'El Cristo educador. Una teología del educador cristiano', de José Migule Peiro Ni pública ni privada, la verdadera alternativa: Una escuela creadora de humanidad

El Cristo educador
El Cristo educador

Algunos hablan de una alternativa de escuelas: Por un lado estaría la escuela universal y pública, abierta por igual para todos los niños y mayores; por otro estaría la escuela particular y privada, promovida por grupos de ciudadanos más pudientes (muchos de ellos cristianos) que quieren crear instituciones educativas al servicio de su ideario social y  religioso.

Según J. M. Peiro Alba, la alternativa no es ésa, que la escuela sea pública o privada (conforme a un lenguaje muy equívoco), sino que sea creadora de humanidad, como muestra este libro titulado El Cristo Educador. Una teología del educador cristiano. 

"Educar en cristiano en una sociedad líquida como la actual requiere ser signos del amor de Dios"

"Este libro ofrece reflexiones dirigidas a despertar, en quienes las lean, el coraje evangélico de anunciar en el contexto educativo la Buena Noticia que da sentido a nuestras vidas"

José Miguel Peiro Alba (Madrid, 1973) es padre de familia y educador cristiano. Licenciado en Químicas, Filosofía y Sociología, bachiller en Teología, también es Máster en Pensamiento Español y Latinoamericano. Su reflexión teológica sobre la educación cristiana emerge desde una amplia experiencia trabajando en centros concertados de diferentes carismas, así como en parroquias e instituciones católicas repartidas por el territorio nacional.

El Cristo Educador. Revitalizar el mandato de Jesús en el mundo educativo es una prioridad hoy, en un contexto que puede considerarse tierra de misión, no ya entre los niños y jóvenes, sino también entre muchos profesionales y educadores que trabajan con ellos.

Aunque este desafío pueda resultar abrumador, visto desde ojos humanos, este ensayo teológico nos recuerda que en la revelación bíblica encontramos impulso evangélico para percibirlo como abordable si nos centramos en Jesús de Nazaret, el Cristo educador. Educar en cristiano en una sociedad líquida como la actual requiere ser signos del amor de Dios; atesorar una profunda experiencia mística; interiorizar y mostrar actitudes educativas significativas; y, finalmente, saber vivir en la dinámica de la parábola que recuerda que igual que no se puede evangelizar sin ser evangelizado, tampoco se puede educar sin dejarse educar.

 Este libro ofrece reflexiones dirigidas a despertar, en quienes las lean, el coraje evangélico de anunciar en el contexto educativo la Buena Noticia que da sentido a nuestras vidas.

X. Pikaza, un prólogo

   J. Miguel Peiro  ha escrito el mejor libro posible sobre Jesús Educador, retomando para ello desde la perspectiva actual la temática y camino de los evangelios, entendidos como "programas y trayectos" de educación cristiana, empezando por Juan y siguiendo por Lucas y Mateo. Su libro no es por tanto un manual de catecismo, ni una teología de la educación cristiana en general, sino un recorrido personal y social por los evangelio, para recrear, partiendo de ellos, el programa alternativo de la educación de Jesús, desde la perspectiva de los evangelio.

    J. M. Peiro ha mostrado así, desde su intensa experiencia de pedagogo cristiano, que el verdadero camino de Cristo educador ha quedado iniciado en los evangelios...

Partiendo de eso, y viendo que J. M. Peiro, con muy buen criterio, ha comenzado exponiendo el tema desde el Evangelio de Juan,  he pensado que sería bueno ofrecerle un prólogo, no porque el libro lo necesite, sino porque algunos lectores, menos expertos en el tema, pueden pensar que el proyecto educativo de Jesús puede empezar también con el Jesús de la historia y con el evangelio de Marcos, conforme al prólogo, que aquí presente en dos partes (una hoy, otra mañana) en forma reducida.

El conjunto de los lectores harán bien dejando a un lado mi prólogo y pasando directamente al libro.

PROLOGO DE X. PIKAZA (1) 

Entre los títulos de Jesús sobresale, en el Nuevo Testamento, el de educador, en griego didáskalos, esto es, maestro, hombre o mujer de palabra, aquel que enseña, a fin de que todos, en especial los jóvenes aprendan a vivir en verdad. No es Mesías o Cristo guerrero, alguien que viene a imponer su dominio a través de una batalla y victoria militar, aunque su proyecto de educación y vida tiene rasgos de lucha contra los poderes del mal o la ignorancia que dominan sobre el mundo, pero no en clave de guerra, sino de creación de vida.

No es Sacerdote, que decreta o impone un nuevo culto religioso en la línea de los sacrificios de animales del templo anterior de Jerusalén, sino que enseña a los hombres a unirse a Dios Padre y a vivir en concordia mutua, a través de un sacerdocio que se identifica con la propia vida. No es tampoco un Señor o Kyrios, que impone su más alta realidad divina, como si él fuera el poder de todos los poderes, pues su autoridad no es de dominio, sino de educación, de crecimiento de vida.

Ciertamente, Jesús asume y desarrolla en un sentido todos esos rasgos (es Cristo, es Sacerdote, es Señor), pero no lo hace no en forma de dominio sino de creatividad educadora, pues crear es “educar”: suscitar o poner en marcha los poderes y valores más hondos de la vida, en la línea del Dios que dijo “surja la luz de la tiniebla” (Gen 1, 1‒2). Esta experiencia define y enmarca los rasgos esenciales de los evangelios, tanto en lo que se refiere a la visión de Dios como a la vida de los hombres[1]. 

