéndose cuerpo que confía en los demás y ama la vida. Tienen que cambiar los otros; por eso dice a todos (autois que incluye a padre y discípulos) que alimenten a la niña, que le inicien de forma diferente en la experiencia de la vida.

Éste es un milagro de iglesia y familia. Jesús acepta a los padres judíos, pero sabe que en ellos hay algo insuficiente: no pueden ofrecer vida a su hija. Por eso introduce a los representantes de la comunidad mesiánica en la casa de la niña muerta, para ofrecer el testimonio supremo de la vida. Evidentemente, Jesús sólo podrá curar a la niña si el padre cambia, si viene a su lado la madre, para ofrecerle nuevo nacimiento (5, 0), si se comprometen otros miembros de la comunidad eclesial, ofreciendo a la niña espacio de libertad y amor humano.

-- La hemorroísa estaba enferma según códigos sociales y sacrales del entorno judío. Jesús le cure y dice que vaya en paz y quede libre de su dolencia (5, 3), pero a fin de que ella sane y pueda vivir han de sanar (cambiar de mente y vida) todos los Archisinagogos de la tierra.

-- La niña de doce años sufre también la enfermedad de falsa pureza del ambiente social), pero la hemorroísa era mayor, esta niña, en cambio, depende de su padre; para que ella viva tiene que cambiar el sinagogo, ofreciendo dignidad (espacio de vida y futuro) a las hemorroísas.

             -- El Archisinagogo es con Jesús el personaje central de la escena. Sólo admitiendo a la hemorroísa puede dar vida a su hija. Para eso tiene que entrar en el cuarto interior de su casa con los tres discípulos de Jesús. Sólo allí donde el buen judío acepta la pureza de la impura (hemorroísa) y la comunidad de los discípulos del Cristo puede hacerse padre.

 4. BANQUETE DE JESÚS. DOCE CANASTAS (6, 30-44).  

Introducción (6, 30-33).Esta escena se anuda a la anterior, en forma de cadena, de modo que el último verso de 6, 6b-30 es principio del nuevo texto: 6, 30 es final de la misión (vuelven los discípulos y cuentan a Jesús lo sucedido) y es principio de un nuevo desarrollo (los discípulos quieren retirarse con Jesús, pero los necesitados del entorno les siguen, buscando su ayuda: 6, 31-3). De esta forma, la misión centrífuga de 6, 6b-13 (salida del lugar de trabajo habitual) se vuelve centrípeta (acogida de aquellos que vienen), conforme a un esquema normal de la historia israelita. El nuevo texto ofrece también una división semejante, pues su final será comienzo de la sección siguiente:

--a: Introducción (6, 30-33). Jesús quiere descansar con sus discípulos, la muchedumbre le sigue.

--b: Acción primera: palabra (6, 3). Jesús se apiada de la muchedumbre a la que enseña.

--b’: Acción segunda: comida (6,35-). Se hace tarde y los discípulos quieren despedir (apolyson: 6, 36) a los presentes. Jesús, en cambio, les ofrece el alimento.

--a': Despedida (6, 5-6). Sólo habiéndoles dado de comer, Jesús les despide (apolyei: 6, 5). El final de la escena es otra vez principio de la siguiente (paso por el mar), en encadenamiento narrativo y teológico.

              La iglesia va naciendo precisamente allí donde se vinculan misión y acogida. Jesús y sus discípulos deben adaptarse a las necesidades de la multitud: han planeado la misión (ofreciendo mensaje de reino y quedando en manos de aquellos que quieren o no quieren recibirles); pero ahora son los necesitados quienes vienen, de manera que ellos, discípulos de Jesús, han de recibirles con hospitalidad de palabra y comida en un lugar despoblado, que no se dice dónde está, pero que se supone dentro del entorno israelita, pues aunque Jesús y sus discípulos van en barca los necesitados del entorno les siguen a pie. 

