"La escuela se ha vuelto un campo de batalla" Pin parental, pin social. La batalla de la escuela
"El asunto se ha convertido en campo de batalla en cortes y escuelas, entre los intereses de unos grupos y otros, de unos padres y otros, dentro de una sociedad como la española que tiene el compromiso de educar a todos los niños y adolescentes en libertad, igualdad, justicia y valores humanos"
"Se trata de saber si la escuela es una sucursal de los padres o si tiene su propia identidad"
El tema en sí parece inocente: Se trata de que los padres colaboren con los centros educativos en la forma y los medios para la formación verdadera de sus hijos. Pero, como sabe el lector hispano, el asunto se ha convertido en campo de batalla en cortes y escuelas, entre los intereses de unos grupos y otros, de unos padres y otros, dentro de una sociedad como la española que tiene el compromiso de educar a todos los niños y adolescentes en libertad, igualdad, justicia y valores humanos.
Se trata de saber quiénes tienen la prioridad en la educación escolar (no personal, infantil) de los niños; si los padres... o la sociedad, o si los padres y sociedad, en equilibrio y armonía dialogal.
a) Se trata de saber si la escuela es una sucursal de los padres, que quieren trazar y definir un tipo de educación para sus hijos, en una línea fijada de antemano por ellos... o si los padres han de aceptar que sus hijos reciban una educación fijada por el Estado y abierta a las diversas formas de cultura y vida de la sociedad.
b) Se trata de saber si la escuela tiene su propia identidad, de manera que puede y debe ofrecer a los niños y adolescentes no sólo un conocimiento de puros temas académicos, o si debe también educar en el conocimiento de valores personales y sociales... que no son sólo los que quieren un tipo de padres, sino los que expresan y definen la pluralidad social y cultural del país.
c) La escuela se ha convertido en un campo de batalla. No olvidemos que a Sócrates, gran educador, le condenaron a muerte en Atenas porque decían algunos "tiranos" que malformaba a la juventud... A Jesús de Nazaret también le condenaron en Jerusalén sacerdotes y soldados porque decían otros que iba enseñando cosas contrarias al Templo y al Pretorio.
También hoy en España (y en el mundo, desde USA a China) la escuela se ha vuelto campo de batalla y una muestra de ello es el problema de pin parental, que puede verse en unión con un tipo de pin social de tipo político, que puede ser contrario a la verdadera educación en plano de diálogo, justicia e igualdad.
Comprenderé el lector que no quiero terciar en el tema puramente académico y político. Pero algo he pensado y escrito, desde una perspectiva cristiana, y quizá algunos lectores pueden agradecer mi opinión, desde una perspectiva de educación cristiana, tal como la he desarrollado en Jesús educador, Khaf, Madrid 2016, 231-248. Buen día a todos.
A quiénes y cómo educar.
Pasamos así de la escuela de Jesús (de dos en dos, alimentando) a las escuelas cristianas actuales, como espacios de seguimiento de Jesús, para indicar cuál puede ser su tarea, retomando motivos de Juan Pablo II, Redemptoris Missio (1990), que vincula educación y misión, diciendo que los nuevos enviados-educadores de Jesús han de ofrecer una palabra de maduración, sanación y dignidad en las nuevas fronteras geográficas y sociales; han de ser creyentes dispuestos a poner su vida al servicio de la vida de los otros, no para imponer un tipo de cultura, sino para ofrecerles un ideal y camino más hondo de existencia.
Juan Pablo II insistía en la necesidad de educar en las fronteras sociales, que existían también antiguamente, aunque éramos menos conscientes de ellas, pensando que ellas existían por voluntad de Dios, que había hecho a unos más ricos y a otros pobres, a unos superiores y a otros inferiores. Pues bien, el Papa dijo que la verdadera evangelización y educación resulta inseparable de la liberación humana, en sentido personal y social, evocando sobre todo el sufrimiento de las grandes ciudades, con grupos cada vez mayores de emigrados y exiliados, de pobres y excluidos con quienes ha de compartirse la educación cristiana. "El anuncio de Cristo y del Reino de Dios debe llegar a ser instrumento de rescate humano para estas poblaciones" (Ibid 37, b).