La imagen puede contener: una persona, texto que dice "Nuevo libro El Cristo educador UNA TEOLOGÍA DEL EDUCADOR CRISTIANO El mundo educativo cristiano supone hoy en día una tierra de misión, incluso entre los orofesionalesy educadores que trabajan él. esta circunstancia, evitalizar mandato de Jesús se convierte en una prioridad. CRISTO EL EDUCADOR educador PRÓLOGO XABIER PIKAZA Un ensayo teológico que nos recuerda que la revelación bíblica encontramos impulso evangélico para abordar el desafío educar cristiano una sociedad líquida si nos centramos en Jesús de Nazaret, el Cristo educador. DISPONIBLE EN PAPEL EBOOK: elcristoeducador.com elojodepoe.com Amazon Librerías religiosas J.MG RO ALBA MIGUEL"

Contrapunto: Ni rabinos, ni padres, ni dirigentes (Mt 23)

Esta visión no impositiva del maestro ha sido preparada no sólo en la Biblia Israelita (en varios textos proféticos y sapienciales del Antiguo Testamento), sino en la vida y obra de los grandes educadores de la historia, desde Confucio y Lao‒Tze (de China) hasta Sócrates de Grecia. Pero ella ha sido radicalizada por el evangelio, como lo pone de relieve un texto clave de la tradición magisterial de San Mateo, que recrea la enseñanza de Jesús en línea de contraposición frente a un tipo de judaísmo más impositivo.

Éste es un texto de crítica eclesial. Parece que algunos seguidores de Jesús empiezan a “sentarse” en una cátedra de autoridad doctrinal (sinagogas) y social (banquetes), haciéndose llamar rabinos (maestros, grandes), padres (por encima de los otros) y dirigentes, convirtiendo el mesianismo evangélico en medio de imposición y triunfo propio. En contra de eso, el evangelio de Mateo ratifica de un modo paradójico la enseñanza de Jesús, donde el “maestro” verdadero no se impone, ni busca el reconocimiento de los otros, sino que es hermano de aquellos con quienes comparte su enseñanza:

 Pero vosotros no os dejéis llamar Rabí;porque uno es vuestro Maestro y todos vosotros sois hermanos.

Y no llaméis a nadie padre vuestro en la tierra,porque uno es vuestro Padre, el que está en los cielos.

Ni dejéis que os llamen Dirigentes,porque uno es vuestro Dirigente, el Cristo (Mt 23, 8-10). 

            Este pasaje nos sitúa ante la esencia del magisterio de Jesús, oponiéndose a un tipo de imposición doctrinal (rabinato), patriarcal (padres‒patronos) y política (dirigentes). Jesús no se limita aquí a negar o condenar la visión y autoridad de los rabinos, padres y dirigentes, sino que en un sentido la asume, para trascenderla después, retomando y recreando, en un plano de igualdad, de gratuidad y de servicio lo que hay de valor en el rabinato, en la familia patriarcal y en un tipo de autoridad social. Éste es un pasaje formulado de manera básicamente negativa, pero nos permite (y nos exige) descubrir y desarrollar el auténtico sentido y obra del educador, no sólo en la iglesia, sino en toda la vida humana, tal como Jesús y sus discípulos la están planteando en aquel momento[2]: 

‒ Más allá del rabinismo, por encima de una educación de pura ley. El judaísmo posterior de la federación de sinagogas, que estaba emergiendo en el tiempo de Jesús y de la primera iglesia (del 30 al 80 d.C.), se está constituyendo como “escuela de rabinos”: Maestros o Escribas de la Ley nacional, empeñados en recrear un tipo de tradición de los antepasados (los presbíteros a quienes rechaza el evangelio), se van alzando como autoridad suprema, siendo así reconocidos (ratificados) por la Misná (el gran libro de la educación legal judía). Esa autoridad rabínica posee el “saber” legal, en línea de hermenéutica textual y de fidelidad a las tradiciones que conforman la identidad de Israel, como pueblo educado por ley[3].

Sinagoga

El nuevo judaísmo que surgirá a partir de entonces (siglo II d.C.) será federación de escuelas/sinagogas, reunidas en torno a rabinos, empeñados en fijar las normas de vida del pueblo de ley, un pueblo que aprende a obedecer. En ese nuevo judaísmo no habrá obispos con autoridad sacramental o señorío temporales (en la línea de los reyes políticos), sino “rabinos” (esto es, “hombres grandes”, de rab, grande), maestros que gozan de autoridad suprema. Humanamente hablando, eso rabinos han desarrollado una autoridad ejemplar, en diálogo y respeto, en sencillez y estudio, hasta el día de hoy. A pesar de eso, Jesús ha rechazado su autoridad, pues quiere que todos los judíos (los cristianos) sean hermanos iguales, sin que haya unos más grandes que otros[4].

‒ Más allá del patriarcalismo, en contra de una educación que mantiene a los hombres y mujeres como niños. Jesús ha puesto de tal forma de relieve la experiencia de Dios como “Padre” (creador y principio de vida), y en esa línea ha rechazado un tipo de “patriarcalismo” que consiste en asumir la autoridad del Padre‒Dios, dominando así sobre el resto de los hombres y mujeres. Ése es un riesgo que él ha visto (y condenado) en sacerdotes, rabinos y dirigentes familiares y sociales, y por eso ha condenado la existencia y poder de una educación patriarcalista, porque termina destruyendo la identidad (igualdad, valor, autonomía) de todos los hermanos.

Al decir no llaméis a nadie padre, el evangelio supone que algunos lo hacen: que ha surgido en la iglesia una tendencia a la sacralización jerárquica (el padre está junto al rabino y dirigente). Al actuar de esa manera, el evangelio se opone de forma tajante a un tipo de patriarcalismo educativo, recuperando la mejor tradición de Jesús, no para negar sin más al padre de familia, sino para recrear su figura. Ciertamente, el nombre “padre” tiene en su origen un valor social y personal, vinculado a la edad y a la enseñanza de la vida, pero en sentido estricto sólo se puede atribuir a Dios como principio de vida universal impidiendo así toda sacralización jerárquica de los educadores (e incluso de los padres de familia). Al reservar para Dios ese nombre, Mateo sigue el mejor judaísmo donde en sentido estricto sólo Dios es Padre, de manera que la educación en familia, escuela o fraternidad no tiende a crear patriarcalismo, sino fraternidad. Desaparecen así los ministros patriarcales de la iglesia (maestros por encima de los otros), de forma que los maestros verdadero (con autoridad de vida) para ser y hacerse hermanos[5].