  1. Acción primera: palabra (6, 3). Esta acción (cf. , 1-2) aparece matizada por un comentario del propio evangelista con dos términos de gran importancia en la tradición bíblica: pastor y misericordia:

 --Jesús actúa como buen pastor, conforme a una imagen mesiánica del AT (cf. Núm 27, 17; Jer 23, ; Ez 3, 23) y de textos judíos posteriores (cf. SalSal 17, 0; 1 Henoc 83-90). Él conduce, protege y alimenta al rebaño de los descarriados (ovejas sin pastor), asumiendo una experiencia israelita expresada sobre todo por Sal 23 donde el mismo Dios se muestra pastor que guía y protege a sus fieles, ofreciéndoles mesa o comida de gozo triunfante, que la tradición ha interpretado como plenitud escatológica. Como pastor de Dios, Jesús ofrece palabra y comida a los más necesitados, que están sin protección en Israel o sobre el mundo.

--Jesús se compadece (esplankhnisthê: 6, 3) de los necesitados, como el Dios misericordioso del AT (cf. Ex 3, 6-7; Jon 3, 3). Por encima de la ley, como principio de nueva comunión humana (de iglesia), se ha elevado esta profunda misericordia de Jesús, tanto aquí (y en 8, 2) como en los milagros del leproso y niño enfermo (1, 1; 9, 22). Sólo esa piedad que nace de su entraña (splankhna), superando el egoísmo del pequeño grupo, hace posible el surgimiento de la nueva familia mesiánica. Quería Jesús descansar con los suyos, pero deja que le influyan las necesidades del mundo. Renuncia así al reposo y abre para todos, en pleno campo, las entrañas de su nueva casa mesiánica, en gesto de palabra y pan compartido.

 Pues bien, al principio de la acción de Jesús, como expresión de su misericordia, está la enseñanza, que es el objeto directo del cuidado de Jesús (cf. , 1-3). La comida irá después de la palabra (cf. Mt , ). En ese contexto se dice que les empezó a enseñar muchas cosas (o quizá mejor con insistencia, largo tiempo: didaskein polla, 6, 3), ofreciendo palabra mesiánica a todos y no sólo a uno letrados, a pleno campo, en un lugar desierto (deshabitado). No se aísla y escoge a unos pocos en el monte de la revelación; no necesita casa estrictamente dicha (cf. 3, 13.20). La misma muchedumbre que antes le había buscado a la orilla del mar le sigue y busca ahora a pleno campo, en un lugar desierto, para escuchar su palabra. Allí ofrece Jesús la enseñanza creadora, simiente que debe sembrarse en la tierra (cf. , 3-9), abriendo un camino de plenitud humana. Quizá buscaban otras cosas, pero Jesús empieza regalándoles palabra comprensible, para que no estén perdidos (como ovejas sin pastor), para que nadie pueda manejarles o engañarles.

Segunda acción: la comida (6, 35-). Conforme a una visión normal, que parecen asumir los discípulos, podría ofrecerse de un modo gratuito la palabra, pero luego la comida debería reservarse para un grupo de contados familiares. Eso supondría que debemos ser hermanos en los dogmas, a nivel de ideas que no cuestan, compañeros de teorías. Pero luego, al llegar a la comida, al plano de la mesa, nos hacemos egoístas. Por eso, después que han escuchado y "comulgado" todos de una misma palabra, en la verdad concreta de la vida, definida por los panes y los peces, los discípulos del Cristo deberían separarse, negando así la comunicación antes iniciada. Cada grupo volvería a lo que era, para resolver a su manera los problemas: los que disponen de dinero y pueden comprar comerán; los pobres quedarán sin nada (6, 36). Así piensan los discípulos. Pues bien, en contra de ellos, Jesús vincula palabra y pan compartido.

 Frente a la palabra separada de los escribas que actúan como dueños del mensaje de Dios (hecho enseñanza elitista de unos pocos), Jesús ha ofrecido en el desierto una palabra, dialogada, convertida en pan, por la que pueden vincularse y se vinculan los humanos, conforme a los dos rasgos de ,1-3: palabra sembrada y trigo de la mesa compartida. Sólo de esa forma recibe densidad y encuentra su sentido la unión de los humanos en familia: los que siguen a Jesús comparten la palabra y panes/peces bendecidos.

