"Voy a finalizar afirmando que tengo la convicción y la experiencia personal y pastoral de que hay en la Iglesia muchos de esos tontos ilusos como los de la Colmena, empeñados en protestar y participar" La fábula de las abejas
"Aunque la fábula habla de la sociedad humana en general, voy a referirla, por similitud, a la organización jerárquica y piramidal de la comunidad eclesial. Al fin y al cabo, se asemejan tanto que no me parece un intento excesivo"
"Con el amor como bandera todos se volvieron más austeros, gastaban lo justo. Ni lujos, ni arte… ¡Menudo desastre!"
"Son la autoridad y el orden establecido, los títulos honoríficos, el lujo, los beneficios, los palacios, el chofer, el menú de 5* y vinos de solera, las fuerzas que mantendrán la estructura intacta y firme (y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. Mateo 16,18 )"
"Con el Sínodo de la Sinodalidad se corre el peligro de que los cambios que pretenden introducir en la colmena las abejas más díscolas, rebeldes e ilusas del siglo XXI, pudieran ser oídos, antes o después"
"Son la autoridad y el orden establecido, los títulos honoríficos, el lujo, los beneficios, los palacios, el chofer, el menú de 5* y vinos de solera, las fuerzas que mantendrán la estructura intacta y firme (y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. Mateo 16,18 )"
"Con el Sínodo de la Sinodalidad se corre el peligro de que los cambios que pretenden introducir en la colmena las abejas más díscolas, rebeldes e ilusas del siglo XXI, pudieran ser oídos, antes o después"
| José María Marín Sevilla sacerdote y teólogo
Mientras esperamos que se inicie la Segunda Sesión del Sínodo 2021-2024, tras leer el Instrumentum laboris, sigue el verano y hace mucho calor. No obstante aprovecharé para escribir este artículo en tono satírico, para expresar mi decepción, al tiempo que sirva para la recreación y el ocio de quienes disfrutan el merecido descanso. El carácter un tanto burlesco del texto, puede que no resulte muy apto para los bien pensantes y acomodados católicos que viven de la política, bien pagados y aplaudidos por la clerecía tradicional.
Bernard de Mandeville (filósofo, economista y médico neerlandés, Róterdam, 1670-1733) escribió una sensacional fábula, que lamentablemente parece ser el libro de cabecera de numerosos neoliberales, aunque dudo que sean muchos los que la hayan leído: La fábula de las abejas. (A quién le interese, puede encontrar el texto completo en el Fondo de Cultura Económica, Madrid, 1982). Aunque la fábula habla de la sociedad humana en general, voy a referirla, por similitud, a la organización jerárquica y piramidal de la comunidad eclesial. Al fin y al cabo, se asemejan tanto que no me parece un intento excesivo.
Podríamos sintetizar la descripción de la sociedad en los siguientes párrafos:
“Había una colmena que se parecía a una sociedad humana bien ordenada. No faltaban en ella ni los bribones, ni los malos médicos, ni los malos sacerdotes, ni los malos soldados, ni los malos ministros. Por descontado tenía una mala reina. Todos los días se cometían fraudes en esta colmena; y la justicia, llamada a reprimir la corrupción, era ella misma corruptible. En suma, cada profesión y cada estamento, estaban llenos de vicios. Pero la nación no era por ello menos próspera y fuerte. En efecto, los vicios de los particulares contribuían a la felicidad pública… La raíz de los males, la avaricia, vicio maldito, perverso y pernicioso, era esclava de la prodigalidad, ese noble pecado; mientras que el lujo daba trabajo a un millón de pobres y el odioso orgullo a un millón más; la misma envidia, y la vanidad, eran ministros de la industria; sus amadas tontería y vanidad, en el comer, el vestir y el mobiliario, hicieron de ese vicio extraño y ridículo la rueda misma que movía al comercio... De los muchos sacerdotes de Júpiter contratados para conseguir bendiciones de Arriba, algunos eran leídos y elocuentes, pero los había violentos e ignorantes por millares, aunque pasaban el examen todos cuantos podían enmascarar su pereza, lujuria, avaricia y orgullo, por los que eran tan afamados, como los sastres por sisar retazos, o ron los marineros…”