‒ Más allá de una educación “directiva”, la libertad originaria del cristiano. Ciertamente, en una línea, los maestros “dirigen y encauzan” a los demás, tanto en un plano de ley (rabinos), como en un plano de experiencia familiar (padres). Pero, en sentido radical, la verdadera educación no puede ser “directiva”, no puede “imponerse” sobre los demás, trazando a los otros un camino que han de seguir a la fuerza, definido y ajustado desde fuera. Para poner de relieve este carácter “no directivo” de la educación, el evangelio añade (tras haber dicho: no seáis rabinos ni padre…): “Ni dejéis que os llamen Dirigentes”.

La palabra empleada aquí, en Mt 23, 10, es kathêgêtês (de kata‒agogeô), el que traza una línea para que los demás la sigan. Esta palabra retoma con un matiz más helenista (de la tradición política y social de Grecia) lo que 23, 8 había dicho en forma judía (no llaméis a nadie rabino...). Se trata de un matiz, pero es muy importante: Al advertir a los “maestros” cristianos que no se dejen llamar kathêgêtês, Jesús les está diciendo que no creen “dependencias”, que no se pongan en el centro del camino educativo, que no se conviertan en “líderes” políticos, sociales o culturales de los demás.

Jesús maestro

Ciertamente, hay un tipo de liderazgo bueno y hasta necesario en cierto momento. Pero el educador no es un líder en sentido político social (para que los otros le obedezcan, imiten y sigan), sino un hombre o mujer que abre espacios, que señala caminos, para que los demás puedan optar en libertad, descubriendo de un modo personal a Dios. Según eso, el riesgo mayor de los educadores (tras el rabinato y patriarcado) está en el hecho de crear dependencia, aprovechándose así de su magisterio para dominar a los demás. El riesgo está en hacerse centro de referencia, y terminar siendo dictadores de conciencias o de mentes (de personas), en la línea de un sectarismo, que impide la maduración y opción personal de cada estudiante o persona.

 Estas tres amonestaciones (no seáis rabinos, patriarcas ni dirigentes) pueden entenderse en forma quiástica (circular): la primera (sobre el rabino) y la tercera (sobre el kathêgêtês) resultan paralelas; en el centro queda la referencia al padre/patriarca contra el que Jesús dirige su palabra: el grande entre vosotros sea vuestro servidor... (Mt 23, 11). En contra de la tendencia normal de este mundo, Jesús no ha creado una comunidad de rabinos y sabios, sino de iguales; nadie en ella es director o guía de los demás, ocupando el puesto de Dios o el del “alumno”, negándole su independencia[6]. 

Educador integral, un maestro de (para) la vida

        Conforme a lo anterior, Jesús no ha querido que sus seguidores sean “rabinos, padres ni dirigentes” que imponen su doctrina desde arriba, sino hermanos que se escuchan, ayudan y acompañan mutuamente, sin dominar unos a otros. Desde este fondo ofrezco ahora unas sencillas reflexiones, partiendo de la historia de Jesús, y de su función como maestro/educador, sabiendo como él supo y mostró que la tarea de enseñanza o magisterio es con el amor (para el amor) la experiencia y tarea más importantes de los hombres y mujeres sobre el mundo: o aprendemos a enseñarnos y educarnos en fraternidad, para vivir de un modo distinto (en inmersión de amor acogedor y creador) o terminamos acabando en un caos de muerte sin sentido.

Éste es el descubrimiento y enseñanza principal de los evangelios, en los que se ofrece no sólo la cara negativa, en la línea de un judaísmo que rechaza toda “visualización” de Dios (no seáis rabinos de escuela, ni padres impositivos de familia, ni dirigentes sociales), sino también y sobre todo la cara positiva de Jesús maestro. Así lo ha puesto de relieve este espléndido libro de J. M. Peiro Alba, El Cristo educador, que aquí estoy introduciendo, a partir de una visión de Jesús como profeta, maestro y sanador, un libro pensado y escrito, con muy buen criterio escolar (actual), empezando, paradójicamente, por el evangelio de Juan y acabando por Marcos

En ese contexto, a modo de posible introducción, partiendo de mi especialidad de teólogo, experto en la Biblia, he aceptado con muchísimo gusto y aprovechamiento su invitación para escribir este tipo de prologo bíblico a su libro. No lo hago para añadir nada especial que él haya omitido (todo lo importante lo ha dicho), ni para matizar desde otro plano sus afirmaciones; no quiero matizar ni puntualizar nada de lo que él dice, sino sólo ofrecer, a ras de tierra, algunas afirmaciones básicas sobre Jesús como profeta, sabio, sanador, hombre de mesa compartida, creador de familia, testigo de Dios…[7].

Jerusalén

 –Empezaré presentan a Jesús como profeta. En esa línea, se puede afirmar que él anunciaba y preparaba la llegada del Reino de Dios, como educador de los últimos tiempos, esto es, como iniciador de una vida culminada, en claridad, en transparencia, en amor, abierto a la culminación de los tiempos. En esa línea se entienden sus palabras (parábolas, sermón de la montaña) y sus gestos en favor de los marginados (enfermos, excluidos de la sociedad), abriendo un tipo de educación más honda para todos.

Educar significa, según eso, ayudar a humanizar el mundo, hacer que llegue el Reino, en una línea de “verdad”, como el mismo Jesús ha testificado cuando Pilato le pregunta si es “rey”, y él responde que sí: “Soy rey, que para eso ha venido, para dar testimonio de la verdad” (cf. Jn 19, 37-38). En esa línea se ha movido un tipo de filosofía griega (platónica), cercana en este caso al judaísmo, que identifica al gobernante con el maestro (con el Sabio), pero no como un sabio que gobierna desde arriba sobre “militares y trabajadores” (como en Platón, República), sino como uno sabio que comparte la vida con todos.