De esta forma se completa la misión de 6, 6b-13. Antes eran los discípulos del Cristo quienes iban buscando y ofreciendo la palabra sanadora a los necesitados, para quedar así en sus manos, esperando que ellos respondieran abriéndoles la casa. Pero ahora son los otros, los de fuera, los que buscan a Jesús sin provisiones, como ovejas sin pastor, sin pan y sin palabra; escuchan a Jesús, pero no pueden ofrecerle a cambio nada, pues no tienen casa, ni dinero, ni comida. Lógicamente serán los misioneros (de la iglesia) quienes deben invitarles a la mesa, pues han venido preparados para mantenerse un tiempo y tienen bienes (comida) para ello. 

Éste es el momento en que surge la familia mesiánica, a pleno campo, allí donde se unen todos y no sólo los grandes del banquete de Herodes (6, 1-29). Esta es la fraternidad universal, gratificante, que Jesús instaura culminando la historia israelita. No es algo casual, que pasó una sola vez, sino el momento central y permanente de la misión de Jesús en Galilea; este es el lugar y signo al que deben volver los creyentes, tras la pascua (cf. 16, 7).

Conservando un fondo histórico (Jesús ha compartido su comida con la muchedumbre, en zonas abiertas), esta escena se abre en clave pascual y eucarística: sale a nuestro encuentro Jesús resucitado, ofreciendo en (por) la iglesia su signo de palabra y comida que se vuelve sacramento de su reino. Por eso, tanto este pasaje como el que vendrá (8, 1-10), han de interpretarse desde el fonde de la entrega de Jesús, ratificada por su eucaristía (1, 22-25) y expandida de forma misionera por su pascua (16,1-8). Marcos establece así un camino de ida y vuelta: lo que dice aquí culminará en la eucaristía; lo que allí diga nos hará volver a este principio. Sobre este fondo puede ofrecerse una breve teología del pan o comida fundante de la iglesia:

--Es comida para todos (6, 31), en contra del banquete selectivo de los puros (fariseos) o los poderosos (Herodes). Vienen de un modo especial los más necesitados (como ovejas sin pastor, no tienen provisiones: 6, 3.36). Jesús no excluye a nadie sobre el ancho campo de la verde tierra, abriendo espacio universal de comensalidad, vinculada a la palabra escuchada y compartida. No empieza proponiendo un sacramento selectivo para bautizados y limpios (nuevamente puros, bien confesados, separados de los malos) como después exigirá la iglesia en su forma normal de eucaristía. Estamos en un plano antecedente, más valioso, de comunicación abierta, sin limitaciones de pureza, vinculando a todos en la única familia del pan y la palabra.

--Es banquete de comunicación integral. Jesús sabe que no sólo de pan (ni de palaba descarnada) vive el ser humano (cf. Mt , ). Por eso ha vinculado en gesto profético dos signos que son inseparables: mesa y palabra. Sobre la casa del mundo (en desierto) se crea una comunicación universal que transforma a la persona y sociedad. Una palabra que estuviera cerrada en sí sería ideología; un pan que no estuviera fundado en la palabra dialogada no sería comida verdadera ni signo de encuentro personal sino ocasión de "caridad" clasista, para mantener sometidos, distanciados, a los más pequeños.

--Es banquete de panes y peces (6, 38), alimento necesario para la subsistencia, en ámbito cultural mediterráneo. No se dice nada del agua, porque allí (junto al lago) resulta gratuita y abundante para todos. Tampoco hallamos aquí el vino del gozo y las bodas (cf. 2, 22; Jn 2, 1-11) o a la carne de ternera o cordero de la pascua. Vino y carne son lujo costoso, comida de banquete, ajena a la dieta del campo o de los pobres. Pan y pescado forman esa dieta, alimento cotidiano de supervivencia gozosa. Por eso deben distinguirse (para luego vincularse) las multiplicaciones (campo abierto, participación universal, panes y peces) y la eucaristía (casa privada, grupo de iniciados, pan y vino: cf. 1, 22-26). Sólo allí donde se empiezan compartiendo los panes y peces de la necesidad humana adquiere sentido la celebración sacral de la memoria de Jesús con pan y vino.

