A todos los trabajados y cansados. La felicidad de Jesús Pikaza: "Jesús no fue un profesional de la religión"
Ésta fue su misión: Que hombres y mujeres pudieran ser felices, a pesar de cansancio, hambre y pobreza, en mutuo amor, en gozo esperanzado. Por eso comenzó su misión diciendo: Venid conmigo todos los trabajados y cansados, felices vosotros... (Mt 11, 28-30; Lc 6, 20).
A pesar de ellos, muchos han criticado al cristianismo no sólo por injusto (Marx), neurótico (Freud) o retrógrado (Comte), sino por enemigo de la felicidad, como puso de relieve F. Nietzsche, Así habló Zaratustra (1883, cf. cap. Los sacerdotes): ¡Contemplad las tiendas que esos sacerdotes se han construido! Iglesias llaman ellos a sus cavernas de dulzona fragancia… ¡Oh, esa luz falsa, ese aire que huele a moho!... Ellos llamaron Dios a lo que les contradecía y causaba dolor… ¡Y no supieron amar a su Dios de otro modo que clavando al hombre en la cruz! Mejores canciones tendrían que cantarme para que yo aprendiese a creer en su redentor.
En contra de eso, sobre la felicidad de Jesús hablaré esté fin de semana en el Cites, Ávila, en un curso presencial y on line.
En contra de eso, sobre la felicidad de Jesús hablaré esté fin de semana en el Cites, Ávila, en un curso presencial y on line.
No fue profesional de la religión[1]:, como los sacerdotes de Jerusalén o los rabinos, sino un hombre del campo, heredero de las tradiciones populares; y en ese contexto, desde el fondo de un mundo cambiante (lleno de contradicciones) pudo trazar un camino de humanidad reconciliada por la felicidad[2].
Bautismo de felicidad: En ti me he complacido[3]:
Y sucedió en aquellos días que llegó Jesús desde Nazaret de Galilea y fue bautizado por Juan en el Jordán. En cuanto salió del agua vio los cielos rasgados y al Espíritu descendiendo sobre él como paloma. Se oyó entonces una voz desde los cielos: Tú eres mi Hijo Querido, en ti me he complacido (Mc 1, 9‒11; cf. Lc 3, 21‒22)
Ésta fue la revelación iniciática de Jesús, una experiencia de felicidad y misión que transformó y marcó su vida, tras haber recibido el bautismo que Juan impartía a los penitentes que venían a “confesar sus pecados”, para vivir de esa manera arrepentidos.
El protagonista de la escena es Dios llamando a Jesús, declarándole su Hijo y añadiendo que en el se ha complacido (esto es, que Jesús le ha complacido). Según la Biblia, en otro tiempo, Dios había ido ofreciendo su palabra y asistencia a ciertos hombres y mujeres, para que recorrieran un tramo de vida arrepentidos, penitentes. Pero a Jesús le dijo:: ¡Tú eres mi Hijo, en ti me he complacido!
Esto que Dios dijo a Jesús lo dice a todos y cada uno de los hombres: “Tú eres mi Hijo querido, en ti me he complacido”: En ti (en vosotros) tengo mi felicidad. Este es el Dios que mira y mirando crea, a través de su felicidad, diciendo que los hombres no son simplemente buenos sino muy queridos, destinatarios y portadores de su felicidad. Por eso, antes que libro de las bienaventuranzas de los hombres, el evangelio es testimonio de la bienaventuranza de Dios, pues en la base de la felicidad de los hombres está la que Dios lo sea[4].
Jesús había ido al Jordán como penitente, para recibir un bautismo de perdón e iniciar así un camino de arrepentimiento, pero, al salir del agua, cumplido el bautismo, descubrió que Dios no le quería penitente sino Hijo, portador de su paz (shalom). Esas palabras de Dios a Jesús (¡Tú eres mi Hijo…!) forman la introducción del evangelio de la felicidad en el comienzo de la historia cristiana. No son ley de conversión, ni absolución de un pecador, sino buena nueva de vida, esto es, evangelio.