 – Presentaré a Jesús como sabio itinerante, maestro de la vida, en los caminos del mundo, entre los pobres de la calle en una humanidad sufriente. Algunos piensan que fue un filósofo contracultural, de tipo parecido al de los cínicos, más helenistas que estrictamente judíos, autor de sentencias paradójicas sobre la banalidad de los grandes poderes del entorno social. Ciertamente, no buscó la gran redención del conocimiento legal “técnico”, de tipo rabínico, ni quiso salvar el mundo con métodos de sacrificio sacerdotal, pero no fue tampoco un maestro nihilista, como algunos cínicos griegos.

Jesús no fue maestro de pura crítica o condena (por negatividad), sino que lo fue por afirmación más alta, pues él quiso ofrecer un camino más hondo de vida, un despliegue sincero, honrado, paradójico para los hombres y mujeres de su entorno, como pensador popular, en la línea de maestros de la tradición judía, no sólo de los profetas evocados en el apartado anterior, sino de los maestros de los libros sapienciales (Proverbios, Eclesiastés) y en especial de algunos salmos. En esa línea le puede comparar a Sócrates y, a otros sabios griegos y sirios, pero sin olvidar nunca que él fue un campesino judío de la estirpe de Elías, y también de Job y del Cantar de los Cantares, maestro de vida y amor, como seguiremos indicando. 

Jesús sanador

Sanador israelita, en un contexto de medicina popular. Algunos investigadores, como M. Smith, piensan que, mucho más que maestro de teorías, en línea escolar (más que fariseo, sacerdote o autor de proverbios famosos o parábolas), Jesús fue un sanador campesino, hombre de pueblo, bien arraigado en la tierra, poderoso, quizá algo ingenuo, pero muy eficaz, que se situó en los márgenes del pueblo de Israel, realizando unos signos que resultaban legalmente ambiguos para los buenos judíos ortodoxos, pero que lograron emocionar (acoger, sanar y transformar a muchos pobres y enfermos del entorno).

En esa línea, el magisterio de Jesús fue de tipo quizá más medicinal que sapiencial, porque la verdadera sabiduría se expresa a modo de capacidad de amar; salud es trabajar y amar, en forma de conocimiento más hondo, en comunicación con los demás, en reconocimiento y ayuda mutua. La sabiduría y la verdad curan al hombre (como han dicho de formas en parte convergentes los taoístas chinos y los socráticos griegos). En ese sentido, según M. Smith, Jesús fue un maestro sanador, porque educar es curar para la libertad, para la vida, para la comunión con los demás, de forma que el verdadero maestro es un médico o sanador de las almas y cuerpos[8].

  Estos modelos son muy significativos y pueden servirnos de guía en las reflexiones que siguen, pues nos permiten descubrir y presentar a Jesús como “maestro multicolor”, como un “arco iris” de educación. Frente a la escuela especializada, que insiste en rasgos quizá aislado de la vida (educación legal, sacerdotal, agrícola, económica…), Jesús creó un camino de educación integral para la vida, conforme al esquema ya evocado de profecía‒sabiduría‒mesa común‒familia...

Esos y otros aspectos de su programa y camino de educación se encuentran bien atestiguados por el estudio crítico de su vida y ofrecen una visión de conjunto no sólo de su figura histórica, sino del magisterio posterior cristiano. Sea cual fuere su orientación final, la enseñanza de Jesús se identifica con su propia vida; no enseñó “cosas” separadas; se enseñó a sí mismo, a lo largo de una vida rica y compleja que culmina con su muerte y con la experiencia cristiana de resurrección, como iré indicando en lo que sigue, a partir de su tarea como profeta y sanador[9].

Jesús maestro

Maestro profético

Profeta es un alguien que descubre, anuncia y prepara con su vida y palabra la presencia de Dios en la historia de los hombres y mujeres, anticipando de algún modo su futuro; es el que atisba y ve (descubre y anuncia) una nueva humanidad mesiánica de perdón, de justicia, de paz en el amor, y pone su vida al servicio de ella. En esa línea, quiero decir que Jesús fue educador siendo poeta‒profeta, pues ambas cosas son casi idénticas.

En el tiempo de Jesús empezaron a surgir en el contexto israelita (incluso en Galilea) algunos profetas de tipo escatológico, preparando la llegada de la salvación final, entendida como expresión de la obra salvadora de Dios y también del compromiso religioso, social e incluso político (militar) de los hombres, especialmente de los judíos. De su vida y acción de esos profetas, en el entorno de Jesús, en el siglo I d.C., trató Flavio Josefo en sus dos grandes obras (BJ y AJ: Guerra Judía y Antigüedades judías), y por medio de ellas conocemos con cierta precisión lo que hacían y pensaban:

– A diferencia de sacerdotes, escribas y celotas, los profetas escatológicos anunciaban y preparaban la intervención más honda de Dios sobre el mundo, el surgimiento de un tipo de nueva humanidad. Ellos no sacralizaban con su gesto o doctrina el orden religioso ya existente (como los sacerdotes), sino que aceptaban la ley nacional judía, pero situaban por encima de ella o en su meta la acción transformadora de Dios que interviene en la historia de los hombres, anunciando y preparando así una especie de mutación (de educación radical, de evolución profunda) de la historia.

Estos profetas eran los verdaderos educadores del pueblo; querían la liberación nacional, pero no luchaban con armas por ella, como los viejos macabeos victorioso o los nuevos celotas que declararon la guerra contra roma el año 67 d.C., sino que eran maestros (testigos y promotores) de la inminente acción liberadora de Dios. Entre ellos se sitúa Juan Bautista, pero con unos matices muy particulares en línea de anuncio de juicio y de conversión.

– Entre los profetas escatológicos del tiempo de Jesús destacó Juan Bautista, mensajero y promotor de conversión, para perdón de los pecados. Su mensaje más significativo fue el anuncio del juicio de Dios (como huracán, como fuego y terremoto), y su signo más importante fue el bautismo en el Jordán, río que separa el desierto (lugar de exilio) y la tierra prometida a la que debían entrar los que aceptaban su enseñanza y se comprometían a recorrer su camino. Estrictamente hablando, fue un profeta-maestro del juicio (anunciaba la llegada de Dios, el más fuerte, que viene para pedir cuentas a su pueblo), pero, al mismo tiempo, actuaba como maestro de salvación (de manera que su signo bautismal aparecía como garantía de perdón y nueva vida para aquellos que aceptan su palabra).