--No es comida que se compraen plano monetario (6, 36-37). Suele decirse que falta alimento, que no existen bienes de consumo suficientes y se añade luego que resultan necesarios los dineros. Esto implicaría que estamos condenados a la ley de oferta y demanda, del mercado, donde todo se negocia. Así piensan los discípulos del Cristo: (que compren (agorasôsin: 6, 36) quienes puedan! Así se desentienden, añadiendo que para alimentar a todos haría falta muchísimo dinero (unos doscientos denarios: 6, 37). Los representantes de la iglesia asumen así la lógica del capital y el salario, suponiendo que cada uno ha de arreglarse con lo suyo, unos a espaldas de los otros, de forma que algunos puedan comprar, los demás ayunen. A ese nivel no habría multiplicación, sino cambio económico, trueque controlado de bienes egoístas.

--Es comida gratuita. Jesús rompe el esquema monetario, empezando por los miembros de su grupo a quienes dice: Dadles vosotros... ¿Cuántos panes tenéis?... (6, 37-38). Supera así la ley del mercado (comprar) introduciendo en la iglesia el principio de la donación y gratuidad activa (dar). No hay problema de carencia (los bienes resultan suficientes) sino de participación. No se trata de promover la mendicidad o de introducir un sistema de limosna o un plan de caridad en el sentido usual/actual de esa palabra. Jesús suscita un gesto de donación y vida compartida; por eso empieza pidiendo a sus discípulos (iglesia) que pongan en común (regalen y compartan) lo que tienen.

--Es comida cultual, celebrativa. Sólo en este contexto ha utilizado Marcos un lenguaje de celebración. El templo de Jerusalén carece de sentido pues no ofrece alimento: es cueva de pura compraventa de ladrones (cf. 11, 12-26). El verdadero templo, casa de oración, bendición y acción de gracias (cf. 8, 6 y sobre todo 1, 22-25), es el campo abierto donde Jesús bendice a Dios y ofrece (comparte) la comida de los necesitados, por medio de la iglesia. Aquí cobran su sentido la palabras rituales: y tomando lo cinco panes y los dos peces, mirando hacia el Cielo, bendijo y partió lo panes y los dio a los discípulos para que los repartieran... (6, 1). Los sacerdotes bendecían a Dios en un lujoso santuario, sobre el sacrificio elitista y pagado de los animales muertos. Jesús, en cambio, le bendice (eulogêsen: 6, 1) a pleno campo, allí donde los suyos con todos los humanos comparten la comida. De esa forma se vinculan de manera inseparable el culto (mirar al Cielo en eulogía o beraká) y la comunicación económica o fracción del pan. Donde tal culto nace ha terminado el templo, han perdido su función los sacerdotes, ha nacido ya la iglesia: Dios y los humanos se vinculan en bendición sobre el ancho campo donde todos comparten la comida de Jesús.

--Esta es comida pascual y comienzo de la iglesia. Los judíos mantenían el recuerdo del maná, como alimento sagrado en el principio de su historia: Dios mismo les había sostenido en los cuarenta años de desierto. Ahora, en este descampado (cf. 6, 32) del comienzo eclesial, sobre la hierba verde (6, 39) del nuevo nacimiento, Jesús ofrece a quienes llegan un banquete de abundancia que es don de Dios y contraseña de la nueva comunidad mesiánica. Los judíos tienen pueblo, templo y ritos (normas de comida, circuncisión), los romanos administradores judiciales y soldados que mantienen el orden militar. Pues bien, los discípulos de Jesús sólo tienen como propio este signo de comida compartida que es su ley, su poder y sacramento. No necesitan templos para bendecir, ni cultos sacrales para descubrir la grandeza de Dios, ni ejércitos ni bienes económicos (denarios). Poseen el valor más elevado: la comida que comparten de modo gratuito con todos los que vienen, sobre el ancho campo, en bendición sagrada.

--Esta es comida que vincula a Jesús y sus discípulos.Jesús ha ofrecido la palabra, regalando su riqueza a los que viven y mueren desprovistos de riqueza, a los que vagan perdidos sobre el mundo, como ovejas sin entendimiento. Por su parte, los discípulos deben ofrecer los panes y peces de su grupo (vienen preparados como indica 6, 31), compartiendo su comida y casa con los pobres. Jesús quiso hacerles pescadores de humanos (1, 16-20), enviándoles para curar y expulsar demonios (cf. 3, 13-19; 6, 7-13). Pues bien, ahora les hace (si vale la ironía) repartidores de panes y pescado. Esta es su mayor autoridad, esta su tarea: ofrecer lo propio, organizar los grupos de comida, servir de criados a los otros en el campo (6, 39-2).