El principio de la vida de los hombres no es la guerra, como dijo Heráclito: “La Guerra es padre y rey de todos: a unos ha acreditado como dioses, a otros como hombres; a unos ha hecho esclavos, a otros libres” (cf. Hipólito, Refutatio IX, 9, 4). En contra de eso, Jesús sabe que el origen y padre de los hombres y los dioses (en el sentido que les daba Heráclito) no es la guerra, ni un deseo de poder que todo lo devofa, sino el Dios de la felicidad de amor, que dice a Jesús (a cada hombre y mujer): “Tú eres mi Hijo”.
Buena nueva de felicidad, empezando por los niños
Jesús entendió así las palabras centrales del Antiguo Testamento. Supo que Dios le decía:
Súbete a un monte elevado, grita con voz fuerte, evangelizador de Jerusalén;grita con fuerza, no temas… (Is 40, 9-10).
Ésta es la buena nueva de la libertad que resuena poderosa sobre un mundo de opresión y cautiverio. Dios quiere que él sea evangelizador, mensajero de gozo entre los hombres. Este evangelio no anuncia una victoria militar, sino el triunfo de la gracia de la vida, la alegría y plenitud para los hombres[5]. Siente así que la voz añade:
¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del evangelizador que anuncia la paz,del evangelizador bueno que anuncia salvación! (cf. Is 52, 7-10
Evangelizar significa proclamar e instaurar la buena nueva de la felicidad. Dios ha permitido que dominen por un tiempo los poderes de opresión, tristeza y muerte (hambre, sufrimiento), pero él viene y se manifiesta ya como salvador para su pueblo, empezando por los pobres y oprimidos, los que lloran, los hambrientos. como sigue diciendo la tradición de este “profeta” de buenas noticias, que es el Siervo de Yahvé (Is 52, 9-11).
Éste ha sido el atrevimiento de Jesús, su osadía de Reino, cuando empieza a decir con su vida: Felices vosotros, bienaventurados los pobres, los hambrientos (Lc 6, 20-21), añadiendo::
¡Felices vuestros ojos porque ven y vuestros oídos porque escuchan! Porque os digo que muchos profetas y reyesQuisieron ver lo que veis y no vieron,escuchar lo que escucháis y no escucharon (Mt 13, 16‒17; Lc 10, 23‒24).
Ésta es la palabra clave de la felicidad (makarioi…), propia de los ojos que ven, de los oídos que escuchan. Éste es el gozo inmenso, el gran tesoro de aquellos, llegando a las fronteras de la vida nueva, descubren y disfrutan la alegría desbordante de Dios sobre el pasado y presente de opresión y pobreza de los “condenados” de la tierra.
Ésta es la felicidad que Jesús empieza ofreciendo ante todo a los niños, pues toda alegría comienza acogiendo y alegrando a los niños, alegrándose con los niños…Ellos son la raíz y garantía de la felicidad, como repite de un modo atrevido y desbordante el evangelio, cf. Mc 9, 3; 10, 13-16.
Siguiendo por los mayores.
Jesús reconoce y acepta la felicidad de los niños, la acoge, y con ellos quiere ser feliz, para así para los mayores diciendo
El Espíritu del Señor… me ha enviado para anunciar la libertad a los cautivos, para dar la vista a los ciegos, para liberar a los atribulados,para anunciar el año agradable del Señor (Lc 4, 18-19).
Esta felicidad del evangelio es posible porque Jesús la está viviendo. No viene como rey guerrero, sacerdote de templo, rabino de escuela, ni maestro de penitencia, como Juan Bautista, sino simplemente hombre de pueblo, laico de Dios, que se ha sabido vinculado a las promesas de evangelio (felicidad) del libro de Isaías, apareciendo así como testigo y promotor de su obra entre los más pobres de su tierra. Juan Bautista, su maestro, encerrado en la cárcel por Herodes, manda a sus discípulos para que le pregunten:
Habiendo oído… las obras del Cristo, Juan envió desde la cárcel a unos discípulos para preguntarle: ¿Eres tú el que ha de venir, o esperamos a otro? Jesús les respondió: Id y anunciad a Juan lo que oís y veis: los ciegos ven y los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan y se anuncia a los pobres la Buena noticia, ¡y bienaventurado aquel que no se escandalice de mí! (Mt 11, 2‒6; cf. Lc 4, 17‒18)[6].
