El Papa invita a ir "más allá" durante una concurrida misa en Atenas Francisco: "Los desiertos del mundo hoy están sedientos de esperanza"
"Dios sorprende, sus decisiones sorprenden", porque "el Señor prefiere la pequeñez y la humildad"
"Tener autoridad, ser cultos y famosos no es una garantía para agradar a Dios; al contrario, podría conducir a ensoberbecerse y a rechazarlo. Es necesario en cambio ser pobres por dentro, como pobre es el desierto"
"Dios, hoy como entonces, dirige la mirada hacia donde dominan la tristeza y la soledad"
"Si solos no tenemos la capacidad de hacer el bien que queremos, ¿qué quiere decir que nos debemos convertir?"
"Al Señor le basta que dejemos nuestra puerta abierta para entrar y hacer maravillas, como le bastaron un desierto y las palabras de Juan para venir al mundo"
"Dios, hoy como entonces, dirige la mirada hacia donde dominan la tristeza y la soledad"
"Si solos no tenemos la capacidad de hacer el bien que queremos, ¿qué quiere decir que nos debemos convertir?"
"Al Señor le basta que dejemos nuestra puerta abierta para entrar y hacer maravillas, como le bastaron un desierto y las palabras de Juan para venir al mundo"
"Al Señor le basta que dejemos nuestra puerta abierta para entrar y hacer maravillas, como le bastaron un desierto y las palabras de Juan para venir al mundo"
Desierto. Conversión. Y esperanza. Palabras claves en este Adviento. También, en este camino del Papa Francisco, que esta mañana le llevó a Lesbos y esta tarde a presidir una concurrida homilía en el “Megaron Concert Hall” de Atenas, un templo de la música donde reivindicó que "la esperanza reanima la fe y reaviva la caridad".
"Porque los desiertos del mundo hoy están sedientos de esperanza. Y mientras este encuentro nos renueva en la esperanza y en la alegría de Jesús, y yo gozo estando con ustedes, pidamos a nuestra Madre Santísima que nos ayude a ser, como ella, testigos de esperanza, sembradores de alegría a nuestro alrededor, no sólo cuando estamos contentos y estamos juntos, sino cada día, en los desiertos donde vivimos", porque "es allí que, con la gracia de Dios, nuestra vida está llamada a convertirse y a florecer".
Arrancó Francisco su homilía glosando dos aspectos de la figura de San Juan Bautista: "el lugar donde se encuentra —el desierto— y el contenido de su mensaje —la conversión—. Desierto y conversión: en esto insiste el Evangelio de hoy; y tanta insistencia nos hace pensar que estas palabras nos afectan directamente. Contemplemos ambas".
Sobre el desierto, el Papa incidió, con ironía, cómo "de los pisos superiores donde residen los que detentan el poder se pasa repentinamente al desierto, a un hombre desconocido y solitario". Y es que "Dios sorprende, sus decisiones sorprenden", porque "el Señor prefiere la pequeñez y la humildad".
La redención comienza en el desierto
Por eso, "la redención no comienza en Jerusalén, en Atenas o en Roma, sino en el desierto", una paradoja que "nos da un mensaje muy hermoso: tener autoridad, ser cultos y famosos no es una garantía para agradar a Dios; al contrario, podría conducir a ensoberbecerse y a rechazarlo. Es necesario en cambio ser pobres por dentro, como pobre es el desierto".
Pronti per la Messa con #PapaFrancesco qui in Atene, #Greciapic.twitter.com/qngSDUNxIr
— Antonio Spadaro (@antoniospadaro) December 5, 2021
"Quedémonos en la paradoja del desierto", clamó el Papa, "un lugar inaccesible e inhóspito, lleno de peligros", donde se prepara la venida del Señor. "Ahora bien, si uno quiere dar un anuncio importante, normalmente va a lugares bonitos, donde hay mucha gente, donde hay visibilidad. Juan, en cambio, predicaba en el desierto", un lugar "donde casi no hay vida" "Allí se revela la gloria del Señor, que —como profetizan las Escrituras— cambia el desierto en lagunas, la tierra estéril en fuentes de agua".
Porque "Dios, hoy como entonces, dirige la mirada hacia donde dominan la tristeza y la soledad". Un Dios que se acerca al sufrimiento de los demás, explicó el Papa. "Él a menudo no logra llegar hasta nosotros mientras estamos en medio de los aplausos y sólo pensamos en nosotros mismos; llega hasta nosotros sobre todo en la hora de la prueba; nos visita en las situaciones difíciles, en nuestros vacíos que le dejan espacio, en nuestros desiertos existenciales".
