Contradicciones de la Iglesia en África

(JCR)
Llevo una semana en el Congo, y en las ocasiones en que lucho a brazo partido con una conexión a internet que se interrumpe cada dos por tres y que parece que lleva una velocidad

accionada a pedales, intento ponerme al día de la actualidad religiosa de los últimos días. Si no me falla la memoria, la lista de los cardenales creados por Benedicto XVI con ocasión del ultimo consistorio se desglosa así por procedencia geográfica : 17 europeos (de los cuales 10 italianos), tres americanos y dos asiáticos. Ninguno de África. Mi primera reacción ha sido de sorpresa mezclada con una cierta indignación.

Sorpresa, porque no puedo evitar preguntarme por qué el continente donde desde hace años crece más el numero de católicos y el de vocaciones a la vida sacerdotal y religiosa es el que tiene menos representación en los órganos supremos de decisión de una Iglesia aun con un centro de poder aún muy centrado en Europa, el continente donde ocurre precisamente todo lo contrario : decrece el numero de católicos y no digamos nada de las vocaciones. Mucho me temo que un cardenal africano (que haberlos, hailos, aunque pocos) sigue siendo aun una guinda exótica en un pastel en el que domina Europa, muy especialmente Italia. Al final, mucho hablar de la madurez y el empuje de las jóvenes iglesias, y mucho Sínodo Africano y Africae Munus para que a la hora de la verdad con África se siga contando bastante poco en el panorama global de la Iglesia.

Al mismo tiempo, quisiera evitar la tentación fácil de caer en el victimismo, enfermedad que con los años la experiencia acumulada va desapareciendo. Me resisto a creer que el haber pasado a las Iglesias locales de África por alto en este tema del nombramiento de cardenales se deba a la mala idea o la miopía de quienes aconsejan al Papa en este tipo de decisiones y tal vez haya que preguntarse si los aumentos numéricos que se dan en la Iglesia africana se correspondan con signos de verdadera madurez. Porque uno, que lleva ya mas de dos décadas trabajando con la Iglesia en este continente, al mismo tiempo que quiere a estas comunidades cristianas se da cuenta de que en muchos ambientes eclesiales africanos hay mucho de apariencia y poco de profundidad. Durante esta ultima semana he tenido ocasión, una vez mas, de darme cuenta de ello.

Quienes estén familiarizados con la actualidad religiosa sabrán que este próximo domingo, 15 de enero, celebra la Iglesia la Jornada 98 del Emigrante y el Refugiado. Con esta ocasión, el Papa publica todos los años un mensaje para llamar la atención sobre este tema, que cada vez cobra más importancia porque cada vez aumenta más el número de personas que se ven obligadas a dejar sus hogares. Según datos actualizados de Naciones Unidas, en el mundo hay hoy 43 millones de personas que han huido de sus lugares de origen debido a conflictos armados : 17 millones de ellos han cruzado una frontera, con lo que técnicamente hablando son refugiados, y el resto (26 millones) son desplazados internos. A esto hay que añadir otros casi 40 millones que el año pasado dejaron sus hogares debido a catástrofes naturales, sobre todo hambrunas, sequías e inundaciones.

Pues bien, el país desde donde escribo estas lineas, la República Democrática del Congo, tiene la nada despreciable cantidad de 1.700.000 desplazados internos, de los cuales 650.000 viven en la provincia del Kivu Norte, en el este del país, donde actualmente me encuentro. Teniendo en cuenta que esta región tiene unos 600.000 habitantes, nos encontramos con que algo más del 10 por ciento de la población vive desplazada. Los desplazados con los que trabajo a diario llevan una existencia miserable : comen una vez al día, o una vez cada dos días, sobreviven con un dólar al día. Con un presupuesto así ya me dirán qué hacen cuando están enfermos y no pueden pagarse un tratamiento medico decente, o como pueden mandar a sus hijos a la escuela si la educación primaria –en escuelas precarias y con un personal que no recibe un salario a tiempo- cuesta un mínimo de diez dólares al mes.

Me dirán ustedes que que tiene que ver todo esto con el asunto de los cardenales. Pues mucho. Les presento un botón de muestra : en la ONG donde trabajo hemos preparado varios programas de radio y televisión locales para sensibilizar a la población sobre los derechos de los desplazados. Hemos intentado que algún responsable de la diócesis haga alguna declaración en la que recuerde que este domingo los católicos recordamos a quienes han tenido que huir de sus hogares, pero todo ha sido en vano. El obispo lleva varios meses fuera de la diócesis, en Europa (cosa que suele ocurrir con bastante frecuencia en diócesis africanas), y nadie en el obispado esta dispuesto a decir nada que pueda molestar al gobierno (para quien oficialmente no hay refugiados ni desplazados en el país). Ademas, este próximo domingo la diócesis de Goma no dirá una palabra sobre la jornada de los refugiados porque tienen otro programa distinto : presentar a los nuevos responsables del apostolado seglar en una celebración multitudinaria que se celebrara en la amplia plaza al lado de las oficinas diocesanas. Ya saben : en casa del herrero, cuchillo de palo.

Todo esto no me resulta nuevo. Durante mis años en Uganda he visto diócesis en las que en las raras ocasiones en que el Obispo hablaba, lo hacia para transmitir mensajes que daban la impresión de que la Iglesia vivía de espaldas a la sociedad en la que se encontraba. Por supuesto que África es muy grande y en ella hay situaciones muy distintas y no se puede generalizar, pero mucho me temo que situaciones como la que acabo de describir son mas frecuentes de lo que uno se puede imaginar, y que hay demasiadas diócesis en África en las que abundan los casos de corrupción, de abuso de poder, de clericalismo puro y duro y de estilos de vivir y de hacer que tienen muy poco que ver con el Evangelio.

Por eso, al mismo tiempo que me da pena que entre los nuevos cardenales no haya ningún africano, miro a mi alrededor y cuando veo situaciones en las que esta o aquella diócesis en un país africano no está a la altura de las circunstancias no puedo evitar dar la razón, al menos en parte, a los que no han encontrado razones para nombrar a ningún otro purpurado africano. Mas allá de estadísticas triunfantes, convendría que el crecimiento numérico de los católicos y de las vocaciones en África se correspondiera con signos de mayor madurez para que la Iglesia en este continente fuera un verdadero fermento en la masa, sobre todo en situaciones en las que se agradecería que su incidencia fuera mucho mayor.
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