Estas son las obras de la felicidad de Jesús. No son “obras” de pura bienaventuranza intimista, propias de “expertos religiosos” separados del mundo, ni obras de ley y cumplimiento externo, sino experiencias de vida total, abiertas de un modo particular a los enfermos, pobres y excluidos de la tierra.
− Felicidad de los ojos: Que los ciegos vean (Mt 11, 5). En esta palabras late y se expresa el recuerdo de algunas “curaciones” integrales de Jesús, que han recogido con mucho interés los evangelios (cf. Mc 8, 22-26; Mc 10, 46-52; Mt 9, 27-30; 20, 30-34; Jn 9, 1-41. Pues bien, esas palabras expresan y ratifican al mismo tiempo la experiencia superior de un conocimiento liberador del Reino de Dios (cf. Mt 13, 10-17) tal como aparece en la controversia de Jesús con un tipo de rabinismo judío del entorno.
La primera felicidad es que los hombres “vean”, que descubran por sí mismos el don y tarea de la vida, que se dejen transformar por la gracia y libertad del Reino, que sean felices y se amen mutuamente. En esa línea hablará Mt 5, 8 de la bienaventuranza de los limpios de corazón, que verán a Dios, interpretando así el corazón como sede de la visión más profunda. Pero el mundo en general no quiere la felicidad de los hombres, sino que se sometan, que sean “súbditos” del estado, cumplidores de sus leyes, productores y consumidores de sus bienes.
− Felicidad de los pies: Que los cojos anden (Mt 11, 5). Conforme a la palabra de Pablo en Atenas (Hch 17, 28), los hombres “vivimos, nos movemos y somos” en Dios. En ese contexto, los verdaderos cojos (= paralíticos, mancos, encorvados…) son aquellos que se encierran y detienen (se paralizan) en sí mismos, de manera que no pueden moverse, en un plano corporal y espiritual. Pues bien, en contra de eso, la felicidad de Jesús es que los hombres se “desaten”, que puedan andar por sí mismos, tomando así en libertad los caminos del Reino.
Jesús se ocupó de los que son cojos bajo un sistema de poder, de aquellos están paralizados bajo un tipo de verdad e “interés” oficial, de los que tienen miedo de desatarse y andar, haciéndoles capaces de vivir y moverse en libertad, como recuerda la tradición de los evangelios (cf. Mt 8, 5-13; Mt 9, 2-7; 15, 30-31; 21, 14). Según eso, tras la felicidad de los ojos, le importó la felicidad de los pies y las manos: Que los hombres y mujeres “anden”, que puedan caminar y obrar en línea de Reino, pues la felicidad se identifica con la felicidad del hombre que se mueve, que vive plenamente, en su plano corporal y “espiritual”.
− Felicidad de la piel y del tacto: Que los leprosos queden limpios (11, 5). La lepra es para la Biblia (y más en concreto para los evangelios) una enfermedad somática y una mancha (=impureza) religiosa, pues, conforme a la Ley (Lev 13‒14), los leprosos quedan excluidos del culto de Dios, como infortunados permanentes. En contra de eso, Jesús viene y actúa como sanador de leprosos, en sentido corporal, pero sobre todo personal y social (cf. Mc 1, 40-45; Mt 8, 2-4), proclamando la bienaventuranza o felicidad de Dios a los excluidos por “impuros”, diciéndoles: ¡Quedad limpios!