Como testigos de esa conversión, juicio y salvación de Dios siguieron actuando los discípulos de Juan Bautista, aún después que Herodes Antipas le matara, por haberle juzgado peligroso para el frágil equilibrio de su reino (cf. Mc 1, 1-15; 6, 14-29; 11, 30-33 par; Lc 1, 80; 16, 16; Hech 1, 15; 18, 24-28; 19, 1-17; F. Josefo, AJ 18, 116-119). En esa línea, los maestros-educadores cristianos conservan y deben promover un elemento profético, de tipo judicial, de gran denuncia, anunciando un tipo de gran crisis para aquellos que no se convierten y cambian de vida.

Jesús y el Bautista

  – Jesús aparece en un primer momento como discípulo de Juan, dejándose bautizar por él (cf. Mc 1, 9-11), como la tradición de los cristianos ha debido confesar, a pesar de los problemas que ese gesto podía suscitar (pues podía pensarse que Jesús era un simple seguidor de Juan Bautista). Pero después él inició un camino profético propio que definirá su vida y obra como maestro transformador de Judaísmo.

En ese sentido debemos seguir recordando que los educadores griegos fueron ante todo filósofos, como Sócrates. Por el contrario, los judíos fueron ante todo profetas (hombres que hablan en nombre de Dios), y en ese sentido presentamos a Jesús como profeta, pero como profeta educador por excelencia, insistiendo en que él comenzó a proclamar y enseñar la llegada del Reino de Dios en Galilea. No bautizaba para conversión y esperanza de juicio (para pasar el río Jordán y entrar después en la tierra prometida), como el Bautista, sino que ofrecía unos signos del reino, con sus palabras (mensaje) y con sus gestos de ayuda a los necesitados (sus milagros).

 Dentro del contexto anterior, Jesús ha sido, y sigue siendo, un testigo de Dios, es decir, un profeta, que anuncia la salvación de Dios para los hombres y exige que los hombres se conviertan para recibirla (o por haberla recibido), de manera que en su vida y mensaje se vinculan ambos rasgos: (a) Jesús anunció y preparó la llegada del reino como profeta. (b) Jesús enseñó el camino del Reino, enseñanza como maestro sanador, pues en su anuncio y enseñanza estaban incluidas las curaciones (cf. Mt 4, 23; 9, 35), como he puesto de relieve en Comentario de Mateo, Estella 2017, y como seguiré destacando en esta nota introductoria.

Jesús no fundó una escuela de especialistas, como los de rabinos, donde los expertos discutían cuestiones de leyes y formaban a los futuros “abogados” de Dios, sino que quiso educar a todos los hombres y mujeres, empezando por los pobres y enfermos de la calle, anunciando y preparando la llegada de la nueva humanidad. No rechazó las “escuelas” que por entonces había (de esenios, fariseos, escribas), e incluso hubo momentos en los que parece que podría haberse establecido en una casa para enseñar a los que venían, pero su magisterio estaba vinculada a su propia vida, y abierto a todos, en los campos y caminos de Galilea.

No levantó un gimnasio, como hacían en Grecia, para educar allí a la juventud, según el modelo de mens sana in corpore sano (salud mental y corporal), sino que proclamaba su camino básicamente por la calle (como Sócrates), ofreciendo educación a todos, por encima de un sistema escolar elitista y minoritario del judaísmo de aquel tiempo, en una línea distinta a la que ofrecía por entonces la “paideia” griega[10].

Sabía que no estamos condenados a ser lo que somos, y a vivir como vivimos, repitiendo las formas actuales de vida, en una sociedad injusta, dominada por los legionarios y políticos de Roma, por sacerdotes de Jerusalén y comerciantes, sino que creía en la posibilidad de un cambio universal. En esa línea fue un profeta y educador de transformación humana, pensando y diciendo que podemos crear una “vida de Reino de Dios”, de forma que este mundo (lleno de niños perdidos, de locos, enfermos, oprimidos…) cambie y se transforme desde Dios[11].

Jesús profeta

Profeta sabio, experto en humanidad.

El mismo evangelio le compara a Salomón, elsabio (Lc 11,31 par), vinculándole, al mismo tiempo, a Jonás, profeta, de forma que en él se vinculan las dos grandes tradiciones de la Biblia, representadas por los libros proféticos y los sapienciales. En esa línea debo presentarle como sabio, en el sentido radical de esa palabra, no sólo como Sócrates, educador de occidente, sino como Job, el autor del Eclesiastés y del Cantar de los Cantares, con el Siervo Sufriente de Is 40‒55 y el Justo Perseguido de Sab 1‒2, que han sido y siguen siendo educadores sabios de toda la humanidad. De un modo consecuente, la tradición le interpreta como poderoso en obras y palabras (Hech 2, 22; cf. F. Josefo, AJ 18, 3, 3).

Se ha pensado a veces que el profeta es un iluso visionario, que quiere cambiar todas las cosas, mientras el sabio (como Confucio o Salomón) es un hombre realista que acepta lo que hay y se limita a mejorarla. Pero, adelantándose de algún modo al futuro, el profeta ha de empezar siendo un sabio, un hombre que conoce la realidad concreta en la que vive, para no hablar en el vacío, sino para cambiar de un modo radical aquello que ahora existe, en la línea del Dios creador, en quien vivimos, nos movemos y somos (cf. Hch 17, 28). Por otra parte, todo hombre sabio ha de ser algo profeta: Ha de proclamar y alimentar la ilusión del cambio, la esperanza de la llegada de un mundo nuevo

Lógicamente, los profetas, y en especial los educadores según el evangelio han de empezar siendo sabios como Jesús, creadores de gestos y palabras apropiadas para transformar la humanidad (no simples eruditos, meros repetidores). Por su parte los sabios han de ser profetas, hombres y mujeres que no solamente miran y ven lo que hay, sino que buscan, descubren y de alguna forma anticipan/crean lo que ha de haber, ofreciendo a los hombres y mujeres de su tiempo un futuro nuevo, de humanidad mejor conforme a la voluntad de Dios.

