"Jesús sacia el hambre de esperanza, el hambre de verdad, el hambre de salvación" Francisco: "Seguimos rezando para que los caminos de paz puedan abrirse en Oriente Medio"
"Mientras la miseria, la injusticia y la violencia roban a los hombres el pan de cada día, Jesús se ocupa de la mayor necesidad: nos salva, alimentando nuestra vida con la suya, para siempre"
"Después de haber multiplicado el pan terrenal, prepara un don aún mayor: Él mismo se convierte en verdadera comida y verdadera bebida. ¡Gracias, Señor Jesús!"
Jesús se hace pan, "pan vivo, bajado del cielo", para que el mundo se asombre, o desconfíe. Las palabras de Jesús que relata hoy el Evangelio muestran la paradoja de quienes no entendían (y aun hoy, siguen sin entender) "¿cómo puede Jesús darnos a comer su propia carne?". El Papa, durante el rezo del Angelus, llamó a seguir haciéndose esa pregunta, con dos actitudes: "asombro y gratitud".
En primer lugar, con asombro, "porque las palabras de Jesús nos sorprenden", aunque "Jesús siempre nos sorprende". Pese a todo, "quien no capta el estilo de Jesús sigue desconfiando: parece imposible, incluso inhumano, comer la carne de un hombre y beber su sangre". Nada más lejos: "La carne y la sangre, en cambio, son la humanidad del Salvador, su propia vida ofrecida como alimento para la nuestra".
"Y esto nos lleva a la segunda actitud: la gratitud, porque reconocemos a Jesús allí donde está presente para nosotros y con nosotros", como Él mismo relató: «El que come mi carne permanece en mí y yo en él». Y es que, añadió Francisco, "después de haber multiplicado el pan terrenal, prepara un don aún mayor: Él mismo se convierte en verdadera comida y verdadera bebida. ¡Gracias, Señor Jesús! Con el corazón podemos decir, Gracias".
"El pan celestial, que viene del Padre, es el Hijo hecho carne por nosotros", explicó Bergoglio. Un alimento "más que necesario para nosotros, porque sacia el hambre de esperanza, el hambre de verdad, el hambre de salvación que todos sentimos no en el estómago, sino en el corazón".
Una lección, añadió el Papa, sobradamente actual. "Mientras la miseria, la injusticia y la violencia roban a los hombres el pan de cada día, Jesús se ocupa de la mayor necesidad: nos salva, alimentando nuestra vida con la suya, para siempre".
"¿Tengo hambre y sed de salvación, no sólo para mí, sino para todos mis hermanos? Cuando recibo la Eucaristía, que es el milagro de la misericordia, ¿soy capaz de maravillarme ante el Cuerpo del Señor, muerto y resucitado por nosotros?
"Gracias a Él podemos vivir en comunión con Dios y entre nosotros. El pan vivo y verdadero no es, pues, algo mágico, que resuelve de repente todos los problemas, sino que es el Cuerpo mismo de Cristo, que da esperanza a los pobres y vence la arrogancia de los que se jactan en su detrimento" culminó Francisco, quien preguntó a los fieles, antes del rezo: "¿Tengo hambre y sed de salvación, no sólo para mí, sino para todos mis hermanos? Cuando recibo la Eucaristía, que es el milagro de la misericordia, ¿soy capaz de maravillarme ante el Cuerpo del Señor, muerto y resucitado por nosotros?".
Al término del rezo del Angelus, y en sus tradicionales saludos, Francisco recordó la beatificación de sacerdotes congoleños asesinados en 1964. “Su martirio fue en coronación de una vida gastada por el Señor y sus hermanos”, glosó, pidiendo “caminos de reconciliación para el pueblo congoleño”, señaló, aplaudiendo a los nuevos beatos.
“Seguimos rezando para que los caminos de paz puedan abrirse en Oriente Medio, en Palestina, Israel, así como en la martirizada Ucrania, en Myanmar y en todas las zonas de guerra, con el compromiso del diálogo y el fin de las acciones violentas”.
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