Esta actitud y conducta de Jesús resultaba escandalosa en un mundo que excluía del templo de Dios y de la vida en amor a los leprosos por impuros y malditos (como muestra el caso de Job). Pues bien, en lugar de ratificar la bendición y bienaventuranza de los puros (limpios), que habitan en el templo de Dios y cumplen su Ley nacional (como destacaban muchos salmos), Jesús ha proclamado los bienaventurados a los leprosos e impuros, expresando (iniciando) así la mayor de la inversiones o revoluciones religiosas (humanas) de occidente.
− Felicidad de la lengua y del oído: Que los mudos hablen, que los sordos oigan (cf. Mc 11, 5). La tradición del evangelio ha vinculado a sordos y mudos, pues ambas enfermedades solían ir unidas, y así presenta a Jesús como aquel que ha “curado” a unos y otros de un modo conjunto (cf. Mt 9, 33-34; 12, 22; 13, 14-15). Curar significa aquí ante todo acoger, animar, y así aparece en este pasaje como un milagro de fuerte simbolismo mesiánico (de reconciliación humana).
Como enviado de Dios, Jesús ha querido crear (está creando) grupos de personas que escuchan y hablan, pero no en un plano exclusivamente religioso (obedecer a la Ley, dialogar sobre ella, como dicen varios salmos y muchos textos rabínicos), sino en sentido humano, integral: Que los hombres puedan hablar y escucharse mutuamente, comunicándose en su verdad como personas, como han de hacer padres e hijos, enamorados y esposos, amigos y posibles enemigos, en sentido radical, todos los hombres y mujeres de la tierra. Ésta es la felicidad de la Palabra, esto es, de la comunicación de hombres y pueblos.
− Felicidad de la vida: Que los muertos resuciten (Mt 11, 5). Estas resurrecciones pueden aludir a las que Jesús había realizado, según la tradición, haciendo volver a este mundo a personas que estaban o parecían ya muertas (cf. Mc 5, 21-43; Mt 9, 18-23; Lc 7, 11‒17; Jn 11; Mt 27, 52-53. Pero, en el fondo de ellas, se ha expresado la más honda fe en la resurrección, como despliegue integral de Vida de aquellos (hombres y mujeres) que creen en el Dios que resucita a los muertos (cf. Mc 12, 18‒27 y par).
En un sentido, allí donde la vida se interpreta como maldición, resucitar tras la muerte sería la mayor de las desdichas. Pues bien, en contra de eso, allí donde la vida se concibe como gracia, la felicidad consiste en “renacer” en un mundo donde ella es manantial de felicidad (por encima de la muerte), felicidad que se da (regala) y que no muere, que se comunica y alcanza su plenitud en el Dios de la vida. El Job bíblico no había conocido esta felicidad, Krisna y Buda la entendían de otra forma (como inmortalidad o nirvana). Pues bien, Jesús nos sitúa aquí ante la felicidad del Dios que no muere, una felicidad que se expresa en aquellos que viven en él, por encima (resucitando) de la muerte, conforme al mensaje pascual de Jesús en la Iglesia (cf. Mc 16, 1‒8; Mt 28, 16‒20).
‒ Felicidad de los excluidos: Y los pobres reciben la buena noticia (11, 5). Pobres (ptôkhoi, mendigos) son aquellos que no pueden mantenerse la vida por sí mismos, pues carecen de trabajo o medios para subsistir, a diferencia de los miembros de clase humilde (penêtes) capaces de alimentarse, aunque a costa de duros sacrificios. Evangelizar a esos mendigos no es darles un simple mensaje espiritual, sino abrir para ellos un camino de esperanza (como dirá la primera bienaventuranza: Lc 6, 20 y Mt 5, 3), con lo que ella implica de cambio (transformación) en las condiciones personales y sociales de los hombres.
La felicidad de Jesús es buena nueva de vida para los pobres: Que ellos puedan mantenerse (vivir) en dignidad y relacionarse unos con otros, siendo así portadores de felicidad, de curación y esperanza, como supone el envío de Mt 10, 8-10. En esa línea aparece aquí Jesús como buena nueva de felicidad para los mendigos, no porque ellos sea pobres, sino porque, siéndolo, pueden ser portadores de un mensaje de felicidad que les transforma y capacita para hacer felices a los otros.