No hay lugar que Dios no quiera visitar
"Queridos hermanos y hermanas, en la vida de una persona o de un pueblo no faltan momentos en los que se tiene la impresión de hallarse en un desierto. Y es precisamente allí donde se hace presente el Señor, que a menudo no es acogido por quien se siente exitoso, sino por quien siente que ya no puede seguir. Y llega con palabras de cercanía, compasión y ternura", exclamó Bergoglio.
"Predicando en el desierto, Juan nos asegura que el Señor viene a liberarnos y a devolvernos la vida justo en las situaciones que parecen irremediables, sin vía de escape", añadió. "No hay por tanto lugar que Dios no quiera visitar".
"Queridos amigos, no teman a la pequeñez, porque la cuestión no es ser pequeños o pocos, sino abrirse a Dios y a los demás. Y tampoco tengan miedo de la aridez, porque Dios no la teme, y es allí donde viene a visitarnos"
"Queridos amigos, no teman a la pequeñez, porque la cuestión no es ser pequeños o pocos, sino abrirse a Dios y a los demás. Y tampoco tengan miedo de la aridez, porque Dios no la teme, y es allí donde viene a visitarnos", insistió.
Predicar sin descanso
Sobre el segundo aspecto, la conversión, Francisco reiteró que "el Bautista la predicaba sin descanso y con vehemencia". El Papa admitió que "este es un tema incómodo", pues "así como el desierto no es el primer lugar al que quisiéramos ir, la invitación a la conversión no es ciertamente la primera propuesta que quisiéramos oír".
"Hablar de conversión puede suscitar tristeza; nos parece difícil de conciliar con el Evangelio de la alegría", explicó, recalcando que "esto sucede cuando la conversión se reduce a un esfuerzo moral, como si fuera sólo un fruto de nuestro esfuerzo".
"El problema está justamente ahí: en basar todo en nuestras propias fuerzas; ahí también anidan la tristeza espiritual y la frustración. Quisiéramos convertirnos, ser mejores, superar nuestros defectos, cambiar, pero sentimos que no somos plenamente capaces y, a pesar de nuestra buena voluntad, siempre volvemos a caer", alertó. "Si solos no tenemos la capacidad de hacer el bien que queremos, ¿qué quiere decir que nos debemos convertir?".
Pensar más allá
En griego existe una expresión, explicó Francisco, 'Metanoéin', de la que toma su etimología "convertirse". El Papa profesor que ya ha aparecido en varias ocasiones a lo largo de este viaje, enseñó que el término "está compuesto por la preposición metá, que aquí significa más allá, y del verbo noéin, que quiere decir pensar".
"Convertirse, entonces, es pensar más allá, es decir, ir más allá del modo habitual de pensar, más allá de los esquemas mentales a los que estamos acostumbrados"
"Convertirse, entonces, es pensar más allá, es decir, ir más allá del modo habitual de pensar, más allá de los esquemas mentales a los que estamos acostumbrados", concluyó. "Pienso en los esquemas que reducen todo a nuestro yo, a nuestra pretensión de autosuficiencia. O en esos esquemas cerrados por la rigidez y el miedo que paralizan, por la tentación del “siempre se ha hecho así”, por la idea de que los desiertos de la vida son lugares de muerte y no de la presencia de Dios". También, y sobre todo, en nuestra Iglesia.
El Bautista, "exhortándonos a la conversión, nos invita a ir más allá y a no detenernos aquí, a ir más allá de lo que nos dicen nuestros instintos y nos representan nuestros pensamientos, porque la realidad es más grande". ¿Y cuál es la realidad?. "La realidad es que Dios es más grande".
No prestar oído a lo que corroe la esperanza
Por esto, incidió Bergoglio, "convertirse significa no prestar oído a aquello que corroe la esperanza, a quien repite que en la vida nunca cambiará nada; es rechazar el creer que estamos destinados a hundirnos en las arenas movedizas de la mediocridad; es no rendirse a los fantasmas interiores, que se presentan sobre todo en los momentos de prueba para desalentarnos y decirnos que no podemos, que todo está mal y que ser santos no es para nosotros. No es así, porqué está Dios".
Pero para ello "es necesario fiarse de Él, porque Él es nuestro más allá, nuestra fuerza. Todo cambia si se le deja el primer lugar a Él. Eso es la conversión: al Señor le basta que dejemos nuestra puerta abierta para entrar y hacer maravillas, como le bastaron un desierto y las palabras de Juan para venir al mundo".
"Pidamos la gracia de creer que con Dios las cosas cambian, que Él cura nuestros miedos, sana nuestras heridas, transforma los lugares áridos en manantiales de agua. Pidamos la gracia de la esperanza", finalizó Francisco.
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