Educar implica abrir camino de comunión para todos, a fin de que niños y jóvenes (y todos) puedan hallar espacios y estímulos de vida humana. Ésta ha de ser una educación para la universalidad, en gesto de diálogo entre todos los hombres y mujeres, siendo, al mismo tiempo, una educación en la diversidad, respetando la identidad social y cultural de cada pueblo. En otro tiempo, la educación pudo expandirse conforme al modelo de la cultura dominante de occidente, que parecía sin más buena y necesaria. Pero hemos visto que ese modelo ha tenido elementos de opresión, al servicio del triunfo económico y ventaja los privilegiados del sistema. Por eso, la educación cristiana ha de ser por una parte justa y por otra ha de aceptar las diversas culturas, poniéndose de hecho, en realidad, al servicio de todos los hombres y mujeres, empezando por los más necesitados. Desde ese fondo deben indicarse sus destinatarios.
Se ha de empezar educando a los no que pueden recibir ninguna otra educación.Se trata de ofrecer palabra y medio de maduración humana en lugares donde no llega (o no es capaz de entrar con eficacia) la escuela convencional, de manera que muchos niños y jóvenes quedan al margen del proceso y de los medios del conocimiento, en un momento en que el primer capital de un hombre o de una mujer es su educación.
Se trata de enseñar al que no sabe, conforme a la primera de las obras de misericordia espiritual que comentaré más tarde. Ésta es, pues, una educación dirigida a los marginados, que están fuera de los circuitos culturales dominantes, sin palabra propia ni medios para acogerla, no sólo en África, Asía o América del Sur, sino en los lugares donde crece el fracaso y abandono escolar en el primer mundo, por cuestiones de cruce racial (emigración), ruptura familiar o de pobreza.
Hay que educar, en segundo lugar, insistiendo los valores humanos que son los del diálogo y la libertad, los de la igualdad entre todos y la justicia social. Es importante la excelencia académica, pero mucho más importantes son los valores de la excelencia personal, como ha sabido Jesús, educando a los hombres y mujeres de su tiempo en una línea de Reino (gratuidad, comunión, justicia), a fin de que todos maduren como personas, en respeto yen gozo compartido, en libertad individual y apertura a todos. Son en fin básicos los valores de la excelencia social, que se expresan en la solidaridad de todos, en el diálogo de todos, en conocimiento y maduración afectiva, en respecto a los diversidad cultural, afectiva y social, sin que ningún grupo de presión pueda imponer sus valores a otros.
‒ Eso supone oponerse a un tipo de escuela dominante,donde sólo se enseña para la “excelencia”, entendida como triunfo de los más dotados (o de los que pertenecen a ciertos grupos culturales, políticos o sociales). En un sentido extenso, el mundo occidental (capitalista) educa para el sistema (como en tiempo de Jesús educaba para el templo o el imperio), de manera que su escuela va en contra de la dignidad del hombre, de manera que cuanto más enseña educa menos en línea humana y cristiana.
‒ Esta escuela ha de subir contra-corriente, y sus educadores astutos como serpientes (para que el sistema no les manipule) y sencillos como palomas, desde la raíz del Evangelio (Mt 10, 16). Ellos han de conocer el mundo, pero superando sus valores dominantes, poniéndose al servicio del hombre en cuanto tal (no del sistema), porque cada ser humano es portador de salvación, cambiando las estructuras sociales inhumanas.
En esa línea, puede existir y destacarse también una educación básicamente cristiana, en sentido incluso confesional, pero ella sólo puede dirigirse a quienes así lo quieran (ellos mismos, o sus padres, si es que son menores). La escuela pública (dentro de un sistema escolar abierto en principio a todos) no es, en principio, un espacio para la catequesis (vinculada a la parroquia o a otro tipo de comunidades cristianas), pero puede y debe presentarse como lugar de siembra de humanidad, en línea de evangelio (de forma que sólo aquellos que lo quieran podrán recibir una iniciación específicamente cristiana, que sólo tiene sentido en ámbito de Iglesia):
‒ No se tratará de educar directamente para la Iglesia, aunque es normal que muchos que estudian en colegios o instituciones de Iglesia formen parte activa de ella, y estén comprometidos en la línea del mensaje de Jesús. Se tratará más bien de educar en los valores de evangelio: en gratuidad, libertad y justicia.