‒ Y bienaventurado aquel que no se escandalice de mí… (M 1,6). Las obras anteriores de bienaventuranza (sanaciones, resurrección, liberación de los pobres…) culminan de forma paradójica en esta conclusión de Mt 11, 6: ¡Bienaventurado, makarios, aquel que no se escandaliza de mí! (es decir, aquel que no se escandaliza de mi felicidad). Todo el evangelio de Jesús como sanación en libertad, para la vida tiene que culminar con estas palabras sombrías (¡Bienaventurado el que no se escandaliza de mí!) que pueden entenderse a la luz de los “ayes” o lamentaciones que en Lc 6, 24‒26 siguen a las bienaventuranzas. En sentido estricto, esos ayes no son “malaventuranzas” (y mucho menos maldiciones), sino expresión de la tristeza mesiánica, en la línea de las Lamentaciones clásicas del libro de ese nombre.
La felicidad de Jesús constituye, por tanto, un motivo de “escándalo” para aquellos poderosos que quieren mantener sus privilegios (su placer personal, parcial, elitista), impidiendo así que todos puedan ser felices. Ciertamente, él no ha luchado de un modo externo (económico‒militar) en contra de nadie, pero su proyecto de bienaventuranza resulta peligroso para los “privilegiados” de un sistema, que dice querer a los pobres y enfermos, pero pretende tenerles sometidos (que no se curen, que no vean, que no entiendan, que no sean dueños de sí mismos). Ante ellos sólo quedará el “dolor” de Jesús, expresado en forma de lamentación, como seguiré indicando.
NOTAS
[1] He desarrollado el tema en X. Pikaza, Historia de Jesús, Verbo Divino, Estella 2015. De un modo especial: M. Navarro, Jesús de Nazaret: la invitación a la felicidad de un hombre feliz, Iglesia Viva 210 (2002) 35-68; Ungido para la vida, Verbo Divino, Estella 1999. Cf. también G. Barbaglio, Jesús, hebreo de Galilea, Sec. Trinitario, Salamanca 2003; J. D. Crossan, Jesús. Vida de un campesino judío, Crítica, Barcelona 1994; J. D. G. Dunn, Jesús recordado, Verbo Divino, Estella 2009; J. Gnilka, Jesús de Nazaret, Herder, Barcelona 1993; F. Martínez Fresneda, Jesús de Nazaret, Inst. Teológico, Murcia 2007; J. P Meier, Un judío marginal I-V, Verbo Divino, Estella 1998-2017; J. A. Pagola, Jesús, aproximación histórica, PPC, Madrid 2007; J. Philippe, La felicidad donde no se espera. Meditación sobre las bienaventuranzas, Patmos, Madrid 2018; A. Puig, Jesús. Una biografía, Destino, Barcelona 2005; E. P. Sanders, Jesús y el judaísmo, Trotta, Madrid 2004; G. Theissen y A. Merz, El Jesús histórico, Sígueme, Salamanca 1999; S. Vidal, Los tres proyectos de Jesús y el cristianismo naciente, Sígueme, Salamanca 2003; N. T. Wright, The NT and the Victory of the People of God I‒II, SPCK, London 1992, 1996.
[2] No mejoró las normas de la Ley de Dios, como harán después, desde el fin del siglo I d.C., los rabinos de la Misná. Tampoco escribió unos libross eruditos sobre la felicidad, como hizo en su tiempo L. A. Séneca, 4 a.C‒65 d.C. (De vita beata) o como hará después, en el siglo XIII, Santo Tomás de Aquino en la Summa Theologica I‒II, De Beatitudine,un texto que fue comentado, en el siglo XVI, por F. de Vitoria, creador del Derecho Internacional, donde establece la igualdad de hombres y pueblos ante la felicidad. No dijo cosas ajenas a su vida, sino que extendió el testimonio activo de experiencia, y sólo así, como portador de la felicidad de Dios, pudo anunciar y extender un camino de bienaventuranza.