Sigo con la descripción, ahora sin comillas porque añadiré algunas connotaciones para hacerla entender mejor en nuestro contexto:
Muchos protestaron y, finalmente, consiguieron lo que pretendían con su participación y reivindicaciones: que fuera el amor al bien, la honradez y la virtud quien se apoderase del corazón de todos. Se produjo efectivamente el cambio. Y sucedió exactamente lo contrario que esperaban sus ilusos promotores: la ruina de la Colmena. Y mira que los sabios y entendidos se resistieron a cambiar, advirtiendo una y otra vez del desastre de semejante ilusión: se eliminaron los excesos, desaparecieron las enfermedades y por consiguiente no hacían falta los médicos, ni enfermeras ni cuidadores. Se eliminaron las disidencias, disputas y censuras, todos eran libres de opinar… con lo que desaparecieron los procesos y por consiguiente ya no había necesidad de censores, ni jueces, ni abogados, ni secretarios judiciales, ni guardianes del orden… Con el amor como bandera todos se volvieron más austeros, gastaban lo justo. Ni lujos, ni arte… ¡Menudo desastre! La desolación se apoderó de las economías, desaparecieron centenares de profesiones, sustentadas por el fraude y la corrupción, la ambición y la avaricia…
En fin, la moraleja es más que evidente: ¡Dejad de quejaros, de participar y de monsergas! Únicamente los tontos y los ilusos se esfuerzan por hacer de la Colmena un lugar honrado y justo. Son la autoridad y el orden establecido, los títulos honoríficos, el lujo, los beneficios, los palacios, el chofer, el menú de 5* y vinos de solera, las fuerzas que mantendrán la estructura intacta y firme (y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. Mateo 16,18 ).
A medida que voy repasando la fábula, la simetría entre la sociedad/Iglesia y lo acontecido en la colmena de Mandeville, me va pareciendo más fabulosa (valga la redundancia). No obstante, es cierto que, no sé exactamente porque, al tiempo que avanzo en la escritura de estas páginas, me voy entristeciendo y me duele la tripa.
Con el Sínodo de la Sinodalidad se corre el peligro de que los cambios que pretenden introducir en la colmena las abejas más díscolas, rebeldes e ilusas del siglo XXI, pudieran ser oídos, antes o después. Dos dimensiones esenciales merecen especial vigilancia:
La primera es, la pretendida necesidad de cambiar el modelo de Iglesia piramidal. El mismo Papa Francisco se atrevió a verbalizar este sueño: pasar al modelo de la pirámide invertida. Se trataría de imitar en esto al mismísimo Dios que abandonó su trono celestial, para encarnarse (vivir, moverse y existir) como una de tantas abejas y pasó sus días entre ellas, haciendo el bien y liberando a los oprimidos por el mal, llegando al extremo de amar hasta entregar la vida, pasando por blasfemo y rebelde. Lo que el Papa desconocía es que de conseguir dar la vuelta a la pirámide, como en la fábula de Mandeville, el desastre estaría servido. ¿En que estaría pensando este Papa con semejante ensoñación?
La segunda, no menos importante, es conceder a las abejas hembras el lugar que le corresponde en la colmena, es decir el mismo que a las abejas machos, varones, especialmente en los ministerios y en los puestos donde se toman las decisiones relevantes. Esta dimensión es tan evidente como necesaria para poder afirmar que la Iglesia es esencialmente sinodal. Pero esto supone renovar tradiciones sólidas y seguras; por consiguiente, únicamente necesitamos convencer a las abejas laicas que semejante conversión no es más que una pretensión ignorante y necia. Las cosas están muy bien como están, siempre ha sido así (aunque dicho sea de paso no sea del todo cierto).
Ciertamente que las abejas díscolas disponen de un argumento importante, para las dos de las propuestas. Me refiero al argumento que el Concilio Vaticano II barajó en un su desliz renovador: el Bautismo. Este sacramento nos concede a todos la misma dignidad de hijos e hijas de Dios, nos incorpora a su pueblo y nos unge a todas y a todos con el Crisma de la salvación, para que seamos para siempre miembros de Cristo, Sacerdote, Profeta y Rey. (Así reza el Ritual del bautismo para niños, 98).