En esa línea, al final de su camino, Jesús quiso cambiar las instituciones socio-religiosas de Israel, poniéndolas (y poniéndose a sí mismo) al servicio de la nueva humanidad, y por eso decidió subir al templo y ciudad de Jerusalén, diciendo que el orden socio-religioso antiguo debía terminar, para que llegara el reino de la nueva humanidad fundada en la acogida mutua y en la gratuidad, conforme al sentido más hondo de la Sabiduría israelita, en una línea de resurrección, pues aquel que da la vida y muere por esa causa sigue viviendo en el futuro de los hombres y en la vida de Dios.

La Sabiduría de Israel (Hokma, Sophia) se identifica con el conocimiento profundo, sabroso, rebosante de vida y de esperanza compartida, incluso (y sobre todo) en medio de la misma muerte (como experimentan los cristianos en la pascua). El sabio no repite doctrinas fijadas, codificadas en libro (como querían un tipo de escribas), sino que enseña con su propia vida, entendida a modo de magisterio abierto a la transformación personal y social, en esperanza de futuro.

En esa línea israelita, Jesús aparece y actúa como maestro apocalíptico, esto es, como transmisor de la sabiduría de Dios para los últimos tiempos, sin cerrarse al pasado, sin temblar ante el futuro. Es como si al antiguo ser humano le cegara el miedo de las cosas, la dureza de la historia; es como si debiera andar con trampas para seguir sobreviviendo, en un mundo que no puede transformarse, sino sólo seguir las normas hechas.

Pero Jesús no tiene miedo, ni al cambio, ni a la ley de las cosas que parecen hallarse definidas de un modo inalterable, pero que han de ser transformadas y superadas por la gracia de la Vida. Eso le permite mirar con claridad y ver las relaciones humanas, con sus enfermedades y pecados, de un modo distinto, con los ojos de Dios, contemplando su cara verdadera, que puede y debe formularse en línea de “resurrección de los muertos”, más que de inmortalidad del alma (como formuló, de manera distinta, pero también muy elevada, el maestro Sócrates, tal como le presenta Platón, en su diálogo Fedón).

  – Según eso, él cree que el camino de la vida sólo puede recorrerse en verdad con una educación abierta a la gracia de Dios que se revela en la vida de los hombres como principio de vida superior, esto es, de resurrección. Lógicamente, no buscó un conocimiento de especialidad y para especialistas, como el de algunos rabinos, empeñados en fijar unas doctrinas de identidad propia y de separación respecto de otros pueblos. Pero Jesús estaba convencido de que Dios no es especialista de un aspecto aislado de la vida, con secretos especiales de iniciados, sino maestro de sabiduría y esperanza de resurrección universal, desde los pobres y excluidos.

Jesús camino

              En esa línea, él no asumió y desarrolló un tipo de tradiciones propias y exclusivas de algunos (rabinos y/o filósofos particulares), sino que volvió al principio de la creación universal de todos los pueblos y a la experiencia del comienzo israelita, con los patriarcas y el éxodo, desde los campesinos y pobres de Galilea, sabiendo que Dios es ante todo “Dios de vivos”, no de muertos, aquel en el que todo lo que existe vive, como los patriarcas antiguos, Abraham, Isaak y Jacob (cf. Mc 12, 26‒27).

 – Como expresión de ese principio de sabiduría y vida universal se entienden sus parábolas, fundadas en la certeza de que llega al fin el Reino de Dios, por encima de las seguridades legales de algunos y de las opresiones (distinciones) que establece el judaísmo instituido. Las parábolas no vienen “antes” del mensaje “serio” del Reino, como si ellas fueran sólo para niños todavía no ilustrados, sino después de haber pensado que lo sabemos todo, mostrándonos así que ignoramos lo más hondo, pero no para acusarnos de ignorancia, sino para alumbrarnos con su vida.

Ellas nos hablan desde el otro lado de las seguridades, desde el fondo de la extrañeza de la vida humana y en la raíz de la gratuidad divina, con sus figuras "ejemplares" de tipo universal: agricultores y pastores, hombres y mujeres, hermanos, trabajadoras de casa y prostitutas, pródigos, mendigos... Pues bien, todas esas figuras aparecen en camino, superando un tipo de posible fijación, propia de un destino que nos domina desde fuera, como si la humanidad pudiera nacer y naciera de nuevo, desde la llamada de Dios, en libertad, en gratuidad y en esperanza, es decir, en Dios.

  De un modo consecuente, Jesús ha sido un sabio contra- o supra-cultural, no para negar la cultura y la tarea de este mundo, sino para tomarla desde su raíz, como expresión de una vida que se regala y comparte para la resurrección en Dios (o de una vida que se acaba perdiendo en el vacío de sí misma). Ciertamente, Jesús puede compararse a otros sabios de tendencia universal (Sócrates, Diógenes, Buda o el autor del Tao), más allá de las normas que imponía el judaísmo (o cierta iglesia posterior). Pero, al mismo tiempo, en la raíz de su mensaje estaba latiendo el aliento poderoso de la profecía de Israel y la búsqueda mesiánica del reino, con la sabiduría secular del pueblo israelita.

En esa línea, él ha sido el más judío de los judíos, siendo, al mismo tiempo, el más universal de todos ellos, pues no enseñaba a los hombres y mujeres para que ellos fueran buenos dentro de una ley particular del judaísmo (como tendían a decir muchos rabinos judíos), sino anunciaba y proclamaba la Palabra para que todos pudieran vivir en plenitud, como seres humanos, abiertos a la vida de Dios, en una línea que podrá ser interpretado y ratificada por San Pablo cuando dice que en un tipo de humanidad como la de Adán (el hombre viejo) morimos y terminamos todos, pero que en Cristo seremos “vivificados” todos (cf. 1 Cor 15, 22.28)[12].