[3] Cf. “Bautismo” en Gran Diccionario Bíblico, Verbo Divino, Estella 2017. 150‒154. He desarrollado extensamente el tema en Comentario a Marcos, Verbo Divino, Estella 2013. Además de las “biografías” de Jesús, citadas en nota anterior, sobre el bautismo cf. J. D. G. Dunn, Jesús y el Espíritu, Sec Trinitario, Salamanca 1981; G. Barth, El bautismo en el tiempo del cristianismo primitivo, BEB 60, Sígueme, Salamanca 1986; C. K. Barret, Espíritu Santo en la tradición sinóptica, Sec. Trinitario, Salamanca 1978; E. Schweizer, El Espíritu Santo, BEB 41,Sígueme, Salamanca 1992.
[4] Sobre la creación por la “mirada” ha dicho San Juan de la cruz una apalabra definitiva: “Las criaturas son como un rastro del paso de Dios, por el cual se rastrea su grandeza, potencia y sabiduría. Según dice san Pablo, el Hijo de Dios es resplandor de su gloria y figura de su sustancia (Heb 1,3). Es, pues, de saber que con sola esta figura de su Hijo miró Dios todas las cosas, que fue darles el ser natural... El mirarlas mucho buenas (cf. Gen 1, 31) era hacerlas mucho buenas en el Verbo, su Hijo” (Cántico Espiritual B 5, 3.4). En desarrollado el tema en Ejercicio de Amor. San Juan de la Cruz, San Pablo, Madrid 2019, sobre estrofa 5.
[5] He desarrollado este motivo del “evangelio” como buena nueva de felicidad y curación, que va de Iasías II y III hasta Jesús y el Nuevo Testamento, en Evangelio de Marcos, Verbo Divino, Estella 2012, 39‒43. Cf. G. Friedrich, Euangelion, TDNT 2, 724-725 707-710; O. Schilling, Basar (buena nueva), Diccionario teológico del AT, Cristiandad, Madrid 1978, I, 861-865. Sobre los textos de Isaías II y III, cf. P. E. Bonnard, Le Second Isaie, son disciple et leur éditeurs (Isaïe 40-45), Paris 1972; K. Elliger, Deutero Jesaja (40,1-45,7) (BKAT 11/1), Neukirchen 1978; C. Westermann, Jesaja 40-66 (ATD 19), Göttingen 1966.
[6] He estudiado el texto en Comentario de Mateo, Verbo Divino, Estella 2017. Cf. E. Drewermann, Das Matthäusevangelium I-III, Walter V., Olten 1992/1995; M. García, Mateo. Guía de lectura del NT, Verbo Divino, Estella 2015; I. Goma Civit, El evangelio según san Mateo I-II, Facultad Teológica, Barcelona 1980, M. Grilli y C. Langner, Comentario al evangelio de Mateo, Verbo Divino, Estella 2011; M. J. Lagrange, Évangile selon Saint Matthieu, EB, Paris 1923; U. Luz, El evangelio según san Mateo. 1-IV, Sígueme, Salamanca 2001/4; S. Pérez Millás, Mateo. Comentario exegético I-VIII,Clie, Viladecavals 2009/2113; R. Schnackenburg, R., Matthäusevangelium I-II (NEB), Würzburg 1985/7; J. L.Sicre, El Evangelio de Mateo. Un drama con final feliz, Verbo Divino, Estella 2019; W. Trilling, El evangelio según san Mateo I-II, NTM, Herder, Barcelona 1970. Cf. Tambien Cf. D. J. Verseput, The Rejection of the Humble Messianic King. A Stuy of the Composition of Matthew 11-12, Lang, Frankfurt 1986; I. Schottroff y W. Stegemann, Jesús de Nazaret, esperanza de los pobres, Sígueme, Salamanca 1981.