‒ Pero al educar para la humanidad, ella puede entenderse en el fondo como una pre-catequesis, como proceso de maduración en línea de evangelio. Ésta fue la educación que Jesús impartió a sus discípulos, como he destacado en la segunda y tercera parte de este libro, y de ella trataré al final de su quinta parte. El futuro de la Iglesia depende de la capacidad que ella tenga de formar verdaderos maestros cristianos.
Un proyecto de escuela cristiana. Ver, juzgar y actuar.
Los elementos anteriores (educar a quien no puede, en humanidad, con base evangélica…) son inseparables, y a partir de ellos debemos retomar el impulso de Jesús, sabiendo hacia qué meta queremos ir avanzando, qué humanidad hemos de ir creando. No hay una meta fijada de antemano, sino un camino con Jesús, adaptando, ajustando, recreando su proyecto.
En otros momentos parecía bastar la educación sin más, de manera acrítica. Ahora debemos insistir en el criterio educativo, siguiendo el esquema: ver, juzgar y actuar.
a. Se educar para ver y escuchar,
no para transmitir conocimientos en abstracto, sino para que los hombres y mujeres puedan abrir los ojos, viendo por sí mismos, como quiso Jesús. Los conocimientos no son “inocentes”, y no es lo mismo transmitir y destacar unos saberes que otros, de una forma y otra. Por eso debemos enseñar a mirar y a escuchar, insistiendo más en la forma de saber que en los mismos saberes objetivos (que podrían almacenarse en una memoria externa)
El primer capital humano, la primera riqueza, es el conocimiento, en sus mil diversas formas, por la alegría de saber y las posibilidades que ofrece, no sólo para hacer (producir, enriquecernos), sino para vivir mejor y así comunicarnos. Antiguamente había saberes de tradición, vinculados al aprendizaje directo de la vida, sin alfabetización escolar, de manera que sólo algunos especialistas necesitaban leer bien y escribir, pues las funciones de agricultura, caza y pesca, con la administración de la casa, no lo requerían. Pero en los últimos tiempos ha cambiado el tipo de saber, de forma que los analfabetos acaban siendo incultos, pues no tienen acceso a multitud de conocimientos. Pero más que esos conocimientos de libro o de PC importa el modo de entenderlos.
En otro tiempo, educar para ver era casi educar para leer, de manera que la primera escuela se centraba en el conocimiento de la lengua, no sólo en su forma oral (saber oír), sino en sus manifestaciones escritas. Esto ha ofrecido, sin duda, una inmensa ventaja, pero incluye también riesgos, pues a veces puede olvidarse o quedar en un segundo plano el conocimiento directo de la naturaleza, el cultivo de las relaciones personales y, sobre todo, la visión crítica de lo leído/sabido, y más en este tiempo de paso de la galaxia escrita (Gutenberg, libro impreso: siglo XV), a la galaxia informática, marcada por los diversos media de tipo electrónico, visual y auditivo, que pueden ponernos en contacto inmediato con miles y millones de conocimientos y personas. Nace de esa forma una cultura donde el que ignora los medios se vuelve en un sentido analfabeto; pero también es quizá analfabeto (y quizá mucho más) aquel que no puede situarse críticamente ante esos medios.
El paso de la Galaxia Gutenberg a la de Google o Facebook tiene grandes ventajas, pero también riesgos, pues nos puede situar pasivamente ante la realidad, sin capacidad de ver y escuchar por nosotros mismos y sin contacto personal con otros, de manera que podemos ser sólo sabios virtuales. El tema es complejo y no pueden darse respuestas generales, pero es evidente que en este contexto la Iglesia cristiana ha de insistir en una educación para el encuentro personal, al servicio de los valores de la vida, es decir de la comunión interhumana.
Ciertamente, hay una mirada ingenua, como la del niño que abre los ojos y se admira y emociona ante cosas y personas. Pero ella se puede luego torcer de un modo selectivo y/o interesado al servicio de los poderes dominantes (con los mass-media), o las opciones egoístas, en el puro nivel de los deseos inmediatos. Los educadores (maestros) han de ser especialistas capaces de ayudar y acompañar a otros, no para imponerles un tipo de lectura de la realidad o de la historia, la propia o ajena, sino para abrirles a nuevos espacios y caminos de conocimiento, a fin de que ellos puedan mirar y ver, sin cerrarse, de un modo pasivo, en lo que otros les digan, sino viendo y escuchando en comunión, para verse y escucharse al fin unos a otros, en verdad, como personas.