Jesús Maestro

NOTAS

[1] He venido desarrollando este argumento desde Dios es Palabra, Sal Terrae, Santander 2004, hasta La Palabra se hizo Carne. Curso de Teología Bíblica, Verbo Divino, Estella 2020.

[2] Para situar el tema de la educación en Israel, en el entorno de Jesús, de un modo introductorio, cf. R. Albertz,  Historia de la religión de Israel en tiempos del Antiguo Testamento I-II, Trotta, Madrid 1999;    J. Jeremias,  Jerusalén en tiempos de Jesús,  Cristiandad,  Madrid  1977;   R. Vaux, Instituciones del AT, Herder,Barcelona, 1985;  E. P. Sanders, Judaism. Practice and Belief. 63BCE - 66CE, SCM, London 1992.

[3] He desarrollado el sentido y alcance de este tipo de autoridad “magisterial”, dentro del conjunto de las autoridades judías en el primer capítulo de Sistema, Libertad, Iglesia. Las Instituciones del NT, Trotta, Madrid 1999 y de La novedad de Jesús. Aportación y legado, Fe Adulta, Madrid 2019.

[4] Jesús rechaza el rabinato pues no quiere que la iglesia sea sociedad de sabios, dirigida por expertos escribas, controlada por maestros superiores, “pues todos vosotros sois hermanos”. Jesús se opone a un tipo de dominio de sabios “superiores”, pues los Rabinos (los Grandes), que se ponen por encima de los otros, rompe la fraternidad, la gracia compartida de la vida humana. El poder de los escribas/maestros convierte al resto de los hombres en “menores de edad”, en un tipo de “siervos”. Conforme al evangelio, sólo Jesús es maestro verdadero y su enseñanza se identifica con el don de su vida. Todo intento de imponer en la iglesia una casta superior de escribas destruye el evangelio. No hay iglesia docente y discente, maestros y auditores, pues todos son hermanos.

[5] Yahvé es para los judíos el Indecible, absoluta soberanía y trascendencia, de tal forma que nadie puede llevar (ni pronunciar) su nombre sobre el mundo. En sentido estricto, para los seguidores de Jesús, el Nombre verdadero de Dios no es Yahvé (Aquel que Ser), sino Padre, aquel que hace ser en amor a los demás. Pues bien, entendido de manera radical, también ese nombre y función de Padre, entendido y vivido como autoridad fundante, dadora de vida, resulta indecible, de manera que no lo puede asumir y utilizar ya nadie sobre el hombre, ni siquiera los “maestros”. Los cristianos han descubierto y venerado de tal forma el misterio del Padre sobre el cielo, descubriéndose hijos (en libertad de amor), que no pueden ya inclinarse ante ningún “padre” del mundo. Lógicamente, todo proceso de jerarquización (patriarcalización) de la educación termina siendo anticristiano.

[6] Nadie puede convertirse, según eso, en intermediario o broker de Dios o de los otros seres humanos, pues todos son hermanos y tienen acceso directo a Dios que es Padre y al Cristo  que es Rabi y Kathêgêtês, vinculándose así de un modo directo unos con otros. He comentado extensamente este pasaje en El Evangelio de Mateo, Verbo Divino, Estella 2017. Debo añadir que esta “enseñanza” de Jesús ha sido retomada en otra perspectiva por el Discípulo amado, que dirá: “Habéis recibido el Krisma (=unción, Espíritu Santo) de manera que no tenéis necesidad de que nadie os enseñe” (1 Jn 2, 27). La educación cristiana sitúa a cada uno ante la verdad y el don del “maestro interior”, que es el Espíritu Santo. En esa línea se puede y debe decir al final: “no tenéis necesidad de que os enseñen otros”, pues cada uno acaba siendo maestro de sí mismo, desde Dios, en Cristo.

              Tanto el evangelio de Mateo como la tradición del Discípulo Amado saben que el verdadero Maestro y guía de la comunidad es Cristo, impidiendo así toda jerarquización en la Iglesia. La crítica anti-patriarcal del evangelio no es negación del valor o función del padre y madre en este mundo, sino todo lo contrario. Madre y padre deben realizar, conforme al evangelio, una función paterna que resulta esencial para los hijos, como suponen aquellos pasajes donde un padre o madre pide ayuda a Jesús para que ofrezca vida y cure a su hijo.  Así lo muestran algunos pasajes esenciales del evangelio de Marcos: el de Jairo (en Mc 5, 21-43), la madre siro-fenicia (Mc 7, 24-30), el padre del epiléptico (Mc 9, 14-29). Pero, al culminar el camino de la educación, cada hombre o mujer tiene que descubrirse como verdaderamente libre, para la fraternidad, es decir, para el amor auténtico. Hoy, a comienzos del siglo XXI, nos hallamos en un momento clave de superación del patriarcalismo, de manera la iglesia, heredera de Jesús, pueda y deba actuar de un modo imaginativo, liberado y creador, siguiendo a su maestro, “curando/educando” a los hijos (niños) en libertad de amor, para el misterio de la vida, como he puesto de relieve Comentario a Marcos, Verbo Divino, Estella  2013.

[7] Además del libro sobre Jesús Educador (Khaf, Madrid 2017), he dedicado al tema de la misión y educación de Jesús otros trabajos de tipo especializado o de divulgación como Historia de Jesús, Verbo Divino, Estella 2013; La novedad de Jesús, Fe Adulta, Madrid 2018; Dios o el dinero, Sal Terrae, Santander 2019; Ciudad‒Biblia, Verbo Divino, Estella 2019. También aparecen varias entradas sobre Jesús y la educación en Gran Diccionario de la Biblia, Verbo Divino, Estella 2017.