--Esta comida que vincula a los discípulos con todos los humanos. Seguimos encontrando los dos grupos de 3, 7-31 y , 1-3, aunque en sentido inverso. Antes se empezaba por la muchedumbre para llegar a los discípulos, que eran grupo privilegiado, en torno a Jesús, capaz de comprender las parábolas. Ahora el grupo pequeño (discípulos) tiene que ponerse al servicio de la muchedumbre, ofreciendo sus panes para todos y además sirviéndoles en gesto que funda y ratifica el surgimiento de la nueva comunidad, en torno a la mesa del pan y la palabra. Sólo así consiguen que la multitud de los que buscan a Jesús y tienen hambre (unos cinco mil: 6, ) puedan convertirse en verdadera iglesia. Para ello, los discípulos reúnen a la multitud sobre la hierba verde, bajo el ancho cielo, en grupos de cincuenta o cien (6, 39-0), symposia, symposia (de symposion, banquete), en grupos de diálogo y comida compartida. Les reúnen prasia, prasia, en corros de comunicación humana, como pétalos de flor en primavera (cf. peri auton de 3, 32.3). La muchedumbre se convierte así en comunidades donde todos pueden conocerse, compartir la mesa y dialogar desde el reino.

--Esta es finalmente comida de abundancia, marcada por la saciedad de los presentes y lacantidad de sobras, recogidas simbólicamente en doce cestos, signo de las doce tribus de Israel a las que Jesús promete y entrega el pan mesiánico (6, 2-3). A través de sus discípulos, Jesús ofrece comida a los que vienen, como signo y anticipo de todo Israel,  de manera que ellos participan de esta experiencia de pascua cristiana (los cinco mil de 6,  han de ponerse en relación con los quinientos de 1 Cor 15, 6). De esa forma invierte la tendencia normal de los humanos, empeñados en lograr la posesión egoísta de bienes, en círculos de agresión y respuesta violenta. Jesús no tiene que crear externamente nada nuevo, no trae maná del cielo, no espera codornices milagrosas sobre el campamento de los nuevos israelitas (cf. Ex 16). Lo que él suscita por su entrega pascual es más grande: hace posible esa liturgia de los discípulos que ofrecen su comida a los que llegan, compartiéndola con ellos. Así crea la iglesia.

 Precisamente aquí, sobre el campo abierto, en el lugar donde los suyos traducen la palabra común en pan de vida gratuita y compartida, puede surgir la nueva humanidad, en grupos de cien o cincuenta personas (cf. 6, 0), que son las unidades eclesiales básicas de conversación y comida fraterna. En el primer éxodo ofreció Dios codornices y maná, por medio de Moisés, para el pueblo israelita, en el desierto. En este nuevo éxodo ofrece Jesús panes y peces de solidaridad a los que vienen, que, según el texto son cinco mil “hombres” (andres, 6, ).

Estamos en el centro del proyecto evangélico. Los panes y peces compartidos (que Mc 8,1-10 volverá a presentar en un contexto universal) son signo espejo donde viene a condensarse y encuentra su sentido el evangelio, centrado en la experiencia de comunicación que es la iglesia o comunidad mesiánica, que Jesús edifica en pleno campo, en apertura a todos, sin estructuras sagradas especiales.

Basta para ello su palabra, basta que algunos quieran compartir los panes y peces en su nombre. De esa forma instituye su fiesta de plegaria, bendiciendo a Dios allí donde los suyos comparten la comida (6, 1). Éste es el momento esencial de su liturgia, es decir, de su creación de Iglesia. Por ahora, en este contexto, él no necesita subir como peregrino a Jerusalén, no le hace falta la pascua judía, ni el templo de Salomón, ni la maravilla de los viejos y nuevos santuarios de la tierra. Su templo es la misma comunión de hombres y mujeres que escuchan, se sientan y comparten el pan sobre el campo. Esta es su verdad, el lugar de su comunidad, formada por “cinco mil hombres”, con doce cestas sobrantes de comida, para las doce tribus de Israel.

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