Más que de saber cosas se trata de saber mirarlas y pensarlas. En este contexto se ha dicho que una imagen vale más que mil palabras, y en un sentido es cierto; pero hay que indicar de qué imagen se trata y de cómo situarse ante ella, pues algunas matan y/o mienten, no sólo en el campo de la pornografía, sino en otros, empezando por un tipo de publicidad, convertida en arte de mentir de una manera interesada. En esa línea corremos el riesgo de volvernos observadores pasivos, ante unas pantallas de televisión o mas-media viendo aquello que otros quieren que veamos.
Por eso, la escuela ha de enseñarnos a ver como veía Jesús de Nazaret, descubriendo los valores y necesidades de los hombres y mujeres, ante la llegada de la nueva humanidad. El buen maestroeduca para ver y escuchar, no sólo en un plano de teoría, sino de comunión afectiva y comprometida al servicio de la justicia y la misericordia.
Se educa para juzgar.
No hay visión ni escucha pura, sin un tipo de discernimiento, esto es de juicio, en el sentido de conocimiento responsable, no de imposición sobre los otros (cf. Mt 7, 1-3). Juzgar significa interpretar el mundo de un modo consciente, sin dejarnos engañar por un tipo de mentira, que Gen 3 ha condensado en la serpiente del principio, que invierte y pervierte el sentido de la “manzana” del paraíso. Se trata de mirar y desear sin que nos engañen. Es educar para discernir y distinguir de manera positiva (cf. Dt 30, 15: Pongo ante ti el bien y el mal, la vida y la muerte, escoge). Se trata de situar a los niños y a los jóvenes ante la gran decisión, sabiendo que ellos deben escoger, entre el bien y el mal, entre la vida y la muerte, no sólo en particular, sino para todo el pueblo, es decir, para la humanidad.
Como sabía la Biblia desde el Deuteronomio (hacia el año 600-500 a.C.) y como ratificó Jesús al anunciar el juicio de Dios, la verdadera educación sitúa a los oyentes ante el camino de la vida, pero indicándoles también el riesgo de muerte en que se encuentran, pues el conocimiento, que en sí mismo es bueno, puede convertirse en un saber de muerte: para destrucción del planeta (anti-ecología), lucha de unos contra otros (ciencia de guerra) e imposición de los fuertes sobre los más débiles (con esclavitud de algunos…). Por eso, la verdadera educación ha de implicar un discernimiento positivo, para distinguir conocimientos mejores y peores, buenos y malos.
En la actualidad, parte del gran conocimiento técnico se organiza como ciencia para la guerra, es decir, para la destrucción, con armas cada vez más mortales; pues bien, en contra de eso, el profetas Isaías había prometido (Is, 2, 2-4) que “los hombres no se adiestrarían ya más para la guerra”, es decir, para la lucha de unos otros, sino sólo para la paz. Entre las “ciencias” de muerte se encuentra ahora la droga y con ella otros tipos de violencia interhumana. Nos hallamos pues ante un tipo de conocimiento que puede destruirse destruirnos, pues siendo finitos y pequeños, tenemos un poder casi “infinito” de negarnos a nosotros mismos, es decir, de matarnos, no sólo como individuos concretos (a través del suicidio), sino como especie humana. Somos la primera generación de hombres y mujeres que saben y tienen un poder de destrucción total, no sólo a través de una guerra atómica, sino también contaminando destruyen los medios de vida de la naturaleza (clima, recursos…). Por eso es necesario aprender a juzgar, a interpretar la realidad:
‒ Comprender los mecanismos que llevan a la ruina del mundo y de la vida humana, y no dejarnos engañar por ellos, no conocer las cosas de oídas, ni por visión externa, sino por contacto real con los problemas, en un mundo que se ha vuelto muy complejo, problemático, arriesgado.
‒ Comprometerse al servicio de la vida, sabiendo que la justicia bíblica lleva a liberar a los oprimidos, salvar a los pobres. No se trata de mantener una forma de justicia envenenada al servicio del poder establecido, sino de comprometerse a favor de la acción liberadora de Dios, al servicio de todos, y en especial de los más débiles.