[8] Entre los que plantean el tema, desde diversas perspectivas, cf. J. D. Crossan, Jesús. Vida de un campesino judío, Crítica, Barcelona 1994; J. J. Bartolomé, El evangelio y Jesús de Nazaret, CCS, Madrid 1995; J. D. Crossan, Jesús. Vida de un campesino judío, Crítica, Barcelona 1994; J. D. G. Dunn Jesús recordado, Verbo Divino, Estella 2009;  G. Theissen y A. Merz, El Jesús histórico, Sígueme, Salamanca 1999; S. Vidal, Los tres proyectos de Jesús y el cristianismo naciente, Sígueme, Salamanca 2003; N. T. Wright, Jesus and the victory of God II, SPCK, London 1996.

[9] Ciertamente, maestros y profetas se han distinguido bien, unos de otros, en la literatura del Antiguo Testamento, dividida en tres bloques: Ley/Pentateuco, libros proféticos (e históricos) y libros sapienciales. Los maestros forman parte del tercer grupo (están encuadrados en la línea de los libros sapienciales). Pero de hecho, en la perspectiva de Jesús, se vinculan todos esos bloques, pues en él desembocan la línea profética y la sapiencial, como he puesto de relieve en Ciudad-Biblia, Verbo Divino, Estella 2019, conforme a la experiencia del libro de Daniel que, siendo apocalíptico, es, al mismo tiempo, profético y sapiencial.

[10] Sobre el carácter específico de la educación griega, cf. W. Jaeger, Paideia: los ideales de la cultura griega,   FCE, México 1990. Sobre el magisterio de Jesús, en forma introductoria, cf. J. D. Crossan, Jesús. Vida de un campesino judío, Crítica, Barcelona 1994; Ch. H. Dodd, Las parábolas del Reino, Cristiandad, Madrid 1974;  J. L. Espinel,  La poesía de Jesús, San Esteban, Salamanca 1986;   P. Grelot, Las Palabras de Jesús, Herder, Barcelona 1988;  G. Lohfink,  El Sermón de la Montaña ¿para quién?,  Herder, Barcelona 1989;   R. Schnackenburg, El mensaje moral del Nuevo Testamento, Herder, Barcelona 1989; W. Schra­ge, Ética del Nuevo Testamento, Sígue­me, Sala­manca 1987; G. Theissen, Estudios de sociología del cristianismo primitivo, Sígueme, Salamanca 1985; Id.,  Teoría de la religión cristiana primitiva, Sígueme, Salamanca  2002.

[11] A diferencia de los profetas que proclamaban la llegada inminente de la nueva humanidad, los maestros iban sembrando enseñanza de vida, en un proceso de humanización (maduración) que parece más lenta. como ha puesto de relieve la tradición de Jesús, a partir de la parábola del “sembrador” (Mc 4,3-9 paralelos). Pero teniendo un carácter magisterial de conocimiento, las parábolas trazan también una tarea de transformación profética. En esa línea, no pueden separarse los rasgos de maestro-educador y de profeta. El educador cristiano, y en sentido general todo maestro verdadero, ha de ser un profeta, alguien que sueña con cambiar el orden actual de la humanidad, compartiendo con los jóvenes y con todos un camino de futuro de concordia que puede y quizá debe vincularse con la experiencia religiosa.

[12] El libro que a mi juicio mejor ha condensando las diferencias entre el magisterio rabínico de la ley intra‒judía y el mensaje universal (arriesgado y peligroso de Jesús) ha sido J. Klausner, Jesús de Nazaret, Paidós, Buenos Aires 1971. A su juicio, Jesús ha sido el más consecuente, de todos los maestros y educadores de Israel, pero lo ha sido de tal forma que con él se destruye el judaísmo de la ley concreta (el judaísmo como pueblo particular) con los riesgos que ello implica.  Eso significa que la enseñanza de Jesús no puede cumplirse en este mundo, es una utopía imposible. Mientras el mundo sea mundo es necesaria un tipo de educación de ley, como lo sigue manteniendo el rabinismo. Éstas son las palabras más significativas del libro de Klausner:

“Jesús comía y bebía con publicanos y pecadores, desa­tendiendo del tal modo el separatismo ritual y los principios de lo puro y lo impuro, incluso hasta donde eran aceptados por los "sabios" de fines del Segundo Templo. Curó en Shabat enfermeda­des no peligrosas. Justi­ficó a sus discípulos cuando cortaron espigas durante el día de reposo, estimando en poco las leyes de su observancia... El punto es claro. Los escribas y fariseos también creían en el reino de los cielos. Pero ellos no eran más que padres de familia: no tenían fuerza suficiente para quitar el estorbo de lo viejo en gracia de lo nuevo; ellos ponían lo nuevo encima de lo otro, juntaban lo útil y lo inútil, como un padre de familia con su depó­sito de posesiones. Pero Jesús, el rey del reino de los cielos, el Mesías Rey, quiso separar lo viejo de lo nuevo: lo nuevo sería recogido en cestas, lo viejo desechado... Pero el judaísmo no podía concordar con tal actitud. Pa­ra los judíos, su religión era más que una simple creencia y que una simple guía moral: era un modo de vida; la totali­dad de la vida era abarcada por la religión. Un pueblo no perdura sobre un fundamento de fe y moralidad humanas generales; necesita una "religio­sidad práctica", una forma ceremonial de religión que corporalice las ideas religiosas y también corone con un halo de santidad la vida cotidiana” (J. Klausner, o. c., 369-371).

              Dentro de la alianza israelita, según ley, es bueno lo que favorece al pueblo. Por eso, los rabinos acentúan las palabras y gestos de afirmación nacional. Otros sistemas sacrales y sociales valoran también lo que sirve a sus privilegiados, expulsando o excluyendo a los demás. Pues bien, Jesús ha quebrado los signos más salientes de la identi­dad judía, para bien del hombre universal, a partir de los excluidos. Así podemos presentarle como de-constructor, hombre de denuncia: ha roto la frontera nacional, pero no para dejar en el vacío a los antes privilegiados, sino para construir con ellos (desde los expulsados de todo sistema) un camino universal de Reino y comunión en gratuidad para todos los humanos.

Jesús maestro

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