Argumento, al que los guardianes deberían prestar atención para que no haya grietas importantes por las que pudiera contaminarse la colmena entera. Quizá eso de ungir, con el “óleo sagrado”, a todos y a todas por igual y para siempre fue un exceso imperdonable, no sé si de teólogos o los liturgistas, pero ahí lo tenemos, vigente desde el año 1970). No obstante tranquilos, que nadie se alarme, ambas cuestiones están bien acotadas en el Instrumentum laboris del que partirán los trabajos de la segunda sesión sinodal. Finalmente no pasaremos de sentarnos a escuchar, aunque tenga que ser en mesas circulares. Escuchar es siempre buena cosa, no ceder ante las peticiones de abejas discontinuas es otra; y decidir eso corresponde a los varones ordenados (porque este, el sacramento del orden, sí es verdaderamente eclesial, aunque no coincida demasiado con esta moda de la sinodalidad).
Para concluir estoy dudando si abandonar el tono satírico y la acidez de la Fábula de Bernard de Mandeville, o no hacerlo. Juzga tú mismo.
Voy a finalizar afirmando que tengo la convicción y la experiencia personal y pastoral de que hay en la Iglesia muchos de esos tontos ilusos como los de la Colmena, empeñados en protestar y participar. No voy a mencionar a ninguno, seguro que tú mismo y tú misma conoces a muchos y muchas. Pero tengo la ligera sospecha de que, entre todos ellos, el más iluso de todos fue un tal Jesús de Nazaret. Nada menos que se le ocurrió en su día proponer que la colmena podría ser mejor y llegar a la plenitud: por la caridad.
Lo hizo con propuestas como las siguientes: “vete, vende lo que tienes y dáselo a los pobres, le dijo a un joven rico que quería ser perfecto y ganar la vida eterna (Mateo 19,16); a sus discípulos les sorprendió con esta otra: el que quiera ser el primero entre vosotros sea el último y el servidor de todos (Marco 10, 43-45); a los más piadosos les invitaba a no acercarse al Templo para la ofrenda sin antes reconciliarse con sus hermanos (Mateo 5, 22-24); en una de sus parábolas defendiendo a los obreros de la viña propuso pagar a todos un salario digno (Mateo 20, 1-16)… en fin un “iluso poco ilustrado” cuya única consigna fue amar, siempre, a todos, incluso a los rivales… como el mismo hizo, hasta dar la vida (por cierto, no por muchos) sino por todos.
Bueno, añadiré otra pretensión ilusoria del mensaje del joven campesino de Nazaret, que acabo de recordar: no llaméis imbécil a nadie (Mateo 5,22). ¡Menuda ocurrencia! Es evidente que los autodenominados políticos católicos, jadeados por no pocos incondicionales, también muy católicos, si alguna vez estuvieron tentados de hacerle caso, no parece que en los últimos tiempos sigan seducidos por semejante iluso (perdonarme el atrevimiento). En utilizar el insulto parecen ser los campeones, ellos y ellas.
En fin, que el calor de estos días, fruto al parecer de la avidez incontrolada de las abejas más aventajadas y consumistas de la colmena, os sea soportable. Feliz verano a todos… y, si buscáis bienestar y seguridad no juguéis a imaginar imposibles.
Voy a finalizar afirmando que tengo la convicción y la experiencia personal y pastoral de que hay en la Iglesia muchos de esos tontos ilusos como los de la Colmena, empeñados en protestar y participar. Me apetece seguir intentando asemejarme un poco al tal Jesús de Nazaret. Al fin y al cabo, el tipo se jugó la vida en el empeño y su espíritu sigue dando vueltas por el aire que respiro. No sé, en alguna que otra ocasión, le percibo con mayor fuerza, no tengo remedio. También seguiré participando en el Sínodo, por si alguien tiene dudas.
Post data: ruego que nadie se enfade en exceso conmigo, a fin de cuentas, la vida es sueño (la muerte quizá también) y los sueños son; y las fábulas son eso, solo fábulas. ¿O no?
Etiquetas