Enseñar a pensar en libertad, al servicio de la vida, ése es el sentido de la educación cristiana, tal como han querido ejercerla generaciones de maestros, desde una perspectiva de humanidad y de evangelio, superando los dogmatismos de un lado y de otro. Más que conocimientos cerrados en sí, los educadores cristianos han de ofrecer unos medios y caminos para pensar en libertad y diálogo, sin dejarse dominar por el sistema.
La educación está al servicio de la acción,
es decir, de la maduración en amor de los hombres y mujeres, pues la mejor práctica es la que nace de una buena teoría, entendida en forma de conocimiento operativo. Sin duda, en un sentido, se puede afirmar que el ser es antes que hacer, pero sin un tipo de hacer no existe ser, pues el verdadero ser humano ha de actuar y hacerse a sí mismo en amor. Por eso, la escuela ha de poner a los educandos ante la tarea de ser haciéndose a sí mismos, en comunión con otros.
En esa línea hablamos de una educación para actuar, es decir, para aprender a hacerse, siendo cada uno en libertar, con y ante los otros. El verdadero educador no manipula, ni enseña de manera impositiva, adueñándose de la voluntad de los alumnos, para imponerles un tipo de conducta, sino que les impulsa a ser y hacerse a sí mismos, de forma que ellos mismos escojan, actúen y sean. El maestronoes un teorizador que traza planes desde fuera, sino que él mismo ha de elevarse como referencia concreta de conocimiento y compromiso al servicio de la vida. No impone un camino, ni dice a los alumnos lo que han de estudiar, ni la forma concreta en que deben comportarse, pero les muestra con su ejemplo lo que significa estar comprometidos al servicio de la vida.
En esa línea, el maestro cristiano ha de actuar como buen entrenador, o al coach laboral, como hoy se dice, pero añadiendo que él ha optado (debe optar) por la vida y transmitir a sus discípulos las claves de su opción, no para que sean como es él, sino para que ellos también opten libremente. El buen estudiante no es un eterno aprendiz que sólo se ocupa de prepararse, sino un hombre o mujer que entra de un modo consciente en la marcha de la vida, con valentía pero sin temeridad, con gozo pero sin frivolidad, al servicio de los demás y, en especial, de los excluidos del sistema. Entendida así, la escuela no es un consultorio psicológico, sino un espacio y tiempo de aprendizaje, donde se ofrecen estímulos para el conocimiento y la opción a favor de la vida es decir, de los demás.
Por eso, el maestro ha de ser un pedagogo, es decir, alguien que orienta y dirige a otros, pero sin apoderarse de ellos ni llevarles a la fuerza, desde fuera, por un único camino, sino capacitándoles para que disciernan, escojan su meta y se comprometan a tender a ella. No es un puro consultor, pero puede y debe aconsejar y animar, siendo alguien que ayuda y acompaña a los demás, para que aprendan a emplear mejor sus medios, mentes y cuerpos, su conciencia, para ser personas. Como he dicho, no ofrece sin más instrucciones objetivas, sino que introduce a los alumnos en el conocimiento personal de la vida, de forma que cada uno responda y actúe de un modo personal, en apertura a los demás. No se trata, pues, de aumentar el caudal de conocimientos puros, archivados en la mente como en una memoria electrónica, sino de introducirse en el conocimiento personal de la verdad, en aquella memoria viva que recoge y potencia el sentido de la humanidad, recreando la hondura del propio ser, para conocer, querer y actuar, en comunión con los demás.
Lugares, momentos.
La educación empieza en el ámbito familiar, y se expande a través de un largo proceso de surgimiento y maduración, que actualmente (al menos en el mundo occidental) se expresa de manera específica en la escuela, como institución especializada. En todo lo que sigue doy por supuesta la función de la familia, de manera que me centro en el ámbito escolar, tomado de manera extensa, dentro de la Iglesia. Entiendo así la educación (de un modo directo o indirecto) como presencia y mediación de Dios, que nos hace personas haciendo que nosotros nos hagamos.
Aquí insisto en el aspecto religioso (cristiano) del tema, suponiendo que la religión (y más en concreto el cristianismo) no es algo que pueda imponerse (y menos sobre niños), sino que debe ofrecerse en libertad. Pues bien, en esa línea, en contra de los que han pensado que es mejor no hablar a los niños de religión (o de una en particular) para que al hacerse adultos, ellos mismos acepten y cultiven aquella que más quieran, es bueno y conveniente ofrecer la (una) religión, desde la niñez y juventud, no para imponerla, sino para abrir y potenciar desde ella caminos de experiencia personal (incluso para negar la misma religión). Una educación religiosa impuesta no sería religiosa; pero una educación que impidiera el despliegue de lo religioso no sería humana, en sentido personal.
