Adiós amargo

(JCR)
Dos días antes de salir de Goma (R D Congo) para volver a Uganda me llama Therese, la presidenta de la asociación de discapacitados, para decirme que a las dos de la tarde se van a reunir los jugadores del equipo de “sitting volleyball” que

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marcharán al dia siguiente a Kigali, la capital de Ruanda, para participar en los partidos clasificatorios de deporte paralímpico africano. Los dos que queden finalistas irán a los Juegos Paralimpicos que se celebraran en Londres el año que viene, 2012.

Llego al restaurante de su asociación a la hora convenida y allí me encuentro a los 15 jugadores, sus dos entrenadores, y Therese. Todos están locos de contentos y su moral es muy alta. Las veces que les he visto jugar me han impresionado y no tengo ninguna duda de que tienen muchas posibilidades de llegar a Londres. Su salida a Kigali, en autobús, está prevista para el día siguiente, cuando se les unan cuatro jugadores más que tienen que llegar en avión desde Lumumbashi, la ciudad principal de la provincia sureña de Katanga, cuyo poderoso y adinerado gobernador - que durante el ultimo mes se ha volcado en hacer campaña a favor del presidente Kabila - ha prometido pagar los 500 dólares que cuesta la inscripción para participar en estos juegos. Mientras hablo con los jugadores, me pilla de sorpresa ver tres cámaras de televisión y varias grabadoras que empiezan a entrevistar a Therese y al capitán del equipo. No me he dado cuenta de que acaban de entrar en el patio. El periodista de Digital Congo, la cadena del presidente, hace varias preguntas capciosas a Therese para que diga una y otra vez que expresan su enorme agradecimiento al señor gobernador de Katanga por su generosidad por pagarles la inscripción, etc. etc.

Por la noche salgo a cenar con dos amigos y llego tarde a la comunidad. Allí me dicen que me acaban de ver en la televisión junto con los jugadores de “sitting volleyball”. La noticia del día, cómo no, ha sido que el gobierno apoya a sus deportistas discapacitados para que defiendan la bandera del Congo en los juegos paralímpicos de Londres.

Al día siguiente, recibo una llamada de Therese. Su voz suena entrecortada y habla con una gran agitación. Acaba de saber que el vuelo que traía a los cuatro jugadores de Lumumbashi ha sido cancelado. Me extraña poco porque durante los últimos días de campaña electoral todos los aviones que operan en el país - particularmente los de la MONUSCO - están ocupados en repartir los materiales electorales y en llevar a los candidatos de un lugar para otro. Lo peor del caso es que el gobernador ha dicho que si los jugadores de su región no participan en los encuentros clasificatorios, él no pagará los 500 dólares prometidos para la inscripción. Así que su gozo en un pozo y ya no cogerán el autobús a Kigali que hubiera hecho sus sueños realidad. Cuando me encontré con ellos al día siguiente sentí una enorme pena. Lo que mas rabia me dio fue pensar que el día anterior les habían usado descaradamente para hacer campaña a favor del partido en el poder, haciendo creer a la gente que el gobierno se preocupaba de los discapacitados.

El día antes de mi partida voy a Boscolac, donde tenemos el proyecto humanitario, para pagar a los trabajadores y llevar unos muebles que quedaban pendientes de instalar. Tardo una hora y media en recorrer los 17 kilómetros que habitualmente hago en media hora. La carretera es un enorme embotellamiento por donde discurren a paso de tortuga coches que a cada paso se encuentran con seguidores de uno y otro partido manifestándose a favor de sus candidatos y cruzándose insultos y reproches a grito pelado. En dos lugares por donde pasamos vemos a gente peleándose a puño limpio, gritando y profiriendo amenazas. Llegan varios soldados y por distintos rincones grupos de personas empiezan a correr temiéndose lo peor. Me doy cuenta de que nos hemos metido en una ratonera y que si las cosas se ponen feas lo único que podre hacer es salir corriendo y dejar el coche a merced de una turba enfurecida cuyo comportamiento puede ser impredecible.

Finalmente, después de pasar bastante miedo, conseguimos salir del atasco. Al llegar a Boscolac me regalan varios repollos de los muchos que han cosechado durante los dos últimos meses. Me dicen que ya han comido 136, y en los caballones de la huerta aun quedan bastantes más. En mi vida he visto una tierra mas fértil que esta. Lo que no entiendo es porque en este rincón de África hay tanta gente que pasa hambre.

Llega el día de mi partida y, como de costumbre, me levanto a las cinco de la mañana. Quedan dos días para las elecciones y cada vez hay más tensión y más miedo. Cuando salgo al patio con el cubo en la mano para coger agua para lavarme veo a dos policías, fusil al hombro, que escudriñan cuidadosamente cada rincón del jardín como si buscaran algo. Me quedo paralizado y pienso qué razón tendrán para llegar hasta aquí y registrar la casa. Mientras pienso en esto me doy cuenta de que dos enormes saltamontes se me han posado en la camiseta y entonces caigo en la cuenta de que hay una invasión de saltamontes por todas partes y que los policías los están recogiendo y llenando cubos para llevárselos a sus casas y comérselos. Es uno de los bocados mas exquisitos que se pueden disfrutar en África. Cuando, dos horas después de aquel susto, me meto en el coche y salgo rumbo a la frontera, me río de mí mismo mientras dejo atrás la tensión de los últimos días deseando al mismo tiempo volver a Goma lo antes posible.
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