Como vengo indicando, el hombre nace por generación personal (más que biológica), por el ejemplo y palabra de otros, dentro de un gran útero social (más que materno), de manera que para hacerse a sí mismo cada uno ha de “dejar hacerse” (que le hagan), recibiendo testimonios, estímulos y contenidos que provienen de otros, en especial de los maestros, La educación no es algo añadido, sino que forma parte del mismo ser humano, y así lo indicaré evocando, en perspectiva occidental, cinco espacios escolares (suponiendo siempre la función previa de padres o tutores):
Jardines de infancia.El semillero/seminario donde ha surgido y empieza a florecer la vida humana seguirá siendo la pequeña familia (madre, padres…), pero siempre se ha dado otra más extensa (tribu, pueblo) que ofrece tiempo y espacio de vida (alimento, cobijo, lenguaje y ejemplo, tarea y meta…) a los seres humano. Pues bien, esa situación ha cambiado. Con la reducción de la familia (que tiende a cerrarse en padres e hijos) y las nuevas exigencias laborales (que mantienen a los padres fuera de la casa), y con la decadencia de la “tribu” o de sus equivalentes, se han vuelto muy útiles (casi necesarios) unos jardines de infancia (Kindergarten), no sólo para niños con padres que se ocupan de ellos, pero sobre todo para aquellos que no los tengan, de forma que así vincularse con otros niños, aprender y crecer, bajo el cuidado de educadores especializados.
En algunas tribus y estados (Esparta, República Platónica) los niños varones eran arrancados pronto de la casa familiar y quedaban bajo el cuidado y formación de la sociedad que les educaba según sus intereses (como han querido algunas sociedades comunistas). Actualmente están surgiendo fórmulas mixtas de educación, guarderías de tipo más familiar, de propiedad estatal o privada, según los modelos de cada entorno, para que los niños reciban su primera socialización ampliada. En este contexto se situaba la exigencia cristiana de Mc 9, 11-12; 10, 33-37 donde se suponía que la Iglesia en su conjunto ha de acoger y cuidar a los niños (cf. cap. 2), convirtiéndose en familia para ellos.
Calle, barrio, pueblo. Hasta hace poco han sido (y en muchos lugares son aún) espacios educativos esenciales, sobre todo en sociedades donde las casas estaban abiertas, en contacto con el patio común, la vecindad y el pueblo, de forma que los niños aprendían a comportarse y se socializaban allí con otros niños, bajo el cuidado y ayuda de mayores atentos. Este espacio sigue siendo básico para la educación, sobre todo en los países del tercer mundo, pero en la nueva sociedad moderna, sobre todo en las grandes ciudades impersonales, ha perdido parte de su importancia.
Las casas de muchos países “desarrollados”, tienden a cerrarse, los niños son pocos y no pueden salir al exterior, y los padres evitan su contacto con la calle, que aparece como espacio peligroso. Éste es uno de los mayores cambios (y problemas) en el campo de la educación, tanto en un tipo de tercer mundo (con meninos da rúa, niños de la calle), como en el primero (niños solitarios, tribus urbanas de adolescentes), y no sabemos bien las consecuencias que ello tendrá para el futuro. Pues bien, en una situación como ésa, se vuelve necesaria no sólo la escuela de infancia, sino otro tipo de presencia de la iglesia (de los cristianos), como en el caso de Jesús y sus primeros seguidores, que en un sentido fueron educadores de calle. Una Iglesia convertida en buena institución, resguardada en sus propios edificios y funciones, sin ocuparse del mundo real donde crecen y malviven muchos niños y adolescentes ha perdido el instinto de Jesús, su ideal de Reino.
Escuela pública. En otro tiempo, la mayoría de los niños aprendían en casa, en la calle, y, sobre todo, en el trabajo con sus padres, pues el Estado no realizaba una función sensible en este campo, aunque había instituciones educativas (con universidades) amparadas de algún modo por los poderes públicos. Pues bien, ese tiempo ha pasado, de forma que en el mundo occidental, en los últimos decenios, el espacio educativo por excelencia ha venido a ser la escuela (de sjolé, ocio educativo) para todos. El nuevo Estado Social, que quiere y debe garantizar la educación de todos, ha instituido la escuela obligatoria, que ofrece, espacio y tiempo de formación obligatoria universal, de un modo directo o por escuelas concertadas.
En otro tiempo (como todavía en los países musulmanes) algunos estados de nuestro entorno mantenían una educación confesional, de manera que todos los niños debían formarse en un tipo de nacional-cristianismo. Pero en general la escuela (bajo control del Estado) se ha separado de la Iglesia. Ciertamente, el Estado puede (y quizá debe) mantener una asignatura escolar de religión, pero no como catequesis (a no ser para familias que lo quieran), y en esa línea, el Estado ha tendido a suprimir la religión de la escuela, o se limita a ofrecer una educación general de tipo histórico, sin proponer ninguna religión determinada. Esta situación en sí no es mala, pues Jesús no buscó una educación confesional cristiana, sino humana; él no formó (no curó, no enseñó) a jóvenes y mayores para una iglesia determinada, sino para una humanidad mesiánica, es decir, reconciliada, y eso deberían hacerlo todas las escuelas (y en especial los maestros que enseñan en escuelas del Estado).
Espacios educativos especiales. Muchas comunidades religiosas o iglesias abren espacios educativos propios, no sólo a través de las propias escuelas, sino también por la catequesis y la presencia/asistencia social. En esa línea puede hablarse, en primer lugar, de escuelas de orientación cristiana (de diócesis, parroquias o congregaciones religiosas), que por un lado imparten todo el currículo de enseñanzas oficiales y, por otro, ofrecen una orientación de tipo humanista, con una posible asignatura especial de religión, que abre horizontes para niños y jóvenes, en línea de ofrecimiento (no de obligación).
Esas escuelas establecen caminos de formación más específicamente religiosa, y han de estar siempre en contacto directo con la vida cristiana del entorno (grupos de padres, comunidades creyentes). En esa línea, la educación religiosa puede seguir vinculada a la escuela, pero sin abandonar el lugar donde ha de estar, que es el conjunto de la vida social, con sus diversas facetas y elementos. En otros tiempos, en países de tradición católica, las únicas escuelas especiales eran de tipo cristiano, pero ahora, con la nueva economía de tipo neo-capitalista, están surgiendo instituciones educativas (sobre todo universitarias) entendidas como inversión rentable al servicio del sistema. En general, ellas tienden a ser “elitistas”, y se dirigen a una franja de familias que pueden “costear” la formación más alta de sus hijos, con los valores y riesgos que ello implica de posible clasismo y separación social.
Parroquia y catequesis.Como he dicho, el lugar central de la educación cristiana sigue siendo la comunidad de creyentes, centrada de forma preferente en la parroquia, entendida como institución celebrativa, de encuentro y servicio social de creyentes, con elementos de posible catequesis. Ciertamente, la parroquia educa, pero ella puede y debe hacerlo a través de otras instituciones, sean o no confesionalmente cristianas. En este campo no se pueden dictar normas generales, pues los casos son distintos, pero el ideal sería que las escuelas de orientación cristiana, aun teniendo cierta autonomía (con su propia identidad), colaboraran de forma intensa con las parroquias, pues las escuelas no educan a niños y jóvenes para ellas mismas, sino para las comunidades más amplia y para la iglesia (o sociedad) en su conjunto.
En esa línea, es normal que las parroquias (o la diócesis) promuevan momentos de encuentro y diálogo con las escuelas cristianas del entorno, procurando que la Palabra se escuche y fructifique en forma de comunión cristiana. En esa línea, cada parroquia ha de ser educadora de humanidad mesiánica intensa, pero no proselitista, en una línea doble. (a) Hacia dentro, como enseñanza y catequesis, de manera que todos los cristianos puedan tener acceso a la Palabra (Escritura) para entender y practicar la fe. (b) Hacia fuera, como testimonio de la presencia y vida de Jesús. Es importante que se anuncie y se exponga así, con palabra y vida, la totalidad del misterio de Cristo.
Entendidas así, parroquia y escuela no enseñan para triunfar en el campo laboral, sino para formar personas, que puedan crecer en madurez, incluso en los límites de la vida. La escuela cristiana no es una simple terapia, pero ella quiere educar incluso allí donde parece que no puede educarse.